23
Incluso el fantasma de Menzere se había despojado hasta de su faja de cintura azul.
—Me alegra que haya podido conseguirlo, Phillip. —Agitó una mano—. Suba.
Mientras la seguía, Wing no pudo evitar el observar las pequeñas almohadillas de piel color ciruela en sus posaderas. Pero era el Día de Kautama, que marcaba no sólo el solsticio sino también la primera aparición de Hanu a Kautama el Justo. Wing no había perdido su ironía..., ni su nueva interface. Todo el mundo había prescindido de llevar ropa para celebrar este día de renovación orgiástica. Por todas partes la gente iba de un lado para otro en estado de incontenible excitación.
Los propios excesos de Wing lo habían dejado agotado. Prácticamente había tenido que sacarse a Harumen de encima antes de poder salir de su habitación. Otro malentendido: estos días parecía como si no pudiera respirar sin preocuparla.
Había acudido a Menzere en parte para escapar de la inagotable pasión de Harumen y sus propios apetitos desbocados, en parte porque sentía curiosidad. De todos los alienígenas que había conocido, Menzere era la única que nunca le había pedido nada.
Su observatorio estaba atestado y en penumbra; olía como una piscina cubierta. Wing tanteó su camino hasta un banco apoyado contra la pared más cercana. A su lado había una mesita baja con un pote humeante y una jarra.
—¿Le apetece un embriagante? —preguntó ella.
—¿Por qué no? —El aroma del caliente vino especiado se mezclaba con el olor a cloro. Menzere cerró la ventana.
Al mismo tiempo, una pared se hizo transparente. Tras ella flotaban luminosas nubes verde amarillentas; debajo había como un glóbulo de pulsante jalea color cerveza con pequeñas cosas verdes suspendidas en su interior. Se compuso y se deslizó hacia delante, dejando un rastro brillante en su estela. Arrastrándose por ella había un dispositivo que parecía una pala para recoger la basura con barba. Raspaba todo lo que dejaba tras de sí el glóbulo.
Wing se dio cuenta de que el glóbulo era Menzere. Hanu le informó de que los miembros de su especie se comunicaban ingiriendo y analizando las exudaciones de los demás. Los pelos de La pala para la basura estaban llenos de receptores que podían reconocer los mensajes químicos que Menzere dejaba detrás; luego la pala los traducía. Wing vació su jarra, tosió y se sirvió rápidamente otra.
—Usted lo pidió. —La voz de Menzere llegó desde debajo de él—. ¿Prefiere que reactive el fantasma?
—No, no hay ningún problema. —El glóbulo rezumó hada un círculo de protuberancias cristalinas—. Sin embargo, dígame, ¿pesqué un fantasma femenino?
—La femineidad es el análogo de mi función reproductora. Después de la conjugación, recojo los zigotos y me enquisto durante...
—No importa. —Las protuberancias destellaron cuando la mensajera pasó sobre ellas. El glóbulo se estremeció; agujas de gelatina brotaron de sus superficies superiores—. ¿Qué está haciendo?
—Me estoy emborrachando. ¿Cómo va su trabajo?
Cuanto más describía Wing sus planes para la torre, menos inspirados le parecían.
—Será recia, esto es incuestionable. El emplazamiento es un resalte rocoso, demasiado frío, y a muchos kilómetros de ninguna parte— Probablemente tendremos que usar explosivos antes de poder plantar los cimientos. Pero su situación es central, y la vista es incomparable.
—Puede ser central hoy. Pero, ¿y mañana?
—¿Qué pasa con ello?
—Los glaciares se están retirando. El planeta ha entrado en un ciclo cálido. La superpoblación se está convirtiendo en un problema importante.
—Por supuesto. —Wing se reclinó contra la pared—. Si usted lo dice.
—Lo hago. Desde que empezamos a embarcar cereales hacia aquí, cada generación de chani ha vivido más años y ha sido más fértil. Gracias a sus sistemas inmunológicos, no hay enfermedades. Como tampoco hay ninguna perspectiva de guerra. ¿Entiende? No pueden comer nieve.
