Carta nº IV:
Querida Helena:
A menudo, mientras viajamos Valeria y yo hemos pasado como un joven matrimonio que vaga buscando un lugar donde ubicarse sin levantar sospechas. Ambos sabemos que siempre tendremos que seguir huyendo, es el precio que pagamos por no revelar el secreto que podría haber removido los cimientos de nuestra nación.
Por primera vez ayer decidimos cambiar nuestro modo habitual de viaje por el barco y desde el primer momento que pusimos un pie en el frágil casco de madera supe que sería un error.
Todo se reduce a unos 70 pies de longitud atiborrados de seres sucios y enseres tirados que flotan libres entre la pátina de excrementos, orín y entrañas de peces que hacen impensable para mí que ese sea un lugar sensato para estar más que el tiempo justo para llegar a nuestro destino y que según el capitán de la nave, un afamado comerciante de telas de Nápoli no excederá de los 8 días…
Me sorprende que esto pueda flotar en el mar y aún más que se deslice sobre él con tanta delicadeza. El viejo casco hecho de tablas cosidas con fibras trenzadas es mucho más fuerte de lo que parece y el robusto mástil del centro aguanta con pasividad el duro embate del viento en la vela cuadrada curiosamente más ancha que alta que aprovecha con maestría cada uno de sus hilos para conferirle velocidad y convertirlo en un medio de transporte increíble.
Me parte el alma ver a Valeria en el rincón que ella misma ha tratado de limpiar intentando que su estómago vuelva a funcionar pues estos cuatro primeros días nos ha sorprendido a ambos un feroz ataque de entrañas sospecho que por el agua que bebemos y que procede de unos barriles demasiado sucios donde se almacena. Anoche tuvimos un descanso pues se puso a llover y estos al rellenarse vertieron fuera parte de la que estaba estancada en su interior, aun así no aguantaremos mucho más y estoy deseando poner un pié en tierra firme para dar gracias a los Dioses y escribirte de nuevo…
Agradecidos por el viaje donde he podido aprender mucho sobre la vida de estos hombres del mar pero aun más por sentir de nuevo la firmeza del suelo bajo mis pies, hoy desembarcamos en Massalia ...