10. RESURGIMIENTO Y REVISIONISMO
Durante el período de los descubrimientos, la ciencia paleontológica inicia su investigación con la exploración a cielo abierto, a la que siguen el examen de los hallazgos, la acumulación de pruebas en un frente amplio, el seguimiento de las pistas que lleven a solucionar los puntos oscuros del problema y la elaboración de hipótesis bien fundamentadas.
Tras el respiro que siguió a la expedición final de Andrews, el estudio de los dinosaurios entró en muchos aspectos en esa tercera fase, convocada por los nuevos descubrimientos a cielo abierto y por el fermento de nuevas ideas, muy inspiradas, en relación con la vida y la época de esos reptiles tan extraordinarios que fueron los dinosaurios. Se modificaron anticuadas presunciones que no estuvieron en condiciones de resistir a aquel desafío y que, en muchas ocasiones, acabaron por ser totalmente rechazadas. No sólo los paleontólogos sino también muchos otros científicos, fisiólogos, físicos, geólogos, especialistas en anatomía y climatólogos, dedicaron su atención a los dinosaurios, lo que, en cierto modo, venía a significar su redescubrimiento, con un efecto verdaderamente sorprendente. Las hipótesis de estos científicos, basadas en pruebas más firmes, se fueron haciendo más nuevas y revolucionarias. Se originó una expectación por los dinosaurios mayor de la que había existido hasta entonces desde los tiempos de las exploraciones de la era victoriana.
Los paleontólogos seguían saliendo al campo cada verano en busca de nuevos huesos. La excavación de huesos es el sine qua non de la paleontología. Aquellos nuevos exploradores del tiempo buscaron en los lechos jurásicos y cretáceos de América del Norte con un celo que no había vuelto a verse desde los días de Bamum Brown. Dinosaurio Jim Jensen, que había excavado los huesos del que bien podría haber sido el mayor de todos los dinosaurios, se convirtió en una celebridad menor para los niños. Los científicos encontraron un posible antepasado del Tyrannosaurus rex en el oeste de Texas. Se abrieron grandes yacimientos de dinosaurios fósiles en Alberta. Científicos polacos, rusos y mongoles volvieron a recorrer las zonas del Gobi antaño reconocidas por Andrews e hicieron descubrimientos espectaculares. La investigación se adentró más profundamente en el triásico. En 1984, un equipo dirigido por Robert Long, de la Universidad de California, descubrió en el Paitend Desert, Arizona, lo que se creyó podría ser el más antiguo de todos los dinosaurios conocidos hasta la fecha. Allí, en rocas que se calculó teman doscientos veinticinco millones de años de edad, el equipo excavó el esqueleto de una criatura del tamaño de un avestruz pequeño. Algo más antigua que los Staurikosaurus descubiertos en América del Sur en la década de los sesenta, que anteriormente se habían considerado como los más antiguos de los dinosaurios, esa criatura podría muy bien representar una familia enteramente nueva de dinosaurios vegetarianos (hasta ahora sin nombre) que podían estar emparentados con los antiguos Plateosaurus y que, tal vez, eran antepasados muy antiguos de los Brontosaurus.
De modo ocasional algunos aficionados llegaron a hacer importantes descubrimientos. Maij Averett, una geóloga aficionada, encontró maxilares y dientes en un bloque de pedernal cerca de Grand Junction, Colorado, que fueron identificados más tarde, en 1985, como los restos de un Iguanodon primitivo, el primero de esos dinosaurios desenterrados en Norteamérica y, tal vez, el antepasado original de la especie inicialmente identificada por Gideon Mantell y que era tan común en toda Europa.
Pero el éxito de los cazadores de dinosaurios, en especial el de los profesionales, dejó de ser medido por el tonelaje de los huesos encontrados o por el número de nuevas especies que pudieron identificar. Los museos tenían ya tantos huesos que no sabían qué hacer con ellos, así que el interés principal se enfocó en la búsqueda de claves que descubrieran la anatomía, conducta y fisiología de los dinosaurios y dieran respuesta a las grandes preguntas. ¿Eran los dinosaurios un ejemplo de mala dirección en la evolución, criaturas anómalas condenadas desde el principio a un final sin más salida que la extinción? ¿Cómo triunfaron y cómo su extinción definitiva dio forma al curso de la vida posteriormente? ¿Cómo fueron capaces de triunfar y sobrevivir durante un período de tiempo tan largo, de ciento sesenta millones de años? ¿Cómo es que desaparecieron de un modo aparentemente tan repentino y rápido? ¿Desaparecieron realmente sin dejar descendencia? La nueva generación de paleontólogos empezó a preocuparse por estas preguntas y trató de situar el lugar de los dinosaurios a lo largo del tiempo.
