CAPÍTULO 27
Alfa Rojo —dijo Kyp, como si le costara trabajo creer sus propias palabras. Consternado, caminó hacia la pila del yammosk, dejando huellas con sus botas en la gelatina blorash licuada.
Una vez allí, señaló con un gesto la lúgubre escena: Malik Carr, el sacerdote y ocho guerreros que sangraban por la boca, los ojos, los oídos; los anfibastones, los villip y el yammosk, muertos; el coral yorik, descolorido.
—Alfa Rojo —dijo Kyp. Han y Leia se intercambiaron miradas interrogantes entre sí y con Page. Lando, Talón y Shada hicieron otro tanto.
—¿Qué es eso? ¿Una maldición que no conozco? —preguntó Lando a Kyp.
—Sí, en cierto modo —dijo Kyp, sentándose en el escalón circular que rodeaba la pila—. Alfa Rojo es el nombre de un veneno específico contra los yuuzhan vong, desarrollado por los científicos chiss y por los del Servicio de Inteligencia de Dif Scaur. Por lo que yo sé (y no sé gran cosa), su punto de partida era el polen del árbol bafforr, y el arma biológica se desarrolló a partir de allí.
—Kyp, ¿cómo es que sabes algo de esto? —le preguntó Leia.
—Gajes de ser miembro del Consejo Asesor de Cal Omas —dijo—. La primera partida, la partida de prueba, se preparó hace cosa de un año y se probó en secreto. Incluso estuvo a punto de emplearse a gran escala por entonces, si no hubiera sido por dos cosas, por nuestra victoria en Ebaq 9, y por Vergere.
—Una fosh Jedi de la Antigua República —explicó Leia por atención a Page, Meloque y algunos otros—. Vergere vivió cincuenta años entre los yuuzhan vong, como espía. Ayudó a rescatar a nuestro hijo Jacen en Myrkr y murió en Ebaq.
—Cosa de un mes antes de lo de Ebaq, Vergere robó la muestra de Alfa Rojo y la destruyó, o la convirtió en algo inofensivo de alguna manera —añadió Kyp. Echó una mirada a Leia, y ésta le animó a seguir contando—. El mando de la Alianza lo calificó de acto de traición, pero desde entonces no se ha hablado gran cosa del Alfa Rojo, en parte porque se rumoreaba que Jacen tuvo algo que ver con que Vergere escapara del bloqueo de seguridad que se estableció en Kashyyyk. Yo creía que el proyecto se había cancelado. Evidentemente, no me han tenido informado.
—Esta cosa no sólo mata a los yuuzhan vong individuales —dijo Han, volviendo la vista por la sala.
Kyp asintió con la cabeza.
—Tienes razón —dijo—. Ataca a algún componente genético o celular que comparten los yuuzhan vong con todos sus bioides, desde el diminuto hasta el más grande. Hasta con sus naves de guerra.
—El coralita estrellado —dijo Leia.
Han miró a Page con desconfianza. El capitán alzó las manos expresando su inocencia.
—Han, te juro que no había oído hablar del Alfa Rojo hasta ahora.
Han miró a la alta Meloque, que negó con la cabeza.
—Si hubiera sabido algo del Alfa Rojo, estoy seguro de que habría hecho lo que hicieron los Jedi —dijo.
Todos los rostros se volvieron hacia Wraw, al que se le agitó el pelo de la cabeza. Después, el agente de la Inteligencia bothana se encogió de hombros tranquilamente.
—El mando de la Alianza quería tener la seguridad sobre el terreno de que el Alfa Rojo funcionaría fuera del entorno de un laboratorio. Se ha empleado con éxito en prisioneros, pero no podíamos saber con seguridad lo que pasaría en un entorno no controlado. Cuando los Servicios de Inteligencia se enteraron de que los vong pensaban ocupar Caluula, se designó a éste como planeta cero-paso-uno para ganar la guerra.
Meloque soltó un triste suspiro.
—Exterminio. Más ar’krai bothano.
Han se abalanzó sobre Wraw desde el otro lado de la sala, con los dedos entrecerrados en forma de garras, pero sólo llegó a mitad de camino, pues Kyp lo abrazó para contenerle.
—¡Por eso prometió el gobernador de Caluula una rendición pacífica! —gritó Han—. ¡Los tuyos dejaron que cayera la estación orbital, sólo para poder poner en marcha este plan de imbéciles!
—Tranquilo, Solo —dijo Wraw—. Si yo hubiera intervenido en la planificación a ese nivel, ¿crees que me habría apuntado a esta fiestecilla? Estoy aquí de observador, nada más.
