CAPÍTULO 11
Vamos a salir de ésta de una pieza, ¿verdad? —le preguntó Judder Page a Han cuando éste volvió al puente.
En la silla de al lado, Pash Cracken reprimió una sonrisa. El Halcón Milenario llevaba en el hiperespacio algo menos de cinco horas estándar, la mayor parte de las cuales Han las había pasado en otras partes del carguero, evaluando el alcance del daño y viendo a los pasajeros, que se apretujaban en cualquier espacio disponible.
Han miró de Page a Cracken y después a Leia, que había permanecido en el asiento del copiloto durante la transición a la velocidad de la luz.
—¿No les has dicho que todo va a salir bien?
Ella se encogió de hombros.
—Quizás es que no se fían de mí.
Han se abrochó el cinturón del asiento del piloto y se giró hacia los dos oficiales de la Alianza.
—Podéis fiaros de ella.
Page sonrió.
—Bueno, Han, es que ella nos ha dicho que te lo preguntemos a ti.
Han miró a Leia con el ceño fruncido.
—Tal vez haya llegado el momento de que revisemos lo que tiene que hacer cada uno dentro de esta nave. Yo piloto. Tú tranquilizas a los pasajeros diciéndoles que el piloto siempre sabe lo que hace.
—Claro, capitán —respondió Leia—. ¿Puedo decirles a los pasajeros exactamente adónde nos dirigimos?
Han se giró para mirar la pantalla del ordenador de navegación.
—A menos que nos hayamos confundido al girar en la última nebulosa, deberíamos llegar a Caluula en cualquier momento.
Leia se lo quedó mirando.
—¿Caluula? ¿En la Hegemonía Tion? ¿No podías haber elegido un planeta que quedara más lejos de nuestra ruta?
—Oye, he conseguido que nos libremos de esos coralitas yuuzhan vong, ¿no?
—Cierto.
—Pues para hacerlo tuve que tomar una decisión discutible.
Han continuó haciendo ajustes en la consola y en los paneles de instrumentos que tenía sobre la cabeza. Leia miró las manchas de lubricante que tenía en las manos y un pequeño chichón que se le estaba formando en la sien derecha.
—¿Todo ha ido bien por ahí atrás? —le preguntó en voz baja cuando Cracken y Page se pusieron a hablar entre ellos—. Me ha parecido oír algunas maldiciones.
—Sería Trespeó —masculló Han.
—Nunca se le han dado bien las herramientas…
—Saliendo del hiperespacio —la interrumpió Han estirando la mano hacia el activador de los motores sublumínicos y preparando el transmisor subespacial. Las líneas de estrellas se afilaron hasta convertirse en puntos de luz y el campo de estrellas rotó ligeramente. Los motores iónicos cobraron vida con una llamarada y un ruido ensordecedor y la nave empezó a dar bandazos y a hipar. Desde la popa llegaron los ruidos de un punto de aleación quejándose y después un clarísimo sonido de rasgadura, como si algún componente hubiera sido arrancado.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Leia.
—Otro trozo de nosotros —respondió Han sin emoción—. Nada importante… espero.
Un objeto lejano se fue haciendo cada vez más grande a través del ventanal, definiéndose lentamente como un conjunto lineal de módulos geométricos unidos por miembros estructurales que parecían vigas y corredores tubulares transparentes. Había hangares de aterrizaje en cada módulo y muchos de ellos tenían cañones de iones y turboláseres en vez de naves. Saliendo del centro del conjunto, como la cabeza tallada de un champiñón, había un enorme generador de escudos. Han se relajó en su asiento.
—Lo más bonito que he visto en mi vida.
—Parece que le han dado una buena paliza —dijo Leia dubitativamente.
Han se irguió un poco.
—Sí, ya, ahora que lo mencionas… Creo que la última vez que pasé por la estación se estaban abasteciendo de piezas de segunda mano de Lianna.
—¿Y cuánto tiempo hace de eso?
Han pensó un momento.
—Un par de años, creo. Pero…
Una explosión sacudió el Halcón desde detrás, haciendo que todo el mundo volviera a abrocharse en los asientos.
—¿Otro trozo de nosotros? —le preguntó Leia mirando las pantallas de sensores.
—Peor.
Leia abrió los ojos de par en par y lo miró.
—¿Recuerdas eso que he dicho antes de habernos librado de los coralitas?
Cracken levantó la vista para mirar a través del ventanal.