El cambio de cabezas del esqueleto del Brontosaurus expuesto en el Camegie Museum de Historia Natural, de Pittsburgh, es un claro símbolo del cambio de la investigación científica en tomo al dinosaurio. No fue cuestión de mucha importancia científica, sólo la pequeña reparación de un pequeño error anatómico y el reconocimiento de que algunos trabajos anteriores habían sido precipitados y un tanto azarosos.
Cuando los hombres que recogían huesos para Marsh descubrieron los dos primeros especímenes de Brontosaurus (o Apatosaurus) en Wyoming en la década de 1870, los esqueletos carecían de cabeza. Marsh siguió buscando y, al parecer bastante lejos, encontró dos cráneos que pensó encajaban con los esqueletos. Uno de los cráneos se encontró a seis kilómetros y el otro a seiscientos cincuenta kilómetros del lugar en donde se recogieron los esqueletos acéfalos. Se trataba de cráneos aplanados, chatos, que fueron hallados junto a huesos de Camarasaums y no de Brontosaurus. Esa falta de rigor científico, o descuido, fue probada documentalmente en 1975 por John S. Mclntosh, físico y especialista en dinosaurios de la Universidad Wesleyan y por David S. Berman, director asociado del Museo Camegie. Mclntosh dijo: «Marsh necesitaba una cabeza, así que se inventó una.»
Earl Douglas, mientras excavaba para el Museo Carnegie, sospechó ya en 1915 que algo no concordaba. Extrajo en Utah un esqueleto de Brontosaurus muy completo y su cabeza parecía más la de un Diplodocus que el cráneo parecido al de los Camarasaurus de los especímenes de Marsh. William J. Holland, director del museo en aquellos días, quiso montar la nueva cabeza en el esqueleto del Brontosaurus. Dijo que Osbom lo creyó capaz de ello. Pero la opinión de Marsh aún pesaba mucho y nadie cambió sus opiniones en el campo de la paleontología con más frecuencia que Osbom, que había estudiado el Brontosaurus y dio por bueno su parecido con el Camarasaurus. Bajo esas presiones, Holland decidió dejar el esqueleto sin cabeza y así siguió hasta que en 1932 el nuevo director lo coronó con un cráneo de dudosa procedencia descubierto por los buscadores de Marsh.
Tras estudiar las notas tomadas en las excavaciones y los archivos del museo, Mclntosh y Berman decidieron que Douglas y Holland habían estado en lo cierto. En octubre de 1979 el verdadero cráneo ocupó el lugar que le correspondía en el esqueleto de Brontosaurus del museo de Pittsburgh. Otros museos siguieron su ejemplo. Los nuevos cráneos eran más largos y delgados que los chatos recogidos por Marsh. La sustitución no tuvo como consecuencia una nueva interpretación de los dinosaurios, ni siquiera del Brontosaurus. Esos enormes animales, como se comprobó, estaban más cercanamente emparentados con el Diplodocus, en la misma familia, pero eso no significó sorpresa para los científicos que habían advertido mucho antes las similitudes anatómicas. Más importante resulta el hecho de que el cambio de cabezas simbolizó el revisionismo de la teoría de los dinosaurios. Los nuevos paleontólogos no estaban dispuestos a dar por buenas, sin más ni más, todas las presunciones y afirmaciones del pasado.
Una figura en la transición de aquellos días fue Edwin H. Colbert. Comenzó a estudiar paleontología bajo la tutoría de Osbom y pasó a ser su ayudante investigador en 1930 y a ocupar el cargo de director de paleontología de los vertebrados en el Museo Americano. Escribió varios libros técnicos y de divulgación y, más recientemente, en 1983, uno titulado Dinosaurs: An Illustrated History. La forma como Colbert consideraba los dinosaurios puede decirse que se incluía en la vieja escuela. La mayor parte de su carrera profesional para el museo se la pasó excavando en el campo, componiendo esqueletos para su exhibición y colocándoles la correspondiente tablilla explicando su lugar en el árbol genealógico de los dinosaurios. A él se le atribuye, con razón, el hallazgo de miles de fósiles, no siempre de dinosaurio, que incluyen más de cincuenta nuevas especies y diez nuevos géneros. En 1974 el Time llamó a Colbert «el Dick Tracy de la Era Mesozoica».
