Capítulo 25
Me quedé sin respiración; el corazón me latía con fuerza. El perro bostezó emitiendo un leve aullido al final.
—Debes de ser tú —dijo. Su piel se onduló como fuego color ámbar y luego saltó hacia nosotros.
—¡Cuidado! —gritó Nick empujándome a un lado mientras el babeante perro aterrizaba sobre la mesa.
Caí al suelo, rodé sobre mí misma y me quedé en cuclillas. Nick gritó de dolor. Sonó un fuerte crujido cuando la mesa se deslizó a un lado para chocar contra las estanterías. Salió despedida hacia atrás cuando el perro bajó de ella de un salto. El plástico duro que la cubría se había hecho añicos.
—¡Nick! —grité al verlo acurrucado en un rincón. El monstruo estaba encima de él, husmeándolo. Había manchas de sangre en el suelo—. ¡Aléjate de él! —grité. Jenks estaba en el techo, impotente.
El perro se giró hacia mí. Me quedé sin aliento. Sus iris eran rojos y estaban rodeados por un nauseabundo color naranja y sus pupilas eran horizontales como las de las cabras. Sin quitarle la vista de encima, retrocedí. Tanteando con los dedos saqué mi daga de plata del tobillo. Juro que vi una sonrisita canina en su salvaje hocico cuando me libré del abrigo y me quité los tacones de abuelita.
Nick gruñó y se movió. Estaba vivo. Me sentí aliviada. Jenks estaba sobre su hombro, gritándole al oído que se levantase.
—Rachel Mariana Morgan —dijo el perro con una voz oscura y dulce como la miel. Me estremecí por las frías corrientes del sótano y esperé—. Uno de vosotros le tiene miedo a los perros —dijo como si le hiciese gracia— y creo que no eres tú.
—Ven a averiguarlo —dije con descaro. El corazón me latía a mil por hora. Apreté bien la daga al notar que empezaba a temblar de arriba abajo. Los perros no deberían hablar. No deberían.
Avanzó un paso. Me quedé mirándolo boquiabierta mientras estiraba sus patas delanteras colocándose en posición de andar erguido. Su figura se estilizó, haciéndose humana. Aparecieron ropas: unos vaqueros rasgados con estilo, una chaqueta de cuero negro y una cadena que iba desde el cinturón hasta su cartera. Tenía el pelo de punta pintado de rojo para hacer juego con su rubicunda complexión. Sus ojos se escondían tras unas gafas de sol de plástico. Me quedé inmóvil por la conmoción mientras veía al chico malo ponerse en pie con aire arrogante.
—Me han enviado para matarte —dijo con un acento de barrio bajo londinense, ya con el aspecto de ser miembro de una banda callejera—. Me pidieron que me asegurase de que morías asustada, encanto. No me dieron muchas pistas, así que quizá tarde un rato.
Me tambaleé hacia atrás al darme cuenta demasiado tarde de que estaba casi encima de mí. Su mano se movió demasiado deprisa para ser vista, disparándose como un pistón. Me golpeó antes de que me diese cuenta de que se había movido. Sentí como si mi mejilla explotase con el ardiente dolor, para luego quedarse entumecida. Un segundo golpe en el hombro me levantó del suelo y me estrellé de espaldas contra una estantería de libros.
Caí al suelo entre una lluvia de tomos que me golpeaban al caer. Sacudí la cabeza para dejar de ver girar las estrellas y me levanté. Nick se había arrastrado entre dos estanterías de libros. Le manaba sangre de la cabeza hasta el cuello. Su rostro reflejaba su miedo y su temor. Se llevó la mano a la cabeza y observó la sangre como si significase algo. Nuestras miradas se encontraron. El monstruo se interpuso entre nosotros.
Ahogué un grito cuando saltó hacia mí con las manos extendidas. Hinqué una rodilla, blandí mi daga. Se sacudió cuando la hoja lo atravesó. Horrorizada me escabullí fuera de su alcance. Él seguía atacando. Su cara entera se había vuelto brumosa y se recomponía al paso de mi cuchillo. ¿Qué coño era?
