CAPÍTULO 18
Preguntas casuales a algunos de los que habían acudido a presenciar el «rito de limpieza», o matanza, como muchos lo llamaban entre susurros, le dejaron a Nom Anor la impresión de que él era el único que se había dado cuenta de la risa de Shimrra. Ahora, dos días después de que los herejes hubieran sido asesinados, la desconcertante sonrisa del Sumo Señor era visible para todos en la Sala de Confluencia. Nas Choka se arrodilló ante él, con el Cetro de la Súplica enrollado alrededor del brazo que normalmente habría llevado el del Dominio Tsaisi del Maestro Bélico.
—Excelentísimo Señor —estaba diciendo Nas Choka—, vengo ante ti, en nombre de los sacerdotes, Videntes y otros de mi Dominio, para implorarte que una adicional reflexión sea añadida al sagrado deber que tú has establecido para tus guerreros, de dirigirse sin demora hacia Mon Calamari, y allí aniquilar las naves de la flota de nuestros enemigos, para que así pongamos fin a nuestro deambular de una vez, y encargarnos del más alto deber de traer la verdad a aquellos cuyos hogares hemos conquistado, para que no seamos forzados a aplastarlos bajo nuestros pies como a muchos gricha. Te pido esto en el nombre de Yun-Yammka, a quien yo venero, y con todo respeto, ya que eres tú el que oye a Yun-Yammka, es sobre ti que descansa el peso de la existencia.
Shimrra se inclinó hacia delante, con su barbilla descansando sobre la palma de su enorme mano, y Onimi descendió los escalones bajo el trono para sentarse con las piernas cruzadas junto al Maestro Bélico, estudiándolo con su cabeza ladeada, pero sin pronunciar ni rimas ni insultos.
—Te lo ruego, ¿qué es lo que tus sacerdotes y Videntes te han dicho, Maestro Bélico, ya que tus palabras son las primeras que he oído sobre tales asuntos? —preguntó Shimrra—. Seguramente no albergarás dudas de que tu poderosa armada puede prevalecer.
—No, Gran Señor, de eso no tengo dudas. Es el instinto el que me insta a preguntar: ¿a qué coste?
Shimrra le hizo una señal con la mano.
—Prosigue, Maestro Bélico, para que todos aquí reunidos puedan tener una visión del trabajo interior de un pensador de la estrategia.
Nas Choka levantó la mirada.
—Gran Señor, no desaconsejo atacar Mon Calamari. Sólo cuestiono lo inoportuno del asalto.
Shimrra adoptó una actitud de perplejidad.
—¿De qué inoportunidad hablas? ¿Las estrellas de este cielo en particular no están alineadas? ¿Los días del calendario sagrado urgen precaución? ¿No estás de humor para dispensar un castigo? Habla sin rodeos, Maestro Bélico. Pensaré sólo lo mejor de ti.
Nas Choka hizo un ruido sordo al golpear sus hombros con los puños en señal de saludo.
—Gran Señor, prefiero concentrar sus esfuerzos en asegurar los mundos que poseemos, en las regiones que nuestro enemigo llama el Núcleo, Colonias, Borde Interior y la Región de Expansión. Se ha conseguido mucho, crearemos un muro impenetrable contra las incursiones, y desde el interior de ese muro podemos seguir haciendo incursiones en el Borde Medio y en otros sectores, hasta que expulsemos a las fuerzas de nuestro enemigo a una región donde sean dominados por desgaste o con un golpe final.
—¿No es lo que hemos hecho? —preguntó Shimrra—. Mientras hablamos, ellos se están consolidando en Mon Calamari. Les hemos empujado a los bordes de su propia galaxia.
—A algunos de los enemigos, Clemente Señor, pero no a todos. Quedan grupos fuertes de resistencia. Para dominar a los hutt se necesitarán años, y también para sojuzgar al Consorcio de Hapes, al Imperio chiss, al Sector Corporativo. En todos estos lugares, por nombrar unos pocos, el enemigo es fuerte. No discutiré que muchas de sus flotas ahora se han unido a Mon Calamari. Pero nuestras campañas en el Remanente, en Esfandia y en Bilbringi de nuevo, nos han costado mucho. Necesitamos que crezcan naves de guerra y armas alimentadas, así como coralitas. Nuestra armada es más débil por las muchas naves que tenemos que mover. Más, necesitamos estar mejor equipados para la resistencia en superficie, a menos que nuestro propósito sea envenenar más mundos de los que ya hemos envenenado, y arriesgarnos a que los dioses malinterpreten nuestras intenciones, y nos declaren insensibles hacia la vida.
Nom Anor estaba impresionado, y deseó tener la valentía para apoyar a Nas Choka abiertamente, pero no tuvo oportunidad de sumar su voz a la del Maestro Bélico, no sin poner en peligro su especial relación con Shimrra. Pero si se pudiera decir la verdad, Nom Anor habría confesado que lo que él quería era sólo proteger el mundo que le había sido confiado. Después de haber luchado durante tanto tiempo para alcanzar un rango de autoridad, no deseaba ver desaparecer los privilegios de su cargo a causa de alguna patochada de Shimrra.