Uno de sus descubrimientos más espectaculares lo hizo en el verano de 1947, en Ghost Ranch, cerca de Abiquiu, Nuevo México. George Whitaker, el ayudante de Colbert, dio con algunos huesos embutidos en las rocas de la pared de un barranco. Entre las primeras muestras recogidas resultó de especial importancia un pequeño trozo de una garra que Colbert identificó de inmediato como perteneciente a un Coelophysis. Entre los dinosaurios más antiguos de los conocidos hasta ahora, que vivieron hace más de 213 millones de años, el Coelophysis fue descrito por Cope en 1887, pero hasta ahora sus restos hallados han sido fragmentarios y escasos. Aquel verano Colbert recogió en Ghost Ranch los huesos de una docena de esqueletos completos. No se trataba de animales de gran tamaño pues sólo medían un máximo de tres metros y los huesos hablaban de la activa vida de carnívoros bípedos que debieron de vivir en los finales del triásico. Sus miembros posteriores eran alargados y recordaban a los de las aves, hechos para conseguir gran velocidad, y las manos tenían tres dedos terminados en garras dispuestos para dar caza a sus presas. Dentro de la cavidad corporal de al menos uno de los especímenes se encontraron huesos de un Coelophysis joven. Al principio Colbert mostró sorpresa por esto y tuvo sus dudas de que lo que estuviera viendo fuese un embrión de lo que hubiera sido la primera prueba de que algunos de los dinosaurios no eran ovíparos sino vivíparos, es decir, que traían vivos al mundo a sus hijos.
La apertura de la pelvis, según observó, era demasiado pequeña y podía permitir el paso de huevos, pero no de animales vivos. Esto dejaba sólo una explicación alternativa. Colbert escribió: «La inevitable conclusión era que el Coelophysis fue un animal caníbal y en ocasiones se comía a sus propios hijos, exactamente como hacen algunos reptiles modernos. Una imagen no muy bella y agradable, pero sí realista.»
Éste es un ejemplo de un buen trabajo sobre el terreno a la antigua usanza, pero tres años antes Colbert había demostrado que estaba calificado como para ser considerado una figura transicional, aunque ciertamente conservadora, entre los paleontólogos, que adelantaba ya algunas de las preocupaciones de la nueva paleontología y trabajó en esa dirección. Tomó las temperaturas de algunos de los caimanes de Florida. No era una tarea fácil atar a los caimanes a un poste y someterlos al desagradable acto de introducirles un termómetro en el recto, pero los resultados del experimento se consideraron como datos irrefutables para hipótesis especulativas sobre la fisiología de los dinosaurios que vendrían a despertar tanto interés revisionista.
Puesto que resultaba imposible realizar experimentos fisiológicos con los dinosaurios, largo tiempo extinguidos, Colbert decidió que lo más útil que podía hacerse era investigar a los más parecidos entre sus parientes vivos, como los cocodrilos y caimanes. Con Raymond B. Cowles, un zoólogo de la Universidad de California, y Charles M. Bogert, también zoólogo, pero perteneciente al Museo Americano, Colbert capturó trece caimanes, algunos de los cuales llegaban a alcanzar los dos metros de largo, y los colocaron fuera del agua bajo el ardiente sol de Florida. Tomaron sus temperaturas a intervalos de diez minutos o menos. Cuando los caimanes alcanzaban temperaturas que probablemente hubieran causado su muerte, eran sacados del sol y conducidos a la sombra para que se enfriaran. Los investigadores siguieron tomando sus temperaturas una y otra vez e, incluso, algunos de los animales fueron atados a marcos de madera para mantenerlos en posición erecta como la de los dinosaurios. Todo eso resultó excesivo para dos de estos animales, que murieron. El experimentó sirvió para que Colbert y sus colegas establecieran que el aumento y la disminución de la temperatura estaba en relación directa con la masa del animal. Los caimanes pequeños se calentaban más rápidamente al sol y se enfriaban más pronto a la sombra. Los mayores sufrían ascensos de la temperatura más lentos, e igualmente lo eran sus descensos. Colbert salió del experimento lleno de cardenales y pequeñas heridas por su lucha con los caimanes, pero con la impresión de que había encontrado una posible pista sobre el éxito de los dinosaurios. Aunque presumiblemente eran animales de sangre fría, como todos los demás reptiles, tenían la capacidad, gracias a sus grandes masas, de retener el calor corporal por períodos muy largos lo que les daba la ventaja de la sangre caliente, es decir, de temperatura constante, que los mamíferos y otras criaturas de sangre caliente consiguen gracias a su elevado metabolismo. Así los dinosaurios podían ser activos como los mamíferos sin ser animales de sangre caliente. Los experimentos de Colbert con los caimanes fueron introducidos como una prueba de gran valor en los debates sobre la sangre de los dinosaurios -¿eran éstos animales de sangre caliente a diferencia de los reptiles modernos?- que comenzarían en la década 1970-1980.
