CARTAS A HELENA

 

 

 

 

 

“De pie en la fría colina cercana al Atlas el joven Centurión miraba fijo las líneas desdibujadas del enemigo. Aquellos que iban a morir tiritaban de frío en la aún temprana noche del desierto cuyo contraste con las horas centrales del día había provocado que al menos la mitad de la tropa ahora maltrecha sufriera de deshidratación haciendo fuerte la desesperación en los duros corazones llenos de cicatrices…

 

El hijo del último tribuno militar del imperio ya estaba acostumbrado a tener que demostrar su valía excediéndose a veces en la osadía de la carga para gloria de los dioses o quizás para vergüenza del hombre que le vio  nacer entre sollozos y que marchó a la batalla ese mismo día….

 

Ahora sólo escuchaba las órdenes de batalla, el sonido casi apagado del cuerno y los golpes en las armaduras y entonces fue cuando lo sintió tan dentro que le quemó el alma. La fina lanza desgarró el músculo como el instrumento operatorio de los médicos del campamento, suave, con precisión cirujana atravesó la pierna hasta chocar contra el hueso y el sonido que hizo sería parte de su recuerdo para siempre, después nada, salvo el despertar con la boca reseca en la tienda médica…

 

“Los testigos pueden verlo de infinidad de maneras, algunos lo verán de forma militar y esos serán presos de su egoísta forma de ser. La disciplina, la valentía y la lealtad son virtudes que todo militar debería poseer para desempeñar su trabajo. La moralidad será la guía que te lleve a ser respetado por tus hombres y el mundo…”

 

El Tribuno se giró y tras hablar en voz queda con los médicos salió de la tienda sin siquiera volver a mirarle, meses después se volverían a ver pero las circunstancias serían diferentes para ambos…”