CAPÍTULO 43

El deslizador militar se movía entre las ruinas del Recinto Sagrado a dos metros del suelo, acercándose al cuartel general de operaciones situado en el extremo norte de lo que sólo dos años antes había sido el Distrito Legislativo. El almirante Kre’fey iba sentado en el asiento trasero, con su vello blanco nieve agitándose al viento y su corta capa de mando ondeando tras él como una bandera.

A ambos lados se sentaban sus ayudantes bothanos. Un teniente humano llevaba los controles de la nave repulsora, a cuyo lado iba una artillera twi’leko, con las manos en el mecanismo de disparo del láser de repetición instalado delante. Acababa de llover de forma torrencial y el agua corría por los sinuosos caminos que los yuuzhan vong llamaban calles. El deslizador pasó junto a hileras de empapados soldados de infantería con las botas y las piernas desnudas manchadas de un barro que se secaba como la arcilla.

Al menos, la lluvia había limpiado del aire parte de la ceniza y el polvo de coral yorik. Kre’fey nunca había sentido un gran aprecio por Coruscant, pero resultaba apropiado que recorriera el trofeo que tantas vidas había costado a la Alianza. La estimación de las bajas daba unos cinco millones de muertos, y el doble de heridos.

Se habían destruido más de trescientas naves capitales y unos once mil cazas. El número de muertes durante toda la guerra era casi incalculable, aunque la cifra que solía decirse rondaba los 365 trillones. Ahora que Sien Sovv había nombrado comandantes de la ocupación a los generales Farlander y Bel Iblis, Kre’fey creía poder volver al Ralroost antes del anochecer.

Los grupos de combate de la Alianza seguían posicionados sobre Coruscant porque la destrozada armada yuuzhan vong seguía agrupada a dos millones de kilómetros de allí. Cuando por fin tuvo lugar el alto el fuego, éste se había debido menos a la pérdida de disciplina y coordinación del enemigo que a algo semejante a la pérdida de la esperanza y a una sensación palpable de melancolía y desesperación.

Tras la muerte de Shimrra, cientos de naves se habían autodestruido o lanzado contra las naves de la Alianza como proyectiles vivientes. Otras habían desertado, saltando al hiperespacio a sistemas estelares todavía desconocidos. Al quedar todavía centenares de dovin basal proyectando escudos de singularidad, las naves de descenso y las lanzaderas de la Alianza se veían obligadas a limitarse a unos pasillos de descenso concretos.

Aún así, el cielo sobre el recinto sagrado estaba lleno de patrullas y naves de socorro, y a cada hora que pasaba más y más naves bajaban por el pasillo de descenso. Coruscantianos huérfanos pertenecientes a diversas especies hacían cola en los empantanados caminos y ante los improvisados puestos médicos, almacenes de suministros y centros de verificación de identidad. Humanoides y alienígenas saludaban el paso del deslizador de Kre’fey mientras se dirigía al sur desde Puertoeste, dando la bienvenida al «Liberador de Coruscant» con saludos, gritos y torpes saludos.

Escuadrones de comandos patrullaban a pie todos los rincones, registrando edificio a edificio y controlando el saqueo de coruscantianos y yuuzhan vong por igual. Los herejes que se habían unido a la resistencia actuaban ahora de intérpretes y adiestradores de criaturas capaces de identificar a espías e impostores que llevasen enmascaradores ooglith. Las armas enemigas se amontonaban en los rincones, esperando a ser incineradas por viejos AT-AT y lanzallamas.

Los droides CYV rodaban y se arrastraban como ratas de túnel por madrigueras descubiertas por las máquinas de demolición y excavación. Por todas partes había equipos de especialistas ocupados en levantar centros temporales de comunicaciones que conectasen con los satélites que ya estaban en órbita. Había banderas de la Alianza Galáctica plantadas en lo que quedaba de la truncada Ciudadela, en la cúpula de coral yorik que cubría el Pozo del Cerebro Planetario, y sobre otros edificios importantes, pero seguía luchándose con ferocidad en algunos distritos que al carecer de comunicación por villip seguían sin conocer la muerte de Shimrra.

Para complicar la situación, el Recinto Sagrado se había dividido en más de una docena de zonas de ocupación, cada una supervisada por una especie diferente. Todas trabajaban con el objetivo común de la pacificación, pero con la gran cantidad de tecnología que había enterrada bajo la espesa vegetación, era inevitable que se reclamase propiedad sobre lo encontrado. Los ojos moteados de dorado de Kre’fey lo asimilaban todo con tristeza y recelo mientras el deslizador rodeaba los montones de escombros y cruzaba por los puentes temporales que se extendían sobre los abisales cañones de Coruscant.

