21

La diosa Teaqua, Bienamada de Chan, Ama de los Doce Templos, Señora de los Eruditos y Protectora de la Teocracia, se había quedado dormida en el sanctasanctórum de Quaquonikeesak. Su cabeza estaba echada hacia atrás sobre el almohadón como si tuviera el cuello roto.

Era imposible ignorarlo.

—¿Debemos despertarla? —Ndavu dejó de hablar y se apoyó sobre sus talones—. Quizá debiéramos esperar hasta que despierte. —Sonreía afectadamente.

—No. —Ammagon se mostró irritable. Le dolían las rodillas de permanecer arrodillado en el suelo de piedra, y ahora Teaqua le estaba colocando en una posición azarada. Se trataba de noticias importantes, y ella simplemente se dormía—. Esto le ocurre muy a menudo últimamente; no dormirá mucho. —El profeta se sentía todavía intranquilo en su tregua con los mensajeros, pero creía que ya era tiempo de que se acostumbrara a enfrentarse a ellos por sí mismo—. Quiero oír lo que tiene usted que decir.

—¿Está seguro? —Ndavu exhibió un esquema conspirador—. Puede que se enoje cuando despierte.

En realidad, Ammagon no estaba en absoluto seguro de lo que estaba haciendo. No había forma de predecir la reacción de Teaqua a nada en aquellos días, y la condescendencia de Ndavu empezaba a supurar en él. El desdén había sido algo muy común en este mensajero. Ammagon intentó mantener la cabeza erguida y guardarse la rabia para sí mismo. Respondió con el silencio.

Ndavu se encogió de hombros.

—Podemos garantizar sus importaciones de cereal durante al menos las dos próximas estaciones. De todos modos, resulta claro que no podemos seguir manteniendo las reservas existentes utilizando el permutador de masas, especialmente si ustedes se niegan a unirse a la mancomunidad. Va a haber recortes; necesitamos desviar recursos a construir la nueva red de taquiones.

—Así que nos moriremos de hambre, ¿es eso?

—Hay alternativas, Ammagon. Siempre las ha habido.

Ammagon sabía lo que estaba ocurriendo. Los mensajeros intentaban exprimir concesiones de él antes de que tomara el control de la teocracia. Se daban cuenta de que no podía permitirse luchar contra una hambruna mientras estaba consolidando su poder.

—¿Me están amenazando? —Su vieja hostilidad hacia los alienígenas resurgió.

—Ammagon, le estoy concediendo el crédito de la inteligencia de aceptar lo que hay que aceptar. El viejo orden está pasando. —Ndavu señaló con un hombro hacia la diosa dormida—. No podemos seguir permitiéndonos vernos tan implicados en mover cosas entre planetas. Los costes son demasiado altos, tanto en energía como en vidas. Los nuevos cargamentos van a ser de información. No estamos interesados en lo que ustedes tienen sino en lo que son, en lo que saben. La comunicación instantánea entre mundos reducirá las distancias dentro de la mancomunidad. Ya es tiempo de que termine su aislamiento, aunque el reinado de Teaqua se esté agotando. Quien sea que dirija a su pueblo a continuación tiene que comprender...

Ammagon interrumpió:

—¿Qué quiere decir, con quien sea? —Liberó su peso de sus doloridas rodillas y desdobló las piernas; si Teaqua podía dormir, entonces él podía sentarse—. ¿Es eso otra amenaza?

—No pretendía ninguna —dijo Ndavu con voz suave—. De todos modos, tiene que comprender que la sucesión aún está por decidir.

—¿Y dónde ha oído usted eso?

—Es lo que no hemos oído, Ammagon, lo que nos preocupa. Teaqua ha permanecido extrañamente silenciosa sobre este asunto, considerando su situación. —Ndavu se inclinó de nuevo ligeramente hacia la diosa; su expresión taimada regresó—. Suponemos que eso significa que todavía no se ha decidido. ¿Quizá tenga usted noticias para nosotros? ¿Podemos esperar pronto un anuncio?

Ammagon agitó una mano abierta como respuesta. Creía que el mensajero le estaba provocando, lanzándole sus peores temores contra su rostro. Era cierto: Teaqua nunca le había dado a su profeta un reconocimiento público. Recientemente había estado apuntando que podía cambiar de opinión acerca de quién la seguiría. Ahora Ammagon estaba no sólo turbado sino también alarmado de lo fácilmente que el alienígena le había puesto a la defensiva. Su instinto fue echar a Ndavu fuera a fin de darse un poco de tiempo para pensar, pero entonces tendría que darle explicaciones a Teaqua. Se preguntó si quizá debiera despertarla. No sabía qué decir..., estaba atrapado. El momento lo abrumó, pero estaba decidido a no dejar que Ndavu viera exactamente lo alterado que estaba. Cerró los ojos y rezó a Chan en petición de ayuda.

Todo lo que oyó fue a Teaqua gruñendo en su sueño.

—¿Ammagon? —dijo Ndavu.

Guíame, oh resplandeciente. Ignoró al mensajero. Dame fuerzas. Sintió una extraña liviandad en los músculos en torno a sus ojos.

—¿Va a dormirse usted también?

Un espectral destello azul parpadeó; era como si alguien estuviera haciendo presión sobre sus párpados cerrados.

—¡Ammagon!

El destello se volvió rojo sangre y empezó a pulsar.

—¿Dormido quién? —Otra voz: imprecisa, cansada. Teaqua—. ¿Qué?

Mientras el destello pulsaba, Ammagon apenas pudo oír el tintinear, como una diminuta campanilla de cristal.

—Es Ammagon, él...

Ammagon ya no tenía que tender el oído para oír el tintineo; lo comprendía perfectamente.

—Phillip Wing —dijo.

—¿Qué? —exclamó Teaqua.

—Phillip Wing no puede trabajar. —Ammagon no sabía lo que iba a decir hasta que las palabras brotaron de su boca—. No puede ver. Usted lo cambió demasiado. —Entonces abrió los ojos y vio la sorprendida expresión del mensajero. Ammagon supo entonces que era cierto, y que Chan le había proporcionado un arma para utilizar contra los mensajeros.

—Eso simplemente no es cierto —dijo Ndavu—. Wing es perfecto.

—Necesita ver la luz de Chan. Usted lo ha cegado.

—¿Ver? ¿Qué es esto, Ammagon? —Teaqua estaba completamente despierta ahora—. ¿Mensajero? ¡Cuéntame! —Sonó alterada.

—Es una tontería —dijo Ndavu—. Vi a Wing hoy. Se está recuperando espléndidamente del accidente. No hay nada de lo que preocuparse. Está trabajando.

—Usted está intentando alejarlo de nosotros. No quiere que vea.

Pudo sentir el calor en la mirada de Teaqua. Ammagon se sentía tan lleno de la divina luz que se atrevió a volverse y a enfrentar su mirada. Era una clara transgresión de las costumbres y de la educación, pero Ammagon supo inmediatamente que tenía derecho a hacerlo. Eran iguales, él y Teaqua; era la voluntad de Chan que ella lo reconociera.

La diosa pareció encogerse sobre sí misma. Apartó rápidamente la vista, como si temiera lo que había visto en los ojos de su profeta.