19
Wing se sintió tan ligero como un puñado de aire mientras alzaba la vista hacia los dos. Ndavu parecía muy complacido consigo mismo; el aspecto de Harumen era inquieto. Había algo distinto en ella, pero Wing no pudo decidir lo que era. Bajó los ojos para ver si realmente sus pies tocaban el suelo. Fuera lo que fuese lo que el mensajero le había dado, había vaciado de él el terror y el dolor y la mayor parte de la vida; Wing no era él mismo. Deseó poder restablecer el contacto con sus sentimientos, por horribles que hubieran sido. Sin embargo, ésta era una especie abstracta de deseo; nada respecto a lo que deseara hacer ninguna cosa.
—Quiero que la desconecte. —No había sabido que fuera a decir aquello—. La quiero fuera de mí, ¿comprende?
—¿De qué está hablando? —dijo Ndavu.
Wing tanteó los ásperos contornos del suelo de piedra con la punta de los pies.
—Su interface —dijo Harumen—. Daisy le susurra.
Wing nunca había tenido intención de decirle a Ndavu que Juan el Bautista se había convertido en Daisy. Ahora todos sus temores placeres ocultos brotaron en una oleada. Era más fácil de lo que había imaginado, porque hablaba como si se tratara de otra persona. Un desconocido. De todos modos, no le perdonaba a Ndavu el haberle interrogado mientras estaba sin defensas. Era exactamente el tipo de cosa que haría un mensajero: aprovecharse de una persona loca. No fue hasta que Wing se oyó a sí mismo hablar acerca de la extraña sexualidad que había experimentado que notó un asomo de azaramiento. La intensidad con la que Harumen escuchaba le hizo sentirse tímido y cambió de tema.
—Así que, ¿cómo puedo librarme de ella?
—Necesita la interface, Phillip. No podrá hacer su trabajo aquí sin ella. Créame, cualquier personalidad que adopte, la habrá elegido usted. El único propósito de su existencia es servirle a usted, no a nosotros.
Wing se sorprendió de que el desconocido —él— resoplara.
—Ya no estoy seguro de creerle. —Se pasó el dorso de la mano por su hocico e intentó aclarar su doble visión. Ser dos personas a la vez le confundía.
—La interface está incorporada al implante.
—Entonces estoy loco. No puedo hacer el trabajo. Métame en una caja y envíeme de vuelta a casa.
—Si usted lo quiere, puede suprimirla. —Ndavu estaba suplicando; parte de Wing se sintió complacida. Era cierto que Daisy emergía normalmente sólo cuando Wing sentía curiosidad. Todo lo que tenía que hacer era no importarle. Quizá la solución fuese hacer que Ndavu le inyectara depresivos a fin de que pudiera pasar el resto de su estancia yendo de un lado para otro como algún zombi esquizofrénico.
—Estoy seguro de que lo peor ya ha pasado —dijo Ndavu.
—Eso es cierto —admitió Wing—. Ahora nos damos cuenta de que ese pobre Wing es tres tallas demasiado pequeño para este trabajo, así que lo enviamos de vuelta a casa.
—No puede volver usted a casa —dijo Harumen.
—El no va a volver a casa —dijo Ndavu con voz cansada—. Usted no va a volver a casa.
—Dijiste que le estabas ayudando —indicó Harumen—. Has hecho que todo fuera peor.
—Recordarás que te advertí que no estaba preparado para este viaje. Necesita más tiempo para ajustarse. Tú eras la que no podías esperar.
—Eso es lo que Teaqua deseaba.
—Teaqua desea abandonar este mundo a los pedantes, Harumen.
—¡Eso es una mentira!
—Vamos, vamos, los dos. —Su discusión le estaba alterando—. Trastornan al paciente. Quizá debiéramos calmarnos todos.
—No vio ninguna razón por la que él tuviera que hacer de pacificador. Se suponía que eran ellos quienes debían cuidar de él.
—Algún día, Harumen —dijo fríamente el mensajero— tendrás que decidir de qué lado estás.
—No hay nada que decidir. Ya lo sé.