—Rachel Mariana Morgan —se burló—, he venido a por ti.
Alargó el brazo y me di la vuelta para salir corriendo. Una pesada mano me agarró por el hombro y me giró. La cosa me sujetó y me quedé inmóvil mientras su otra mano de piel rojiza se cerraba en un mortífero puño. Sonrió mostrando unos dientes sorprendentemente blancos y cogió impulso con el puño apuntando a mi estómago.
Apenas tuve tiempo de bajar el brazo para bloquear el golpe. Su puño lo golpeó. El repentino dolor me dejó sin aliento. Caí de rodillas con un grito desgarrador mientras me sujetaba el brazo. Se echó al suelo conmigo. Con los brazos replegados rodé por el suelo. Él cayó pesadamente sobre mí. Su aliento era como vapor en mi cara. Sus largos dedos me agarraron fuerte del hombro hasta que grité de dolor. Con la otra mano se abrió paso bajo mi vestido y serpenteó por mi muslo rebuscando de forma violenta. Abrí los ojos como platos, estupefacta. ¿Pero qué rayos hacía?
Su cara estaba a centímetros de la mía. Pude ver mi sorpresa reflejada en sus gafas de sol. Se pasó la lengua por los dientes, su tacto era cálido y desagradable. Me lamió desde la barbilla a la oreja. Sus uñas se aferraron a mi ropa interior y tiró de ella salvajemente, clavándomela en la piel. De una sacudida volví a la acción. Le dejé las gafas torcidas de un golpe y le clavé las uñas en sus ojos naranjas.
Su grito de sorpresa me dio ánimos. En ese instante de confusión lo empujé y rodé alejándome de él. Lanzó su bota que olía a ceniza contra mí golpeándome en los riñones. Sin resuello, adopté la posición fetal con el cuchillo en la mano. Esta vez lo había pillado desprevenido. Estaba demasiado distraído para convertirse en bruma. Si podía sentir dolor entonces también podría morir.
—¿No te da miedo que te viole, encanto? —dijo con tono de satisfacción—. Eres una perra dura.
Me agarró por el hombro y forcejeé impotente contra sus largos dedos rojos que me tiraron al suelo dando tumbos. Oí unos fuertes golpes y miré a Nick. Estaba martilleando el armario de madera cerrado con la pata de la mesa. Su sangre estaba por todas partes. Jenks estaba sobre su hombro, con las alas rojas por el miedo.
El aire se hizo borroso frente a mí y me quedé estupefacta al ver que la cosa había cambiado de nuevo. La mano que ahora me agarraba por el hombro era más fina. Jadeante, lo miré de arriba abajo para descubrir que se había convertido en un joven sofisticado, alto y vestido con una elegante levita. Llevaba unas gafas ahumadas en su delgada nariz. Estaba convencida de que lo había herido, pero por lo que podía ver, sus ojos parecían intactos. ¿Era un vampiro? ¿Uno realmente viejo?
—¿Quizá te dé miedo el dolor? —dijo la visión del hombre elegante con un acento digno del profesor Henry Higgins.
Me aparté bruscamente y tropecé con una estantería. El monstruo sonrió y se acercó. Me cogió y me lanzó al otro lado de la sala junto a Nick, que seguía aporreando el armario. El golpe en la espalda fue tan fuerte que me dejó sin respiración. Mis dedos se aflojaron y mi cuchillo repiqueteó con fuerza al caer al suelo. Luchando por recobrar el aliento me dejé caer, apoyada contra el armario roto y acabé medio sentada sobre las repisas que había tras las puertas destrozadas. Estaba indefensa cuando la cosa me levantó agarrándome por la pechera del vestido.
—¿Qué eres? —pregunté con voz ronca.
—Lo que más te asuste. —Sonrió dejando ver sus dientes—. ¿Qué te da miedo, Rachel Mariana Morgan? —me preguntó—. No es el dolor, ni la violación y no parece que te asusten los monstruos.