—¿Nada más? —dijo Han, forcejeando para soltarse del abrazo de Kyp. Los músculos del cuello se le marcaban como cables—. ¡Toda esta operación no ha sido más que una misión de reconocimiento para ver si el Alfa Rojo había funcionado!
—No es verdad —replicó Wraw—. Nuestra misión era destruir el yammosk, y ya está muerto. La Alianza tenía buenos motivos para creer que los vong pensaban servirse de Caluula como de punto de reunión en caso de retirada. No sé explicar por qué no hay más navíos de guerra en órbita.
Han se tranquilizó, y Kyp le soltó.
—De modo que, si el Alfa Rojo fallaba, estaríamos nosotros a mano para asegurarnos de que se mataba al yammosk —dijo Han.
Wraw volvió a encogerse de hombros.
—Al director Scaur le gusta cubrirse —dijo—. Pero, sí; quería tener la seguridad de que el yammosk moriría de una manera u otra.
—Lo sabías desde el principio —dijo Leia a Wraw—. La patrulla a la que tendimos la emboscada, el coralita estrellado…
—Reconozco que lo que vi me animó.
Han hizo una mueca de desprecio.
—No sois mejores que los yuuzhan vong —dijo.
A Wraw volvió a ondearle el pelo.
—Dijiste que querías enseñarme cómo funcionaba el mundo —dijo—. Bueno, pues puede que seas tú quien necesitas una lección. Lo que hemos hecho aquí era necesario —añadió, señalando el techo—. Esa cuidadora y sus guerreros especiales van a llevarse el Alfa Rojo a Yuuzhan’tar, y desde allí se difundirá a otros mundos ocupados a lo largo de la ruta de invasión. Así que, en vez de despotricar contra mí, Solo, deberías animarte. Los vong tienen los días contados. La guerra ha terminado, prácticamente.
—Los habéis matado —murmuró Meloque; después, salió bruscamente de sus reflexiones, llena de horror, con los ojos desencajados y mirando con rabia a Wraw—. ¡Habéis matado a las estrellas-aladas!
Wraw tragó saliva.
—Eso no lo sabes —dijo.
Meloque cayó de rodillas sobre el suelo esponjoso, como si las piernas se le hubieran vuelto de gelatina.
—¿Es que no te das cuenta de lo que habéis hecho, de lo que habéis desencadenado? ¡Los efectos del Alfa Rojo no se limitan a los yuuzhan vong! ¿Tus superiores quieren estar seguros? Pues diles que el Alfa Rojo ha superado las expectativas de todos, agente Wraw. Es vulnerable a él tanto la vida sensible como la no sensible. ¡Si esas naves yuuzhan vong llegan a Coruscant, puede estar amenazada toda la galaxia!
—¿Qué nave? —preguntó Lando—. ¿De qué está hablando?
—Un par de naves enemigas subieron por el pozo poco antes de que llegaseis vosotros —dijo Page.
Karrde tomó su intercomunicador del cinturón y activó el botón de llamada.
—Crev, ¿me recibes?
—Apenas, Talón —respondió una voz masculina profunda, tras varios momentos de interferencias—. ¿Cuál es vuestra situación?
—Te lo explicaré más tarde, Crev. Ahora mismo, debes alertar a los artilleros de Booster para que destruyan a todas las naves yuuzhan vong de la zona.
Crev Bombassa se rio.
—¿Qué crees que hemos estado haciendo? Aunque tampoco han aparecido muchos objetivos.
—Gracias a la Fuerza —dijo Meloque en voz baja.
—Sólo nos ha dado dejado atrás una nave —siguió diciendo Bombassa—. Una análoga a corbeta, distinta de todo lo que hemos visto hasta ahora. Con escamas, tres pares de brazos con pinzas romperrocas y la proa elevada.
Han miró a Leia.
—Los coris que nos persiguieron hasta Caluula. Han debido de cultivarlos para los Aniquiladores.
A Talón le bastó con advertir el tono de alarma de Han. Apretó el intercomunicador con más fuerza.
—¡Crev, dime que todavía tenéis a la vista esa nave!
—Espera, Talón.
Todos quedaron en silencio y esperaron algunos momentos, sin oír más que las interferencias del aparato; después, volvió a sonar la voz de Crev.
—Talón, lamento comunicarte que la nave saltó al hiperespacio antes de que pudiésemos alcanzarla.
Meloque hundió la cara en las manos y empezó a sollozar. Han contrajo la mandíbula con rabia y con desánimo.
—Nuestra única esperanza es que la tripulación muera antes de que la nave vuelva al espacio real.
* * *
En el puente de mando del crucero de asalto bothano Ralroost, el almirante Kre’fey hizo girar el sillón de mando para apartarse del puesto de observación y escuchar el informe que le pasaba el oficial de comunicaciones. El espacio local estaba salpicado de naves de guerra, pero tranquilo. Mon Calamari, de color azul, giraba en calma por debajo de ellos.