—¿Sabes qué tipo de mundo va a dejar Teaqua detrás? ¿Habrá sitio para ti en él?
—Éste es mi mundo. —Ella se envaró—. Soy chani.
—Sí. —Ndavu se encogió de hombros e hizo un gesto hacia Wing—. Y Phillip, aquí, es humano.
—¿De qué demonios están hablando? —Wing se dio cuenta de que había secretos entre ellos que deseaba conocer.
La expresión de Harumen era tan fría como el hielo.
—No soy estúpida, Ndavu. Sé que dirás cualquier cosa, harás cualquier cosa. Cerraste los ojos y te metiste en la cama de Ammagon, ¿y qué obtuviste con ello? La próxima vez empezarás a mendigar el compartir placer conmigo sólo para que yo haga lo que tú quieres.
—Quizá no tenga que mendigar.
Ella retrocedió como si hubiera recibido un golpe, tanteó en busca de la puerta.
—Llámeme si me necesita, Phillip. —Wing pudo ver que las palabras de Ndavu la habían herido profundamente.
No fue hasta después de que ella se hubiera ido que sintió que su corazón —algo dentro de él— golpeaba fuertemente en su pecho.
—¿Qué nos está haciendo? —Consiguió mantener su voz firme.
—Sólo hago lo que hay que hacer —dijo Ndavu.
—¡Eso no es una respuesta!
—Phillip, lo que me pregunta usted es muy complejo; cualquier respuesta sólo suscitará más y más preguntas, hasta que muy bien podamos terminar hablando del propio mensaje.
—¿De veras? —La ira retumbó como un trueno distante en la voz de Wing—. Dígame qué está ocurriendo realmente aquí. ¿O simplemente está intentando eludir las preguntas hasta que yo me rompa?
—Usted sabe todo lo que necesita saber para hacer su trabajo. —Ndavu parecía distraído, como si su atención estuviera en alguna otra parte. Wing se preguntó entonces qué tipo de interface debía llevar el mensajero—. En cuanto a lo demás, todavía no es el momento correcto. Esto es serio, Phillip. El mensaje puede cambiar su vida de formas que más tarde lamentará.
—La fruta prohibida, ¿no es eso?
—No debería probarla hasta que estuviera dispuesto a aceptar las consecuencias.
Wing le golpeó el pecho con un dedo, aplastando la lanilla del pelaje de su guardián.
—Ya he sufrido las consecuencias.
—El mensaje no es sólo información. Oír es aceptar un compromiso irrevocable. Una vez coja la fruta prohibida, no podrá volver a dejarla en el árbol.
—Quiero una respuesta, Ndavu.
Ndavu se retiró hacia la puerta.
—La respuesta es no. —Se volvió, y había desaparecido antes de que Wing tuviera oportunidad de protestar.
Wing no estaba seguro de si había ganado o perdido la escaramuza. Todo lo que sabía era que no tenía las energías necesarias para ir tras Ndavu. El extraño dentro de él gorjeó, y Wing decidió que quizás ellos —él— debieran tenderse de nuevo.
Más tarde, Harumen le trajo la cena y se quedó a comer con él, al principio en silencio. Su cena era un tazón de vitabulk y una paleta de sabores de jamón, maíz, espárragos y queso. Harumen comió lo que parecía sopa de cucarachas. Compartieron una rebanada de pan recién hecho de la panadería del templo y una taza pequeña de conserva de bayas.
—¿Se encuentra bien?
—Lo bastante bien como para marcharme de aquí.
—Estupendo, estupendo.
El pan era delicioso; Wing estaba perdiendo su apetito hacia el vitabulk. Clavó la cuchara en la rígida masa que se enfriaba y la dejó erguida allí.
—¿Qué hay entre usted y Ndavu?