—Nada —dije jadeante y le escupí. Mi saliva chisporroteó en su cara. Me recordó a la saliva de Ivy sobre mi cuello y me estremecí.
Sus ojos se abrieron con una expresión de placer.
—Te dan miedo las sombras sin alma —susurró complacido—. Te da miedo morir entre los amantes brazos de una sombra sin alma. Tu muerte va a ser un placer para ambos, Rachel Mariana Morgan. Qué forma tan retorcida de morir… placenteramente. Quizás hubiera sido mejor para tu alma que hubieses tenido miedo a los perros.
Le ataqué, alcanzándole en la cara y dejándole cuatro marcas de arañazos. No se movió. Rezumó sangre, demasiado espesa y roja. Me retorció los dos brazos a la espalda y me sujetó las muñecas con una sola mano. Me doblé por la mitad debido a las náuseas cuando me tiró del brazo y el hombro. Me empujó contra la pared, aplastándome. Logré librar mi mano buena e intenté golpearlo. Me volvió a sujetar por la muñeca antes de que pudiera alcanzarlo. Lo miré a los ojos y noté que me flaqueaban las rodillas. La levita había encogido para convertirse en una chaqueta de cuero y en unos pantalones negros. Una cabellera rubia y una barba de un día sustituyeron a su complexión rubicunda anterior. Unos pendientes iguales reflejaban la luz. Kisten me sonrió haciéndome gestos con su lengua roja.
—¿Te gustan los vampiros, brujita? —me susurró.
Me retorcí para librarme de él.
—No es esto exactamente —murmuró y se retorció mientras sus rasgos cambiaban de nuevo. Se hizo más pequeño, tan solo me sacaba una cabeza. Le creció el pelo negro y liso. La barba rubia desapareció y su piel se volvió tan pálida como la de un fantasma. La mandíbula cuadrada de Kisten se suavizó hasta formar un óvalo.
—Ivy —susurré, quedándome lívida de terror.
—Tú me has nombrado —dijo lentamente con voz femenina—. ¿Esto es lo que quieres?
Intenté tragar saliva. No podía moverme.
—No me das miedo —susurré.
Sus ojos se tornaron negros.
—Pero Ivy sí.
Me puse tensa e intenté apartarme pero me apretó más las muñecas.
—¡No! —grité cuando abrió la boca y vi sus colmillos. Me mordió con fuerza y grité otra vez. Una llamarada me recorrió el brazo y llegó a mi cuerpo. Me mordisqueó la muñeca como un perro mientras yo me retorcía de dolor intentando soltarme. Noté que la piel se rasgaba al retorcerme. Levanté la rodilla y lo empujé. Me soltó y caí de espaldas jadeando, paralizada. Era como si Ivy estuviese delante de mí, con mi sangre goteando de su sonrisa. Levantó una mano para apartarse el pelo de los ojos dejando una mancha roja en su frente.
No podía… no podía enfrentarme a esto. Respirando entrecortadamente corrí hacia la puerta. La cosa estiró un brazo con la rapidez de un vampiro y me detuvo. El dolor me atravesó cuando me arrojó contra la pared de hormigón. La pálida mano de Ivy me inmovilizó.
—Déjame que te enseñe lo que hacen los vampiros en la intimidad, Rachel Mariana Morgan —dijo en un suspiro.
Me di cuenta entonces de que iba a morir en el sótano de la biblioteca de la universidad.
La cosa que era Ivy se inclinó sobre mí. Sentía mi pulso martilleándome en la piel. La muñeca me latía cálidamente. La cara de Ivy estaba a pocos centímetros de la mía. Iba mejorando su habilidad para extraer imágenes de mi mente. Ahora tenía un crucifijo colgado del cuello y olía a zumo de naranja. Sus ojos estaban turbios por el recuerdo de su sensual apetito.
—No —murmuré—, por favor, no.
—Puedo tenerte cuando quiera, brujita —susurró la cosa con una sedosa voz idéntica a la de Ivy.