Colbert también participó en otro descubrimiento que aportaría la prueba decisiva en nombre de un nuevo concepto científico que no sólo explica la ubicuidad de los animales del mesozoico, como los dinosaurios, sino que ilumina la historia dinámica de toda la Tierra. No sería ésa la última vez que los intentos de resolver el enigma de los dinosaurios conducirían a sorprendentes teorías con respecto a la historia de la Tierra. En una expedición a la Antártida en 1969, Colbert, con Jim Jensen, encontró los huesos y el cráneo de un Lystrosaurus. Éste no era un dinosaurio sino una de las líneas más antiguas de reptiles que relevaron a los dinosaurios en la continua lucha por la supervivencia en la naturaleza. Era uno de los terápsidos, reptiles de aspecto de mamíferos que Robert Broom sacó al primer plano científico a finales del siglo pasado, en África. Colbert se había pasado algún tiempo en el Sur de África estudiando a los terápsidos, entre los que se incluía el Lystrosaurus, un animal robusto, de cuatro patas y del tamaño de un perro grande, así que ya sabía lo que buscaba en la Antártida. Si se encontraban en la Antártida los fósiles del triásico que ya habían sido encontrados en África esto podía considerarse como una prueba irrefutable de que Gondwana, el supercontinente del sur, había existido y, como respuesta a la presión de las placas* tectónicas se había partido hacia finales del mesozoico. Los científicos proclamaron el descubrimiento de Colbert- Jensen de un Lystrosaurus en otro continente como prueba irrefutable que señalaba la conexión de la Antártida con África, lo que daba mayor consistencia a la teoría de la deriva de los continentes. La interconexión de los continentes durante la mayor parte del mesozoico hacía más fácil entender por qué los dinosaurios, incluyendo muchas especies estrechamente emparentadas, existían en todo el mundo. Tan sólo en la Antártida no habían sido encontrados sus fósiles, hasta entonces, pero los científicos no se sentirían demasiado sorprendidos si un día, como ya ha ocurrido con el Lytrosaurus, se encontraban allí fósiles de dinosaurios.
Colbert se retiró del Museo Americano en 1970. Algunos de sus hallazgos serían como un anuncio de la investigación en la nueva era y algunos de sus alumnos pasaron a ocupar la primera línea en el resurgir de los estudios del dinosaurio. La nueva generación de paleontólogos no sólo ampliaría y extendería los anteriores logros, como por ejemplo con el hallazgo de esqueletos completos de Coelophysis, o con la revisión del recientemente recapitado Brontosaurus, sino que pasarían al campo más complejo y controvertido de la evolución del dinosaurio y de las razones y causas de su éxito y su fracaso.
En la actualidad parece más importante que nunca, y también más posible, el entendimiento de los terápsidos. Estos animales dominaron la Tierra millones de años antes del auge de los dinosaurios. Tuvieron que ceder ante éstos y desaparecieron, pero no antes de que algunos de ellos sufrieran la trascendental transición de reptiles a los primeros mamíferos. Fueron los antepasados de todo gato o murciélago, ballena o primate, e incluso de todos los seres humanos.
Menos espectaculares en apariencia que la mayoría de los dinosaurios, los terápsidos nunca desataron la imaginación humana del modo como lo hicieron los dinosaurios. Fueron descuidados por los científicos tanto como por el público. En 1981 se celebró, por vez primera, una conferencia de importancia dedicada al estudio de su evolución. Pero el registro de fósiles de esos reptiles semejantes a los mamíferos y de sus antepasados es más completo que el de cualquier otro grupo de vertebrados terrestres, con la única excepción de los mamíferos del terciario. Fueron muy diversos y pasaron con éxito la evolución.