—La mancomunidad les alimenta.
—Eso debe terminar. La reclamación de tierras es el único camino..., pero quizá no debería hablar.
—Tal vez tenga razón.
Hubo una pausa mientras Menzere pasaba de nuevo por encima de las protuberancias.
—¿Puedo confiar en usted? No debe decirle nada de esto a Harumen ni a Ndavu.
—Prometido. —Se sirvió un poco más de vino para ser sociable.
—Soy una científica, ¿sabe?, no una diplomática. Puedo meterme en problemas..., pero lo que hace Teaqua es criminalmente miope. Los chani se amontonan en una tierra marginal aquí. Mientras tanto, hay otros dos continentes: millones de hectáreas a lo largo de las costas, libres de hielo, fértiles, hormigueando de vida. Las zonas interiores se están calentando también. En mi opinión, los chani sólo tienen dos opciones: colonización o desastre..., pero Teaqua desea mantener un control estricto. Todo el mundo sabe por qué.
—¿Lo saben realmente?
—Por supuesto, la teocracia se tambaleará en cuanto los chani se dispersen. Es una sociedad quebradiza..., no puede tensarse. El cambio la destruirá, y el cambio es inevitable.
Wing bostezó. El vino era un peso agradable en su barriga.
—¿Ha tomado usted en consideración el edificar en otro continente? Si realmente quiere ayudar a esa gente, convierta a Teaqua en un dios pionero. La seguirán a las nuevas tierras. Nada será lo mismo después de eso.
—Aún seguirán teniendo la acción de gracias y las gestas. Aún seguirán oyendo los susurros.
—¿Lo harán? Bueno, quizás esto no sea asunto nuestro, Phillip. Yo soy una científica, usted un arquitecto. Simplemente estaba pensando en voz alta. —El glóbulo empezó a rezumar hacia arriba por la pared que les separaba. Wing halló a Menzere a la vez grotesca y maravillosa..., ciertamente un bienvenido alivio a las tentaciones sexuales.
—Además —dijo Wing—, es problema de Ammagon.
—No confíe en Ammagon.
—¿Por qué no?
—Él cree, Phillip. El cambio le asusta.
—Usted no le conoce —dijo Wing—. Él comprende más de lo que usted piensa. Al principio a mí tampoco me caía bien. Pero al menos es sincero. Además, él me habló de Daisy. —Adelantó la mano hacia su jarra—. Antes de que lo hiciera ningún mensajero.
—¿Usted confía en ella?
Wing se encogió de hombros; no estaba seguro de confiar en nadie. Pudo ver la parte inferior de Menzere cuando ella alcanzó el nivel de sus ojos. Centenares de nódulos amarillo pálidos se aplastaban contra la superficie transparente; cada pocos segundos uno de ellos se hinchaba, estallaba y esparcía el final de su conversación sobre la pared. Menzere se hundió bruscamente y cayó de la pared. Hubo una momentánea pausa mientras la pala para la basura se apresuraba tras ella. El vino de Wing ya estaba tibio y consideró la posibilidad de marcharse, aunque tenía que admitir que Menzere era una ebria entretenida. Mientras tanto, ella flotó una vez más sobre las protuberancias embriagadoras.
—Quizás he estado aquí demasiado tiempo —dijo al fin—. Este lugar está empezando a vencerme.
Wing podía comprender aquello.
—Transfiérase a otro sitio.
—Mi trabajo ya casi está terminado. Iba a ir tiempoarriba y permanecer allí hasta que fuera el momento de elegir a la próxima Menzere. Ahora tiempoarriba y tiempoabajo son irrelevantes. He estado pensando en la posibilidad de volver a casa.
—¿La próxima Menzere?
—Ndavu nunca se lo dijo, ¿eh? Muy típico: dejamos a esas nuevas especies entrar en la mancomunidad, e inmediatamente se volvieron amantes del secreto y tan serias... Quiero decir, es algo serio, lo más serio que pueda imaginarse, pero el que estemos ligados por el mensaje no quiere decir que debamos obsesionarnos con él. Supongo que el celo de los recién llegados nos empuja, pero a la esencia no le importa un poco de diversión de tanto en tanto, un poco de estimulación neural, si entiende lo que quiero decir.