¿Ése era el trofeo que iba a presentar a los miembros de la Alianza como ejemplo de que podían empezar a recuperar una vida normal? La escena más extraña que había presenciado, más extraña que los bosques de árboles alienígenas, que los ngdin que absorbían la sangre derramada en las calles, que los AT-AT trabajando codo con codo con las bestias de seis patas de los yuuzhan vong, era la del gran almirante Gilad Pellaeon y seis de sus oficiales imperiales recorriendo la zona donde una vez estuvo el palacio imperial.

Una vez fueron enemigos, ahora claros aliados.

Había miles de prisioneros retenidos en los que los yuuzhan vong llamaban la Plaza de los Huesos, pero miles más habían escapado a la selva en que se había convertido el planeta. Batallones enteros se habían escondido en la otra cara de Coruscant. Se decía que los comandantes de esas unidades habían jurado luchar hasta el final, y Kre’fey no encontraba motivos para dudarlo. Le atormentaban todo tipo de preocupaciones y dudas. ¿Qué debían hacer con los herejes y los Avergonzados, con los no combatientes y los niños, con el Cerebro Planetario, con las bestias que vagaban en libertad y con los demás bioides?

Ya había varios comandantes jefe defendiendo que se desfoliara a Coruscant por completo. Otros querían conservar parte del nuevo aspecto del planeta. Y había otros que deseaban ver a la antigua capital galáctica convertida en una especie de monumento, al lado de Ithor, Barab I, Nueva Plympto y otros mundos.

Así que pese a las aclamaciones y los saludos de bienvenida, Kre’fey no se sentía un liberador, y mucho menos un héroe, o al menos todavía no. La declaración bothana de un ar’krai, una guerra total, significaba justamente eso, y su especie esperaba que encabezara el exterminio de los yuuzhan vong.

Pero los comandantes jefes de la Alianza no estaban de acuerdo en esta cuestión. Y ahora que parecía haberse impuesto un alto el fuego, los políticos estaban impacientes por quitarle el control de la situación a los militares. Kre’fey siempre había considerado que el jefe de estado Cal Omas era un humano honesto y honorable. Pero, por muy bien intencionado que fuera, no siempre atendía a razones. Tampoco ayudaba que su muy influyente consejo de asesores incluyera a seis Jedi, un caamasiano y un wookiee. Como todo el mundo quisiera opinar, podían tardar meses, incluso años, en llegar a una solución consensuada para finalizar esa larga guerra…

El deslizador se detuvo ante el cuartel general de la Alianza, un ejemplo de la arquitectura clásica de la Vieja República recién liberada de su manto de vegetación por láseres y misiles; seguía habiendo árboles arraigados en el techo y lianas colgando sobre adornadas columnas y ventanas rotas. Kre’fey caminó con paso ágil ante oficiales de logística y especialistas en comunicaciones, analistas y cortadores, droides ratón y de protocolo.

Finalmente sus ayudantes lo escoltaron hasta una sala llena de cascotes que estaba limpiándose para el general Farlander. Un holoproyector ocupaba el centro del espacio ya despejado, y en el cono azul que brotaba de la mesa se veían hologramas a medio tamaño de Sien Sovv y Cal Omas. Los oficiales electos se habían movido durante buena parte de la batalla por Coruscant, entrando y saliendo del hiperespacio, pero Omas y los demás llevaban los últimos cuatro días refugiados en Contruum.

—Felicidades, almirante Kre’fey —dijo Omas—. Gracias a usted hemos recuperado nuestra capital.

—Del modo en que está —dijo Kre’fey.

Sovv hizo un ruido de asentimiento antes de hablar.

—Aún así, todos apreciamos sus esfuerzos. ¿Cuál es la situación allí, Traest?

—Estamos a punto de convertir una situación desesperanzada en una imposible.

—¿Hay cambios en las naves enemigas?

—Ninguno.

—¿Alguna reacción por parte de Nas Choka?

Kre’fey se obligó a exhalar.

—Los guerreros han perdido gran parte de su deseo de luchar, pero no hemos tenido noticias de Nas Choka. Ha reunido lo que quedaba de las flotillas de Muscave y Zonama Sekot, pero ni se dirigen a Coruscant ni se retiran.

—¿Qué cree que esperan, Traest?

—Nunca han sido derrotados, y mucho menos han tenido que enfrentarse a la muerte repentina de su Sumo Señor. Normalmente habría varios candidatos al puesto, y los sacerdotes y cuidadores elegirían uno entre ellos. La élite se habría dejado guiar por señales y portentos, y el sucesor en potencia habría tenido que demostrar algunas habilidades. Pero todo eso ha quedado atrás porque parece ser que Shimrra se ocupó de que no hubiera nadie que pudiera sustituirlo en el trono. Al morir Shimrra y el Sumo Prefecto Drathul, el élite de mayor rango es Nas Choka. Pero en realidad no tiene más poder que el Sumo Sacerdote Jakan y la Maestra Cuidadora Qelah Kwaad, y tenemos a los dos bajo custodia. Parece ser que hay algunos prefectos y cónsules menores que aspiran al poder, pero es improbable que alguno de ellos sea reconocido oficialmente como posible heredero. Y, lo que es más, los herejes y muchos de los Avergonzados acuden a nosotros pidiéndonos rescate, protección y hasta cierta clase de redención.