—Yo..., tuvimos grandes esperanzas con respecto a Ndavu. —Wing tuvo la sensación de que ella estaba eligiendo muy cuidadosamente sus palabras, utilizando la precisión para enmascarar su dolor—. Parecía comprender lo que los eruditos estaban intentando hacer. Él..., nosotros compartimos el placer muchas veces; hubo un tiempo en el que pensé que le amaba. —Removió su sopa, con aire infeliz—. Cuando Teaqua decidió que ella iba a..., que no quería ser absuelta, todo cambió. Él me pidió que... me preparara para ayudarle a usted. Dijo que usted necesitaría a alguien que le comprendiera. Teaqua le dio su permiso. Pero entonces él quiso controlarle. Eso fue una sorpresa. Yo no lo esperaba.
Wing agitó una mano para que se detuviera. Ya había dicho demasiado. Le estaba contando el tipo de secretos que sólo la gente con compromisos comparte entre sí. Él no estaba preparado para este tipo de responsabilidad.
—Así pues, ¿qué vamos a hacer?
—¿Hacer? —Ella se derrumbó hacia atrás en su silla—. Lo que hay que hacer. Mañana volaremos a Uritammous.
En realidad pasaron dos días antes de que Wing estuviera preparado para viajar. Se vestía él mismo y salía por su propio pie del templo Weekan. Cuando tenía hambre, era lo bastante consciente como para comer. Sostenía cualquier conversación inteligente, y raras veces se sentía confundido por los chistes. Sonreía y suspiraba e incluso exhibía algunos de sus sentimientos. Superficialmente, ofrecía lo que creía que era una convincente actuación de normalidad. Dentro mantenía una extrañamente mundana y sin embargo furiosa guerra por el autocontrol; su humor oscilaba locamente con cada pequeña victoria y derrota.
Hacer las cosas sin Daisy era como intentar ignorar una comezón. Al primer hormigueo de curiosidad, allí estaba..., ineludible, exasperante. De todos modos, Wing había decidido no consultarla para nada. No era que dudara de su información; le preocupaba que ella estuviese erosionando sus puntos de vista. No se había dado cuenta de lo muy profundamente que ella había penetrado en sus pensamientos. Si dejaba que su concentración se relajara aunque sólo fuera por un momento, ella le envolvía en sus telarañas de explicaciones, que se aferraban a él pese a todos sus esfuerzos por librarse y experimentar el mundo por sí mismo. No deseaba la versión oficial, la visión deformada del mensajero.
Decidió hacer más preguntas, aunque sabía que incluso esta estrategia era sospechosa. Después de todo, Daisy le proporcionaba su vocabulario. Ndavu y Harumen aceptaron de buen grado su nueva curiosidad. Cuando desembarcaron de la cápsula de transporte, oyó al mensajero decirle a ella tranquilizadoramente que se trataba de una fase por la que tenía que pasar. Aunque sus compañeros habían llegado claramente a algún acuerdo privado, todavía se notaba una apreciable tensión en sus relaciones.
La base de los mensajeros en las tierras altas le recordó a Wing todos los almacenes que había visto en su vida. Sus cúpulas eran más opacas, insignificantes y carentes de todo arte. La primera estaba abandonada; buena parte de ella estaba ocupada por polvorientos mecanismos de procesado y almacenamiento, cuya finalidad no resultaba inmediatamente clara. Las estanterías de almacenaje estaban vacías, las máquinas paradas y ociosas. Un olor rancio a vinilo flotaba en el inmóvil aire.
—Hubo un tiempo en que ésta fue nuestra instalación central de procesado y distribución de sangre —explicó Ndavu—. Fue cerrada después de que empezáramos a sintetizar el suero del rejuvenecimiento. —Conectó las luces—. Cuando vine aquí la primera vez estábamos procesando como unos dos millones de litros de sangre al año. Recogíamos la sangre en bolsas estériles termoplásticas, y la centrifugábamos ahí. —Señaló hacia un enorme tambor azul—. Mientras estaban en la centrífuga, las bolsas eran sometidas a una carga eléctrica que hacía que se compartimentaran. El plasma era desechado; las células congeladas y almacenadas hasta que podían ser lanzadas a la órbita para su procesado a cero g. Ahora, por supuesto, los chani no tienen nada que exportar, y nosotros utilizamos el espaciopuerto exclusivamente como una estación de transferencia para el trigo.