—Correcto. —Deseaba que ella siguiera hablando.
—Por supuesto, a Ndavu no le importa doblar un poco las reglas cuando se trata de los suyos. Todos ayudamos a nuestro mundo natal siempre que podemos. Es una regla no escrita. Usted les pide que ayuden a un enlodado, sin embargo, y hallarán catorce razones para no hacerlo.
—Un enlodado. Ése soy yo, ¿verdad?
—¿Qué es lo que desea usted saber, Phillip?
De pronto se volvió cauteloso.
—No quiero convertirme en un mensajero.
No hubo respuesta.
—Pensé que eran ustedes inmortales —dijo—. ¿Cómo puede haber una próxima Menzere?
—Lleva usted un implante; ¿no lo ha adivinado?
—He estado ocupado.
La inmortalidad era en realidad algo muy simple, explicó Menzere. La esencia consistía en punto de vista y memoria estructural. El punto de vista era el estilo único de cada individuo de procesar la experiencia; las memorias estructurales eran aquellas que componían el punto de vista. Todas las demás memorias eran triviales, extrañas a la esencia. Así que, aunque llegara a olvidar su nombre, por ejemplo, Wing no dejaría de ser él mismo. Seguiría procesando la experiencia de la forma característica de Phillip Wing. Los mensajeros afirmaban que la mayor parte de la memoria era trivial, puesto que no afectaba el punto de vista. Sólo la memoria estructural, que abrumaba el resultado de la genética y el entorno primario, era esencial. Para Wing, los esquemas de pensamiento implícitos en inglés eran estructurales, grabados indeleblemente en su punto de vista; la fluencia en otros idiomas era trivial.
El problema era que la esencia podía ser capturada con medios artificiales pero no medraba allí. La esencia de todas las formas de vida, incluido Phillip Wing, era tener un cuerpo; la propiocepción estaba incluida en la memoria estructural. Una existencia puramente cibernética minaría su identidad psicológica. Más aún, su punto de vista necesitaba procesar la experiencia para mantener su esencia; en una situación estática, se atrofiaría. La única forma en que la esencia podía continuar existiendo después de la muerte de su organismo original era en un implante en otro organismo. Dependía totalmente de su anfitrión.
Wing se sintió horrorizado.
—Mi implante no es...
—Si lo fuera, usted sería un mensajero. La interface que experimenta usted es mucho menos compleja que una auténtica esencia. Es artificial, un producto de sus necesidades. Sin embargo, su implante puede albergar fácilmente otra esencia. Mañana podría convertirse usted en un anfitrión, si lo deseara. Probablemente no de mis esencias, son demasiado distintas. Sin embargo, podría ser muy fácilmente el próximo Ndavu.
—Olvídelo.
—Dudo que él le eligiera. Sin embargo, debería comprender usted que no todo el mundo es capaz de convertirse en un mensajero. La mayoría de aquellos que finalmente lo hacen...
—¡He dicho que lo olvide!
—No le estoy reclutando, Phillip. Le estoy explicando los hechos.
—Entonces, ¿quién es Ndavu?
—De la misma forma que la mancomunidad es un colectivo de especies que cooperan entre sí, Ndavu es un colectivo de esencias simbióticas. Es a la vez el anfitrión y un miembro más de la mancomunidad de Ndavu, podríamos decir. Cuando sienta que la muerte de su cuerpo se acerca, irá tiempoabajo y reclutará un reemplazo. O al menos eso es lo que hubiera hecho antes del transmisor.
—¿Simbiótico o parasitario? —Wing inspiró profundamente—. ¿Así que ése es el mensaje?
—Oh, no, el mensaje es algo completamente distinto. Es la razón por la que los enlodados como usted, que ven este arreglo con comprensible suspicacia, aceptan convertirse en mensajeros. Sin embargo, usted me pidió que no se lo dijera.