Sovv se tomó un momento para asimilar las palabras de Kre’fey.

—¿Tendrían nuestras flotas alguna posibilidad de ganar en el supuesto de que Nas Choka se salte el alto el fuego y ataque?

—Probablemente, pero con un coste considerable.

—¿Desea que ataquemos nosotros? —preguntó Omas con cuidado.

Kre’fey negó con la cabeza.

—No en este momento. Hasta esta mañana no teníamos forma de comunicarnos con Nas Choka. Pero por fin hemos convencido al comandante supremo de la flota enemiga de este mundo para que actúe de enlace con el Maestro Bélico, y empiece con las transmisiones por villip.

—¿Sería mucho esperar una rendición incondicional, almirante? —preguntó Omas.

Kre’fey se llevó la mano al rostro en gesto de incertidumbre.

—Ya le digo, señor, que los yuuzhan vong carecen de protocolo para una rendición. Esperan que nos comportemos como lo harían ellos en circunstancias similares, ejecutando a la mayoría y esclavizando al resto.

Omas frunció el ceño.

—Tantos años de lucha y siguen sin entendernos —hizo una pausa, antes de continuar—. Almirante se enfrenta usted a la desalentadora tarea de convencer a sus almirantes que no ganaremos nada exterminando a los yuuzhan vong.

Kre’fey apretó los labios.

—Señor, tras la barbarie a que nos sometió el enemigo durante cinco años, hay muchos comandantes locales que no querrán dejar de lado la venganza y optar por la compasión. Puede que alguno sí lo haga, y que con el tiempo les imiten otros, pero también puede que resulte imposible convencer a los yuuzhan vong de los mundos ocupados para que capitulen sin luchar. La noticia de la muerte de Shimrra está siendo comunicada por villip a todos los planetas de la ruta de invasión. Hay varios sistemas estelares que ya están siendo abandonados por los yuuzhan vong. Pero aún así, nos tocará intervenir.

—¿Zonama Sekot sobrevivió a la batalla? —dijo Sovv.

Kre’fey soltó un bufido.

—Yo diría más bien que triunfó. Aunque en su momento no me di cuenta, toda la batalla de Coruscant dependía de ese planeta. Si por el motivo que fuera los yuuzhan vong no hubieran estado tan deseosos de destruirlo… Bueno, bastará con que diga que ahora mismo no tendríamos esta conversación.

—Hemos oído rumores de que había un segundo Sumo Señor, un poder detrás del trono, por así decirlo.

Kre’fey asintió.

—Yo he oído los mismos rumores. Pero nadie los ha confirmado.

—También se habla de una nave contaminada con Alfa Rojo.

—Eso es un hecho, señor. Era un nave que escapó de Caluula. Los yuuzhan vong intentaron atacar Zonama Sekot con ese bioarma, pero fracasaron. Parece ser que se la sacó y arrojó al espacio con rayos tractores. Tenemos naves buscándola, aunque sólo sea para comprobar si la toxina sigue siendo virulenta.

—Siga con eso, almirante —dijo Omas.

Kre’fey volvió a asentir.

—Señor, en el supuesto de que tenga lugar una rendición, ¿ha elegido ya a alguien para negociar los términos?

—Muchos me piden que solicite la ayuda de los Jedi.

Kre’fey hizo una mueca.

—¿Le parece apropiado, señor, tras la declaración que hizo el Maestro Skywalker en Contruum, de que se plantearía entregar Coruscant a los yuuzhan vong si así se acababa la guerra?

Omas soltó una breve carcajada.

—Nunca me tomé el comentario de Skywalker al pie de la letra. Pero tenemos que llegar a un acuerdo respecto a la importancia que tendrá Coruscant dentro del esquema general. Quizá el haberlo recuperado baste para que sea un símbolo de nuestra unidad.

—Con el debido respeto, señor —dijo Kre’fey con calma—, no podemos permitir que los yuuzhan vong se queden aunque sólo sea un kilómetro cuadrado de Coruscant. El planeta es básico para la estabilidad de la Alianza, aunque no podamos reocuparlo hasta dentro de cien años. Ninguna especie estaría tranquila con los yuuzhan vong encerrados en el centro de la galaxia. Coruscant debe ser considerado un símbolo no sólo de que hemos prevalecido sino de que la amenaza ha quedado atrás y se ha restaurado el orden.

—Estoy de acuerdo, almirante —replicó Omas con el mismo tono tranquilo—, pero habrá que hacer algo con los yuuzhan vong, algo más que desarmarlos y devolverlos al vacío intergaláctico.