—¡No es posible que nos hayan seguido por el hiperespacio! ¡No pueden ser las mismas naves!
Han hizo virar bruscamente a babor el Halcón un segundo antes de que dos misiles de magma pasaran a toda velocidad junto a las mandíbulas de la nave.
—Alguien ha cambiado las reglas.
Llamó a los dos noghri por el intercomunicador y después escuchó en silencio sus respuestas.
—¡No me importa si los ordenadores de objetivos no responden! Tenéis ojos, ¿no? —gruñó para sí—. ¿Es que tengo que hacerlo todo yo?
Un proyectil fundido impactó en el costado del Halcón y un módulo lleno de cables cayó, echando chispas, del techo del puente. Han giró la nave sobre sí misma y bajó en picado bruscamente. Las alarmas aullaban antes incluso de salir de la maniobra y los autentificadores empezaron a mostrar docenas de puntos amarillos en las pantallas tácticas. Han y Leia levantaron la vista al mismo tiempo para encontrarse cara a cara con un grupo de batalla de naves grandes de los yuuzhan vong, análogos de cañoneras, tenders y lo que con toda seguridad era una nave con un yammosk similar a la que Han había ayudado a destruir en Fondor.
Los coralitas centinela ya estaban disparando al Halcón.
—La verdad es que tienes una habilidad especial para meterte en situaciones como ésta —le dijo Leia mientras pedía un informe de estado de los escudos.
—No soy yo —protestó Han—. El ordenador de navegación se ha autoconvencido de que verse metido en problemas es el estado natural del Halcón.
—Casi me lo creo.
Han no alteró el rumbo.
—Saca una holo de esa nave. Descarga cualquier controlador que puedas conseguir y pégalo todo en el ordenador de análisis de batalla. ¡Y después cuidado con el estómago!
Esperó a que Leia acabara con esas tareas para lazar el Halcón a una subida prácticamente vertical y después siguió hacia arriba avanzando en un tirabuzón que lo mandó a toda velocidad hacia la estación orbital de Caluula. El cuarteto de coralitas de seis patas y cola curvada que aparentemente había seguido al Halcón desde Selvaris estaban justo debajo, escupiendo misiles de plasma mientras se ladeaban y viraban para evitar los disparos láser de los AG-2G dorsal e inferior. Leia se giró hacia el control de comunicaciones.
—Estación de Caluula, ¿me recibe?
—Transmitan su código de identificación.
—Estación de Caluula —dijo Han—, aquí el Halcón Milenario. Por favor, respondan… Decid algo… —murmuró Han—. Insultadnos, ¡lo que sea!
Cuanto más se acercaban a la estación, se iban dando cuenta del estado en el que estaba. Muchos de los módulos tenían agujeros y quemaduras por los disparos. Seguramente había tenido lugar una batalla bastante fea durante semanas sin que el mando de la Alianza Galáctica lo supiera por culpa de la HoloRed inutilizada. Han se preguntó durante un segundo cuántos otros lugares y estaciones orbitales estarían en circunstancias parecidas.
—Halcón Milenario, aquí la Estación de Caluula —dijo al fin una voz femenina—. Deberíais habernos avisado de que veníais.
Han agarró la mano izquierda de Leia con su mano derecha por el alivio.
—Estación de Caluula, ni siquiera nosotros sabíamos que veníamos —dijo por el micrófono—. Tenemos problemas de potencia y un par de coralitas tras nosotros. ¿Hay alguna posibilidad de que bajéis vuestros escudos lo justo para que podamos entrar?
—Es posible, Halcón Milenario. Siempre y cuando puedas garantizar que tu nave es tan rápida como se rumorea que es.
—Id poniendo la alfombra para damos la bienvenida mientras hacemos la aproximación —dijo Han—. Mientras la ponéis, al Halcón le sobrará tiempo para metemos dentro.
—No te pediremos que cumplas eso, Halcón Milenario. Puedes entrar.
—Primero tenemos que perder a esas naves.
Dirigiendo potencia adicional a los reactores principales, Han pisó el acelerador y empezó a someter al Halcón a un repertorio de maniobras evasivas que revolvían el estómago. Los coris pilotados en tándem hacían todo lo posible por seguirles el ritmo, chamuscándoles la popa del Halcón con gotas de plasma. Y cuando el Halcón empezó a acercarse a la estación, empezaron a utilizar también rayos láser y los aguijonazos de los cañones iónicos.