Los antepasados de los terápsidos formaron el grupo de partida del género básico reptil hace ya más de trescientos millones de años, en el período carbonífero. Los reptiles acababan de desarrollarse de los anfibios. Una línea progresó en un sentido que podríamos llamar convencional, en dirección hacia los reptiles para acabar convirtiéndose en cocodrilos y dinosaurios, serpientes y lagartos. Otra línea, la subclase de los sinápsidos, de la clase de los reptiles, se convirtieron en reptiles con aspecto de mamíferos. Los primeros de ellos fueron los pelicosaurios, el más famoso de los cuales fue el Dimetrodon, dotado de una aleta dorsal como la del tiburón; los dibujantes de historietas gustan de representar a esta criatura con una especie de superestructura como una vela que le ocupa todo el lomo, a lo largo de la espina dorsal y, en general, lo sitúan en una época que no es la suya, como si se tratara de un pariente y contemporáneo del dinosaurio. Los terápsidos aparecieron en la Tierra hace unos 265 millones de años al principio del pérmico y hubieron de muchos tamaños y especies; iban desde las dimensiones de una rata a las de un rinoceronte y a veces tenían formas ridículas o absurdas. Algunos de ellos, como diría un científico, «tenían el aspecto de una mesita de café cubierta con la piel de un gran caimán». John C. McLoughlin, en su libro Synapsida: A New Look into the Origen of Mammals, dijo: «Muchos de ellos nos hacen pensar que las fuerzas de la selección evolutiva hubieran sufrido un caso grave de delirium tremens durante el apogeo terápsido.» Algunos eran herbívoros, otros carnívoros y otros omnívoros. En época muy temprana comenzaron a mostrar signos de tendencias mamíferas. Pasaron de una postura horizontal semejante a la de los lagartos, a una forma de caminar algo más erecta, con las cuatro patas balanceándose bajo el cuerpo. El nombre de reptil, del latín reptilis, arrastrarse, empezó a convertirse en excesivamente restrictivo y pasó a ser, literalmente, como una descripción de los miembros extinguidos de esa amplia clase de animales.
Aunque durante un siglo se supuso que los mamíferos descendían de los terápsidos, sólo hasta hace muy pocos años los científicos han tenido la certeza de ese lazo. A partir de nuevos hallazgos de fósiles y de nuevas interpretaciones de anteriores descubrimientos, los científicos siguieron el rastro de los importantes pasos en la transición y determinaron que el momento decisivo debió de ocurrir a finales del triásico, hace unos 215 millones de años. Cráneos bien conservados de mamíferos de esa época, encontrados en el sur de China y en las reservas de los indios navajos en Arizona, Estados Unidos, resultaron pruebas muy importantes y reveladoras cuando fueron comparados con los cráneos de los terápsidos. En 1982, en su libro Mammallike Reptiles and the Origin of Mammals, Thomas S. Kemp, de la Universidad de Oxford, escribió: «Éste es un ejemplo conocido en el que la evolución de una clase de vertebrados procedente de otra clase está bien documentada por los fósiles.»
Fue en los cráneos, en particular en las mandíbulas, donde los científicos identificaron algunas de las más notables evidencias de que los terápsidos eran mamíferos en potencia, en tránsito evolutivo. Se podía ver en ellos cómo se estaba desarrollando un sistema tendente a mejorar la vista y el oído, así como métodos más eficaces de masticar los alimentos. A. W. Crompton, del Museo de Zoología comparada de Harvard, ha hecho un estudio del hueso que soporta los dientes, el dentario, de los terápsidos y encontró indicios convincentes de la tendencia evolutiva que marcaba el destino de esos reptiles. La mandíbula inferior de los reptiles está compuesta por un pequeño dentario y otros huesos situados en la parte posterior del maxilar en el punto donde el maxilar inferior se une al cráneo. El maxilar de los mamíferos no es más que un único hueso dentario. Los huesos que forman la articulación del maxilar -en los reptiles, el articular y el cuadrado- han sido reconocidos desde hace ya mucho tiempo como comparables a una pareja de huesos que se encuentran en el oído medio de los mamíferos. El oído medio de los reptiles tiene sólo un hueso, el stapes.