Me entró el pánico y luché desesperada. La cosa que se parecía a Ivy sonrió mostrando los dientes.
—Tienes tanto miedo —susurró sensualmente, ladeando la cabeza para que su pelo negro acariciase mi hombro—. No tengas tanto miedo. Te gustará. ¿No te había dicho que te gustaría?
Di un respingo al notar que algo me tocaba el cuello. Se me escapó un gemido al darme cuenta de que era un rápido lametón.
—Te va a encantar —dijo con el susurro gutural de Ivy—. Palabra de honor.
Me vinieron a la mente imágenes de cuando Ivy me inmovilizó en su sillón. La cosa que me sujetaba contra la pared gruñó de placer y me apartó la cabeza con la suya. Aterrorizada, grité.
—Oh, por favor —gimió la cosa. Noté sus fríos y afilados dientes rozar mi cuello—. Oh, por favor. Ahora…
—¡No! —chillé y me clavó los dientes. Arremetió tres veces con rápidas y hambrientas embestidas. Me desplomé en sus brazos. Aún unidos caímos al suelo. Me aplastó contra el frío cemento. Me ardía el cuello. Una sensación idéntica me quemó la muñeca, uniéndose ambas en mi cerebro. Me recorrían escalofríos. Lo oía chuparme la sangre, notaba los embistes rítmicos en su intento por exprimir mi cuerpo más de lo que era capaz de darle. Jadeé al invadirme una sensación como de quemazón. Se me tensó todo el cuerpo y fui incapaz de separar el dolor del placer. Era… era…
—¡Aléjate de ella! —gritó Nick.
Oí un golpe seco y noté una sacudida. La cosa se me quitó de encima.
No podía moverme. No quería moverme. Me quedé tirada en el suelo, paralizada y aturdida por el sopor inducido por el vampiro.
Jenks revoloteaba sobre mí. El aire que levantaba con sus alas y rozaba mi cuello me provocaba un cosquilleo por todo el cuerpo.
Nick estaba allí de pie con la sangre cayéndole sobre los ojos. Tenía un libro entre las manos. Era tan grande que le costaba sujetarlo. Mascullaba algo entre dientes y estaba pálido y asustado. Sus ojos saltaron del libro a la cosa que estaba aún junto a mí. Se había vuelto a convertir en perro. Con un gruñido, se abalanzó contra Nick.
—Nick —susurré mientras Jenks me espolvoreaba polvo de pixie en el cuello—, cuidado…
—¡Laqueas! —gritó Nick, haciendo equilibrios con el libro sobre una rodilla mientras gesticulaba con una mano.
El perro se golpeó contra algo y cayó. Lo observé desde el suelo. Intentaba levantarse y sacudía la cabeza como si estuviese aturdido. Gruñendo, volvió a saltar contra él, y volvió a caer por segunda vez.
—¡Me has encerrado! —gritó furioso, fundiéndose de una forma a otra en un grotesco calidoscopio de morfologías. Miró al círculo que Nick había dibujado en el suelo con su propia sangre—. No tienes los conocimientos para entrar en siempre jamás —gritó.
Inclinado sobre el libro, Nick se humedeció los labios.
—No, pero puedo encerrarte en un círculo mientras estés aquí —contestó dubitativo, como si no estuviese seguro.
Jenks se había posado en mi mano y me rociaba la muñeca destrozada con polvo de pixie mientras la cosa seguía aporreando contra la barrera invisible. Pequeñas columnas de humo se elevaban allí donde sus pies tocaban el cemento.
—¡Otra vez no! —gritó enfurecido—. ¡Déjame salir!
Nick tragó saliva y caminando sobre la sangre y los libros esparcidos por el suelo se acercó a mí.
—Dios mío, Rachel —dijo dejando caer el libro al suelo con el sonido de páginas rasgándose. Jenks me limpiaba la sangre de la cara entonando una nana de ritmo rápido que hablaba del rocío y la luz de la luna.
Miré al libro roto en el suelo y luego a Nick.
