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Los mensajeros habían hecho un trabajo concienzudo; la cabina de Wing era una copia exacta del interior del habitubo que él y Daisy habían arreglado a su modo durante los fines de semana una vez casados. Tan sólo lo habían usado dos veces: en sus vacaciones en la disneycúpula de Nueva Jersey y en el Gran Cañón. De alguna forma nunca podían hallar el tiempo necesario para una escapada. La cabina en la astronave tenía un convincente escritorio de roble con tapa corredera con un terminal de ordenador incorporado, una cama Murphy tamaño extra grande con un colchón de gel, y una de las extravagancias de Wing: una Silla 31 de Alvar Aalto, una de las obras maestras de madera laminada de Finn. El techo era una sola hoja de espejo plástico como el que Wing casi se había deslomado instalando. Al fondo había un horno microondas, un fregadero, un pequeño baño y un espejo encajado en una pared rodeado por baldosas coreanas que Daisy había tardado dos meses en reunir. Había diferencias, sin embargo. La gravedad era un 0,6 de la normal de la Tierra; Wing tuvo la sensación de que hubiera podido alzar el escritorio por encima de su cabeza si el techo hubiera sido lo bastante alto. El suelo no era de roble de lengüeta y ranura sino de alguna especie de cristal transparente; debajo de él pasaban las montañas Zagros, con su aspecto de arrugada piel de elefante. Y Daisy dormía en la puerta de al lado.
Wing contempló como un hombre ciego los turbulentos bajíos turquesa que bordeaban el golfo Pérsico; la detallada información de Ndavu había convertido su sentido de la maravilla en piedra. Ahora sabía acerca de un planeta llamado Aseneshesh todo lo que un ser humano podía absorber en cuarenta y ocho horas sin volverse loco. Cuando cerró los ojos pudo ver a los alienígenas que Ndavu llamaba los chani. Wing los había descrito a Daisy como contoneantes monos que hubieran sido estirados en el potro y con dientes rosados, enormes rostros y melenas que hacían que sus cabezas parecieran imposiblemente pesadas. En absoluto una visión escapada de una pesadilla, pero sí profundamente inquietantes..., tanto por sus similitudes con el Homo sapiens como por sus diferencias.
Sabía algo de su historia. Cuando los glaciares amenazaron con aplastar su civilización, la mayoría de los chani abandonaron Aseneshesh. Algo les ocurrió a los pocos que quedaron atrás, algo que los mensajeros aún no habían terminado de explicarse. Aunque se sumieron en la barbarie, aquellas criaturas empezaron a evolucionar a un ritmo acelerado. Algo les empujaba hacia una inmortalidad biológica totalmente distinta a la reencarnación de los mensajeros, basada en la mecánica. Con sus ciudades sepultadas y sus máquinas más allá de toda posible reparación, se habían reunido en torno a los humeantes fuegos y habían descubierto dentro de sí mismos los medios de intervenir en el proceso de envejecimiento por la simple fuerza mental, inclinando el delicado equilibrio entre anabolismo y catabolismo. A eso lo llamaban la absolución. Con sus pecados perdonados y sus células renovadas, los chani podían vivir muchas vidas en un solo cuerpo, reteniendo sólo unos cuantos recuerdos de uno a otro ciclo. Lo que irritaba a los materialistas mensajeros era que la absolución era el rito central de una religión basada en la adoración al sol. Mirad dentro del sol, habían declarado los florecientes residuos de la antigua civilización a los asombrados equipos de exploración, siglos después de haber sido abandonados. Mirad dentro del sol y vivid de nuevo.
Los mensajeros no podían aceptar la absolución como un don divino de la 82 del Erídano, una estrella de clase G5 en pleno apogeo. Sin embargo, puesto que codiciaban los mecanismos biológicos activados por el rito, aceptaron algunos de los jaeces de la religión chani. Cuando las delta globulinas derivadas de la sangre chani demostraron ser beneficiosas a un cierto número de especies mensajeras, el suero del rejuvenecimiento se convirtió en un bien valioso. La codicia dio rápidamente como resultado una guerra devastadora por el control de la provisión de sangre. La victoria de la diosa Teaqua la convirtió por un breve tiempo en el ser más poderoso de la mancomunidad. Sin embargo, los mensajeros aprendieron pronto a sintetizar las globulinas, y la historia volvió a pasar más allá de los chani y su teocracia. La diosa siguió gobernando a su atrasado, y ahora profundamente xenofóbico, pueblo. La suya era una cultura orgullosamente estática, ni en la mancomunidad ni fuera de ella. Teaqua había renacido al menos una docena de veces; era el ser sintiente más viejo conocido por los mensajeros. Pero ahora había decidido morir.