Los fósiles terápsidos encontrados en particular en África del Sur, en América del Sur y en Gran Bretaña muestran el cambio que estaba teniendo lugar. Con el tiempo el dentario se fue haciendo mayor, comprimiendo los pequeños huesos del maxilar y se incorporaron al oído medio como el malleus y el incus. (Un vestigio de esta herencia reptil puede verse en los embriones de los mamíferos. En los primeros estadios fetales, el maleoide es parte del maxilar inferior y se traslada al oído medio sólo en una etapa más avanzada del desarrollo.) Estos huesos, con el stapes, le dan a los mamíferos un sentido del oído más agudo con capacidad de captar un mayor número de frecuencias que en otros vertebrados. «Nosotros oímos con huesos que los reptiles utilizan para masticar -dijo Crompton-. No tenemos idea de cómo es posible, pero el impacto de todo esto es increíble.»
Al mismo tiempo, de acuerdo con los estudios de los fósiles, los terápsidos estaban desarrollando músculos que los capacitaran para una forma más compleja de masticar en la cual el maxilar inferior no sólo se movía de arriba a abajo sino también hacia adelante, hacia atrás y lateralmente. El gradual aumento de los pasajes nasales sugiere que los terápsidos estaban mejorando su sentido del olfato. Pero en los terápsidos no se encuentran otras de las características que distinguen a los mamíferos de los reptiles. Tenían que desarrollar aún un cerebro mayor. Sus dientes, en su período de cría estaban hechos para comer de modo regular lo que indicaba que las madres no daban de mamar a sus hijos. Aunque en este aspecto la evidencia es un poco ambigua, aparentemente no eran animales de sangre caliente, en el sentido que lo son los mamíferos, aunque su nivel de metabolismo podría ser superior al de los reptiles corrientes. Éste es un punto abierto a la discusión que admite distintas valoraciones.
De acuerdo con descubrimientos más recientes, el terápsido que parece más próximo a los antepasados directos de los mamíferos es un pequeño carnívoro conocido con el nombre de Probainognathus cuyos fósiles se encontraron en los sedimentos del primitivo jurásico. En sus días de crepúsculo, sólo sobrevivían las más pequeñas especies de los terápsidos. Al parecer, los animales de mayor tamaño no sobrevivieron a la extinción masiva que se produjo a finales del período pérmico. Entre los más pequeños supervivientes emergió el Probainognathus y su descendiente o descendientes se desarrollaron hasta convertirse en, al menos, tres grupos de mamíferos primitivos: Morganucodon, Kuehneotherid y Amphilestid. El último, dice Crompton que parece «haber vivido felizmente durante un tiempo y desaparecer quién sabe dónde». Sin embargo, los descendientes del Morganucodon se desarrollaron en líneas que llevaron al Platypus y otros mamíferos actuales que son ovíparos. El Kuehneotherid se cree que es el ascendiente de casi todos los demás tipos de mamíferos.
