CAPÍTULO 2
Poco antes de su inmolación pública en una pira llameante situada justo delante de las puertas de la prisión, un androide de protocolo plateado que había pertenecido brevemente al mayor Cracken había afirmado que las posibilidades de escapar de Selvaris eran aproximadamente de un millón a una. Pero el androide entonces no sabía nada del sindicato de los ryn, ni del grupo clandestino que se había puesto en marcha en el planeta antes incluso de que se pusieran los primeros trozos de coral yorik en él. Cracken, Page y los otros sabían algo más: que la esperanza florece hasta en el más oscuro de los lugares y que aunque lo yuuzhan vong podían encarcelarlos o incluso matarlos, no había ni un solo soldado en aquel campamento que no fuera capaz de arriesgar su vida para ver como al menos uno de ellos sobrevivía para luchar otro día. Sólo quedaba una hora para el primer amanecer y Cracken, Page, los tres bith y el jenet estaban agachados en la entrada de un túnel que los presos habían excavado con sus propias manos, garras y con cualquier herramienta que habían conseguido fabricar o robar mientras se excavaba el hueco para la pira en la que varias decenas de androides habían sido reducidos a chatarra por los sacerdotes residentes en el campamento. Todos los prisioneros del barracón estaban despiertos y muchos no habían dormido nada en toda la noche. Observaban en silencio desde los montones de hojas y hierbas aplastados que hacían las veces de camas, esperando poder desearles personalmente buena suerte a los cuatro que estaban a punto de embarcarse en lo que parecía ser una empresa sin posibilidades de éxito. Se habían situado vigías en la entrada. Estaban en semipenumbra y el aire se notaba benditamente fresco. Fuera del barracón, los trinos y los sonidos estridentes de la vida de la jungla empezaban a alcanzar niveles enfebrecidos.
—¿Queréis repasarlo una vez más? —preguntó Cracken en un susurro.
—No, señor —respondieron los cuatro al unísono. Cracken asintió con seriedad.
—Entonces que la Fuerza os acompañe a todos —dijo Page hablando para todos los que estaban en el barracón. La estrecha entrada del túnel estaba oculta por la propia cama de Cracken, hecha de hojas de palma comidas por los insectos. Detrás de una rejilla de quita y pon, el túnel hecho a mano estaba en completa oscuridad. El pasadizo secreto lo habían empezado los primeros prisioneros que habían sido encerrados en Selvaris y después había sido ensanchado y alargado durante largos meses por sucesivos grupos de recién llegados. Los progresos en muchas ocasiones habían tenido que medirse en centímetros, como cuando los que excavaban se encontraron con una masa de coral yorik que había echado raíces en el suelo arenoso. Pero ahora el túnel llegaba más allá del muro de la prisión y de las senalak que había más allá, hasta llegar al interior de la lejana línea de árboles. Con el pelo de la cara ennegrecido con polvo de carbón, el delgado jenet fue el primero en meterse en el agujero. Cuando los tres bith se introdujeron también arrastrando los vientres por la tierra detrás de él, cerraron y cubrieron la entrada. El líder nominal de los fugitivos, el jenet, había sido capturado en Bilbringi durante una incursión en una instalación enemiga. Los prisioneros de su misma raza lo conocían como Thorsh, y en su mundo de origen, Garban, tenía una larga lista de logros y transgresiones unida a su nombre. El reconocimiento era su especialidad, así que no le resultaban extraños ni la oscuridad ni los lugares estrechos, porque se había infiltrado