3.2. HUELLAS DACTILARES
¿Sabe usted que no hay dos huellas de pulgar iguales?
Inspector LESTRADE, El constructor de Norwood
Pese a la «admiración entusiasta» de Sherlock Holmes por el sistema de Bertillon, él nunca lo utilizó. Sin embargo, sí hizo uso de las huellas dactilares. Se mencionan en siete de las sesenta historias de Sherlock Holmes.
Una breve historia de las huellas dactilares
Es sabido que hace mucho tiempo los chinos consideraban que la impresión de una huella dactilar en un documento era una firma inequívoca. Se tomaban como sellos identificativos en facturas chinas en el siglo III a. C. Hacia el 2000 a. C. las huellas dactilares eran utilizadas por los babilonios para sellar contratos (Bigelow 1967). El uso moderno de las huellas dactilares quizá empezara con Govard Bidloo, un holandés, y Marcello Malpighi, un profesor de anatomía en la Universidad de Bolonia (Kaye 1995, 13). En 1685 y 1687, respectivamente, ellos reconocieron la importancia de las huellas dactilares. El grabador inglés Thomas Bewick en 1804 y 1818 hizo grabados en madera de las figuras de sus huellas dactilares para usarlas como su marca comercial (Kaye 1995, 13).
El caso Tichborne en Inglaterra en los años setenta del siglo XIX atrajo gran atención hacia la necesidad de un sistema de identificación fiable. Arthur Orton desde Australia pretendía ser el heredero británico Roger Tichborne, desaparecido en el mar durante más de diez años. Se necesitaron tres años para dirimir el caso, que generó mucha publicidad y dejó la sensación de que era necesario un método de identificación más rápido. Antes del uso de las huellas dactilares, la identidad se establecía por cartas de referencia, papeles oficiales y fotografías. Hemos visto que el uso del sistema conocido como bertillonage o antropometría precedió a las huellas dactilares en la investigación criminal.
El uso de las huellas dactilares para identificar criminales en Gran Bretaña, y con el tiempo en buena parte del mundo, puede remontarse a una carta al editor de Nature, datada el 28 de octubre de 1880. Estaba escrita por Henry Faulds, un médico misionero escocés en el Hospital Tsukji en Tokio. Allí un ladrón había dejado una huella dactilar en una pared. No encajaba con la huella del principal sospechoso. Encajaba con otro sospechoso, que entonces confesó. Faulds advertía que los monos tienen huellas dactilares similares a las de los humanos. Afirmaba que la herencia tiene un papel en la forma de las huellas dactilares. Describía uno de los rasgos comunes de las huellas dactilares mediante un término que aún se utiliza, vorticilo. Comentaba que las huellas dactilares podrían ser útiles para identificar criminales y señalaba que tenía conocimiento de dos casos de tal uso. Faulds afirmaba también que las huellas dactilares no cambian a lo largo de la vida de una persona, llamándolas «los por-siempre-invariables surcos-dactilares» (Wagner 2006, 102). Incluso señalaba caprichosamente que cuando el Dr. Jekyll se transformara en Mr. Hyde, sus huellas dactilares permanecerían invariables (Cole 2001, 3). Con el tiempo Henry Faulds argumentaría en contra de la idea de que no hay dos huellas dactilares iguales (Cole 2001, 188).
Una respuesta a la carta de Faulds se publicó en el número de Nature del 25 de noviembre de 1880. La escribió W. J. Herschel, quien, como oficial británico en Bengala, India, informó de que había estado tomando huellas dactilares allí durante más de veinte años. Había empezado en 1860 para identificar pensionistas del Gobierno. Algunos se presentaban dos veces para recoger sus pensiones. En cuanto Herschel empezó a utilizar las huellas dactilares como forma de identificación, cesaron los intentos de doble recogida. Entonces él extendió la práctica a los criminales encarcelados. Herschel discrepaba de la idea de Faulds de que las huellas dactilares podían utilizarse para sugerir la etnia o la relación genética. Había observado amplias diferencias en huellas dactilares dentro de las familias. Él no creía que las huellas dactilares pudieran distinguir la etnia o el sexo.