—¿Nick? —dije temblorosa con los ojos clavados en su silueta que se recortaba frente a la fea luz fluorescente—. No puedo moverme, Nick. ¡Creo que me ha paralizado!
—No, no —dijo mirando hacia el perro. Se colocó detrás de mí y me incorporó apoyándome contra él—. Es la saliva del vampiro. Se te pasará.
Acunada entre sus brazos y apoyada en su regazo noté que me iba quedando fría. Aturdida, lo miré a la cara. Tenía sus ojos marrones entornados y la mandíbula tensa por la preocupación. La sangre le corría desde el cuero cabelludo formando un lento riachuelo que surcaba su cara y empapaba su ropa. Tenía las manos rojas y pegajosas, pero sus brazos rodeándome eran cálidos. Empecé a tiritar.
—¿Nick? —dije de nuevo con voz temblorosa siguiendo su mirada hacia la cosa. Volvía a ser un perro. Estaba allí de pie, mirándonos. Goteaba saliva de su boca y sus músculos estaban tensos—. ¿Es un vampiro?
—No —dijo lacónico—, es un demonio, pero si es lo suficientemente poderoso puede adquirir las habilidades de la forma que adopte. Podrás moverte en un momento. —Hizo una mueca de consternación al ver toda la sangre que había por la sala—. Te vas a poner bien —susurró mientras me ataba un trapo a la muñeca y me la colocaba suavemente en el regazo. Gemí al notar la inesperada sensación de bienestar en mi muñeca al moverla.
—¿Nick? —Había destellos negros frente a las luces. Era fascinante—. Ya no hay demonios, no ha habido un ataque de demonios desde la Revelación.
—Estudié tres años de demonología como lengua extranjera para ayudarme con el latín —dijo alargando el brazo para coger mi bolso y ayudar a Jenks, que tiraba de él para sacarlo de entre los restos de la mesa—. Esa cosa es un demonio. —Con mi cabeza aún en su regazo, rebuscó entre mis cosas—. ¿Tienes algo para el dolor?
—No —dije adormilada—. Me gusta el dolor. —Con el semblante serio me miró y después a Jenks—. Nadie coge la asignatura de demonología —protesté débilmente con ganas de reírme—. Es la más inútil del mundo.
Miré al armario. Las puertas seguían cerradas, pero tras los golpes de Nick, los paneles laterales estaban rotos y que yo acabase estrellada contra él también había ayudado. Tras la madera astillada había un hueco vacío del tamaño del libro que estaba ahora junto a mí. Así que esto era lo que escondían bajo llave en los armarios de una sala cerrada con llave en un sótano cerrado con llave en los bajos de un edificio gubernamental. Miré con los ojos entornados hacia Nick.
—¿Sabes cómo invocar a los demonios? —le pregunté. Gracias a Dios, ahora me sentía mejor, ligera y despreocupada—. Eres practicante de magia negra. Yo me dedico a arrestar a gente como tú —dije intentando acariciarle la barbilla con un dedo.
—No exactamente —dijo Nick cogiéndome la mano y colocándomela de nuevo en el regazo—. No intentes hablar, Rachel. Has perdido mucha sangre. —Se giró hacia Jenks con ojos asustados—. No puedo llevármela en autobús así.
Jenks lo miró con expresión de reproche.
—Llamaré a Ivy. —Descendió hasta mi hombro—. Aguanta, Rachel. Vuelvo enseguida. —Voló hasta Nick enviándome ondas de euforia con su aleteo. Cerré los ojos y me dejé llevar, deseando que no cesara nunca—. Si dejas que se muera aquí, te mataré yo mismo —amenazó Jenks y Nick asintió. Jenks se fue con un zumbido como el de mil abejas. El ruido seguía resonando en mi cabeza incluso después de haberse marchado.
—¿No puede salir? —pregunté abriendo los ojos. Mis emociones daban bandazos de un extremo al otro y empecé a llorar.
Nick metió el gran libro de hechizos demoníacos en mi bolso, dejando huellas ensangrentadas en ambos.
