CAPÍTULO III
Como ni Quirísofo venía ni se contaba con naves suficientes y no había manera de conseguir más víveres, pareció que lo más conveniente sería partir. Se embarcó en las naves a los enfermos, los mayores de cuarenta años, los niños y toda la impedimenta que no era necesario conservar, y se dispuso que Filesio y Soféneto, los de más edad entre los generales, embarcasen también y cuidasen de la expedición. Los demás se pusieron en marcha por tierra: el camino estaba arreglado. A los tres días de marcha llegaron a Cerasunte, ciudad junto al mar, colonia de los sinopenses, en el territorio de la Cólquide. Permanecieron en ella diez días y se hizo una revista en armas y un recuento, resultando ocho mil seiscientos hombres. Estos eran los salvados entre los diez mil aproximadamente del principio. Los demás habían perecido, unos en lucha con el enemigo, otros a causa de la nieve y alguno por enfermedad.
Entonces repartieron también el dinero que se había obtenido de la venta de los prisioneros, separando el diezmo para Apolo y para la Ártemis de Éfeso. De este diezmo recibió cada general una parte para emplearla en honor de los dioses. La correspondiente a Quirísofo fue entregada a Neón, de Asina. Jenofonte con la parte de Apolo consagró a este dios una ofrenda en el tesoro de los atenienses en Delfos, poniendo en ella su nombre y el de Próxeno, el que había muerto con Clearco; Próxeno era huésped suyo. La parte de Ártemis, cuando regresó de Asia con Agesilao en la expedición contra los beocios, se la dejó a Megabizo, intendente de Ártemis, pues pensaba que su vida podría correr peligro. Y convino con Megabizo que si él volvía salvo de la empresa le devolvería la suma, y si le ocurría algo le haría con ella a Ártemis la ofrenda que creyese más grata a la diosa.
Más tarde, desterrado Jenofonte de su patria, y cuando vivía en Escilunte merced a la hospitalidad de los lacedemonios, llegó Megabizo a Olimpia para presenciar los juegos y le devolvió el depósito. Y Jenofonte compró un terreno que consagró a Ártemis en el sitio designado por el oráculo de Apolo. Daba la casualidad que por este terreno corría un río llamado Selinunte, como el que bordea el templo de Ártemis en Éfeso. En uno y otro hay peces y conchas. En el terreno de Escilunte se encuentra toda clase de caza que pueda desearse. Con el dinero sagrado construyó, además, un altar y un templo, y en lo sucesivo con el diezmo de los frutos de este campo hacían sacrificios a la diosa, fiesta en la cual participaban todos los ciudadanos de Escilunte y los hombres y mujeres de las cercanías. La diosa proporcionaba a los concurrentes (que estaban en tiendas) harina de cebada, panes, vinos, golosinas y una parte de las víctimas cebadas en los pastos sagrados. Pues los hijos de Jenofonte y los de otros ciudadanos hacían para esta fiesta una caza en la cual tomaba también parte todo el que quería. Y cogían, ya del terreno sagrado, ya de la Foloa, jabalíes, corzos y ciervos.
Está situado este terreno en el punto por donde se va de Lacedemonia a Olimpia, y dista como unos veinte estadios del templo de Zeus en esta ciudad. Hay en el recinto sagrado una pradera y montañas llenas de árboles donde se pueden criar puercos, cabras y vacas, de suerte que también las caballerías de los que van a la fiesta encuentran pasto en abundancia. Alrededor del templo mismo ha sido plantado un vergel de árboles frutales que dan toda clase de frutas excelentes. El templo se parece en pequeño al de Éfeso y la estatua de la diosa es semejante a la de Éfeso, salvo que ésta es de oro y la de Escilunte está hecha de madera de ciprés. Junto al templo hay una columna con la siguiente inscripción: «Este lugar está consagrado a Ártemis. El que lo posea y recoja sus frutos debe ofrecerle el diezmo todos los años y con el resto sostener el templo. Si alguien no lo hace así; la diosa se lo tendrá en cuenta».