En 1880, Faulds escribió una carta sobre su trabajo en huellas dactilares a Charles Darwin. Darwin reenvió la carta a su primo Francis Galton (Cole 2001, 74). Galton, impresionado por la discusión de las huellas dactilares, pidió al editor de Nature la dirección del descubridor de las huellas dactilares y se le dio el nombre de Herschel. Él visitó a Herschel, quien gustosamente le pasó todos sus materiales. Un anatomista alemán llamado J. C. A. Mayer afirmó en 1788 que las huellas dactilares de una persona eran únicas. Galton, en un estudio de tres años, procedió a verificar la afirmación de Mayer (Klinger 2006, 207; Bigelow 1967, 91). A principios del siglo XX, un artículo en Scientific American informaba de que la probabilidad de que dos huellas dactilares fueran iguales era de 1 entre 1060 (Cole 2001, 177). Para cualquier fin práctico, esta es una probabilidad cero. La unicidad de las huellas dactilares sigue siendo hoy de gran importancia en la identificación criminal. Luego Galton hizo una amplia recopilación de huellas dactilares a finales de siglo. Inicialmente estaba estudiando la herencia, pero con el tiempo escribió el primer libro de texto sobre huellas dactilares, donde afirmaba que nunca están duplicadas y permanecen invariables durante toda la vida (Klinger 2006, 207). Incluso hizo medidas repetidas de las huellas dactilares de una persona durante un periodo de cincuenta años. Después de más de un centenar de años de uso incuestionado en las cortes de justicia, recientemente las huellas dactilares han sufrido un escrutinio renovado. Las conclusiones de Galton han sido cuestionadas. ¿Ha sido suficientemente comprobada su unicidad? ¿Debería hacerse un estudio para poner las huellas dactilares sobre una base más firme (Cho 2002; Specter 2002)? El 7 de enero de 2002, el juez Louis H. Pollak, antiguo decano de las facultades de Derecho en Yale y en la Universidad de Pensilvania, dictó una norma que limitaba el uso de huellas dactilares en un caso de asesinato en Filadelfia. Luego, el 13 de marzo de 2002, el juez Pollak revocó esa norma y se admitieron las huellas dactilares. Ese parece ser el fin del debate por el momento.
En 1892, el influyente libro de Galton titulado Finger Prints llevó a la formación de un comité para considerar la conveniencia de adoptar las huellas dactilares como un método para identificar criminales. El sistema de clasificación de huellas dactilares que propuso el comité, adoptado en 1901, se conoció como sistema Henry por el miembro del comité sir Edgard Richard Henry quien más tarde fue director de Scotland Yard (Kaye 1995, 14). En esa época Henry era un funcionario británico en Calcuta e hizo contribuciones sustanciales al método de clasificación de huellas dactilares. En julio de 1897, convenció al gobernador general de la India para adoptar las huellas dactilares como el único medio de identificar criminales. En agosto de 1897 Henry había resuelto varios crímenes utilizando huellas dactilares, y en 1900 publicó su sistema. El trabajo de Henry fue tan bien recibido que fue nombrado comisionario en Scotland Yard el 31 de mayo de 1901. En julio de 1901 había instituido la Central Fingerprint Branch. En 1905, el caso Stratton se convirtió en el primer ejemplo en Inglaterra de condena por asesinato basado en una prueba de huellas dactilares (Rennison 2005, 224). En 1910 el sistema Henry había sido adoptado en toda Europa. Pese a esto, Oscar Slater fue erróneamente condenado en 1909 por el asesinato de Marion Gilchrist, aunque una huella de mano ensangrentada había quedado en una silla en la escena del crimen. De modo que, todavía en 1909, la utilización de las huellas dactilares por parte de Scotland Yard no estaba generalizada. Conan Doyle se había involucrado personalmente en demostrar la inocencia de Slater (Miller 2008, 292) con la publicación de El Caso de Oscar Slater. Pero su petición de un nuevo juicio fue denegada, y Slater pasó dieciocho años en la cárcel.