La compuerta a la siguiente cúpula estaba protegida por una burbuja de jabón. Wing penetró en la estremecida pared, dejando una silueta arco iris a su espalda mientras entraba en el ascensor de cereal. Subieron a lo que parecía ser un centro de control vacío. En la bancada de monitores encima de ellos había seis vistas de un robot neumático extrayendo al vacío el trigo de una cápsula de transporte y enviándolo a través de un tubo conductor que se estremecía como una serpiente agonizante.
—Almacenamos en órbita la mayor parte de nuestras reservas —dijo Ndavu—. Se conservarán durante años en el espacio. Cuando se acerca la estación de la siembra, empezamos a enviar semillas. De tanto en tanto también proporcionamos trigo para el consumo; el nivel de importaciones depende de la cosecha anual. Todo pasa primero por estas instalaciones. El clima de la montaña ayuda a controlar las plagas e impide que se estropee el trigo almacenado. Desde aquí lo distribuimos a otras bases y luego a los chani.
—Debe de ser costoso embarcar el cereal a través del permutador de masas. —Wing pudo sentir a Daisy retorcerse con explicaciones—. ¿No pueden cultivarlo aquí?
—El tetraploide tritical no crece bien, y los chani se niegan a aprender las técnicas de hibridación. Teaqua se ha negado a nuestra petición de tierras para que podamos cultivar nosotros mismos los cereales necesarios. Incluso hemos ofrecido reclamar los continentes glaciales con esta finalidad. Podemos desarrollar la mayor parte de los cereales para semillas en la órbita, pero sí, resulta muy caro traer grandes masas de trigo a través del permutador de masas. Algunos dicen que Teaqua disfruta sometiendo a tensiones los recursos de la mancomunidad.
Harumen estaba estudiando los robots. No parecía estar escuchando, aunque Ndavu deseaba claramente arrastrarla a la conversación.
—Entonces, ¿por qué lo hacen?
—De otro modo se morirían de hambre. —Se encogió de hombros—. Entienda, no somos en absoluto los monstruos en que nos quieren convertir. Además, se trata de una situación que esperamos cambiar.
En el muelle de carga fuera del elevador, el cereal brotaba del tubo conductor y caía en el interior de un carro que parecía una cabaña de troncos sobre ruedas. Otros dos carros se hallaban estacionados a su lado. Estaban tirados por un equipo de una docena de surunashes, reptiles del tamaño de lobos con feos picos y flancos recubiertos de plumas grises. Wing, Harumen y Ndavu tuvieron que hacer que les llevaran a Uritammous, a unos treinta kilómetros de distancia.
Mientras botaban por la carretera adoquinada, Wing vio que un cuarto carro se había unido al final de su tren. Estiró el cuello para ver mejor; su fondo plano estaba cubierto con una lona, debajo de la cual detectó el contorno de cajas. No cereal, evidentemente. Preguntó al respecto a su conductora chani.
—Repuestos —dijo ésta. La hostilidad se reflejaba en ella como el calor en un tejado embreado. Wing había visto antes aquello; mucha parte de la población simplemente no soportaba a los alienígenas, aunque estuvieran sirviendo a su diosa. Miró hacia delante y cerró la boca. No pudo evitar el darse cuenta de que Ndavu charlaba amigablemente en el carro de delante.
La ciudad de Uritammous era un puerto en Aguas del Cielo, un enorme lago poco profundo cerca del centro de la meseta donde vivía la mayor parte de la población de las tierras altas. Los inviernos en las montañas no eran tan duros aquí, y el lago proporcionaba a la vez comida y transporte fácil. Wing no se había sentido impresionado por Uritammous cuando volaron por encima. De madera, castigada por la intemperie, desordenadamente extendida, era la más primitiva de las ciudades que había visto. Uritammous se había visto fuertemente castigada por el fuego, y no era extraño; con toda aquella madera y esas calles estrechas y su comprimido desarrollo, ¿qué posibilidades tenían las brigadas antiincendios? Sin embargo, había sido la primera elección de Wing para el emplazamiento de la tumba, ahora que se había decidido en contra de Mateag. Uritammous era lo bastante grande como para aceptar una horda de peregrinos, y se hallaba a horcajadas en la más importante ruta comercial entre los Protectorados Costeros al oeste y la gran Ribera al este.