En la época de la transición de los terápsidos a los mamíferos, a finales del triásico o comienzos del jurásico, los dinosaurios ya se habían autoestablecido como los herederos inmediatos de los terápsidos en el sentido de que en esos días eran los tetrápodos dominantes. Tetrápodo es el término científico que se emplea para los vertebrados terrestres y significa literalmente «cuadrúpedo». Los dinosaurios surgieron de otra rama importante de los reptiles. Aparentemente deben su auge, en parte, a la extinción masiva ocurrida en el pérmico y, también, parece como si la época de los dinosaurios estuviera encerrada entre los paréntesis de dos tragedias globales. Pronto, después de la extinción del pérmico, comenzaron a proliferar algunos reptiles que habitaban en los pantanos y fangales, los tecodontos. Tenían un aspecto parecido al de los modernos cocodrilos y un gran apetito por las restantes especies de los terápsidos. Con el tiempo los tecodontos pasaron y su existencia fue reemplazada, en el triásico, por los arcosaurios, los reptiles que reinarían durante el mesozoico. Ramas procedentes del tronco del tecodonto constituyeron cuatro grupos principales de arcosaurios -los crocodílidos y los pterosaurios, así como dos líneas de dinosaurios, los saurisquianos y los omithisquianos-. Entre los primeros omithisquianos, se contaban los coelurosaurios, esos bípedos de cuerpo ligero y muy ágiles que representaba una notable diferencia en la norma de los reptiles. Uno de esos coelurosaurios eran el Coelophysis, cuyos huesos fueron encontrados de modo tan abundante por Edwin Colbert. Uno de los primeros saurisquianos conocidos por el Plateosaurus, un animal de mucho mayor tamaño y un predecesor, en el triásico, del Brontosaurus y el Diplodocus, hallado según se sabe documentalmente en las excavaciones realizadas en los años veinte por Friedrich von Huene, de la Universidad de Tubinga. Muchos de los terápsidos probablemente no significaban un desafío para aquellos predadores ágiles e imponentes. Los que se alimentaban de día y dormían de noche eran especialmente vulnerables para los dinosaurios en auge. Los terápsidos que sobrevivieron durante el triásico, hasta que hicieron su transición a los mamíferos, debieron de haber encontrado algún nicho ecológico relativamente seguro. Por ejemplo, aquellos que evolucionaron mejoraron el sentido del oído y del olfato y podían, de algún modo, controlar la temperatura de sus cuerpos -todos éstos son rasgos peculiares de los mamíferos- y se convirtieron en criaturas nocturnas. Aquellos que no pudieron adaptarse a la vida nocturna dejaron de existir. Por esa razón sobrevivieron aquellos terápsidos que tenían más características propias de los mamíferos y transmitieron sus genes a sus descendientes que se fueron haciendo cada vez más mamíferos hasta terminar siéndolo. El legado de su estrategia de supervivencia se prolongó durante una gran parte del mesozoico. Los pequeños mamíferos que vivían a la sombra de los poderosos dinosaurios eran, generalmente, criaturas nocturnas.
Al comparar los terápsidos y los primitivos mamíferos con los dinosaurios, Robert T. Bakker define como divinas las razones de la «superioridad» de los dinosaurios en el mesozoico. Publicó sus ideas en 1968, cuando sólo tenía veintitrés años de edad y ya iba en camino de convertirse en el enfant terrible de la paleontología. Se graduó en Yale el año antes y se quedó en el campus para trabajar en el Museo Peabody. Bakker marcharía a Harvard para, en 1976, conseguir doctorarse en geología y paleontología, pero su primera publicación profesional, «The Superiority of Dinosaurs», un artículo que apareció en la edición de primavera de Discovery, un periódico de Peabody, ofreció la prueba de que allí había una mente y una voz que tomar en cuenta. El artículo era menos un tratado científico que un manifiesto en llamada de un nuevo modo de enfocar la paleontología de los dinosaurios, su resurgir y revisionismo.

Bakker definió ese nuevo método como algo contrastado ya por los antiguos sistemas, en los párrafos que comenzaban su artículo:
Un nuevo énfasis está penetrando la ciencia de la paleontología. Durante más de un siglo los paleontólogos han ido descubriendo fósiles, describiéndolos e intentando mostrar cómo los organismos antiguos estaban relacionados unos con otros. Una vez que se ha diseñado un árbol genealógico familiar razonable para un grupo en particular, el estudiante clásico de la vida antigua, considera normalmente que con ello queda terminado su examen y se pasa a estudiar otro árbol familiar de cualquier grupo distinto. En contraste, en la actualidad, la reconstrucción de los detalles de 1a vida de los animales extinguidos-lo que comían, cómo se reproducían, cómo se defendían, etc.- es lo que despierta el interés de un número cada vez mayor de paleontólogos.
Por lo corriente sólo se han conservado en estado fósil las partes duras (huesos y dientes) de los animales vertebrados. Sin embargo, músculos, tendones, nervios y vasos sanguíneos, y en ocasiones algunos otros tejidos y órganos blandos dejaron su marca en la superficie de los huesos. Detallados análisis de la anatomía de diversos vertebrados vivos revelan cómo esos órganos blandos afectan las superficies de los huesos.
A partir de esas interpretaciones se hace posible deducir algunas cosas de la actividad, fisiología e, incluso, de la conducta de animales que ahora nos son conocidos sólo por sus huesos fosilizados.
