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Los nacionalismos históricos
Cualquier análisis de la nación española que no incluya los llamados «nacionalismos históricos» que bullen en su seno como complemento o desafío al «hecho nacional español» se quedará cojo, aunque conviene advertir que no son los únicos, pues han encontrado imitadores en casi todas las demás autonomías. A fin de cuentas, si hay algo que no falta en España es historia. Vamos a hacerlo con la brevedad no exenta de rigor que preside este trabajo. Pero antes de adentrarnos en cada uno de ellos creemos oportuno subrayar la diferencia establecida por José Luis Villacañas entre el nacionalismo liberal clásico «que emergió de los grandes Estados europeos al hilo de la Revolución francesa» y los nuevos nacionalismos históricos y no tan históricos que florecen hoy en España, ligados a un grupo específico y a un territorio determinado.
Los primeros tenían como objetivo la creación de un Estado liberal, con iguales derechos y deberes para todos sus ciudadanos, a los que trataba de homogeneizar jurídica, social y culturalmente. Los segundos, en cambio, parten de la diferencia específica de un grupo étnico, cultural o social, para construir una nación-Estado a la medida de esa comunidad. En otras palabras, mientras el nacionalismo clásico era abierto e integrador, los que vemos surgir hoy son cerrados y discriminadores. Ello refuerza su coherencia interna y les proporciona un «núcleo duro» de convencidos dispuestos a todo. Pero les aparta de esa «aldea global» plural y mestiza hacia la que se encamina el mundo y de la que pudieran ser un efecto secundario de rechazo.
Es más, a algún lector de buena memoria este tipo de nacionalismo le recordará el concepto premoderno de nación citado al principio de este libro: un colectivo humano conformado por la raza, las tradiciones y las costumbres ancestrales de ese grupo, enfrentado a los demás.