Wing alzó ambas manos en gesto de rendición.
—Correcto. —La conversación lo había serenado. Inclinó el pote de vino. Vacío. Ya era hora de irse. Se puso en pie y se dirigió hacia la puerta—. Gracias por el vino.
—¿Pensará usted en ello? Puedo mostrarle algunos lugares maravillosos.
—¿Pensar en qué?
—Iba usted a construir el sepulcro en otro continente.
—No iba a hacer nada de eso. ¿Qué hay de la mano de obra?
—Podrían fundar colonias.
—No hay tiempo. —Trasteó con la puerta en la semioscuridad—. Además, pensé que no iba a pedirme usted nunca nada.
Menzere se volvió del color de la arena.
—¿Dije yo eso?
—Me marcho.
—Está bien, váyase. Es usted demasiado rígido para su propio bien.
Wing garabateaba balcones rococó en la Johnson's Wax Tower de Frank Lloyd Wright. Daisy se retrasaba para su visita. Ordenó a Hanu que dijera a los mensajeros que se estaba impacientando. Deseaba ver a Daisy; era importante. Hanu no prestó atención.
—Ya oíste a Menzere. No eres más que engranajes de aprendizaje —dijo Wing—. Estás aquí para ayudarme a mantener mi equilibrio.
(Soy la hija de Chan.)
Wing no estaba seguro de lo que decía acerca de su cordura el que su interface tuviera ilusiones de grandeza.
—Eres fantasía, una criatura de mi imaginación.
—¿Con quién estás hablando? —Harumen se despertó.
El se apartó de la unidad de trabajo.
—Con Hanu —dijo—. La hija de Chan.
—No hagas bromas. —Vio la monstruosidad en la pantalla—. ¿No estás trabajando?
—Estoy pensando. —Se palmeó la frente.
Ella se situó detrás de él y pasó los dedos por su melena
—Daisy se está retrasando —dijo Wing.
Harumen agarró un mechón de pelo y tiró de él, no lo bastante fuerte como para hacer daño.
—¿Y?
Hubo una llamada en la puerta.
—¿Phillip? —Ndavu asomó vacilante la cabeza en la habitación como si esperara hallarlos en la cama—. ¿Está esperando a Daisy? —Cuando vio que estaban levantados, cerró la puerta tras él—. Hemos tenido un problema en captar su señal.
—¿De nuevo? Algo va mal.
—Sólo un transmisor no es suficiente para manejar todo el tráfico. Se halla casi constantemente sobrecargado.
—¿Pero ella está bien?
Ndavu se encogió de hombros.
—Reprogramaremos tan pronto como podamos. —Se dirigió a la unidad de trabajo y vio los garabatos de Wing; el mensajero dejó que la decepción se reflejara en su rostro—. Pensé que estaba trabajando.
—Está pensando. —Harumen se palmeó la cabeza.
—Váyase y quizá pueda —dijo Wing.
Harumen cogió a Ndavu del brazo y lo arrastró hacia la puerta.
—Le mantendré ocupado por ti —dijo por encima del hombro. Wing se quedó contemplando la puerta hasta mucho rato después de que se hubieran ido. La pantalla de la unidad de trabajo se volvió oscura. Había deseado que se fuera Ndavu, no Harumen. Ahora deseó saber qué estarían haciendo juntos. No, no estaba simplemente interesado; había algo en su curiosidad. Estaba celoso. La palabra le tomó por sorpresa porque encajaba tan exactamente. Celoso. Había estado tan preocupado acostumbrándose a Hanu y rebuscando entre sus sentimientos hacia Daisy que ni siquiera se había dado cuenta de que algo nuevo estaba ocurriendo entre Harumen y él. De pronto le importó mucho que Harumen y Ndavu hubieran sido hacía tiempo amantes. Se preguntó por qué. (Quizá la ames.)