en varios grashal y fortalezas yuuzhan vong en Duro, Gyndine y otros mundos. El túnel de Selvaris le resultaba cómodamente familiar. Los bith lo tenían algo más complicado por su tamaño, pero se trataba de una especie bien coordinada, con una memoria y unas capacidades olfativas que rivalizaban con las del Thorsh. Tras un número indeterminado de minutos de arrastrarse en silencio, llegaron al primero de una serie de giros bruscos en ángulo recto donde los tuneladores se habían visto obligados a rodear una amorfa masa de coral yorik. A Thorsh esos giros le dijeron que el equipo estaba justo debajo de los mismos muros de la prisión. Ahora sólo era cuestión de cruzar la larga extensión de terreno que había bajo las senalak que los yuuzhan vong habían cultivado en el exterior del perímetro. Pero Thorsh sabía que no podía relajarse, aunque su estado continuo de alerta no importó mucho. En el intervalo de tiempo de una semana local, las raíces de las senalak había penetrado hasta la parte superior del precario túnel y los retorcidos apéndices tenían tantas espinas como las ramas que crecían hasta la altura de la rodilla. Era imposible evitarlas durante varios metros. Las espinas rasgaron la fina ropa que los cuatro seres habían llevado durante el cautiverio y dejaron profundos y sangrantes surcos en la carne de sus espaldas. Thorsh murmuraba una maldición cada vez que entraba en contacto con una, pero los bith, siempre poco dados a mostrar emociones, soportaron el dolor en silencio. El suplicio acabó cuando el túnel se inclinó al llegar al extremo del campo de senalak. Pronto el equipo pudo emerger en el interior de la gruesa base de un enorme árbol. El árbol de grueso tronco tenía un parecido sorprendente con los gnarlárboles propios de Dagobah, pero realmente se trataba de otra especie completamente diferente. A unos cien metros el muro de la prisión brillaba levemente con su color verde bajo la bioluminiscencia. Dos guardianes somnolientos ocupaban la torre de vigilancia más cercana, blandiendo los anfibastones como lanzas, y se podía ver a un tercero en la torre de al lado. Los guerreros que no estaban destacados en algún otro lugar en el interior de la fortaleza asistían a las oraciones en el templo. Los fuertes cánticos que venían allí volaban por la jungla, sirviendo de contrapunto a las llamadas escandalosas de los pájaros y los insectos. Jirones de niebla se veían entre las copas de los árboles como si se tratara de fantasmas. Uno de los bith se puso al lado de Thorsh para llamar su atención y apuntó un dedo delgado hacia el oeste.
—Ahí —Thorsh olisqueó repetidamente y asintió.
—Ahí —abrigada por los árboles, una zona de barro que llegaba hasta los tobillos daba paso a una ciénaga, y no pasó mucho tiempo antes de que los cuatro estuvieran vadeando un agua negra que les llegaba por la cintura. Sólo habían avanzado apenas medio kilómetro cuando sonó una alarma. No era ni el aullido de una sirena ni el estridente quejido del claxon de una nave; la alarma era un prolongado zumbido que se intensificaba y que llegaba de todas las direcciones.
—Escarabajos centinela —dijo uno de los bith con voz crispada. Unas criaturas pequeñas que se parecían a los grutchin, centinelas que reaccionaban ante los intrusos o el peligro con un golpeteo rápido de sus alas serradas. La especie no era natural de Selvaris ni de ningún otro mundo de la galaxia. Los pies acabados en garras de Thorsh se clavaron en la gruesa capa orgánica del fondo y aceleró el paso, haciéndole un gesto a los bith para que lo siguieran.