—Quiere una tumba, Phillip, y afirma que Chan le dijo que un humano la construiría. —Ndavu había abandonado su silla de ruedas en la baja gravedad de la astronave. Mientras hablaba, caminó cuidadosamente de un lado para otro de la cabina de Wing, como un hombre descalzo vigilando la posible existencia de cristales rotos—. Usted la diseñará y supervisará su construcción.
—Pero, si son inmortales...
—No; finalmente todo ellos eligen la muerte por encima de la absolución. Creemos que existen límites físicos relacionados con la capacidad de almacenamiento de sus cerebros. Dicen que el peso de los recuerdos de sus vidas pasadas se hace demasiado pesado de soportar. Piense en ello, Phillip: una tumba para una diosa. ¿Ha tenido nunca algún arquitecto una oportunidad así con la que compararse? Este encargo es más importante que cualquier cosa que la Siete Maravillas o cualquiera en la Tierra puedan ofrecerle. Posee implicaciones históricas. Puede ayudar a conducir a su mundo hasta la mancomunidad.
—Pero, ¿por qué yo? Tiene que haber miles que saltarían con los brazos abiertos a esta oportunidad.
—Desgraciadamente, sólo hay un puñado. —El mensajero frunció el ceño y consideró aquello—. Seré franco con usted, Phillip; no hay forma de evitar los efectos relativistas del tiempoarriba. Efectuará usted un viaje en una sola dirección, al futuro. Lo que usted experimentará será un viaje de unas cuantas semanas de duración en esta nave, pero que tomará décadas tiempoabajo, en la Tierra. Pueden transcurrir cincuenta años o más antes de su regreso. No hay forma alguna en la que podamos predecir qué cambios ocurrirán. Debe comprender usted que el mundo al que regresará podrá parecerle tan alienígena como Aseneshesh. —Hizo una pausa sólo el tiempo suficiente para asustar a Wing—. Sin embargo, regresará usted convertido en un héroe. Mientras esté fuera, su nombre será recordado y reverenciado; nosotros nos ocuparemos de que se convierta usted en una leyenda. Su trabajo influenciará a una generación de artistas; los niños estudiarán su vida en las escuelas. También se hará rico, si lo desea.
—¿Y me está diciendo usted que nadie más puede hacerlo? ¿Absolutamente nadie?
—Se requiere un cierto perfil de personalidad. El candidato tiene que ser capaz de sobrevivir a dos estresantes transiciones culturales con las facultades intactas. Su historia personal indica que posee usted la elasticidad necesaria. El talento es también otra cualificación.
Wing rió burlonamente.
—Pero no tan importante como ser un solitario sin nada que perder.
—No acepto esta caracterización. —Ndavu se acomodó como pudo en la silla Aalto; no encajaba en ella—. El hecho, Phillip, es que ya hemos sido rechazados una vez. Si usted no acepta, pasaremos al siguiente de la lista. Tiene que saber, sin embargo, que el tiempo se está acabando y que es usted el último de nuestros primeros candidatos. Los demás no tienen ni su habilidad ni su valor.
Valor. La palabra hizo que Wing se sintiera incómodo; no se consideraba a sí mismo como un hombre valiente.
—Lo que aún no comprendo —dijo— es por qué necesitan a un humano. Construyan esa tumba ustedes mismos, si es tan malditamente importante.
—Preferiríamos hacerlo. Sin embargo, Teaqua insiste en que sólo un humano puede hacer lo que ella dice que Chan quiere.
—Eso es absurdo.
—Por supuesto que es absurdo. —Ndavu no hizo ningún esfuerzo por ocultar su desdén—. Estamos hablando de unos cincuenta millones de seres inteligentes que creen que la estrella local se preocupa por ellos. Estamos hablando de una criatura de carne y hueso que cree que se ha convertido en un dios. Uno no puede aplicar las reglas de la lógica a la superstición.