—Sospecho que preferirían morir luchando a volver allí. En todo caso, carecemos de naves suficientes para escoltarlos hasta fuera de la galaxia.

—Hay quien ha sugerido encerrarlos en sus propias naves —dijo Sovv.

Kre’fey hizo una mueca.

—A los guerreros, quizá. Pero, ¿encerramos también a las mujeres, a los niños, a los Avergonzados? ¿No sería eso sentenciarlos a una muerte lenta en vez de a una rápida?

Omas suspiró.

—No creo que a los guardianes de nuestra salud financiera les guste la idea de gastar trillones de créditos en encarcelar a guerreros que están más allá de cualquier posible rehabilitación.

Kre’fey se volvió ligeramente para mirar a la imagen de Omas.

—Señor, ¿ha pensado en crear una comisión de crímenes de guerra?

—Se está considerando un comisión así, almirante. Pero, ¿a quién juzgaría usted?

—Podríamos empezar con Nas Choka.

Sovv negó con la cabeza.

—Vamos a necesitarlo si queremos sojuzgar a la casta guerrera. Si juzgamos a Nas Choka, tendremos esa lucha a muerte.

—Coincido con el almirante Sovv —dijo Omas—. Shimrra ha muerto, igual que Tsavong Lah, Nom Anor y la mayor parte de la Brigada de la Paz… Y ahondando en esto, ¿cómo distinguimos ente «criminales de guerra» y fanáticos religiosos? ¿Deberíamos acabar con los comandantes que mandaron atacar naves de refugiados o con los responsables directos de la muerte de los cientos de millones de rehenes de Coruscant? Son todos culpables, la especie entera lo es. Puestos a iniciar procesos criminales, bien podríamos empezar con sus dioses.

Kre’fey permitió que el silencio reinara un momento antes de hablar.

—Señor, aún tenemos el Alfa Rojo.

Omas sintió con solemnidad.

—Respeto su valor por ser el primero en sacar el tema, almirante. Pero el Alfa Rojo no es una opción. La utilización de bioarmas no es una decisión que pueda tomar una persona, o tres, o un centenar. Pero le prometo que discutiré todas las demás cuestiones con los miembros de mi Consejo Asesor.

Kre’fey tragó saliva.

—Que algo de sabiduría nazca de eso.

* * *

Si había muchos mundos celebrándolo con fuegos artificiales, las únicas luces que había en el cielo nocturno de Zonama Sekot eran las de las estrellas, y de día sólo el disco remoto que era la primaria del sistema de Coruscant.

—Está refrescando —dijo Luke, cuando Harrar y él siguieron a Jacen por el boras—. La mayor parte de la energía que dedicaba Sekot a mantener caliente el planeta fue desviada a las defensas de las montañas. Zonama no puede seguir mucho tiempo en esta órbita sin arriesgarse a perjudicar a los bosques.

—Igual es eso de lo que desea hablar Sekot —dijo Harrar—. De insertar a Zonama en una órbita más nutritiva.

Jacen miró al sacerdote por encima del hombro.

—Pronto lo sabremos. El estanque no está mucho más lejos.

Jacen había mencionado varias veces el estanque, pero Luke nunca había estado en él y deseaba verlo. La sugerencia de reunirse en el estanque había sido de Sekot, a través de la magistrada Jabitha que visitó a Mara y a Luke en su morada del acantilado. Luke sentía que no había hecho otra cosa más que dormir desde su llegada al planeta una semana antes con el Halcón Milenario.

Aunque Jacen había conseguido neutralizar la mayor parte del veneno del anfibastón de Shimrra, Luke sabía que no se había curado del todo, y que quizá nunca lo estaría. Su cuerpo recuperaba fuerzas día a día, y podía seguirle el ritmo a Harrar y a su sobrino por el ondulante camino, pero el veneno le había alterado la fisiología y se veía obligado a recurrir sutilmente a la Fuerza para poder aguantar.

Igual sólo era cuestión de tiempo que su cuerpo se deshiciera de los restos del veneno, pero sospechaba que el daño lo había sufrido al principio, cuando el arma serpentina le clavó el veneno. Tal y como pasaba con Mara, las lágrimas curativas funcionaban sólo hasta cierto punto. Se daba cuenta de que la batalla en el búnker de Shimrra lo había acercado peligrosamente al Lado Oscuro, y su veneno era tan potente como el del anfibastón real.

Pero no lamentaba haber esquivado ese peligro, y en el fondo de su corazón sabía que se acercaría aún más para proteger a Jacen o a Jaina. Lo que le preocupaba era que también ellos parecían haber sufrido a consecuencia de su enfrentamiento con Onimi, con el Sumo Señor Onimi.

Varios Jedi y algunos ferroanos le habían comentado en privado que Jacen parecía mayor, y esa mañana había oído una conversación en susurros sobre la repentina y anormal seriedad de Jaina.

