Carta nº VIII:
Querida Helena:
He de confesarte algo, este juego de la vida en el que nos encontramos inmersos a veces nos depara grandes sorpresas y sin duda intentar conocerte está siendo mucho más interesante que lo que a veces jugamos…
Apenas podría pensar en que aquel día en que te vi por primera vez el sol no se volvería a poner en mi vida y como un verano suave y templado mis pensamientos vuelan distantes hacia tu casa mientras descuido las labores que me han sido encomendadas.
Tal es mi anhelo de volver a verte que hasta hay veces que me sorprendo caminando por la calzada que me alejó de ti y cuando miro atrás veo las huellas que señalan siempre hacia el Norte, el fresco Norte...
Me encanta adivinarte quizás no tanto para deshojar el misterio que te envuelve pero algo más apenas suficiente para calmar la impaciencia de volver a verte, leo y releo cada una de las palabras que me enviaste intentando imaginarte, tan bella…
Y así siguen pasando los días por Hibernia y aunque me estoy acostumbrando a esta nueva vida aún echo de menos mi vida castrense organizada, metódica y me invade la melancolía imaginándome de nuevo con mis compañeros compartiendo el fuego y contando historias de batallas pasadas, ¿cuándo me hice tan mayor y se me pasa la vida?
Y vuelvo a sorprenderme pensando en ti y te imagino como sólo yo te he visto en mis sueños, sólo en esos momentos querida Helena he de confesarte soy feliz y quiero prolongar mi felicidad fuera de ese mundo que domino, el de mis sueños contigo…