—Pero, ¿cómo llegó a saber de la existencia de los humanos?
—Sospechamos que obtuvo la información de nosotros. En la cúspide del comercio de sangre, nos vimos obligados a garantizar su acceso sin supervisión a nuestros registros. Por supuesto, ella afirma que fue Chan quien se lo dijo.
—Esto es una locura. —Wing agitó la cabeza—. No puedo creer que esté escuchando esto.
—Tómese su tiempo para pensar. —Ndavu se puso en pie, cruzó la cabina con paso arrastrado y tendió su mano. Wing se la estrechó con cuidado—. Tiene usted cualidades, Phillip. Es ambicioso e impaciente con el malgasto de sus talentos. La primera vez que le vi supe que era la persona que necesitábamos.
Ahora Wing estaba solo con una embriagadora visión de la Tierra, intentando separar hechos de sensaciones, luchando con sus dudas. Era cierto: cada vez se había sentido más incómodo con su trabajo. Ni siquiera la Nube de Cristal había sido todo lo que había esperado que sería. Una tumba para una diosa. Era demasiado, demasiado fantástico. Pensar en ello hacía que el propio Wing se sintiera irreal. Allá estaba, sentado, con la Tierra a sus pies, contemplando el manantial de la civilización como algún antiguo y meditativo dios. Una leyenda. Pensó que, si estuviera en casa, podría ver más claramente su camino. Excepto que ya no estaría más en casa, o al menos ya nunca más podría volver a la casa Piscataqua. El pensamiento era deprimente; ¿no había realmente nada que le retuviera? Se preguntó si Ndavu le habría traído a la astronave para alimentar su sensación de irrealidad, para cortarle el contacto con la tranquilizadora seguridad de lo mundano. Nunca hubiera sido capaz de tomarse en serio esa charla de dioses y leyendas si hubiera estado sentado en su escritorio en la Contaduría, con la planta de caucho acumulando polvo cerca de la ventana y su diploma de Yale colgado al lado de San Juan el Bautista. Wing podía ver al Bautista sonriendo como un mensajero mientras señalaba al cielo..., ¿a las estrellas? Un viaje en una sola dirección. Así que Ndavu pensaba que era lo bastante valiente como para ir. Pero, ¿era lo bastante valiente como para quedarse? ¿Rechazar un proyecto así y vivir con esa decisión durante todo el resto de su vida? Wing temía aceptar porque no tenía ninguna otra cosa que hacer. Sería un exiliado, se convertiría en un alienígena. Wing nunca había estado antes en el espacio. Quizá por eso lo había traído Ndavu aquí para hacerle la oferta. Para que el vacío del espacio pudiera hablarle del vacío y la Maldad que crecían dentro de él.
Se puso en pie, salió rápidamente de la cabina. Necesitó un momento para orientarse, luego cruzó el pozo de gravedad hasta la siguiente plataforma. Había un elaborado panel de acceso con lector de huellas digitales y un analizador de voz y un teclado numérico y un escáner; llamó.
Daisy abrió la puerta. Su habitación exhaló suavemente y ella se apartó el pelo del rostro. Llevaba el mismo vestido ajustado color barro; no pudo evitar pensar en todos los hermosos trajes que colgaban en su armario en la casa Piscataqua.
—Entra. —Se apartó a un lado, y él entró. La puerta se cerró a sus espaldas. Se sorprendió de nuevo ante la forma en que la cabina de ella duplicaba la suya. Ella le observó solemnemente. Él se preguntó si sonreía alguna vez cuando estaba sola.
—No quiero hablar de ello —dijo, respondiendo a la pregunta no formulada—. Ni siquiera quiero pensar en ello. Simplemente desearía que él se fuera. —Se sentó en la silla.
—No lo hará.
Se mostraba casi tan comprensiva como una pared de cemento; se preguntó por qué Ndavu la había traído también. —Me iría bien una copa.
—¿De qué querías hablar? —Ella se reclinó contra el escritorio y le miró.
—De nada. No lo sé. —Wing se sintió torpe intentando hablar con ella: era como si hubiera un reloj tictaqueando en alguna parte tras sus ojos—. Nunca te dije que fue una fiesta estupenda. Los perritos calientes estuvieron sensacionales.
