Carta nº I:
Querida Helena:
Sé que así te llaman porque tuve que sobornar a media Roma para que me diera tu nombre pero no me importa, mereció la pena…
Te escribo sin atreverme a pronunciar tu nombre en voz alta para intentar expresarte lo que mi alma viene gritando desde que hoy, por fin, nos conocimos en el mercado.
Nos presentó un amigo. Tarcos me asegura que él estaba pero te juro que allí no lo vi, nos rodeaban cientos de personas pero te juro otra vez que allí no había nada ni nadie salvo la luz de tus ojos de ese azul intenso.
Sé que te hablé de cosas sin importancia porque yo estaba imaginando envejecer juntos, pero lo más extraño de todo es que por primera vez vi lo cómplice de tu mirada. En ti también empezaba a crecer un deseo escondido en tu corazón y no puedo parar de contar los minutos que han de volver a juntarnos.
Cruzamos de nuevo nuestras miradas cuando te ibas y fue apenas perceptible para el mundo pero sé que tú y yo con los ojos pudimos decirnos que estábamos empezando a querernos a gritos…
Después me ha movido el puro egoísmo de no volver a perderte y he indagado sobre tu familia, donde encontrarte y cómo explicarte esto que espero puedas llegar a leer.
Mientras aquí, olvidado por todos pero feliz comprendí el hecho de que aunque tenga que vivir en constante angustia por no verte mi existencia será más fácil desde este día y podré apaciguar mi deseo de estrecharte entre mis brazos soñándote cada minuto de la noche hasta que amanezca de nuevo…
Todo un día buscándote, toda una vida buscándote todo el camino andado para llegar a tu boca, desde este momento te digo, mereció la pena…