—¡Daos prisa! —ya no necesitaban tener cuidado. Movieron con fuerza las piernas a través del agua oscura y cubierta de suciedad, tropezando, golpeándose con raíces retorcidas y con los uniformes enganchándose en ramas erizadas y sinuosas o en lianas de corteza basta. El zumbido de los escarabajos centinela se moduló hasta quedarse en un rumor ensordecedor y los duros haces de luz de los iluminadores de cristal lambent aparecieron cruzándose unos con otros por encima de sus cabezas. Desde la dirección en donde estaba la prisión llegaron los feroces ladridos de los bissop, los perros-lagarto de los yuuzhan vong. Y había algo cruzando el aire: un artillero coralita o una de esas naves que parecían aves marinas conocidos como tsik vai. Un silbido agudo cortó el cielo y los cuatro fugitivos se sumergieron en el agua sucia para evitar que los detectaran. Thorsh volvió a la superficie un momento después, goteando y boqueando en busca de aire. Los aullidos de los bissop sonaban más altos y ahora el sonido de ágiles pisadas y voces enfadadas atravesó el aire húmedo. El templo se estaba vaciando; se habían organizado las partidas de búsqueda. Thorsh ya estaba de pie en toda su estatura, poniendo a todos los demás en movimiento una vez más. Trastabillaron y se resbalaron, pero siguieron abriéndose camino entre la densa vegetación de la orilla oriental del ancho estuario. Para ese momento el sol primario de Selvaris ya estaba a punto de alcanzar el horizonte. Unos rayos largos y horizontales de una luz solar rosácea se colaban entre los árboles, saturando de color la niebla que ya se estaba desvaneciendo. Con la prisa por alcanzar el agua, uno de los bith se hundió hasta la cintura en arenas movedizas. Necesitaron la fuerza combinada de los otros tres miembros del equipo para liberarlo y más tiempo del que tenían. La nave coralita reapareció, bombardeando el estuario y soltando proyectiles fundidos sobre la jungla. Las balas cuajaron el cielo por encima de las copas de los árboles, haciendo que miles de criaturas que descansaban en sus nidos emprendieran un vuelo frenético.
—El capitán Page no nos prometió que esto fuera a resultar fácil —dijo Thorsh.
—Ni seco —añadió el bith cubierto todavía de arena. La larga nariz de Thorsh se arrugó y sus agudos ojos examinaron la orilla opuesta.
—No estamos lejos —indicó una isla que había en medio del estuario—. Ahí.
Se tiraron al agua salobre y empezaron a nadar como si les fuera la vida en ello. El cielo de la mañana estaba oscurecido por los pájaros asustados. La nave coralita dio otra pasada cruzando aquel caos aéreo. Los cuerpos de algunos pájaros empezaron a caer como piedras, golpeando la superficie del agua en calma y tiñéndola de rojo. Thorsh y los otros llegaron a la estrecha playa de la isla. Se levantaron y corrieron en busca de cobertura hasta que llegaron al conjunto de árboles esqueléticos y arbustos espinosos de la isla. Se paraban con frecuencia para orientarse. Los órganos olfativos de los bith estaban situados en los pliegues paralelos de sus mejillas, pero fue la larga nariz de Thorsh la que los llevó directamente a lo que el ryn había escondido meses atrás: dos viejos barredores escondidos bajo una lona de camuflaje. Los barredores con motor de repulsores tenían más motor que chasis, sus extremos se inclinaban hacia delante y acababan en manillares altos. Ninguno de los dos llevaba arneses de seguridad y tenían los carenados incompletos. Ambos habían sido construidos para llevar un solo piloto, pero los asientos eran lo suficientemente amplios para acomodar pasajeros (asumiendo que hubiera alguien lo suficientemente loco para subirse. O lo bastante desesperado).
Thorsh se subió en el que estaba más oxidado de los dos y empezó a accionar los botones de preparación e ignición. A regañadientes el motor del barredor cobró vida, erráticamente al principio pero mejorando gradualmente.
—¡Listo! —dijo. Uno de los bith se subió detrás de Thorsh en el largo asiento. El más bajo de los otros dos estaba subiéndose al otro barredor—. Las coordenadas del punto de extracción deberían estar cargadas en el ordenador de navegación —explicó Thorsh, gritando para que pudieran oírle por encima del ruido de los motores de repulsores.
—Ya sale en la pantalla —dijo el piloto bith. Estaba claro que el tercer bith no las tenía todas consigo en cuanto a subirse al barredor, pero sus dudas desaparecieron cuando la nave coralita rozó las copas de los árboles buscando pistas de la ubicación de los fugitivos. Thorsh esperó a que la nave de asalto con forma de cuña pasara de largo para decir:
—Será mejor que nos separemos. Nos encontraremos en el punto de reunión.
—El último en llegar… —empezó a decir su pasajero, pero dejó la frase sin acabar. El piloto bith aceleró el motor del barredor.