—No os preocupéis —tranquilizó Leia a Page y a Cracken mientras Han continuaba yendo a toda velocidad hacia la pequeña abertura que les había proporcionado la Estación de Caluula—. Han hace estas cosas muy a menudo.
En cuanto el Halcón entró en la protección de la estación, el escudo volvió a su posición. Repelidas por un fuego intenso, tres de los coralitas se alejaron y buscaron la protección de su grupo de batalla. La cuarta siguió acercándose para acabar chocando con el brillante campo de energía de la estación y después cayó presa de las potentes baterías del edificio. Leia se volvió para mirar a Page y a Cracken.
—¿Veis? No ha sido para tanto.
Asintieron mientras iban recuperando el color en sus caras. Intentando que su mano dejara de temblar, Han desconectó los reactores y dejó que un haz tractor al Halcón tranquilamente hasta el hangar.
* * *
Centro del gobierno galáctico desde la caída de Coruscant, el mundo acuático de Mon Calamari estaba lleno de naves de todas las categorías y clasificaciones, desde cruceros de casco festoneado y veinte años de antigüedad de Mon Cal hasta brillantes destructores estelares recién salidos de los astilleros de Bothawui y el lejano Tallaan.
Los mundos interiores del sistema estelar estaban igualmente rodeados, siempre en alerta por si los yuuzhan vong decidían un día reunir a su miríada de grupos de batalla en una única armada y atacar Mon Calamari desde el corazón de la galaxia. Recién llegada desde el punto de salida del hiperespacio que había mucho más allá de la única luna de Mon Calamari, Jaina llevó su Ala-X al Ralroost, una de las naves más grandes y más blancas en órbita. Fue la última piloto del Escuadrón Soles Gemelos en entrar en la enorme pero acogedora bodega de la nave insignia de la flota. Crucero de asalto bothano originalmente dedicado a la defensa de Bothawui tras la guerra civil galáctica, Ralroost estaba ahora bajo el mando del almirante Traest Kre’fey, que había salido de la relativa oscuridad al inicio de la invasión yuuzhan vong para acabar de segundo en la escala de mando de toda la flota de la Alianza.
Los transportes habían sido los primeros en llegar a Kashyyyk y muchos ya estaban atracados y descargando de sus bodegas a los prisioneros liberados. A pesar de las pérdidas devastadores en los escuadrones de cazas, la misión había sido un éxito.
Docenas de oficiales y varias veintenas de comandantes de la desaparecida Nueva República habían sido rescatados y la mayor parte de los agentes dobles Inteligencia de la Alianza habían sido recuperados. La operación podría haber ido mucho peor si los reptaguijones hubieran llegado antes de lo que lo hicieron o si esas naves mortíferas hubieran seguido a los transportes hasta Mon Calamari. Pero se habían quedado en Selvaris para proteger a los cargueros de la Brigada de la Paz que no habían sido abordados y para escoltarlos con sus prisioneros hasta Coruscant.
Aprovechando la oportunidad, el equipo de medios del jefe de Estado Cal Omas había convertido la misión en un acontecimiento de relaciones públicas que pretendía enviar un mensaje a los gobiernos de los mundos que estaban amenazados para que resistieran; porque, a diferencia de la Nueva República caída, la Federación Galáctica de Alianzas Libres no iba a permitir que más sistemas estelares cayeran bajo el dominio enemigo. Por ello, varios cientos de efectivos militares, civiles y representantes de los medios estaban allí para dar la bienvenida a los rescatados.
Un aplauso atronador surgía cada vez que uno salía de un transporte. Las esposas llorosas corrían para abrazar a sus maridos retomados. Los niños, claramente confundidos por tanta conmoción, abrazaban con fuerza las piernas o las cinturas de sus madres y padres liberados. Médicos y androides trabajaban codo con codo para sacar a los heridos con camillas motorizadas y llevarlos rápidamente a recibir tratamiento con bacta. La mayoría de los rescatados, fueran de la especie que fueran, sólo necesitaban atenciones básicas y un par de nutritivas comidas.
Pero había otros en situación crítica. El hecho de que a ninguno llevara implantes de coral era un recordatorio constante de que lo que querían hacer con ellos era convertirlos en víctimas en un sacrificio. Muy pocos civiles (y nadie de los medios) se fijaron en los chamuscados cazas que entraban en la bodega de Ralroost detrás de los transportes. A Jaina no le importaba, pero no pudo más que reírse. No hacía tanto ella había sido la favorita de los medios por su captura de una nave yuuzhan vong y su breve papel como «La Diosa Mentirosa»; algo que fue en su propia contra.