—Se han reubicado elementos de la Segunda y Tercera Flota en Mon Eron —dijo el oficial humano—. El gran almirante Pellaeon comunica que el Derecho de Mando va de camino para complementar las defensas de allí. Además, han llegado de Iceberg Tres dos grupos de combate hapanos para reforzar las fuerzas de defensa locales de Mon Calamari. Estableceremos contacto visual con ellos en cualquier momento, señor.
Kre’fey miró por el puesto de observación. El Ralroost, junto con el destructor estelar Sueño Rebelde y el crucero Yald se habían trasladado a la luna de Mon Calamari, preparándose para recibir de frente a la armada que avanzaba. Ahora que los yuuzhan vong se desplazaban hacia Sep Elopor, faltaban horas para el enfrentamiento, o quizá días, en función de la estrategia de Nas Choka. Pero, ahora, el mundo habitado de Mon Eron, el quinto planeta del sistema, estaba amenazado. Los planetas cuarto y tercero estaban del otro lado del sol.
Con la marcha inesperada de casi la mitad de la armada enemiga, se había establecido algo parecido a un equilibrio. Pero con la equivalencia se había recrudecido el combate, y, en vista de la Cifra creciente de bajas, la Alianza estaba en peor situación que al comienzo de la batalla.
Los escáneres mostrábanlas fragatas y piquetes muy deteriorados que descargaban su armamento contra los yuuzhan vong, y cazas estelares que habían perdido las alas y hacían lo que podían por aportar algo al combate. Por cada caza que se perdía desaparecían tres o cuatro coralitas del terreno de batalla. Pero parecía que los yuuzhan vong tenían una provisión casi ilimitada de esas naves pequeñas, y en cuanto quedaba diezmado un tentáculo, las entrañas tenebrosas de los portacoralitas enemigos vomitaban grupos de coris que lo renovaban, entrando rápidamente en formación a las órdenes de los yammosk que debían de volar en el núcleo.
—¿Tenemos noticias de la flotilla secundaria? —preguntó Kre’fey.
—Todavía no, señor. Que nosotros sepamos, la flotilla sigue viajando hacia el Núcleo a lo largo de la Perlemiana.
Sien Sovv, el comodoro Brand y otros comandantes seguían asimilando la idea de que el racimo que se había separado había tomado la misma ruta que habían seguido los yuuzhan vong para llegar a Mon Calamari. Ya resultaba evidente que los yuuzhan vong no tenían ninguna intención de servirse de Toong’l ni de Caluula como lugares de retirada o de etapa. Los dos planetas habían sido distracciones. Kre’fey se reñía a sí mismo por no haberse dado cuenta de que la Alianza había caído en un engaño cuando la armada no había saltado directamente al Sistema Mon Calamari. El Maestro Bélico Nas Choka no pretendía más que limpiar de minas los puntos de paso, para que, en la retirada, la flotilla secundaria pudiera atacar con impunidad a las naves transmisoras.
Pero, ¿qué rumbo seguía ahora la flotilla? Nas Choka no podía haberse enterado de lo de Coruscant. ¿Era posible que se hubiera enterado del experimento del Alfa Rojo en Caluula? «No», se dijo a sí mismo Kre’fey. Si el Maestro Bélico había tenido alguna noticia de lo de Coruscant, ¿por qué no había dejado ahí la flotilla secundaria, en vez de hacerla recorrer media galaxia para volver a enviarla al punto de partida después?
Era más inquietante la posibilidad de que el Maestro Bélico se hubiera enterado de lo de Contruum. A la primera indicación de que la flotilla tenía intención de saltar, se habían enviado naves correo al mundo del Borde Medio, y también se habían enviado alertas por medio de las naves transmisoras dispuestas entre Mon Calamari y Kashyyyk, y entre Kashyyyk y el Cúmulo de Hapes.
—Almirante, llega un comunicado de Kashyyyk —dijo el oficial humano, mientras se apretaba los auriculares contra los oídos—. Señor, el general Cracken y los comandantes Farlander y Davip dicen que, al ser desconocido el paradero de la flotilla secundaria, la situación en Contruum se ha vuelto inestable. Dos grupos eriaduanos han abandonado ya la flota. Otros muchos comandantes consideran que a todos les vendría mejor salir vivos para poder luchar otro día, en vez de arriesgarse a saltar a Coruscant para quedar atrapados entre las defensas planetarias y la flotilla de regreso. El mando de Contruum solicita, con todo el respeto, permiso para desplazar su flota a Mon Calamari Extremo, y atacar a la armada desde allí.