Ni Leia ni Han le habían dicho nada, aunque su preocupación era evidente. Pero, claro, ¿quién no había resultado afectado de algún modo por lo sucedido en Coruscant y en Zonama Sekot? El mismo planeta había quedado muy dañado, sobre todo en la Distancia Media, donde los ferroanos hacían todo lo que podían para reconstruir sus casas y devolverle la salud a los boras, pese a las frías condiciones reinantes.

La mayoría de las docenas de guerreros yuuzhan vong que habían sido atraídos a la superficie estaban traumatizados. Con cierto esfuerzo, Harrar había conseguido convencerlos para que dejaran el lugar donde descendieron sus coralitas, pero seguían sin entender si eran prisioneros o invitados. La presencia de los Jedi confirmaba su mayor miedo, el que defendían los herejes, el que los dioses se habían aliado a los Jedi para aniquilar a los yuuzhan vong.

Pero algunos de los guerreros habían pasado por lo que parecía un experiencia de conversión, y explicaban a sus humillados camaradas que podían sentir a los dioses en el dulce sabor del agua de Zonama, en el suelo que pisaban, en el viento, y viviendo en los gigantescos boras. Consideraban el mundo viviente un paraíso recuperado, y urgían a Luke a que se lo contara así a la élite yuuzhan vong, si aceptaba actuar de mediador en la rendición, como querían los líderes de la Alianza.

—Hemos llegado —anunció Jacen.

Condujo a Luke y a Harrar hasta un sendero que descendía por una ladera corta pero pronunciada, y acababa en un tranquilo estanque bordeado de hielo y rodeado de enormes boras. Luke había esperado encontrarse sólo con una proyección mental de Sekot, quizá Anakin o Vergere, pero en vez de eso allí estaba Jabitha que se las había arreglado para llegar antes por algún otro sendero procedente del cañón.

—Ya debéis haber adivinado algo de lo que quiero deciros —dijo Sekot a través de Jabitha, cuando Luke, Jacen y Harrar se acercaron al borde del estanque—. Sobre todo lo relacionado con los yuuzhan vong.

—Le dijiste a Danni que querías darles la bienvenida de vuelta a casa —dijo Luke—. ¿Estás afirmando que Zonama es su mundo natal primordial?

—Por mucho que haya evolucionado yo de la consciencia que presidía allí, de la consciencia de mi padre, Zonama sigue siendo una semilla de Yuuzhan’tar, el mundo en el que nacieron los yuuzhan vong y se convirtió en el modelo de sus dioses.

—Quería creerlo —dijo Harrar con asombro—, pero no me atrevía…

—¿Dónde está ahora Yuuzhan’tar? —preguntó Jacen.

—Espero poder responder a esa pregunta con el tiempo. Pero sospecho que fue destruido por sus simbiontes, por la especie que se convirtió en los yuuzhan vong, en castigo por lo que les hizo mi padre, que los había repudiado y cortado su conexión con ellos, despojándolos de la Fuerza. Todo se debió a su sed de violencia y conquista, provocada por un único enfrentamiento con un raza guerrera. También sospecho que sin mi padre no sabían ir más allá de la biotecnología que se les había entregado, o que habían robado. Al necesitar un consciencia que los guiase, crearon un panteón de dioses al que adjudicaron los poderes que una vez fueron dominio del mundo viviente de Yuuzhan’tar.

—La octava corteza vacía —murmuró Harrar—. Los cuidadores aceptaron que no debían crear nuevos bioides, cuando en realidad no podían.

Jabitha-Sekot continuó hablando.

—Por supuesto, antes de que mi padre muriese, envió la semilla del mundo que acabaría llamándose Zonama Sekot, y la semilla vagó hasta llegar a esta galaxia, donde echó raíces, y creció… Dormí en Zonama durante incontables generaciones, mientras los yuuzhan vong saqueaban su galaxia natal y se veían obligados a embarcar en busca de un nuevo hogar, viajando por las mismas corrientes que trajeron aquí a Zonama Sekot.

»Entonces llegaron los que yo conocí como forasteros remotos, y no por casualidad, sino atraídos genéticamente por Zonama Sekot, del mismo modo en que una criatura encuentra el camino de su hogar. Y así ocurrió por segunda vez en las Regiones Desconocidas.

Jabitha miró a Harrar.

—Como es posible que también te atrajera a ti.

—Dándonos la bienvenida a casa —dijo Harrar—, para volver a ser atacado.

Jabitha asintió.

—El ataque sin provocación de los forasteros remotos agitó algo en mi interior. En contra de las enseñanzas de los líderes del potentium, fui consciente de la existencia del mal. En cierto sentido, el mal contribuyó a que yo fuera consciente. Ahora comprendo que los actos de los forasteros remotos debieron ser un nuevo despertar del mal que experimentó mi padre cuando sus simbiontes utilizaron sus creaciones no para defender Yuuzhan’tar, sino para iniciar una era de derramamientos de sangre que tuvo como consecuencia la muerte de incontables mundos, junto con la de muchas consciencias planetarias latentes.

