En efecto, la dedicatoria corresponde al inicio de los apuntes en 14 de febrero y hasta el 8 de abril —con algunos paréntesis de silencio—. ¿Qué sucedió con las anotaciones que debieron existir desde la salida de Nueva York hasta el arribo a Monte Cristi, o, al menos, las que pudo haber escrito entre el 2 de febrero —fecha de la carta a María donde solicita su “trabajo de cariño”— y el 13 de febrero? ¿Qué forma poseían esos “apuntes” que asegura Martí les mandó antes del 14 de febrero, jornada en que da comienzo a los conocidos? ¿Constituían un primer relato continuo semejante al publicado por Sanguily Arizti? ¿Tal vez, cartas que, por separado, narraban lo acontecido? Me pregunto, ¿cuál fue la suerte corrida por esos originales?
Gracias al celo de Manuel Sanguily, hijo, al menos se dieron a conocer desde 1932 las Páginas de un diario —de Monte Cristi a Cabo Haitiano—, intituladas así justamente por tratarse no de un cuaderno sino de hojas sueltas, de semejante tamaño pero de diversa apariencia —rayadas por completo algunas, lisas otras; o con una sola raya en la parte superior o inferior, incluso cuadriculadas—. Pude comprobar mediante observación de los originales que no presentan huella de haber estado cosidas, pegadas, presilladas o unidas de algún modo. Y que su foliación —la cual enumera hojas, no páginas— fue realizada en el margen derecho, esquina superior y con tinta de la época, aunque no parece corresponder a la caligrafía Martiana. En realidad, presumo que las hojas fueron numeradas de una vez —y después de redactado el texto—, pues el trazo dejado por la pluma nunca responde al de las anotaciones del diario, ni en forma, ni en grosor o intensidad, además de que contradice el orden lógico de pensamientos y hechos que su autor va narrando. En cambio, se asemeja al trazado del texto —rasgos muy finos y letra también diferente de la del Apóstol—, que en una primera hoja, a modo de carátula, se lee: M. Diario. Casi con absoluta seguridad puede interpretarse: Martí’s Diario, según un orden sintáctico propio de la lengua inglesa, lo cual sugiere que, tal vez, fuera la propia Carmen Miyares —quien residió la mayor parte de su vida en los Estados Unidos— la que se encargó de la inicial compaginación de los apuntes. No podría descartarse tampoco que lo hiciera Sanguily Arizti en su carácter de primer editor o hasta su padre al recibirlo.
Con posterioridad —utilizando tinta negra contemporánea—, se le antepone a ese orden consecutivo la cifra: 88, referido al número de entrada en el Archivo Nacional de la República de Cuba en fecha no determinada, pero cuyos detalles rezan en el file que los contiene y donde, además, se especifica su ingreso en carácter de donativo. A esa altura, tropiezo con una nueva interrogante: ¿quién efectúa esa donación? A juzgar por el cuño que se aprecia sobre la hoja-carátula y la primera página del manuscrito —“Félix Lizaso/Biblioteca”—, en algún período no totalmente esclarecido engrosó los anaqueles de esa bien abastecida y connotada Colección. De allí debió pasar entonces al Archivo, pero, ¿cómo llegaría antes a manos de Lizaso? ¿Acaso Sanguily Arizti no cumplió su palabra de enviar los originales a María y nunca salieron nuevamente de suelo cubano? ¿O los traería de vuelta María al visitar Cuba? Al menos sí consta su destino posterior: tras el triunfo revolucionario de 1959 y con la creación del Archivo del Consejo de Estado de Cuba pasó a integrar sus fondos y es allí donde permanece actualmente.
El testimonio de Manuel Sanguily Arizti, recogido en su prólogo a la edición príncipe —primer volumen de la serie de los documentos procedentes del archivo de su padre—, da fe del estado del material treinta y siete años después de escrito:
Hallé [...] este manuscrito sin rotular y hasta ahora inédito [...]. Estas cuartillas deshilvanadas y a ratos en desorden, trazadas por noble y nerviosa mano [...]. Son, según señalaba y se irá apreciando, expresiones inconexas, —denunciadores de existencia intranquila y sin sosiego— [...] pertenecientes a un Diario lamentablemente fraccionado.