Los carros de cereal frenaron su marcha al meterse por las calles de la ciudad. Peatones y carretillas y carruajes de todo tipo y varias especies de animales de carga se escabulleron ante ellos. Nadie parecía interesado en él; eso era una bendición. La aparición de Wing con Teaqua en la acción de gracias le había convertido en una celebridad menor. Mejor el rudo silencio de la xenofóbica conductora del carro que la atención de la multitud. La soledad ayudaba a Wing a relajarse. La intensa luz de Chan le calentaba como una palmada en la espalda, y creyó que tal vez habría dejado sus problemas atrás en la Ribera. Quizá sólo se trataba del más tenue aire de las montañas que le hacía sentir ligera la cabeza, pero, ¿y qué? Cuanto más de Uritammous veía, más convencido estaba de que se hallaba en el lugar correcto. Cualquier cosa que situara allí sería un avance sobre el estado actual del arte de la edificación. Sin competencia. Quizá podría construir justo fuera de la ciudad, buscar un terreno un poco alto. Eso tenía sentido: la metáfora de la ascensión y todo eso, el dios en la cima de la montaña. Podía ver las posibilidades. Dejemos que sea una dura ascensión hasta una vista sorprendente, algo que incluso los peregrinos de más baja extracción comprendan. Desde ese punto ventajoso, Teaqua miraría a su pueblo. Wing inspiró profundamente mientras la idea se hinchaba dentro de él; tenía que probarlo con alguien.
Saltó de su percha en la cabina del conductor y aterrizó sobre manos y rodillas en la calle. Sus manos empezaron a picarle, pero se puso en pie y aguardó a Harumen.
—¡Aquí es!
—Vuelva a su carro.
—Exactamente aquí, Harumen, éste es el lugar. —Hizo un gesto hacia el brillante cielo azul.
Ella le dijo algo al conductor que tenía a su lado.
—Dice que sólo un poco más adelante.
—No. Está bien, de acuerdo. —La gente empezaba a pararse a mirar. Wing gorjeó y se alejó casi bailando. No le importaba comportarse como un estúpido—. No importa —exclamó.
El último carro se había situado a su altura y, movido por un impulso, Wing saltó al lado de su conductor.
—¿Qué lleva usted aquí, amigo?
—Repuestos. —El conductor exhibió su regocijo—. Para los reparadores.
Ndavu se había vuelto allá delante para ver lo que ocurría.
—¿Y qué es exactamente lo que reparan los reparadores?
—Fantasmas.
El humor de Wing había cambiado de nuevo. Decidió que ya era tiempo de hacer lo que quisiera..., de mostrarle a esa gente quién era exactamente el que mandaba.
—Me gustaría ver eso —dijo. Después de todo, la diosa había escupido sobre él.
Kitawog, la jefa de la tienda de reparaciones, poseía un rostro delgado y unos ojos pequeños y apagados. Resoplaba regularmente, como si husmeara intentando oler una emboscada. Los reparadores entraron cinco cajas de componentes para ventanas de comunicación en la tienda.
—¡Cuidado aquí! Tranquilo, trozo de cosa —riñó a un aprendiz.
No era en absoluto lo que Wing había esperado. La siguió dentro; Harumen y Ndavu le siguieron a regañadientes.
—La gente los llama enlaces —dijo Harumen—. Ventana de comunicación es una palabra mensajera.
—No lo entiendo. —Wing hizo un gesto hacia los reparadores—. ¿No están corrompidos por toda esta tecnología?
Harumen hizo una pausa justo dentro de la puerta y retuvo a Wing para que no fueran oídos.
—No —dijo—, porque Teaqua ha bendecido los enlaces. —Era una pobre explicación, y ella actuaba como si lo supiera—. Se han convertido en algo tan importante como los susurros. Las acciones de gracias y las reuniones y las representaciones de la verdad son lo que nos une a todos. Esas son ahora las máquinas de Chan, las herramientas del dios.