En los Estados Unidos, la Asociación Internacional de Jefes de Policía inició los ficheros de huellas dactilares en 1896. Las autoridades del estado de Nueva York empezaron a recopilar huellas dactilares de prisioneros en 1903; pero solo en 1928 Nueva York requirió que se tomaran las huellas dactilares de todos los delincuentes. El 2 de noviembre de 1904, el director de la Penitenciaría del Estado en Leavenworth, Kansas, fue autorizado para tomar huellas dactilares de los prisioneros federales. En 1911, la Corte Suprema del Estado de Illinois confirmó la legalidad del uso de las huellas dactilares para identificación de criminales. A principios de los años setenta, las autoridades de seguridad de los Estados Unidos tenían archivadas más de doscientos millones de huellas dactilares. Con el tiempo el FBI estaba recibiendo miles de peticiones de huellas dactilares cada día.
Sin embargo, en los primeros días de la utilización de las huellas dactilares para identificación la práctica imposibilidad de encontrar una coincidencia mediante una búsqueda manual en los ficheros de huellas dactilares existentes se mostró como un tremendo obstáculo. Con millones de huellas dactilares archivadas, el tiempo necesario para encontrar la huella correcta era enorme. Además, las huellas registradas solían ser de una pobre calidad. El desarrollo del sistema automatizado de identificación de huellas dactilares (AFIS) agilizó mucho la identificación de las huellas y la hizo más útil. La tasa de éxito en la identificación de criminales se multiplicó por cinco cuando AFIS sustituyó a las búsquedas manuales.
Buena parte del crédito por el cambio se debe a un inspector de la policía de San Francisco llamado Ken Moses. Moses estaba indignado por el asesinato en 1978 de una mujer de San Francisco de cuarenta y siete años que había sobrevivido a los campos de concentración nazis. La única prueba era un conjunto de tres huellas dactilares dejadas en un alféizar de la ventana del piso superior. Moses se enfrentaba a la tarea de encajar tres huellas entre las de 400.000 personas tomadas en San Francisco durante más de cuarenta y cinco años. Empezó en 1978 y seis años más tarde aún seguía a la caza cada vez que podía encontrar tiempo que le dejaran sus otras tareas. Ya en 1978 Moses había leído sobre sistemas computerizados de identificación de huellas dactilares. Solicitó un sistema semejante y consiguió que su petición entrase en el presupuesto del departamento. Sin embargo, no fue adquirido debido a restricciones presupuestarias. Entonces Moses obtuvo permiso para intentar recaudar el dinero en la comunidad. Sus esfuerzos, que incluían dar conferencias sobre el tema a grupos civiles, no consiguieron recaudar dinero, pero sí aumentaron la toma de conciencia de la comunidad. Cuando su grupo pudo plantear la cuestión en las elecciones de 1982, fue aprobada con un 80 por 100 de los votos y se pudo disponer de fondos. En 1984, la AFIS de San Francisco estaba operativa. Moses conseguía una coincidencia en menos de sesenta segundos desde que se introducía una huella en AFIS. Dos días después, el asesino fue detenido y en 1985 fue declarado culpable de homicidio en primer grado (Fincher 1989, 201).
El uso de las huellas dactilares por parte de Holmes
Hay varias historias de Sherlock Holmes en donde se advierte una huella dactilar pero no se utiliza para detener a nadie. La primera de estas es El signo de los cuatro (SIGN). Holmes advierte que había una huella de pulgar en el sobre enviado por correo por Thaddeus Sholto a Mary Morstan. Holmes sospecha que era del cartero. El caso es que él no necesita investigar la huella porque Sholto revela su identidad a Mary Morstan. En El hombre del labio retorcido (TWIS) hay una grasienta huella de pulgar en el sobre que contiene la nota de Neville St. Clair a su mujer. Finalmente no sirve pues pertenece a un conocido que ha llevado la carta. Mientras, Holmes resuelve el caso por otros medios. En La caja de cartón (CARD), Holmes advierte dos huellas de pulgar «características» en la caja de cartón enviada por Jim Browner a Susan Cushing. Estas huellas no se utilizan, pues de nuevo Holmes resuelve el caso por otros medios. En otra historia, Los tres gabletes (3GAB), el inspector asignado a este caso guarda una página de la novela de Douglas Maberly porque puede haber huellas en ella. En todas estas historias, Holmes y la policía oficial están buscando huellas dactilares, pero no se encuentra ninguna huella útil.