—Esperemos que haya un empate.
* * *
—El juego ha terminado —dijo C-3PO a Han Solo—. Le sugiero que rinda el resto de sus jugadores ahora mismo para no arriesgarse a una humillación mayor.
—¿Rendirme? —Han señaló con el pulgar al dorado androide de protocolo—. ¿Con quién se creerá que está hablando?
Leia Organa Solo levantó sus ojos castaños del tablero que estaba mirando para dirigirlos a su marido.
—Tengo que admitir que las cosas tienen muy mala pinta.
—Creo que no puede ganar, capitán Solo —estuvo de acuerdo C-3PO.
Han se rascó la cabeza con aire ausente y continuó estudiando el campo de juego.
—No es la primera vez que alguien me dice eso —los tres estaban sentados alrededor del tablero circular de dejarik en la bodega delantera del Halcón Milenario. La mesa era de hecho un proyector de hologramas con la superficie irregular y grabada con círculos concéntricos verdes y dorados. En ese momento estaba mostrando seis holomonstruos, algunos basados en criaturas legendarias y otros modelados a partir de criaturas reales con nombres que sonaban más como estornudos que como palabras. En cuclillas en la parte enrejada de la cubierta de los compartimentos estaban sentados Cakhmaim y Meewalh, los protectores noghri de Leia. Eran unos bípedos ágiles con una piel gris sin pelo y pronunciadas crestas craneales. Su apariencia resultaba desconcertantemente depredadora, pero su lealtad a Leia no tenía límites. En la larga guerra contra los yuuzhan vong, varios noghri ya habían dado sus vidas por salvaguardar la de la mujer a la que todavía algunas veces llamaban «Lady Vader».
—¿No me estará diciendo que de verdad se está planteando hacer un movimiento? —dijo C-3PO. Han lo miró con recelo.
—¿Es que parece que estoy mirando las estrellas?
—Pero capitán Solo…
—Deja de meterme prisa, ya te lo he dicho.
—En serio, Trespeó —intervino Leia con falsa sinceridad—. Hay que darle tiempo para pensar.
—Pero, princesa Leia, el temporizador del juego casi ha llegado al fin de su ciclo —Leia se encogió de hombros.
—Ya sabes cómo es.
—Sí, princesa, ya sé cómo es —Han los miró a los dos.
—¿Pero qué es esto? ¿Es que estáis compinchados?
—Claro que no. Yo sólo… —empezó a decir C-3PO.
—Recuerda —le dijo Han blandiendo el dedo—, no se acaba hasta que chille el hutt —C-3PO miró a Leia para que se lo explicara.
—¿Hasta que chille el hutt?
Han apoyó en la mano su barbilla con la cicatriz y observó el tablero. Ya había perdido un zancudo kintano de anchos hombros ante la arrugada y venenosa babosa k’lor’ de C-3PO y después un ng’ok con manos en forma de tenazas había sucumbido ante el socorran monnok que blandía su lanza del androide. El cuadrante de Han de la mesa todavía incluía a un savrip manteliano de piel verde, espalda jorobada y que arrastraba las nudillos, y un grimtaash de cuerpo bulboso. Pero su oponente metálico no sólo tenía un grimtaash de manos acabadas en garras y con el morro en forma de trompeta y un houjix de cuatro patas y afilados dientes, sino también dos molator alderaanianos de piel multicolor esperando en los flancos. A menos que Han consiguiera hacer algo para evitarlo, C-3PO iba a enviar al grimtaash al espacio que había en el centro del tablero y ganar así el juego. Y de repente se le ocurrió. Una risa siniestra escapó de sus labios cerrados y sus ojos brillaron. Leia lo estudió durante un momento.
—Oh, oh, Trespeó. No me gusta nada el sonido de esa risa.
Han la miró.
—¿Desde cuándo?
—La comprendo perfectamente, princesa —dijo C-3PO, alerta—. Pero sigo creyendo que no hay nada que pueda hacer en este punto.
