Carta nº XI:
Querida Helena:
Estoy enfadado por no haberme dado cuenta antes. He de aprender aún tanto sobre las cosas de la vida y que poco tiempo me queda para hacerlo.
Ni siquiera lo he visto venir, si, confieso que ahora puedo ver que hubo mil señales para haberlo sabido pero entonces pasaron inadvertidas para este viejo inútil en las relaciones sociales.
Quería estar preparado para esto y que no fuera tal mi sorpresa pero como siempre me nubló el ánimo ver que la vida puede ser sencilla a veces…
Hoy querida Helena Valeria entró en la habitación y tras rodearme el cuello con los brazos me susurró al oído que alguien estaba esperando en la puerta para conocerme. Confieso que por un instante el corazón corrió como si quiera llegar el primero y pensé que quizás al traspasar aquel umbral te volvería a ver pero como casi siempre me equivocaba...
Allí plantado lo vi por primera vez, ante mí un hombre alto de piel clara marcada por el sol, de fina barbilla y cejas pobladas, de cabellos alborotados negros y ojos de mirada limpia que se presentó como Drasster y sin esperar ni un segundo, empezó a hablarme de su familia, posibles, negocios y planes de un futro dispuesto a compartir con mi pequeña hermana…
Yo confieso que abrumado apenas conseguía escucharlo y mi mirada se trasladaba a veces de uno a otra como intentando entender qué estaba pasando. No sé en qué momento se dieron cuenta de mi terrible confusión pero yo si pude ver en un segundo como Drasster dibujaba media sonrisa en su cara para mirar a Valeria y esta le correspondía con la melodía que se crea en sus ojos cuando es feliz.
De esta manera, sin esperarlo, sin anestesia, supe que Valeria estaba enamorada…