Ahora no era más que otra piloto cansada que volvía de una misión que casi había sido un fracaso. Cinco pilotos de los Soles Gemelos habían muerto. Pero eso sólo era una novedad para los que habían sobrevivido. Una jefa de equipo humana le puso una escalera al Ala-X mientras Jaina subía la cubierta de la cabina. Dos técnicos de averías llegaron para efectuar las reparaciones necesarias y echarle un vistazo al pobre Capi manchado de hollín.
—Bienvenida de vuelta, coronel —le dijo la mujer joven. Jaina bajó por la escalera, se quitó el casco y sacudió su pelo marrón. Soltándose las presillas del uniforme de vuelo, se puso el casco bajo el brazo y empezó a rodear el Ala-X, examinando la bodega en busca del Halcón Milenario. Algo más allá, Lowbacca, Kyp y Alema Rar estaban saliendo de sus naves.
—¿Se sabe algo del Halcón Milenario? —le preguntó a la jefa de equipo cuando hubo dado una segunda vuelta alrededor del caza. La mujer soltó un datapad de su cinturón y le echó un vistazo superficial a la pantalla.
—No que yo sepa, coronel. Pero puede que el Halcón se haya dirigido a una de nuestras fragatas.
Jaina se obligó a respirar. Como la jefa de equipo se dispuso a marcharse, Jaina la sujetó por el brazo con demasiada fuerza, hasta que se dio cuenta y relajó su mano.
—¿Podría comprobarlo?
La mujer frunció el ceño y se frotó el bíceps.
—Por favor —insistió Jaina.
Esta vez la jefa de equipo pasó un largo momento estudiando los datos de la pantalla de su dispositivo portátil.
—Lo siento, coronel, no hay signos del Halcón por ninguna parte —le sonrió comprensiva—. Si me entero de algo, se lo haré saber.
Seguían llegando cazas y artilleros, algunos maltrechos y con los dedos cruzados. Jaina se acercó al borde del mirador que se abría por encima de los hangares. Mirando todas las luces en movimiento, los astilleros octogonales y el lejano anexo del Comando de la Flota, se puso en contacto con sus sentimientos. En un extremo de su consciencia pudo sentir que su madre y su padre estaban vivos, pero en grave peligro. Se decidió, volvió corriendo a su caza y subió por la escalera hasta la cabina.
—Voy a volver a salir —le dijo a la perpleja jefa de equipo.
—¿Coronel?
Jaina se puso el casco y se acomodó en el asiento.
—Si alguien pregunta, he vuelto al punto de salida de Mon Eron.
La mujer joven se puso muy nerviosa.
—¡Pero su nave…! ¡Su androide!
Jaina se abrochó la correa bajo la barbilla mientras bajaba la cubierta.
—Están acostumbrados.
* * *
A pesar de toda la formación de mundo y la cirugía geológica que se le había hecho a Coruscant, Puertoeste, al norte del antiguo Distrito Legislativo, seguía siendo una zona de aterrizaje. Sus plataformas flotantes, sus hangares y sus edificios de mantenimiento habían sido derribados y en su lugar había grashal y otras casas hechas de moluscos desperdigadas por la amplia extensión de la meseta de coral yorik en la que había espacio para más de diez mil naves. Aunque pocos los reconocerían, ese aeródromo había salido mucho mejor parado que Puertoeste, Puertonuevo o Championne del Oeste. La nave de coral real había transportado a la comitiva de Shimrra desde la Ciudadela (que se veía al este, en lo más alto de lo que una vez fue el Distrito Imperial) a menos de un kilómetro de Puertoeste.
Ya sobre la tierra, el Sumo Señor recorrió la distancia que le quedaba en palanquín real. La adornada y grotesca litera era transportada por una manada de fieles dovin basal e iba precedida y seguida de un séquito de sirvientes y cortesanos, así como de las adiciones más recientes al entorno de Shimrra: las cuatro Videntes y los miembros de la secta de guerreros recién mejorados conocidos como Aniquiladores. Cubierto de flores que despedían su fragancia al ser pisoteadas por los pies desnudos de los miembros del séquito, el camino serpenteante al campo de aterrizaje zigzagueaba sobre las redondas cumbres de los edificios destrozados y a través de innumerables puentes que coronaban los cañones artificiales que los yuuzhan vong no habían sido incapaces de llenar o borrar de otra forma.