El propio Sumo Señor fue lo suficientemente buen estratega como para oponerse a todo lo que Nas Choka estaba diciendo. Pero el Maestro Bélico no sabía que algo desconocido estaba empujando a Shimrra a moverse rápidamente y parecía no darse cuenta de que estaba siendo imprudente. Eso desconocido era Zonama Sekot.
—Aprecio tus preocupaciones, Maestro Bélico —dijo Shimrra—, y ciertamente si alguien merece ese título honorífico eres tú, porque tu inteligencia es aguda como un coufee afilado —se detuvo el tiempo suficiente para que Nas Choka recobrara su confianza antes de añadir—. Pero te equivocas. Te aseguro que Yun-Yuuzhan estaba muy complacido por las muertes de tantos herejes en la Plaza de los Huesos. Confía en él, en Yun-Yuuzhan, para disipar las preocupaciones del asesino y los otros dioses. Serás recompensado con la victoria, Maestro Bélico, y se cantarán loas sobre ti y tus comandantes, ahora y durante las generaciones venideras.
Nom Anor sonrió para sus adentros. Shimrra era brillante jugando el juego. Toda esa palabrería sobre apaciguar a los dioses no era nada más que un subterfugio, algo más allá del debate de los sacerdotes, ya que el Sumo Señor era su único y real conducto hacia los dioses. Y se le ocurrió de repente a Nom Anor que Shimrra tenía razón sobre lo que dijo en su encuentro más reciente: los yuuzhan vong habían sobrepasado a los dioses. No era que los dioses no existieran, sino que los yuuzhan vong ya no los necesitaban.
De repente sintió que alguien lo miraba. Miró a Shimrra, pero este todavía tenía la mirada puesta en Nas Choka. Era Onimi la que lo observaba. En su grupa de mando, en lo profundo de las entrañas de la Ciudadela, la montaña sagrada que fue una mundonave, Nas Choka, su jefe táctico y una Vidente guerrera estudiaban un panel de insectos brillo, moviéndose por su nicho de coral yorik. Los insectos, que eran capaces de permanecer suspendidos en el aire, brillar o apagarse por orden de un yammosk, proporcionaban una representación visual de las fuerzas yuuzhan vong y enemigas formadas en Mon Calamari y los mundos relativamente cercanos de Toong’l y Caluula. El movimiento frenético de los insectos imitaban los pensamientos que se arremolinaban de Nas Choka.
—Shimrra está desquiciado —dijo la Vidente—. Sonríe como si poseyera más del conocimiento normal de los sucesos.
Nas Choka miró a su subordinada untada de sangre.
—Estás a salvo aquí, Vidente, pero si yo fuera tú, tendría más cuidado con las palabras que vuelan de tu boca. Shimrra tiene oídos por toda la Ciudadela, y en más sitios de los que puedes imaginar. ¿Y a quién, Vidente, enviarías con bastones de mando a desafiar a los guerreros recientemente mejorados del Sumo Señor?
La Vidente hizo una reverencia.
—Te pido perdón, Maestro Bélico.
—Shimrra no está desmoronándose. Lo que importa ahora es que no le fallemos.
Nas Choka se volvió hacia sus principales subalternos.
—Ninguno de vosotros debe temer expresar sus opiniones aquí. Pero tened cuidado en cualquier otro lugar, ya sea lejos o cerca de Yuuzhan’tar —volvió su atención al despliegue de insectos brillo—. La flota enemiga permanece, ahora aumentada por naves de sistemas estelares que permanecían apartadas de la guerra.
El táctico, tocado con un alto turbante y un largo manto, asintió.
—Como temía, se están aliando en contra nuestra. Fue un error que dejáramos tan rápido el Remanente y la Constelación Koomacht. Podríamos haber utilizado a los llamados Imperiales y a los bárbaros Yevetha. Al menos hacerles pensar que sería más provechoso aliarse con nosotros.
Nas Choka asintió en acuerdo.
—Si tuviera que repetirlo todo de nuevo, al menos hubiera mantenido a los hutt de nuestro lado.
—Ellos son los únicos culpables —dijo el táctico—. Su oferta de apoyo era sólo un medio para situarse a salvo entre nosotros y el enemigo. La razón de porqué no les concedimos ningún honor fue que nos subestimaron.
Nas Choka asintió.
—Su especie es arrogante. Antes o después nos hubieran traicionado, y habríamos tenido que atacarlos. Nada sería diferente.
—Excepto quizá que Nas Choka no habría sido elevado a Maestro Bélico —dijo la Vidente.