Ella bufó.
—El atractivo de lo esnob tuvo algo que ver con ello, ¿no crees? Estoy segura de que a la mayoría les encanta el vitabulk. Pero tienen que alabar todo lo natural o de otra manera la gente pensará que no tienen gusto. En la misión hemos estado comiendo la cochura pura y simple, y nadie se queja. Al cabo de un tiempo lo natural empieza a parecer un poco decadente..., o al menos una pérdida de tiempo.
—La esencia no puede saber a mostaza, ¿eh?
Antes de Ndavu, ella hubiera detectado quizá la ironía de su voz y se hubiera irritado ante ella; ahora se limitó a asentir.
—Exacto.
—Pero, ¿qué es la esencia? ¿Cómo puede algo que no pueda saber a mostaza, que ni siquiera posee un cuerpo, ser tú?
—La esencia es esa parte de la mente que puede ser reproducida por medios artificiales —dijo ella, con rapidez catequista.
—¿Y eso es lo que quieres para cuando mueras, ver tu personalidad borrada, tus memorias resumidas y editadas y reeditadas hasta que todo lo que eres sea tan sólo una colección de titulares acerca de ti misma almacenados en un ordenador? —Agitó la cabeza—. Suena como un triste sustituto del cielo.
—Pero el cielo es un mito.
—De acuerdo —dijo él, intentando igualar su calma pero sin conseguirlo por completo—. Pero no puedo evitar el observar que los mensajeros no tienen prisa en hacer que se extraigan sus esencias. Utilizan esta cosa que consiguieron de los chani para mantenerse vivos durante tanto tiempo como pueden. ¿Por qué? Y, puesto que no han obtenido una explicación para este truco de la absolución que hacen los chani, ¿cómo saben que el cielo es un mito?
—Nada es perfecto, Phil. —Se sintió sorprendido al oírla admitirlo—. Esa es la parte más difícil del mensaje. No podemos reclamar la perfección; sólo podemos aspirar a ella.
—¿Has pasado mucho tiempo en la misión?
—Esa es una pregunta estúpida. —Su rostro se endureció—. Pero supongo que puedo esperar... —Tragó el resto de la frase, dio la impresión de que se atragantaba con él.
Wing estaba confuso; no había intentado irritarla. Era solamente algo que decir.
—¿Qué? —Se levantó de la silla y la sujetó por los hombros—. Sigue, Daisy. Puedes decírmelo.
—Sé que puedo decírtelo. Pero tú no lo entenderías. —Se soltó, y Wing dejó caer las manos—. Resulta demasiado duro hablar contigo de esto.
—¿Por qué?
—Ni siquiera tendrías que pensarlo. —Sonaba amarga—. ¿Por qué te ofrece a ti esta oportunidad? Ni siquiera has aceptado ningún compromiso hacia el mensaje. Si él me lo preguntara, si se lo preguntara a cualquiera de nosotros en la misión... —Su máscara de indiferencia resbaló, revelando una pasión que Wing nunca había visto antes. Ella creía, y ninguna otra cosa importaba—. Lo siento. —Su voz sonó muy pequeña.
—Está bien. Yo también lo siento.
Ella fue al fregadero, se echó agua al rostro, y dejó que sus emociones se fueran por el desagüe. Su piel era rosada cuando se volvió de nuevo para enfrentarse a él. Pero la máscara volvía a estar en su lugar.
—Así que vas —dijo él.
Ella se sentó en la cama y asintió.
—¿Y qué pasa con la casa Piscataqua? ¿Quién se ocupará del albergue?
El rostro de ella permaneció inexpresivo durante unos instantes, como si intentara recordar algo que no era muy importante.
—Supongo que el albergue puede ocuparse de sí mismo. Bechet sabe qué hacer. —Frunció el ceño—. El negocio es ruinoso, ¿sabes?
—No, no lo sabía.
—Hemos estado en números rojos desde hace más de un año. Nadie va a ninguna parte en nuestros días. —Tiró de una arruga en la pernera de su vestido—. He estado pensando en venderlo, o quizás incluso simplemente cerrarlo.
Wing se sintió impresionado.
—Nunca me dijiste que tuvieras problemas.