Ese nuevo método de estudiar los vertebrados fósiles está aportando algunas pruebas que desafían muchas de las teorías sobre los hábitos y la ecología de uno de los grupos más populares de animales extinguidos, los dinosaurios. Esas grandes bestias eran reptiles cuyos parientes más cercanos aún vivos son los modernos cocodrilos. Generalmente, los paleontólogos aceptaron que en todos los detalles de su vida, los dinosaurios eran simplemente cocodrilos, lagartos o caimanes que habían crecido más de lo normal. Los crocodílidos y los lagártidos pasan gran parte de su tiempo inactivos, tomando el sol echados en la roca o el tronco más conveniente, y comparados con otros animales modernos, la mayor parte de los reptiles modernos son lentos y perezosos. De aquí viene que la reconstrucción de un dinosaurio como el Brontosaurus nos lo presente como una montaña de carne fláccida que se mueve a su alrededor sólo de forma lenta y poco frecuente.
Esta visión del dinosaurio, señalaba Bakker, presentaba un «problema que sumía en la perplejidad». ¿Cómo fue posible que estos lentos y perezosos dinosaurios dominaran a los terápsidos, que se estaban desarrollando activamente en la línea hacia los mamíferos y pudieron mantener sometidos a los mamíferos a lo largo del mesozoico? Bakker continuó mostrando evidencias basadas en las posturas y en los sistemas cardiovasculares de los dinosaurios que demostraban que aquellos animales fueron «criaturas ágiles, rápidas y llenas de energía y que vivían a un nivel fisiológico alto, sólo conseguido en todas partes entre los vertebrados terrestres por los mamíferos últimos y más avanzados». Para ilustrar esta nueva visión del dinosaurio, Bakker dibujó para la primera página de la revista un boceto de una pareja de dinosaurios cornudos al galope, y dijo que eran capaces de alcanzar una velocidad de hasta cincuenta kilómetros por hora. Al parecer había más vivacidad en los dinosaurios de la que los científicos les habían atribuido o imaginado corrientemente.
En la conclusión Bakker escribió:
Ahora podemos comenzar a responder a la cuestión planteada al principio de este artículo: ¿por qué los reptiles con rasgos mamíferos perdieron en su competencia con los dinosaurios?
Incluso los más avanzados de estos reptiles mamíferos, aunque por lo general se los represente en postura erguida o como criaturas erectas o semierectas, están construidos a lo largo, es decir, con la forma de los lagártidos, con líneas reptiles. Esos animales nunca comenzaron a desarrollar postura erecta semejante a la del dinosaurio. Recientemente he tenido la oportunidad de estudiar los huesos de los miembros de mamíferos del período jurásico americano y estos animales tienen una construcción reptil, exactamente igual a la de un lagarto o a la del viviente Platypus de pico de pato. Al parecer los mamíferos no adquirieron la forma más eficaz de locomoción erecta hasta bien entrado el período cretáceo, a finales de éste, es decir, cien millones de años después de que la lograran el evolucionado tecodonto y los primeros entre los dinosaurios.
En la actualidad, al pensar en los mamíferos nos los presentamos como criaturas ágiles, activas y llenas de energía mientras que a los reptiles los vemos como animales que, de acuerdo con su nombre, se arrastran, reptan, lentamente por el suelo. Sin embargo, lo cierto es que los dinosaurios y sus parientes consiguieron notables avances en su locomoción mucho antes de que los lograran los mamíferos, y la superioridad de sus extremidades fue sin duda el factor más importante en el éxito del arcosaurio y la extinción de los reptiles con características de mamífero.
El joven Bakker, brillante y provocativo, había tomado y defendido una posición muy alejada de todo lo anterior frente a las nuevas batallas de los dinosaurios. No frieron luchas por la posesión de huesos, como ocurriera con anterioridad en la competencia entre los rivales Marsh y Cope. Las nuevas batallas serían de interpretación: ¿qué podía y qué no podía decirse sobre la vida y la época de los dinosaurios? La guerra estalló y surgió a los ojos del público, para pesar y preocupación de los paleontólogos más sobrios. Pero era algo inevitable. Más que ningún otro tipo de fósiles los de los dinosaurios eran propiedad pública, criaturas asentadas en la imaginación de las gentes como un producto resucitado por los científicos. La ciencia estaba tomando nuevos puntos de vista y perspectivas sobre ellos. El público veía en la agitación y excitación del nuevo descubrimiento un conflicto de interpretación, la construcción y el examen de hipótesis, el proceso de la ciencia cuando se pone al trabajo.