—Otro ejemplo de promoción por ausencia del adversario —dijo Nas Choka con aspereza—. Tsavong Lah se obsesionó con los Jeedai. Hizo su guerra personal. Demostró orgullo al tener un vua’sa crecido, sólo para poder desmembrarlo y reclamar una de sus piernas como suya. Su insolencia fue su perdición. Le dejó ciego a la verdad. Los Jeedai son un incordio, pero difícilmente son el arma secreta que se pensaba al principio. A medida que su número disminuye, aparentemente también lo hace su habilidad de llamar a la Fuerza —se rio brevemente—. Tsavong Lah dirigió la flota contra un puñado de advenedizos con espadas mágicas. Sería divertido si no fuera tan trágico —de nuevo el Maestro Bélico observó a los insectos brillo—. Me intriga que permanezcan en Mon Calamari. Al instalar a los yammosk en Toong’l y Caluula, dejamos claro como el agua de lluvia nuestra intención de atacar Mon Calamari. Sovv, Kre’fey y el resto de los comandantes de la Alianza deben estar ciegos para no ver lo que va a suceder a continuación. Pero obviamente les hemos malinterpretado. Mi intención era persuadirles para desmantelaran sus ejércitos, y así dificultar la posibilidad de una batalla final de esta naturaleza, porque sospeché que Shimrra estaba pensando en eso.
Y todavía el enemigo no hace nada que sugiera que han recibido nuestro mensaje. O me han malinterpretado o han encontrado una forma de contrarrestarnos.
—Incluso así, Maestro Bélico —dijo el táctico—, no tiene sentido hacernos frente en Mon Calamari. Son superados en número y es improbable que deseen presenciar la destrucción del mundo que han escogido como su nueva capital.
Nas Choka lo consideró.
—Sí, eso me temo, que al final se dispersarán.
El táctico se sorprendió.
—¿No era ese tu deseo, Maestro Bélico?
—Mantenerlos separados sin que nosotros tuviéramos que viajar por toda la galaxia para provocarlos. Ahora estamos comprometidos. Llegaremos, se dispersarán y no nos quedará más remedio que darles caza por todos los brazos galácticos porque Shimrra no lo querría de ninguna otra manera.
»Tal cosa requeriría muchos años y consumiría muchos recursos.
—Es la pauta que nuestros antepasados afrontaron una y otra vez en nuestra galaxia natal —intervino la Vidente—. Guerras que perduraban durante generaciones.
El táctico miró los insectos brillo.
—¿Y si el enemigo nos sorprende eligiendo quedarse a luchar?
Nas Choka sonrió.
—Entonces sabré, con toda certeza, que Kre’fey y el resto han planeado una contramedida.
La Vidente no pareció contenta por la afirmación.
—¿Los infieles se atreverían a atacar Yuuzhan’tar en tu ausencia?
—He pensado seriamente en ello —dijo Nas Choka—. He calculado el daño que pueden hacer, basándome en que lleven tres veces más el número de naves que sabemos que existen en todos los sectores excepto el de Mon Calamari. Confío en que no puedan hacer un daño inaceptable. Tengo planes para esa eventualidad, sin embargo. Si hacen saltar su flota entera aquí, mejor para nosotros.
—Ellos podrán interpretar el trabajo de preparación que hemos dispuesto como un intento de obligarlos a atacar Yuuzhan’tar.
Nas Choka no mostró ningún signo de preocupación.
—En cualquier caso nos beneficia. Pero nos queda mucho hasta poder observar todas las posibilidades. Queda poco tiempo antes de que Shimrra declare los auspicios favorables para lanzar el ataque.
La Vidente se situó ante el Maestro Bélico.
—He hablado con los otros Videntes sobre los auspicios. Estamos de acuerdo en estirar la verdad, para conseguirte tiempo adicional para preparar tus fuerzas.
—Shimrra verá a través de ti —avisó Nas Choka—. Sobre todo después de la apelación que hice hoy. A pesar de todo, verá tus mentiras como un acuerdo conmigo, igual que te ve a ti y a tus cohortes como un acuerdo con la élite. Refrena tu impulso de conseguirnos más tiempo —se detuvo un momento y luego continuó—. Mientras, deberíamos despertar a nuestros espías infiltrados en todos los mundos ocupados y los que resisten, e instruirles para que informen de cualquier actividad inusual referente a movimientos de naves, material y correos.
—Kre’fey esperará eso —puntualizó el táctico—. Recuerda, Maestro Bélico, que la desinformación del enemigo fue en parte responsable de la muerte de Tsavong Lah.
Nas Choka puso una mano en su hombro en gesto de agradecimiento.
—No confiéis en nuestra red de agentes de Mon Calamari. Están vivos sólo porque la Alianza cree que puede utilizarlos. También decid a nuestros espías disfrazados que mientras mantienen la nariz levantada hacia el viento, deben que evitar actuar de ningún modo. No quiero nada más que información. Yo separaré la verdad del engaño. Y sobre todo, quiero dar a la Alianza la suficiente cuerda para que se ahorque con ella.