Ella miró por unos instantes a través del suelo. La rotación de la astronave les presentaba ahora una visión del brumoso borde azul de la atmósfera de la Tierra contra la negrura salpicada de estrellas.
—No —dijo al fin—. Quizá no lo hice. Al principio pensé que la Nube podría hacer cambiar las cosas. Traer más turistas a New Hampshire, a Portsmouth..., al albergue, para verte. Ndavu ofreció un préstamo para que siguiera abierto. Pero ahora ya no importa demasiado.
—¡Ndavu! —Wing se puso en pie y empezó a pasear su furia arriba y abajo—. Siempre Ndavu. Nos ha manipulado para conseguir lo que quería. Tienes que verlo.
—Por supuesto que lo veo. Tú eres el que no lo ve. No es lo que él quiere lo que está intentando conseguir. Es lo necesario. —Se inclinó hacia delante, como si quisiera detenerle y hacer que escuchara. El se echó hacia atrás—. Ha alterado docenas de vidas sólo para traerte aquí. Si tú le hubieras dado alguna oportunidad, nada de esto hubiera ocurrido. Pero tú estabas lleno de prejuicios contra él o simplemente eras testarudo..., no sé lo que eras. —Sus ojos brillaban—. ¿Todavía no te has dado cuenta? El deseaba que yo me enamorara de Jim McCauley.
Wing la miró lleno de silencioso horror.
—Y tenía razón en lo que hizo; Jim ha sido bueno para mí. No está obsesionado con él mismo y sus proyectos y su carrera. Halla el tiempo para escuchar. Para estar ahí cuando yo le necesito.
—¡Yo estaba ahí! Todo lo que tenías que hacer era pedir. —Tuvo la sensación de que golpeaba a alguien..., pero sólo era a sí mismo—. ¿Dejaste que ese alienígena te utilizara para conseguirme?
—Por aquel entonces no sabía que lo estuviera haciendo. No sabía lo suficiente acerca del mensaje como para apreciar por qué él tenía que hacerlo. Pero ahora me alegro. Yo hubiera sido tan sólo otra razón para que le rechazaras. Es importante que vayas a Aseneshesh. Es la cosa más importante que harás nunca.
—Es tan importante porque su primera elección le rechazó, ¿verdad? Yo también debería hacerlo. Sólo porque encajo en algún maldito perfil de personalidad...
—Él lo dijo de esta forma solamente porque todavía no has aceptado el mensaje. Él no es sólo algún tipo de teleenlace psíquico, Phil, él comprende tu esencia. Él sabe que necesitas crecer para alcanzar la realización. Él sabía cuando te lo pidió que tú aceptarías.
Wing se sintió mareado.
—Si me marcho con él y voy tiempoarriba o como sea que él lo llama, viajando a la velocidad de la luz..., no volveré a verte nunca. Tú te quedarás aquí tiempoabajo. Serás vieja, puede que incluso mueras antes de que yo regrese. ¿No significa eso nada para ti?
—Significa que siempre te echaré en falta. —Su voz era llana, como si estuviera hablando de una toalla robada del albergue.
Él se dejó caer de rodillas frente a ella, tomó sus manos.
—Significas tanto para mí, Daisy. Todavía lo significas, después de todo lo ocurrido. —Habló sin esperanzas, sin embargo se sentía impulsado a decirlo—. Lo único que deseo es que todo vuelva a la forma en que era antes. ¿Lo recuerdas? Sé que lo recuerdas.
—Recuerdo que éramos dos personas solitarias, Phil. No podíamos damos el uno al otro lo que necesitábamos. —Hizo que él la soltara y luego le pasó la mano por el pelo—. Recuerdo que yo no era feliz. —A veces, cuando estaban solos, leyendo o contemplando el teleenlace, ella le rascaba la cabeza. Ahora cayó ausentemente en el viejo hábito. Aunque sabía que la había perdido, él sintió consuelo con ello.
—Siempre tuve miedo de ser feliz. —Wing descansó la cabeza en el regazo de ella—. Tenía la sensación como si no mereciera ser feliz.
Las estrellas brillaban hacia ellos desde abajo con una antigua y despiadada luz. Ndavu había hecho un trabajo concienzudo, pensó Wing. Me ha dado buenas razones para ir, razones suficientes para no quedarme. Los mensajeros no eran nada si no eran concienzudos.