Como pudo apiló un gran montón de hojas secas contra el tocón carcomido del viejo roble y sacó de la pequeña bolsa de viaje que le acompañaba siempre un trozo de queso viejo y un poco de pan ya mohoso que comió apenas sin ganas, recogió agua del río que bebió y que notó helada al bajar por su garganta…
Se abrigó con la capa raída de lana vieja, el único de los recuerdos que le quedaban del traidor Drasster y tras alimentar el fuego, se dispuso a dormir pensando que al día siguiente alcanzaría Roma y podría por fin ver de nuevo a su amada….
Llegaron de improviso, aunque acostumbrado al duermevela de las noches en campaña, no supo saber cuántos eran, estaba descuidado, dormido o soñando y no tuvo tiempo de verlos llegar…
Seguramente sólo querían su dinero o sus pertenencias pero el viejo centurión actuó por instinto, se levantó de un salto y acertó a enredar la capa en su brazo izquierdo mientras tiraba de su glaudius hacia fuera. No tuvo tiempo, le falto un segundo, el que distingue la vida de la muerte.
Fue rápido, apenas lo sintió, primero un golpe en la mano que hubiera de empuñar el arma, luego unos brazos fuertes que le agarraban del cuello y le quitaban el aliento, después una humedad en el pecho y la certeza de que nunca volvería a verla. Cayó de rodillas mientras la vida salía de su cuerpo y quedó tendido boca abajo inerte…
Lo encontraron en la mañana frente al fuego recién apagado donde el cuerpo sin vida parecía descansar para siempre. Alguien busco en la pequeña bolsa de viaje y encontró algunos papeles con nombres, entre ellos un conjunto de cartas todas iguales, de letra clara menos una la que le escribiera ella aquel día y que le marcó para siempre…..