»Pero no me preocupé por esa agitación, por esas sospechas, hasta que Zonama se perdió en las Regiones Desconocidas y, a través de Nen Yim y Harrar, comprendí que los yuuzhan vong habían sido desposeídos de la Fuerza. Mis peores temores se vieron confirmados cuando supe del bioarma que querían utilizar contra Zonama.

»Comprendí que se estaba perpetuando un ciclo de violencia, y que tenía que tomar una decisión crítica. No había una forma acertada o equivocada de decidir. Sólo existían mi decisión y sus consecuencias. Podría haber aceptado el Alfa Rojo y concluir mi participación en el ciclo, o devolverlo contra los yuuzhan vong, acabando con su participación. Al final decidí apostar por la paz.

—Sentí tu conflicto en Coruscant —dijo Jacen—, cuando te busqué con mi sentido vong.

—¿Cuáles son las consecuencias de tu decisión? —preguntó Luke.

Jabitha lo miró fijamente.

—Te lo diré…

* * *

Nas Choka se sentaba estoicamente en el diván de aceleración de la lanzadera de la Alianza que los transportaba a él y a cinco de sus comandantes supremos al interior del Ralroost. Vestía una túnica sin adornos, pantalones, turbante y pechera. Sólo la túnica de mando que colgaba de los cuernos de los hombros lo distinguía de sus subordinados; al igual que ellos, su cuerpo había enflaquecido tras largos días de ayuno, y tenía cortes recientes en mejilla, labios y brazos.

El mundo que volvía a ser conocido como Coruscant dominaba la imagen que se veía por la pared transparente de estribor, y entre el planeta y el Ralroost flotaban centenares de naves de guerra, dispersadas para proteger Coruscant contra un ataque sorpresa de los guerreros que una vez lo habían conquistado y ocupado.

Nas Choka pensó en lo fácil que habría sido lanzar un ataque final y perecer en el estallido de gloria que seguramente esperaba la Alianza. Pero, ¿qué gloria podía obtenerse de una batalla que los dioses no querían apoyar? No, aunque no conocieran el motivo por el que los dioses les habían abandonado de forma tan brusca, era evidente que deseaban algo que no era la sangre del sacrificio.

A no ser que lo que ansiaran fuera la sangre de los yuuzhan vong. ¿Era culpa de Shimrra por haber usurpado el trono de Quoreal, o quizá por haberse negado a escuchar las profecías sobre el mundo viviente de Zonama Sekot?

Y de ser así, si todos los yuuzhan vong debían ser castigados por el orgullo de Shimrra, ¿por qué no habían permitido los dioses que la Alianza los exterminara, o que los matase el mismo bioarma que Shimrra había lanzado contra Zonama Sekot? El que esas preguntas continuaran sin respuesta era lo que había hecho que Nas Choka y sus comandantes se sometieran sin protesta o ira alguna a los registros personales de los desconfiados guerreros de la Alianza, y por lo que ahora permanecían impasibles. El único objeto que le habían permitido conservar era su tsaisi, su bastón de rango, que pensaba ofrecer a los comandantes jefes de la Alianza antes de pedirles que le permitieran acabar con su propia vida.

El rayo tractor del Ralroost condujo a la lanzadera por un campo invisible, permitiéndole atracar. Una vez libres de sus arneses, lo cautivos fueron escoltados por la rampa de la nave y conducidos a una zona de la vasta cala donde no menos de quinientos oficiales y administradores de la Alianza esperaban en posición de firmes tras un conjunto de mesas y sillas dispuestas de forma semicircular.

Lo estéril del enorme espacio produjo un escalofrío a Nas Choka. El aire filtrado tenía un sabor desagradable, las intensas luces amarillas daban a todos los objetos un aspecto afilado, la cubierta lisa era inflexible y el techo un caos de vigas y conductos.

Cientos de cazas reposaban sobre sus trenes de aterrizaje y los droides se movían por todas partes como esclavos. Una orquesta de diversas especies atacó a los cautivos con una música marcial, y una brisa artificial hizo ondear las banderas representativas de algunas de las especies de la galaxia, varias de las cuales habían sido vencidas por el propio Nas Choka. Humanos y otros seres documentaban la ocasión con holocámaras y otros aparatos grabadores.

Aunque se le escapaba gran parte del significado, Nas Choka reconoció el despliegue como festivo y ritual, pompa y circunstancia. Sovv y Kre’fey estaban decididos a montar un gran espectáculo.

