CAPÍTULO I

Después de esto se reunieron a deliberar sobre el camino que les quedaba. León, de Turio, se levantó el primero y habló en estos términos: «Yo, compañeros, estoy ya cansado de plegar los bagajes, de marchar, de correr, de llevar las armas, de ir formado, de hacer centinela y de combatir. Sólo deseo, libre de todos estos trabajos, puesto que hemos llegado al mar, hacer el resto del camino embarcado y llegar a Grecia tendido y durmiendo como Odiseo». Al oír esto, los soldados gritaron que estaba muy bien dicho, y se levantó otro que dijo lo mismo, así como todos los que les sucedieron. Entonces se levantó Quirísofo y dijo: «Anxibio, que manda una flota, es amigo mío, camaradas. Si me enviáis a él creo que podré volver con trirremes y barcos suficientes para transportarnos. Puesto que vosotros queréis ir por mar, esperad a que yo venga; volveré en seguida». Al oír, esto se alegraron mucho los soldados y decidieron que Quirísofo partiera en un barco cuanto antes.

Entonces se levantó Jenofonte y dijo así: «Quirísofo, marcha, pues, en busca de barcos; mientras tanto, nosotros permaneceremos aquí. Voy, por consiguiente, a deciros todo lo que a mi parecer conviene que hagamos en este tiempo. Ante todo, debemos procurarnos los víveres tomándolos de tierra enemiga, pues los que nos venden no son suficientes y sólo unos pocos tienen recursos bastantes para comprarlos. Y como la tierra es enemiga, corremos el peligro de perder mucha gente si vais sin cuidado ni precaución a buscar los víveres. Me parece, pues, que debemos organizar expediciones a distancia para buscar los víveres, pero sin ir a la ventura, a fin de que no sufráis ningún percance. Y nosotros tendremos cuidado de esto». Se acordó así.

«Escuchad, además, esto: algunos de vosotros saldrán en busca de botín. Me parece, pues, mejor que el que piense salir nos lo diga de antemano para que sepamos el número de los que salen y de los que se quedan y estemos preparados para lo que pueda ocurrir. Si hubiese que marchar en auxilio de alguno, sabremos dónde es preciso acudir, y si alguno emprende sin experiencia alguna empresa, le ayudaremos con nuestro consejo, procurando saber las fuerzas con que tendrá que hacerse». Acordóse asimismo esto.

«Considerad también lo siguiente —continuó Jenofonte—: los enemigos, por su parte, tienen las manos libres para entregarse al pillaje y con razón nos tienen emboscados, puesto que nosotros nos hemos apoderado de lo suyo, y ellos ocupan posiciones que nos dominan. Me parece, pues, conveniente que establezcamos centinelas todo alrededor del ejército. Y si formando turnos vigilamos atentos, los enemigos tendrán menos probabilidades de sorprendernos. Ved, además, esto: si estuviésemos seguros de que Quirísofo volverá con suficientes embarcaciones, holgaría lo que voy a deciros. Ahora bien; puesto que esto es dudoso, me parece que debemos aquí mismo aprovisionarnos de navíos. Si vuelve trayéndolos él también, dispondremos de mayor número para nuestra marcha, y si no los trae, utilizaremos los que reunamos. Veo que con frecuencia pasan naves por delante de esta costa. Podemos, pues, pedir a los trapezuntios navíos largos,[28] y trayendo con ellos a la costa las embarcaciones que pasen, guardarlas después de quitarles los timones hasta que tengamos un número suficiente. De este modo no nos faltarán seguramente los medios que necesitamos para embarcar. Considerad si no es de justicia que alimentemos de un fondo común a los que traigamos en las naves todo el tiempo que permaneciesen aquí a causa de nosotros, y que convengamos con ellos una suma como precio del pasaje, de suerte que al hacernos ellos tal beneficio no dejen también de beneficiarse». Acordóse también esto.

«Me parece, por último —dijo—, que si esto no se realiza y no conseguimos naves suficientes debemos ordenar a las ciudades de la costa que arreglen los caminos que, según se dice, se hallan en mal estado. Y de seguro obedecerán, tanto por miedo como por querer desembarazarse de nosotros».

Entonces se pusieron todos a gritar que no había que ir por tierra. Y él, viendo tal locura, sin poner a votación este punto, persuadió a las ciudades que reparasen voluntariamente los caminos, diciéndoles que si éstos estaban bien se verían libres más pronto de los soldados. Los trapezuntios les dieron un pentécoro,[29] de cuyo mando encargóse el laconio Dexipo, perieco. Pero éste, sin preocuparse de reunir embarcaciones, se escapó huyendo con su navío fuera del Ponto Euxino. Más tarde recibió su merecido, pues cuando intrigaba en Tracia cerca de Seutes murió a manos del lacedemonio Nicandro. Por su parte, los griegos tomaron un triacóntero[30] y pusieron en él como jefe al ateniense Polícrates, el cual condujo al campamento todas las embarcaciones que pudo coger. La carga que iba en ellas fue sacada fuera y puesta bajo la vigilancia de guardia para que estuviera segura, y los barcos los utilizaron para el transporte. Mientras tanto, salían los griegos en busca de botín, y unos lo conseguían y otros no. Cleéneto, que partió con su propia compañía y con la de otro contra un lugar difícil, pereció él mismo y otros muchos que le acompañaban.