Un coro de insectos honraba a los dioses con sus melodías zumbadas y los pájaros carroñeros acababan con los vestigios de la plaga de escarabajos peste. El cielo era de un púrpura radiante con un arco iris apenas visible, a medio camino de su apogeo. Pero el cielo inmaculado no podía ocultar la melancólica naturaleza de la procesión, porque todos los que la formaban sabían lo que había ocurrido en Selvaris. El enemigo se había enterado de la existencia del convoy de la Brigada de la Paz y le había tendido una emboscada, liberando a muchos de los prisioneros que estaban destinados al sacrificio en la inminente ceremonia.
Una acción rápida por parte del comandante yuuzhan vong había logrado que escaparan tres cargueros de la Brigada de la Paz, los que hicieron la llamada de socorro a Yuuzhan’tar. Se había enviado a un grupo de Aniquiladores que habían actuado brillantemente para gran desagrado de muchos guerreros de la élite, que veían a los Aniquiladores como abominaciones contrarias al sistema de castas y que estaban inquietos por el poder cada vez mayor que ellos le proporcionaban al Sumo Señor.
Nom Anor iba varios pasos por detrás del palanquín adornado con calaveras, dentro de un grupo que incluía al Sumo Sacerdote Jakan, a la Maestra de cuidadores Qelah Kwaad, el Maestro Bélico Nas Choka, al Sumo Prefecto Drathul y a otros de la élite. Le había preocupado que le culparan por el fracaso de la Brigada de la Paz (ese grupo traicionero lo había creado él fundamentalmente), pero hasta el momento nadie había intentado hacerle responsable. De todas formas, se habría defendido como siempre: los actos de traición tenían el mismo éxito que los traidores que los perpetraban.
No se había permitido a los cargueros de la Brigada de la Paz aterrizar en Yuuzhan’tar, pero sus comandantes y tripulaciones no yuuzhan vong habían sido transportados a la superficie por un yorik-trema. Con ellos habían llegado los prisioneros de la Alianza, junto con los comandantes y las tripulaciones de las naves de escolta yuuzhan vong. Estos últimos estaban de rodillas según sus rangos en una zona del campo de aterrizaje reservada a la concesión de nombre, santificación y tatuaje a las naves de guerra. Apartados a un lado e inmovilizados por gelatina blorash estaban los prisioneros de la Alianza. El centro del campo lo ocupaban, tirados con la cara pegada al suelo, los miembros de la Brigada de la Paz.
A Nom Anor se le pasó por la cabeza que Shimrra podía ordenar que la procesión pasara por encima de los miembros de la Brigada postrados, pero en vez de eso el Sumo Señor detuvo la comitiva cuando el palanquín llegó al centro del campo. El grupo de varias especies de ya magullados renegados fue lo bastante inteligente para no levantar las cabezas del suelo irregular mientras los acólitos del Sumo Sacerdote Jakan, junto con Onimi, caminaban a su alrededor ungiéndolos con incienso de paaloc y venogel. Después Jakan se metió en la neblina del incienso para examinar con los ojos entornados los golpes y verdugones que los Aniquiladores les habían propinado a los miembros de la Brigada que habían traído a Yuuzhan’tar.
El Sumo Sacerdote pasó a donde estaban los guerreros yuuzhan vong y se enfrentó a su comandante, Bhu Fath. Un guerrero altísimo con muy pocas condiciones para el mando y cuyo ascenso había sido resultado de una persistente petición del Dominio Fath, que incluía a varios cónsules importantes.
—¿Cuántos prisioneros ha traído, comandante? —le preguntó Jakan.
Bhu Fath giró un poco para hacerle un saludo al Maestro Bélico Nas Choka.
—Seis tandas… Unos quinientos.
Jakan sacudió la cabeza decepcionado y miró a Shimrra.
—Menos de la mitad de la cantidad mínima necesaria para una ceremonia de esta magnitud.
Shimrra lo miró fríamente desde su duro palanquín pero no dijo nada, ni siquiera cuando las Videntes se pusieron a consultar sus bioides adivinadores y a gemir de angustia. Nas Choka se separó de la procesión y señaló a Bhu Fath y a sus subalternos.
—Nuestros guerreros lo han compensado destruyendo muchos cazas enemigos y recuperando dos de las naves que no pudieron escapar con el resto. Un guerrero en particular se ha destacado por haber salvado nuestras naves de escolta de la destrucción, además de otros actos de valentía.