El extremo abierto del semicírculo de mesas miraba a una hilera de seis sillas, en las que evidentemente debían sentarse Nas Choka y sus comandantes. De pie estaban los intérpretes —especies de la Alianza y herejes yuuzhan vong, a juzgar por su aspecto— para asegurarse de que todo el mundo se entendía. Cuando acabó la fanfarria, los oficiales y los administradores se sentaron.

En el centro del semicírculo se sentaban Kre’fey con su vello blanco y Sovv con sus grandes orejas, junto con varios comandantes humanos que Nas Choka reconoció por los informes de Inteligencia: Pellaeon, Brand, Bel Iblis, Farlander, Antilles, Rieekan, Celchu, Davip, y la reina hapana Tenel Ka, que también era Jedi. Los administradores de la Alianza estaban dispersos, pero junto a los comandantes militares se sentaban Cal Omas y sus principales asesores: el wookiee llamado Triebakk, el gotal llamado Ta’laam Ranth, el enjuto humano director de Inteligencia, Dif Scaur, el caamasiano de vello dorado llamado Releqy, cuyo padre administrador había sido asesinado ritualmente en Dubrillion por el comandante Shedao Shai.

Los Jedi vistiendo capas tan caseras que podían ser obra de Avergonzados, ocupaban un arco del semicírculo. Entre los tres machos humanos destacaba Luke Skywalker, asesino de Shimrra.

Los dos que se sentaban a su lado parecían guerreros. El único otro humano era una hembra de pelo oscuro que a Nas Choka le pareció más administradora que guerrera. Los dos Jedi restantes eran hembras no humanoides: una barabel que se sentiría como en casa entre los chazrach y una mon calamari, cuya cabeza alargada le recordaba una bestia de carga yuuzhan vong. El otro extremo del arco lo ocupaban Jakan, Harrar, Qelah Kwaad y varios sacerdotes, cuidadores e intendentes menores.

Cuando los cautivos fueron colocados ante sus rígidos asientos, Nas Choka hizo una señal a sus comandantes para que se sentaran y dio un paso adelante. Había llegado el momento temido. Tendió su bastón de rango y posó una rodilla en el suelo.

—Al rendir esto —dijo en Básico—, nos rendimos todos.

Era una frase histórica, y todos los yuuzhan vong del hangar, fueran leales o herejes, contuvieron el aliento comprendiéndolo.

—Sólo pido que se me permita ser el primero en morir por mi propio coufee.

—Levántese, Maestro Bélico —dijo Sovv—. Comprendemos que el honor requiera semejante acto, pero eso no se permitirá aquí.

Nas Choka lo miró confuso, todavía de rodillas.

—Entonces, nombrad al guerrero que os parezca para que me mate.

Sovv negó con su pequeña cabeza.

—No habrá ejecuciones, Maestro Bélico.

Nas Choka apretó los dientes y se puso en pie.

—Así que pretenden esclavizarnos, como esclavizamos a los chazrach. Pero en lugar de semillas de coral, nos implantaréis aparatos que controlarán…

—Maestro Bélico —le interrumpió Jakan—. Reserve su réplica hasta que se os haya dicho todo.

—Aún esperamos grandes cosas por su parte —añadió Harrar.

Nas Choka miró fijamente al sacerdote.

—Lo dice un desertor.

Harrar no intentó desmentir la acusación.

—Lo que hice, Maestro Bélico, lo hice por todos nosotros.

Nas Choka hizo un gesto cortante con la mano derecha.

—Ya no tengo ese título, sacerdote. Si no vamos a ser ejecutados ni esclavizados, ¿qué hará la Alianza con nosotros? En este nuevo orden no cabe la casta guerrera —se volvió hacia Skywalker—. Los Jeedai son guerreros. ¿Qué harías vosotros sin la guerra?

Skywalker se levantó de su asiento.

—Nos tomasteis por guerreros desde el principio, cuando sólo somos guardianes de la paz y la justicia. También puedes ser eso, Nas Choka. Pero eso requeriría que adaptases tus tradiciones de combate a una nueva visión —alzó el sable láser y conectó la hoja—. Esto fue una vez un arma.

Nas Choka rio con pesar.

—Miles de mis guerreros pueden asegurar que sigue siendo un arma.

Skywalker aceptó el comentario con un asentimiento.

—En tiempos de paz sólo es un símbolo de la lucha que libramos con nosotros mismos para no desviarnos por el mal camino.

Nas Choka irguió la barbilla.

—Siempre hemos actuado acordes al decreto del guerrero.

—Y lo aceptamos —dijo Skywalker—. Pero tendrás que aprender a hacerlo sin muchos de los bioides que os definían como guerreros.

—Nómbralos, Jeedai.

—Vuestros anfibastones y coufees, la gelatina blorash, los insectos aturdidores, los cortadores y las anguilas de plasma, vuestras naves y Maestros Bélicos…

—¿A cambio de qué? ¿De instrumentos para cavar y arados?