Los mensajeros examinaron el lugar elegido por Wing y efectuaron las pruebas que éste les había pedido. Los perfiles del suelo mostraron que la cimentación podía ser engañosa, pero al menos la zona era sísmicamente estable. Descubrieron un manantial enterrado bajo las ruinas del fuerte, así que el agua no sería un problema. El camino de acceso podía ser reparado, aunque algunas secciones necesitarían un firme nuevo. En su mayor parte los informes confirmaron su intuición: el lugar era difícil pero prometedor.
Con esta información en la mano, Wing esbozó algunos de sus conceptos primarios..., y los borró tan pronto como los hubo terminado. Resultaba difícil concentrarse. Estaba preocupado por Daisy. Descubrió que no podía trabajar cuando Harumen estaba por los alrededores, y no le gustaba trabajar cuando ella no estaba. Transcurrieron unos cuantos días antes de que lo intentara de nuevo. Un callejón sin salida. No podía ver la torre en su imaginación. Los de las tierras altas le enviaron muestras de las canteras locales; de alguna forma, incluso las piedras parecían equivocadas. Pasó todo un día reordenando su habitación, colocando obsesivamente los muebles en toda configuración posible. Wing estaba acostumbrado al plastiacero y al permaglás; siempre había pensado en la piedra como un remate, nunca como un elemento estructural. ¿Cómo funcionarían sus instintos de diseño en una gravedad de sólo siete décimas partes de la terrestre? Pero eso sólo eran problemas técnicos, se dijo a sí mismo mientras empezaba de nuevo. Hormigón armado: los chani tenían hierro. Trazó algunos bocetos preliminares, los borró y luego se retiró al balcón para contemplar las estrellas. No pudo hallar su constelación.
La idea de la torre era una caricatura porque nunca había analizado los principios. ¿Debía imitar la arquitectura local, reinterpretarla desde su propia perspectiva, o ignorarla y utilizar las convenciones humanas? Mientras meditaba sus opciones, los días se fueron prolongando en semanas.
En un cierto sentido, sabía lo que le estaba ocurriendo. Estaba echando por la borda su oportunidad. Todo lo que tenía que hacer era sentarse y trabajar. Allá en casa había sido un trabajador prodigioso. Había producido una profusión de baterías de habitubos y chalés celestes y edificios de oficinas con mayor rapidez que cualquier otro en Nueva Inglaterra. Pero lo que había hecho antes no importaba ahora. Ahora se suponía que tenía que diseñar una obra maestra, pero no sabía cómo. O bien se había vuelto perezoso o le fallaba la inspiración. Fuera lo que fuese, estaba demasiado sumido en su propia debilidad como para hacer el trabajo.
Harumen nunca llegó a captar por completo por lo que estaba pasando. Le preguntaba constantemente acerca de sus progresos, y consideraba que su bloqueo era culpa de ella. La cosa llegó al punto de que él temía verla, sabiendo que iba a decepcionarla de nuevo. Cuando el temor se convirtió en resentimiento, se pelearon. Él no comprendía lo que estaba ocurriendo; simplemente, cuando creía que estaba preparado para acercarse a ella, un abismo se abría de nuevo entre los dos. Ella dijo que quizá debiera trasladarse de vuelta a su habitación para que él pudiera trabajar, y él se oyó a sí mismo decir adelante. Después lo lamentó. Fue a ella y se disculpó. Siempre estaba irritable al principio de un proyecto, dijo, siempre temía fracasar. Una vez empezara, sería él mismo de nuevo. Ella aceptó fríamente sus disculpas. No ofreció volver; él no se lo pidió.
Ahora estaba solo a menudo. Los eruditos tenían órdenes de no molestarle. Ndavu intentaba no molestarle tampoco, aunque evidentemente estaba preocupado por el bloqueo de Wing. Wing se alegró de que el mensajero hubiera tenido el buen sentido de permanecer alejado. Se sentía menos feliz con las ausencias de Daisy. Sospechaba que estaba enferma: demasiadas visitas canceladas en el último momento. Nunca sabía cuándo iba a verla; a veces pasaban semanas. Incluso cuando ella conseguía ir, hacía la visita corta. Hablar demasiado la agotaba. Una vez él le preguntó si algo iba mal. Ella eludió la pregunta.