—No y cuando salga el sol, zas, desaparecerá. Estás a salvo, tranquila.
Metió mi cuchillo en el bolso y alargó la mano para coger mi abrigo.
—Estamos en un sótano, aquí no llega el sol —repliqué.
Nick rasgó el forro de mi abrigo y lo apretó contra mi cuello. Grité al notar una oleada de éxtasis que me recorrió el cuerpo por los efectos de la saliva de vampiro. La hemorragia se había reducido y me pregunté si sería debido al polvo de pixie de Jenks. Al parecer servía para algo más que para provocar picores en la gente.
—No son los rayos de sol lo que devuelven a un demonio a siempre jamás —dijo Nick, pensando que me había hecho daño—, es algo relacionado con los rayos gamma o protones… ¡Joder, Rachel! Deja de hacerme tantas preguntas. Me enseñaron lo necesario para entender la evolución del lenguaje, no para aprender a controlar a los demonios.
El demonio era Ivy de nuevo y me estremecí al verla relamerse los rojos labios con la lengua manchada de sangre, provocándome.
—¿Qué nota sacaste, Nick? —pregunté—. Por favor, dime que sobresaliente.
—Mmm… —titubeó mientras me cubría con mi abrigo. Parecía frenético de repente. Me apretó entre sus brazos y casi empezó a mecerme. Resoplé al notar que la muñeca me palpitaba con fuerza a la vez que el cuello—. Tranquila —me arrulló—, te vas a poner bien.
—¿Seguro? —dijo una refinada voz en la esquina de la sala. Nick levantó la cabeza. Acunada entre sus brazos miré al demonio. Volvía a vestir la levita de caballero—. Déjame salir, yo puedo ayudarte —dijo el demonio en un alarde de simpatía.
Nick vaciló.
—¿Nick? —dije asustándome de repente—. No lo escuches, ¡no!
El demonio sonrió tras sus gafas ahumadas, mostrando sus dientes blancos y alineados.
—Rompe el círculo y os llevaré con su Ivy. Si no… —El demonio frunció el ceño como si estuviese preocupado—. Parece que hay más sangre fuera que dentro de ella.
Nick contempló la sangre repartida por la pared y los libros. Me apretó más fuerte.
—Querías matarla —dijo con la voz quebrada.
El demonio se estremeció.
—Estaba obligado. Al encerrarme en tu círculo, has sustituido al que me ha convocado y con él se fueron todos los impulsos de hacer lo que me ordenó. Soy todo tuyo, pequeño mago.
El demonio sonrió y comencé a jadear más deprisa por el miedo.
—Nicky… —susurré al ir desapareciendo el aletargamiento inducido por la pérdida de sangre. La cosa iba mal, sabía que iba mal. El recuerdo del terror que había sentido cuando me atacó salvajemente volvió con fuerza a mi mente. Se me aceleró el pulso conforme mi corazón intentaba latir más rápido.
—¿Nos puedes llevar de vuelta a su iglesia? —preguntó Nick.
—¿La que está junto a la pequeña línea luminosa? —La silueta del demonio tembló y su expresión parecía sobresaltada—. Alguien cerró un círculo con esa línea hace seis noches. La onda que envió a través de siempre jamás hizo temblar mi vajilla, por así decirlo. —Inclinó la cabeza con expresión especulativa—. ¿Fuiste tú?
—No —dijo Nick débilmente.
Me sentí mal. Había usado demasiada sal. Qué Dios se apiadase de mí. No sabía que los demonios notasen si una usaba una línea luminosa. Si sobrevivía a eso, no pensaba volverlas a usar jamás.
El demonio me miró fijamente.
—Puedo llevarte hasta allí —dijo—, pero a cambio quiero que no se me obligue a regresar a siempre jamás. Nick me apretó con fuerza.
—¿Quieres que te deje libre en Cincinnati toda la noche?
Una sonrisa de poder se dibujó en el rostro del demonio. Exhaló lentamente y oí crujir las articulaciones de sus hombros.