—Eso debe decidirlo vuestro custodio.

Nas Choka estudió a los oficiales y los administradores.

—¿Quién será?

—Zonama Sekot —dijo Skywalker.

Nas Choka lo miró alarmado.

—¡Nos entregarías a nuestro auténtico enemigo! ¡El mundo viviente que intentamos envenenar! El mundo en que nuestros anfibastones nos abandonan, nuestros insectos aturdidores alzan el vuelo, nuestros villip y dovin basal se convierten en frutos… ¡Y seguís diciendo que no vais a ejecutarnos! ¡Enviadnos de vuelta al vacío intergaláctico para que al menos podamos morir con dignidad!

—Puede que nuestros bioides nos estén enseñando algo —dijo Harrar—. Si ellos pueden vencer su condicionamiento, quizá también puedan hacerlo los guerreros.

—¡Palabras! —saltó Nas Choka—. Lo decís porque los sacerdotes, los cuidadores y los intendentes no tienen nada que perder presos en el mundo viviente.

—Perdemos más de lo que crees, Nas Choka —dijo Harrar con tristeza.

—¡Honramos una tradición que no puede alterarse!

Harrar salió de detrás de la mesa y se le acercó.

—Honrarás una tradición mucho más antigua, Maestro Bélico. Una que empezó en el planeta padre de Zonama Sekot.

—¿Padre?

—Zonama Sekot es nuestro mundo, Maestro Bélico. Es Yuuzhan’tar.

Nas Choka echó atrás la cabeza y bramó al techo.

—¡Entonces en verdad hemos sido derrotados! —volvió a mirar a Harrar—. ¿Ha sido por culpa de Shimrra, sacerdote? ¿O es que nuestro vagar no era más que una artimaña para hacernos volver al mundo del que nos expulsaron?

—Sólo los dioses pueden contestar a eso.

Nas Choka entrecerró los ojos.

—¿Residen allí los dioses?

—Sólo en el sentido de que Zonama Sekot contiene todos los aspectos de Yun-Yuuzhan, Yun-Ne’Shel, Yun-Shuno…

—No mencionas a Yun-Yammka.

—Ése lo inventamos cuando nos entregamos a la guerra —dijo Harrar.

Nas Choka bufó desdeñoso.

—Lo suponía. Te han engañado, sacerdote. Los Avergonzados proclamaron que en los Jeedai se contenían todos los aspectos de los dioses, y es evidente que no son dioses —dejó que sus palabras se perdieran, y luego habló con un tono más medido—. En estos asuntos, sólo hablo por mí. Nosotros somos los derrotados. Haced con nosotros lo que queráis. Pero, dime Jeedai, ¿será nuestro encarcelamiento a la sombra de vuestro Coruscant, en constante recordatorio de nuestro fracaso?

Skywalker negó con la cabeza.

—Zonama Sekot no desea permanecer en el espacio conocido, arriesgándose a ser reverenciado, explotado o ambas cosas. Zonama Sekot volverá a las Regiones Desconocidas, donde conoce un sistema solar que, con el tiempo, podría ser colonizado por los yuuzhan vong. O sea, cuando Zonama Sekot y los yuuzhan vong vuelvan a entenderse.

—¿Qué pasará con nuestras procreadoras y nuestra progenie?

—También encontrarán un hogar en Zonama Sekot.

—¿Y los Avergonzados? ¿Y los herejes?

—Necesitarán que se les convenza —respondió Harrar—. Nuestra sociedad podrá redefinirse en Zonama Sekot sin necesidad de abandonar por completo la base de nuestras creencias.

La amplia frente de Nas Choka se arrugó. Su mirada se posó en Sovv y en Kre’fey, en Cal Omas y en Luke Skywalker.

—Todo esto me parece de una extraña indulgencia.

—Aún no hemos puesto las condiciones —dijo Kre’fey cortante.

Nas Choka cruzó los brazos sobre el pecho.

—Hacedlo entonces.

—Los villip han estado comunicando la muerte de Shimrra a los mundos ocupados en el pasillo de la invasión. Algunos de vuestros comandantes se han ido, otros se han atrincherado. No queremos tener que liberar todos esos mundos al coste de vidas adicionales.

Nas Choka asintió.

—Los llamaré a Coruscant. Y os ayudaremos a perseguir y matar a los que se nieguen —sostuvo la mirada ceñuda de Kre’fey—. ¿Cuáles son las demás condiciones, almirante?

—Que vuestros cuidadores nos ayuden en la reconstrucción de Coruscant, persuadiendo al Cerebro Planetario para que invierta algunos de los cambios que ha hecho.

Nas Choka casi sonrió.

—¿Y no le preocupará, almirante, saber que hay un dhuryam yuuzhan vong en el centro de su galaxia?

Kre’fey suspiró.

—Considérelo, Maestro Bélico, la base para un compromiso duradero.