Era última hora de la noche. Wing estaba sentado en la cama con la tablilla de trabajo en su regazo cuando se abrió una ventana y Daisy apareció por primera vez en una semana. Vio la pantalla de la tablilla antes de que él pudiera cubrirla con el brazo. Había un diseño de un retrete independiente de la casa; debajo, Wing había practicado su firma. Con trazos gruesos y crispados, una y otra vez: Phillip Wing, I.N.A.
—¿Qué ocurre, Phil?
—Nada. —Cerró la tablilla—. No lo sé.
—Todo el mundo te espera.
—Quizá sea eso. Este monumento funerario tiene que serlo todo para todo el mundo. —Contempló a un ciempiés del tamaño de una vaina de guisantes escurrirse por el suelo de su habitación—. Soy un arquitecto, no un realizador de milagros.
—Simplemente hazlo grande. Aceptarán cualquier cosa que les des... Así que hazlo de una vez.
Él se envaró.
—Mira, esto no es como un almacén en Manchester. Es mi única posibilidad de descubrir si existe un gran talento en mí.
—Tienes la Nube.
—No. La Nube fue suerte, un accidente con el que tropecé en mi camino. No tenía intención de hacer una obra maestra; sólo estaba garabateando. Un tiro de suerte..., mira todo lo demás que he hecho. Completamente vulgar. —Sacó las piernas de la cama—. Quizá sea por eso por lo que vine aquí. Para ponerme en esta situación a fin de tener que crear un gran edificio. Sin que la suerte interviniera para nada. Hacerlo, o morir. —Por un momento el planeta pareció soltar su presa sobre él—. Así que, ¿por qué estoy encallado? —Se sintió casi ingrávido, como si pudiera alejarse flotando—. Quizá no sea lo suficientemente bueno. Quizá Ndavu cometió un error.
—Pero ya has tenido éxito, Phil. No importa lo que hagas ahí: aquí en la Tierra ya eres un héroe. De alguna forma has conseguido dar una idea desmesurada a ese proyecto. Escúchame: si los del lugar están felices, los mensajeros estarán felices, y tú deberías estar feliz también. —Su furia era afilada. Le proporcionaba una solidez de la que los fantasmas normalmente carecían—, ¡Deja de sentir lástima hacia ti mismo y construye esa cosa!
—Quizá tengas razón. —Se levantó de la cama—. Quizá sólo sea autocompasión. Pero he estado preocupado acerca de mí mismo durante tanto tiempo... Hubo ocasiones, Daisy, en las que estuve cerca de perderme. —Metió la tablilla en su puerta en la unidad de trabajo y se sentó—. Sé que es egoísta. Pero no deseo ser simplemente otro técnico hábil. Quiero algo más. —Tecleó ociosamente unas cuantas teclas con su índice. Phillip Wing, I.N.A. Especificó: Instituto Nacional de Arquitectos. Subrayó Arquitectos.
—Phil, no puedo aguardar a que tú decidas si eres o no un artista. No tengo tiempo. —Dudó, como si decidiera si compartir o no un secreto—. Me estoy muriendo. Hay una nueva enfermedad que parece acelerar el envejecimiento. Todavía no la comprendemos. Algunos dicen que la trajeron los mensajeros. Es la que mató a Jim McCauley.
Él miró al suelo, no seguro de por qué no sentía nada.
—¿Es eso lo que has venido a decirme? —Lo había sabido todo el tiempo, y sin embargo, de alguna forma, había conseguido no reconocérselo a sí mismo.
—Te diré exactamente por qué he venido..., mírame, ¿quieres? Por qué he venido y lo que deseo de ti. —Wing no establecería contacto visual con un fantasma, pero dejó que Daisy viera su rostro—. Te dije que no era un mensajero. Eso era cierto. Pero quiero ser uno, el primero de la Tierra. Lo quiero mucho. Si tú renuncias ahora, lo arruinarás todo. Tú eres la clave, Phil. Necesitamos tu éxito. Si puedo llevar la Tierra a la mancomunidad...