Ndavu hizo una silenciosa mueca ante la gimnasia intelectual de Harumen. Mientras tanto, Kitawog desenvolvió e inspeccionó cada componente a medida que iban saliendo de sus cajas, frotando los lisos alojamientos con los pulgares como si pudiera calibrar la calidad por la perfección del acabado.
—Una despensa para Kunin. —Le pasó el componente, del tamaño de un maletín, a su aprendiz, un ansioso renacido, que lo agarró y lo llevó a un recipiente de agua jabonosa caliente, lo sumergió en él y empezó a frotarlo como si se tratara de una sartén sucia.
—Todo el mundo sabe que los mensajeros construyen los enlaces —dijo Harumen—. Así que aquí purifican los componentes. A veces lavan un enlace nuevo durante días con sus jabones más fuertes para eliminar el olor a mensajero. Después vienen los sacerdotes. Luego, cuando llega a la aldea, los artesanos de allí lo decoran, quizá con barnizados o con fundas bordadas. A veces pintan o tallan figuras en las carcasas; todo depende de las habilidades locales. Lo transforman de una cosa de los mensajeros en algo de lo que ellos puedan sentirse orgullosos, un tesoro para su aldea. Cuando un enlace se rompe, sería un insulto dejar que los mensajeros lo arreglaran. En vez de ello, el maestro en enlaces de la aldea lo lleva a un lugar como éste.
Wing seguía confundido.
—¿Cómo saben...?
Harumen apretó su brazo para que guardara silencio cuando Kitawog se acercó.
—¿Qué es lo que quieren? —Se arremangó las mangas de su túnica.
—¿Puede mostrarme lo que hacen aquí? —dijo Wing.
—¿Con el trabajo que tenemos? —Estaba de mal humor—. Éste es Phillip Wing, ¿no? Le vi por el enlace. Es bastante feo. —Sin aguardar una respuesta, lo agarró por el codo y lo condujo hacia un banco de trabajo—. Pobre criatura, probablemente no es culpa suya. —Olía a lejía.
Kitawog alzó una carcasa incrustada con piedras pulidas. La unidad principal de la ventana de comunicación rota tenía aproximadamente el tamaño de la unidad de trabajo en su escritorio de tapa corredera. A su lado había una pequeña antena de plato de medio metro de diámetro. Wing pasó un dedo a lo largo del borde del plato; parecía más piedra que metal.
—La red —dijo Kitawog—. Funciona bien.
—¿Qué es lo que hace?
—Lleva el fantasma al alojamiento.
—¿Alojamiento?
La jefa del taller resopló, impaciente.
—El enlace tiene seis partes. —Las enumeró con los dedos—. Despensa, ojo, red, alojamiento, huésped y ventana. ¿No? De acuerdo: cuando el huésped va por el aire, la red lo atrapa y lo lleva al alojamiento. Entonces el huésped toma comida fantasma de la despensa y le da de comer al fantasma que está cansado después de su largo viaje, y cuando el fantasma vuelve a estar lo bastante fuerte de nuevo sale a la ventana. La mayor parte de las veces la despensa se queda sin comida y necesita llenarla, pero aquí la despensa está estropeada.
—¿Y qué hay del ojo?
—El ojo te ve y te convierte en fantasma. Entonces la red te envía por el aire.
Metió la mano en la consola y extrajo un prisma romboédrico del tamaño de una pelota de fútbol, atravesado por púas de cobre. Brillantes protuberancias de cobre asomaban de una de las caras. Daisy estaba inquieta pero aún bajo control cuando Wing miró al interior de la ventana de comunicación y vio que era completamente modular. Todo lo que los reparadores tenían que hacer era extraer la parte defectuosa e insertar en su lugar una nueva.
—El maestro de enlaces dice que cuando la ventana se abre cerca de alguna pared de piedra, el fantasma se vuelve muy impreciso, —siguió parloteando Kitawog—. Le está bien empleado, por vivir entre piedra en vez de construir con madera como la gente honrada. —Le miró—. Phillip Wing no tiene ni idea de lo que Kita está hablando.