—Que se adelante —ordenó Shimrra—. Así podré posar mi mirada benevolente sobre él.
—Comandante Malik Carr —llamó Nas Choka.
Nom Anor no podía creer lo que acababa de escuchar. Después del desastre de Fondor, Malik Carr había sido degradado y apartado de la batalla. Pero ahora ahí estaba, de pie ante la mirada de Shimrra, convertido en un héroe. ¿Volverían todas las cosas a su lugar a su debido tiempo? Carr se arrodilló ante Shimrra y después lo hizo Nas Choka, que se quedó sobre una rodilla. A un gesto del Maestro Bélico, un subalterno se adelantó con una capa de mando que Nas Choka puso sobre los cuernos implantados en los hombros de Carr.
—Levántate como Comandante Supremo Malik Carr —declaró Nas Choka—, con tu rango devuelto por sus acciones valerosas en Selvaris. Pronto se te asignará un encargo más propio de tu nuevo rango.
Malik Carr se golpeó los hombros con los puños en un saludo y volvió a las filas.
—Temible Señor —dijo Jakan un momento después—, dado que se produjeron en los momentos anteriores a la batalla, las muertes de muchos infieles en Selvaris también cuentan. Pero, como ya he dicho, los prisioneros que tenemos aquí son muy pocos para que resulten una ofrenda apropiada para los dioses. Debemos ofrecerles algo más que este grupo escuálido.
El comandante Bhu Fath se arriesgó a dar un paso adelante.
—Mi Señor, ¿no podemos hacer que este grupo de violentos miembros de la Brigada de la Paz sustituyan a aquéllos que se rindieron?
La propuesta de Fath fue recibida con unos cuantos gritos de aprobación, la mayor parte de miembros de su Dominio.
—Hay precedentes de esas sustituciones… —empezó a decir Jakan pero Shimrra lo silenció con una mirada.
—No merecen una muerte honorable —concluyó Shimrra—. No sólo permitieron que se infiltraran espías en su grupo, sino que también abandonaron el campo de batalla con sus naves al primer signo de lucha, llevándose con ellos suministros y muchos objetos sagrados que venían desde Obroa-Skai.
Shimrra bajó de la litera causando conmoción entre los guerreros y sacerdotes, un grupo de los cuales se puso a desenrollar una alfombra viviente ante los pasos de Shimrra.
Onimi le siguió, dando saltitos tras su señor.
—¿En qué mundos estamos actualmente librando batallas en la superficie? —le preguntó Shimrra a Nas Choka.
El Maestro Bélico reflexionó un momento antes de contestar.
—Podría nombrarle veinte, Gran Señor. Cincuenta.
Shimrra se enfureció.
—Nómbrame uno, Maestro Bélico.
—Corulag, por ejemplo.
Shimrra asintió.
—Entonces será Corulag. Haz que a los miembros de la Brigada de la Paz se les coloquen implantes de coral y envíalos a la vanguardia de las filas de los esclavos humanos. Tal vez puedan redimirse en la batalla.
Nas Choka hizo un saludo.
—Cuente con ello.
Shimrra les dio la espalda y le hizo una señal a Drathul y a Nom Anor.
—Los planes memorables necesitan de rituales memorables. Por eso el sacrificio no puede verse retrasado ni sufrir ningún revés. Aseguraos de que se les diga los cónsules y Ejecutores a vuestro cargo que no toleraré otros contratiempos. Si sucede algo perjudicial para la ceremonia, lo pagaré con vosotros y con vuestros cargos como lo haría con cualquiera que quisiera entorpecer un acontecimiento sagrado como éste.
—Entendido —respondieron Drathul y Nom Anor al unísono.
Nas Choka esperó pacientemente a que Shimrra volviera a acomodarse en su palanquín para decir:
—Una sugerencia, Gran Señor.
Shimrra lo miró.
—Habla, Maestro Bélico.
—Ahora mismo estamos inmersos en una campaña para ocupar un mundo conocido como Caluula. Si permitís que nuestros esfuerzos se redoblen allí, el planeta caerá y habrá muchos prisioneros para aumentar nuestro grupo. ¿Por qué no permitir que los valientes defensores del complejo orbital sirvan para compensar nuestra falta de ilustres sacrificados?
—¿Caluula has dicho?
—Está lejos de Yuuzhan’tar, pero es vital para nuestros planes.
Shimrra miró a Jakan y a las Videntes, que asintieron.
—Que así sea.