—¿Necesitas? —Era exactamente lo que Wing había temido todo el tiempo. La soledad le había impedido aceptar sus amargas sospechas—. Suenas como Teaqua. —Ella sólo deseaba utilizarle.
—Nosotros, la raza humana —dijo Daisy—. La Tierra necesita ser representada en la mancomunidad. Éstos son tiempos excitantes; no podemos aguardar a que algún mensajero existente decida reclutar a un anfitrión humano. Puede que eso no llegue a ocurrir nunca; es una elección personal. Así que la única forma de estar seguros es para nosotros crear un nuevo mensajero. Un mensajero humano, nuestro. Forzar nuestra entrada.
—¿Y tú me llamas egoísta?
—Quiero ser una mensajera a fin de poder ayudar a nuestro mundo, cinco mil millones de personas. Exactamente igual que Ndavu y Menzere y todos los demás ayudan a sus mundos natales.
—Me alegro de que me hayas explicado la diferencia.
—Está bien, lo admitiré. No quiero morir. Sólo tengo sesenta y tres años. Si no puedo ayudarte, entonces un mensajero, Daisy Goodwin, vivirá. Pero no seré yo, no como soy ahora. Será información... pero tú ya sabes eso. Llevas un implante.
—Seguro.
—Mírame, Phil. Mira. —Su fantasma se transformó de pronto, y Wing vio a Daisy tal como era realmente. Se encogió hasta quedar reducida a una gris momia sin pelo—. Me estoy pudriendo. —Su piel parecía cuero barato; de un lado de su cuello brotaban tubos—. Quiero que sientas la presión que siento yo.
—Oh, Daisy. —Intentó enfocarse en los ojos de ella. Si se fijaba en los ojos no tendría que mirar su arruinado cuerpo. La había amado.
—Presión, Phil. ¿Todavía no puedes sentirla? Si voy a convertirme en un mensajero, tiene que ser pronto. Y voy a tener que reclutar tan pronto como lo haga.
El retrocedió de ella.
—Información, Phil. Pueden enviarme a cualquier parte. Esa es la auténtica revolución que ha creado el transmisor. Te quiero a ti. —Como una pesadilla, volvió a cambiar a la Daisy que recordaba—. Si eso es egoísta, de acuerdo. Quiero estar contigo para siempre.
—¡Daisy, no!
—Ndavu me dijo lo que utilizas como interface. Phil, ¡me puedes tener a mí!
Había oído demasiado.
—Tienes un implante, Phil. En estos momentos, eres el único humano al que puedo elegir.
—¡Lárgate! —Agarró una de las muestras de las canteras y se la lanzó al fantasma. Rebotó contra la pared. Ya no podía seguir engañándose a sí mismo respecto a ella. Estaba intentado explotar sus sentimientos; siempre lo había hecho. Y ahora lo hacía de nuevo..., y esta vez para siempre—. Todos deseáis algo. Bien, no puedo ayudarte. ¡Ni siquiera puedo ayudarme a mí mismo! —Saltó de su silla; ésta se volcó y cayó—. ¿Cómo puedo hacerte entender? No puedo enfrentarme a esto, no puedo. ¡Es demasiado! —No sabía lo que le poseía; no hizo ningún intento de analizarlo—. Todos no dejáis de empujar... —Apoyó un hombro contra el escritorio de tapa corredera—. Y yo simplemente deseo parar.
—¡Phil, no lo hagas!
—¿Presión? —La unidad de trabajo dentro del escritorio era tan pesada como un refrigerador, pero gruñó y fue volcando el escritorio lentamente, hasta que se estrelló, de costado, contra el suelo—. Tú no sabes lo que es presión. —La pantalla se había roto. Daisy parecía a punto de echarse a llorar. Le gustó aquello. Dio una patada a la Silla 31, derribó cajas de vitabulk de la pila que había en un rincón y bailó sobre los tubos derramados—. ¿Así que ahora me quieres? —Su propio olor le puso furioso—. ¿Has encontrado otra forma de utilizarme? —Arrancó el cuadro de Juan el Bautista de la pared y se lo arrojó—. Yo te quería, y tú me mentiste.