Wing sonrió y abrió las manos hacia ella.
—Sólo Phillip.
—Toque la varilla de cada lado, Sólo Phillip. —Habló lentamente, como si estuviera intentando explicar la ecuación de Bernoulli-Euler a un niño que aún andaba a gatas—. Cuando Kitawog toca el alojamiento, la varilla grita. Así que Kita envía a buscar una nueva. —Hizo un signo con la cabeza al aprendiz que lavaba con fruición un nuevo prisma—. Ahí está. Una vez limpia, irá dentro.
—Pero, ¿cómo funciona?
—¡Brillante y resplandeciente Chan! —Esta vez echó la cabeza hacia atrás y aulló frustrada—. Y en el momento en que Kitawog tiene más trabajo. —Siguió mirando al techo como si estuviera escuchando la respuesta del dios—. Hey, Laquassum —llamó al aprendiz—, éste quiere saber cómo funciona el enlace.
—Entonces díselo —respondió el aprendiz.
La jefa del taller apoyó una mano en el hombro de Wing.
—Ondas. —La otra mano trazó una curva sinusoidal en el aire.
Kitawog les invitó a quedarse para la acción de gracias. Montaron un enlace que funcionaba a partir de dos unidades rotas y se sentaron ante una humilde comida de sopa de raíz del pan, que Wing probó, y gusanos secos, de los que pasó. Le costaba mucho no sentirse repugnado por los invertebrados en la dieta local. Fuera donde fuese, todo tipo de insectos, gusanos, caracoles, babosas, parásitos del pelo, estaban en el menú. Tenían tantos animales domésticos, que era extraño que al parecer no comieran carne y sólo un poco de pescado.
Wing no pudo evitar el observar la reverencia que mostraron los reparadores durante la emisión de la acción de gracias. Al contrario de los amargados eruditos de Kikineas, se comportaban como si Teaqua estuviera realmente presente en la tienda y se dirigiera personalmente a ellos. De hecho, respondían en voz alta a los fantasmas de Ammagon y la diosa, respondiendo a sus plegarias y peticiones, dando palmadas al compás incluso en los más difíciles interludios musicales. Wing había visitado las sedes del poder y había conocido a la propia diosa, pero sólo ahora, en aquella tosca tienda y entre una sencilla compañía, podía captar el auténtico sentido del poder de la teocracia. El apoyo a Teaqua era muy profundo aquí. Ella no era ningún icono religioso, remoto e indiferente. Era la poderosa amiga que se preocupaba lo suficiente por ellos como para visitarles cada día, y esa gente, al menos, la quería por eso. Era una revelación.
Como era habitual al final de la ceremonia, Ammagon les condujo a través de la letanía de acción de gracias.
—Chan, te damos las gracias por tus muchos dones. Por la luz que funde la nieve y abre las semillas.
—Mira dentro del sol —respondieron los reparadores.
—Por la absolución que se lleva nuestros pecados.
—Mira dentro del sol.
—Por los susurros que nos confortan cuando estamos turbados.
—Mira dentro del sol. —Wing se sorprendió al ver a Harumen modulando las palabras; tenía los ojos cerrados.
—Por Teaqua, que nos ha dado la paz.
—Mira dentro del sol.
Sólo él y Ndavu parecían no emocionados por la plegaria..., y Wing no estaba en absoluto seguro de lo que sentía. La fe inocente de aquella gente le golpeaba como una acusación. ¿En qué creía Phillip Wing? En nada, ni siquiera en sí mismo. Se había visto despojado de todos sus valores, sus certezas habían sido derribadas. Difícilmente podía burlarse de su religión cuando él mismo se hallaba tan absolutamente perdido. Por un momento extraordinario intentó rezar con ellos..., y se sintió azarado al descubrir que no podía. Todo lo que pudo hacer fue observar mientras una fuerza que no comprendía trabajaba con su magia curativa sobre los fieles. El oía el zumbar de un ordenador parásito; ellos oían el susurro de un querido dios.
Por primera vez, Wing envidió a aquella gente.