Hay dos casos en los que la ausencia de huellas dactilares es señalada por Holmes. En Los tres estudiantes (3STU), Holmes observa que no hay huellas dactilares en las pruebas de los papeles de examen de Milton Soames. En El círculo rojo (REDC), se ha recortado una esquina de las instrucciones enviadas a la señora Warren. Holmes supone que se hizo para eliminar una huella.
En El constructor de Norwood (NORW), el inspector Lestrade encuentra en una pared la huella ensangrentada de pulgar del principal sospechoso, John Hector McFarlane. Él pregunta a Holmes en tono triunfalista:
¿Sabe usted que no hay dos huellas de pulgar iguales?
Holmes es consciente de la unicidad de las huellas dactilares, pero sabe que la huella se colocó allí después de que McFarlane fuera detenido. Solo Holmes había hecho un examen completo de la pared el día anterior. La huella había sido colocada allí durante la noche por Jonas Oldacre para incriminar a John Hector McFarlane. Oldacre la había obtenido de McFarlane haciéndole presionar un sello de cera. Jonas Oldacre también debía de saber algo sobre huellas dactilares. De lo contrario habría colocado la huella de otro en la pared y no se hubiera molestado en obtener la de McFarlane en cera.
Es posible que el uso de la huella de pulgar en NORW se le haya ocurrido a Conan Doyle al leer en el número del 27 de junio de 1903 de la revista Tit-Bits un artículo titulado «Los propios criminales se condenan». Ese artículo informa de un caso en Yorkshire donde un ladrón se tomó tiempo para examinar un libro y dejar en él una sucia huella de pulgar. NORW se publicó en noviembre de 1903 (Edwards 1993, El regreso de Sherlock Holmes, 338). Probablemente esta es la primera vez en la literatura que se utiliza la idea de una huella dactilar falsa.
Resumen
Arthur Conan Doyle fue uno de los primeros autores en hacer uso de la técnica emergente de identificación por huellas dactilares. La publicación de NORW en 1903 precedió en dos años al primer uso satisfactorio de las huellas dactilares por la policía. El caso Stratton de 1905 fue la primera ocasión en que se dictó una condena por asesinato basada en las huellas dactilares (Rennison 2005, 224). Pero los escritos de Mark Twain mencionaban las huellas dactilares incluso antes de que lo hicieran los de Conan Doyle. Twain menciona las huellas por primera vez en Life on the Mississippi (1883). Aquí un hombre identifica a los asesinos de su mujer y su hijo utilizando una huella de pulgar sanguinolenta. De nuevo en Pudd’nhead Wilson (1894), Twain hace un amplio uso de huellas dactilares para identificación, mucho antes de que las agencias hubieran adoptado el método. En esta historia, Wilson es considerado un excéntrico, debido en parte a su hobby de recoger repetidamente las huellas dactilares de todo el mundo en Dawson’s Landing, una ciudad en el río Misisipi. Pero Wilson es capaz de utilizar su colección de huellas dactilares para demostrar que sus clientes italianos son inocentes de un cargo de asesinato. En un episodio más importante, Wilson demuestra también que el niño esclavo Chambers fue intercambiado en la cuna con Tom, el hijo del amo. Así, el Tom real fue criado como un esclavo. Mientras, Chambers, solo medio negro y parecido a su medio hermano, se convierte en su heredero. La colección de huellas dactilares de Wilson lo corrige todo. Uno de los puntos principales de la historia de Twain es que el-niño-esclavo-convertido-en-amo trata cruelmente a los esclavos negros.
Las siete referencias de Conan Doyle a las huellas dactilares en las historias de Holmes es un indicio del hábito de lectura voraz que le mantenía tan bien informado.[24] Para cuando Scotland Yard había adoptado las huellas dactilares para identificación en 1901, Conan Doyle ya había escrito tres historias mencionando el método. Haría de ello la pieza central de otra historia de Holmes, NORW, publicada en 1903. Su preferencia por las huellas dactilares por encima de los métodos del bertillonage (siete menciones frente a dos) le ponen del lado del ganador en la competición de cuarenta años entre ambos.