—Quiero matar al que me invocó y luego me iré. Lo huelo por aquí. —Miró por encima de sus gafas ahumadas sorprendiéndome con sus extraños ojos—. ¿Tú no me invocaste, verdad brujito? Podría enseñarte tantas cosas que quieres saber.
El miedo rivalizó con el dolor de mi hombro. Nick vaciló un momento antes de negar con la cabeza.
—No nos lastimarás —dijo Nick—, mental, física ni emocionalmente. Nos llevarás por el camino más directo y no harás nada que nos ponga en peligro después.
—Nick, Nicky —dijo el demonio haciendo un mohín—, podría pensar que no te fías de mí. Puedo llevaros allí incluso antes de que su Ivy salga si os llevo a través de una línea luminosa. Pero será mejor que te des prisa. Rachel Mariana Morgan parece debilitarse rápidamente.
¿A través de siempre jamás?, pensé presa del pánico. ¡No! Eso es lo que mató a mi padre.
Nick tragó saliva y su nuez subió arriba y abajo.
—¡No! —Intenté gritar retorciéndome para librarme de sus brazos. El aletargamiento producido por la saliva de la cosa casi había desaparecido y con el regreso del movimiento llegó también el dolor. Di la bienvenida al sufrimiento pues sabía que el placer había sido un engaño. Nick estaba pálido e intentaba mantenerme quieta y apretar la tela del forro contra mi cuello.
—Rachel —susurró—, has perdido mucha sangre. ¡No sé qué hacer!
Tenía la garganta demasiado reseca como para tragar.
—No… no lo dejes salir —insistí—. Por favor —le supliqué, apartando sus manos de mí—, estoy bien. He dejado de sangrar. Me pondré bien. Déjame aquí. Ve a buscar a Ivy. Ella nos recogerá. No quiero atravesar siempre jamás.
El demonio frunció el ceño como si estuviese preocupado.
—Mmm —musitó suavemente, tocándose el lazo que llevaba al cuello—. No suena coherente, eso no es bueno. Tictac, Nick, Nicky, será mejor que te decidas pronto.
Nick hizo un ruido silbante al respirar y se puso tenso. Sus ojos recorrieron el charco de sangre en el suelo y luego a mí.
—Tengo que hacer algo —susurró—, estás muy fría, Rachel.
—¡Nick, no! —grité cuando me dejó en el suelo y se puso en pie tambaleante. Con un pie emborronó la línea de sangre.
Oí un aullido de horror. Me tapé la boca al darme cuenta de que provenía de mí. El terror me palpitaba por todo el cuerpo al ver al demonio estremecerse. Lentamente cruzó la línea. Pasó la mano por la pared manchada de sangre y se lamió un dedo, sin quitarme los ojos de encima ni un instante.
—¡No dejes que me toque! —dije con una voz aguda en la que se podía apreciar mi histeria.
—¡Rachel! —dijo Nick intentando tranquilizarme, arrodillado junto a mí—. Ha dicho que no te haría daño. Los demonios no mienten. Lo decían todos los textos que copié.
—¡Tampoco dicen la verdad! —exclamé.
La cólera apareció en los ojos del demonio, disimulada tras una cortina de falsa preocupación por mí antes de que Nick pudiese verla. El demonio avanzó unos pasos y me debatí por arrastrarme hacia atrás.
—¡No dejes que me toque! —grité—. ¡No me obligues a pasar por esto!
El miedo en los ojos de Nick era por mi forma de actuar y no por el demonio. No lo entendía. Creía que sabía lo que hacía. Creía que sus libros tenían todas las respuestas. No sabía lo que hacía. Yo sí.
Nick me agarró por el hombro y se dirigió al demonio.
—¿Puedes ayudarla? —le preguntó—. Se va a matar ella misma.
—¡Nick, no! —chillé cuando el demonio se arrodilló para poner su sonriente cara junto a la mía.
—Duérmete, Rachel Mariana Morgan —me susurró y ya no recuerdo nada más.