Harumen estaba golpeando la puerta.
—Phillip, ¿estás bien?
Él abrió la puerta de golpe. Harumen intentó entrar, pero él la agarró por los hombros, le hizo dar la vuelta y la lanzó fuera. Harumen se estrelló violentamente contra la pared.
—Dile a Teaqua que puede cavar un agujero si quiere y arrastrarse dentro de él. —Gorjeó alocadamente, complaciéndose en su furia. Avanzó como ciego por el palacio de los eruditos, corriendo unos cuantos pasos, luego frenando a un inquieto caminar, saltando de dos en dos los escalones. Estaba dispuesto —ansioso— a pelear contra cualquiera que intentara bloquear su escapatoria. Sin embargo, no se le presentó ningún oponente y huyó del edificio.
Wing nunca había estado a sus expensas fuera de Kikineas por la noche. Mantuvo un paso vivo, acelerando cada vez que los recuerdos hacían llamear un rostro ante él. Teaqua, Menzere, Ammagon, Ndavu, Harumen, Daisy. Todo el mundo deseaba un trozo de él. ¿Qué le quedaría?
—¡Apartaos de mí! —gruñó a las sombras. Las oscuras calles estaban vacías; eligió su camino al azar. Deseaba perderse. Perderse definitivamente.
Cuando alcanzó el agua estaba agotado. El viento agitaba su melena y tenía la boca completamente seca. Avanzó hasta el extremo del muelle más cercano y se perchó en el borde. El río lamía los pilotes, y Wing se dio cuenta de que Kikineas olía como Portsmouth. Había dos botes de pesca amarrados, con las proas balanceándose en la corriente. Observó la danza de las estrellas reflejada en la fruncida superficie del río. Imaginó lo fácil que sería deslizarse en el agua. Más fácil que volver a la desgracia, el eterno perdedor de la humanidad. O volverse loco en un mundo extraño. Estaba tan cansado. Wing se tendió en el muelle e intentó reunir el valor necesario para destruirse. Alzó la vista al cielo y vio su constelación. ¿Cómo la llamarían ahora? Wing el Suicida. Gorjeó porque no podía llorar. Todo lo que tenía que hacer era rodar sobre sí mismo y hundirse en las compasivas profundidades.
Pero siguió en el muelle, solo con sus negros pensamientos. A su debido tiempo, se durmió. Y soñó. En su sueño Hanu, la hija de Chan, se le apareció en toda su gloria azul, de modo que no pudo hacer más que creer en ella. Le lamió con su lengua de fuego y mientras compartían placer, ella le susurró. Las estrellas descendieron, se aferraron a su pelaje como copos de nieve y calentaron el frío que se había ido acumulando dentro de él.
Despertó con la luz de Chan en sus ojos. La respuesta era tan simple que tuvo que gorjear. Una pescadora estaba remendando redes en uno de los botes.
—Lo tengo —le dijo Wing—. ¡Sé lo que debo hacer!
Ella le miró, suspicaz.
—Bien.
No era lo que los demás deseaban, sino lo que él, Phillip Wing, había deseado desde un principio por encima de todo. Había mirado directamente a ello, hubiera podido reconocerlo hacía meses. Y, ciertamente, era mucho mejor que ahogarse.
—Mira dentro del sol. —Wing se puso en pie al segundo intento. Estaba tan rígido como un tronco.
—Oye tus susurros —respondió ella.
Él cruzó tambaleante la ciudad, de vuelta al palacio de los eruditos.
—¡Harumen, despierta! —Golpeó la puerta, dio puñetazos, patadas —. Déjame entrar.
Ella abrió hoscamente la hoja.
—Lo tengo. ¡La tumba! —Tomó sus manos y entró en la habitación—. He tenido un sueño, una visión de Chan. Todo lo que necesito es tu ayuda. —La hizo girar en círculo, una danza celebradora de la inspiración—. Perdóname. La otra noche... no comprendía. Es todo.
Ella siguió mirándole como si lo que decía no tuviera sentido.