—Negativo —dijo Kre’fey, sin tener que pensárselo siquiera. Se acercó a la boca el micrófono de los cascos e indicó con un gesto al oficial de comunicaciones que le abriera otro canal con Kashyyyk—. Mientras no vuelva del hiperespacio la flotilla secundaria, no hay manera de saber cuál es su plan. Esas naves pueden estar simplemente a la espera, esperando a que vosotros aparezcáis por allí para poder atraparos entre la armada y ellos. Pero en lo que se refiere a Coruscant, coincido con vuestra apreciación, y os recomiendo que disperséis la flota, por la posibilidad remota de que el destino de la flotilla sea Contruum. Coruscant puede esperar hasta otro día. Ahora es Mon Calamari lo que está en juego.
—El mando de Contruum solicita datos actualizados sobre la situación en Mon Calamari —dijo una voz femenina desde el otro lado de la transmisión.
—Estamos aguantando —dijo Kre’fey escuetamente—. Pero no sé por cuanto tiempo. Todavía estamos en inferioridad numérica, y el enemigo no está cayendo en las trampas habituales. Es el combate más igualado que he visto en lo que va de guerra. La única diferencia es que el Maestro Bélico Nas Choka está dispuesto a luchar hasta el final, mientras que yo no lo estoy… y él lo sabe. Prefiere perder todas sus naves a tener que volver a Coruscant deshonrado. Yo, por mi parte, tengo que decidir el momento en que conviene más ser prudentes que temerarios.
—Almirante —dijo la voz femenina tras una pausa—, el comandante Farlander dice que lamenta no estar allí para ayudarle a tomar esa decisión.
Kre’fey soltó un gruñido.
—Si optamos por la prudencia, nos ceñiremos a nuestro plan alternativo de hacer saltar las flotas hacia el lado del Borde de Kubindi. Nosotros conocemos mucho mejor que Nas Choka las hipervías del brazo espiral.
La respuesta llegó tras una pausa más larga que la anterior.
—Si las cosas llega a ese punto, ¿es probable que los yuuzhan vong prosigan el ataque contra Mon Calamari en tu ausencia?
—No hay manera de saberlo. Debemos confiar en que su célula de espías de Mon Calamari les haya comunicado que el mando de la Alianza ha sido evacuado y que el planeta ya no tiene valor estratégico. Me parece que Nas Choka no es de los que rematan a una presa cuando ésta está panza arriba… que es, en esencia, como vamos a estar nosotros. Le bastará con habernos hecho huir para apuntarse la victoria y conservar su honor. Hemos hecho lo que él esperaba desde el primer momento: retirarnos y huir.
—¡Almirante! —le interrumpió el oficial de comunicaciones. Kre’fey, siguiendo la indicación del oficial, giró su asiento hacia el escáner de larga distancia… y no dio crédito a lo que veían sus ojos. La armada recogía sus tentáculos, haciendo volver a los navíos de transporte sus legiones de coralitas, piquetes y fragatas.
—El enemigo se dispone a saltar al hiperespacio —dijo un oficial bothano desde su puesto en la banda de babor del puente de mando elíptico. Kre’fey, en su impaciencia, se levantó a medias del sillón de mando.
—Dad orden a todas las alas de cazas estelares que se retiren del combate —gritó—. ¡Las naves capitales y las plataformas de defensa golanas dejarán de hacer fuego y dirigirán toda su potencia a los escudos frontales de partículas! Decid al general Antilles que el Mon Mothma debe reunirse con el Intrépido en la cara iluminada de la luna.
—La armada ha asaltado a velocidad de la luz —anunció el bothano—. Rumbo… hacia el núcleo.
Kre’fey se dejó caer de nuevo en el sillón de mando como si hubiera ganado cincuenta kilos de peso.
—No lo entiendo —murmuró, con alivio e inquietud a partes iguales. Aunque Nas Choka tuviera noticias de Coruscant o de Contruum, su Servicio de Inteligencia le habría asegurado que la flotilla secundaria contaba de por sí con naves más que suficientes para frustrar un ataque. Y ¿por qué saltar ahora, mientras la batalla en Mon Calamari seguía decidiéndose a favor de los yuuzhan vong? Aquello no podía ser más que un nuevo engaño. Se volvió hacia el oficial de comunicaciones.
—Envía aviso a todos los transmisores en naves de guerra y en planeta de que toda la armada se está trasladando. Quiero que me avisen inmediatamente de cualquier vuelta al espacio real.
El oficial de comunicaciones se volvió apresuradamente hacia el tablero de mandos. Kre’fey, desconcertado, se quedó sentado mirando al espacio. ¿Qué había sucedido por todas las galaxias?