Los dedos de Han activaron una serie de botones de control que había en el borde del tablero. Mientras Leia y C-3PO observaban intensamente el tablero, el descomunal savrip manteliano dio un paso a su izquierda y agarró al ghhhk (la otra pieza que le quedaba a Han), que se puso a chillar, para sostenerlo muy por encima de su cabeza. C-3PO habría parpadeado si hubiera tenido ojos en vez de fotorreceptores.
—Pero… ¡pero si ha atacado a su propia pieza! —dijo C-3PO y se volvió hacia Han—. Capitán Solo, si eso es algún tipo de truco para distraerme o un intento de inspirarme algo de compasión…
—Guárdate tu compasión para alguien que la necesite —le cortó Han—. Te guste o no, ése es mi movimiento; —C-3PO observó como el chillón y aparentemente ultrajado ghhhk se retorcía bajo la enorme presión de las manos del savrip.
—Qué criatura más irritante —dijo—, pero de todas formas, una victoria es una victoria —el androide bajó las manos hasta el panel de control y le ordenó a su grimtaash que avanzara hacia el centro. Pero en cuanto la criatura con hocico en forma dé trompeta dio un paso adelante, el savrip de Han apretó aún más al ghhhk, estrujando a la desafortunada criatura con tanta fuerza que gotas holográficas de la muy apreciada grasa de la piel del ghhhk empezaron a caer sobre el campo de juego, creando un charco virtual. Siguiendo las órdenes, el grimtaash de C-3PO siguió avanzando hasta que resbaló en el charco de grasa de la piel del ghhhk y cayó con dureza sobre su espalda, partiéndose su cabeza de forma triangular contra el tablero irregular.
—¡Ja! —exclamó Han aplaudiendo una sola vez y después frotándose las manos por la anticipación*—. ¿Quién es el que pierde ahora?
—Oh, Trespeó… —dijo Leia comprensivamente, escondiendo una sonrisa con la mano. Los fotorreceptores de C-3PO estaban clavados en el tablero, pero la incredulidad quedó patente en su respuesta.
—¿Pero qué…? ¿Eso está permitido? —preguntó levantando la vista de la mesa—. Princesa Leia, ¡ese movimiento no puede ser legal!
Han se inclinó hacia delante con las cejas enarcadas.
—Enséñame donde lo dice en las reglas.
C-3PO se puso a balbucear.
—Llevar las reglas un poco más allá de los límites es una cosa, pero esto… ¡Esto es una flagrante violación no sólo de las reglas, sino también de la etiqueta del juego! Como mínimo acaba de realizar un movimiento muy sospechoso, ¡por no decir que es canallesco!
—Buena elección de palabras, Trespeó —le dijo Leia. Han se apartó de la mesa, entrelazó las manos tras la cabeza y se puso a silbar una melodía burlona.
—Sugiero que sea la princesa Leia la que dé un veredicto —pidió C-3PO. Han puso mala cara.
—Eres un mal perdedor.
—¿Un mal perdedor? Pero yo no he…
—Admite que ahora me será fácil superarte durante el resto del juego.
C-3PO mostró toda la indignación que su programa de protocolo le permitía.
—Le puedo asegurar que yo no tengo necesidad de salir victorioso de todas las contiendas. Mientras que usted, por el contrario… —Han soltó una carcajada bruscamente, lo que sorprendió al androide, que se quedó en silencio.
—Trespeó te he dicho mil veces que tienes que estar siempre listo para las sorpresas.
—Humano pomposo… —dijo C-3PO. Pero cuando Cakhmaim y Meewalh añadieron sus ásperos comentarios y sus risas guturales a la alegría general, él levantó las manos en un gesto de derrota.
—¡Oh, qué importa!
De repente sonó un tono de aviso que venía de la zona de ingeniería al otro lado de la bodega. Los noghri se pusieron en pie, pero Leia se lanzó hacia allí desde el arco de la mesa de dejarik donde había estado sentada en un banco acolchado y llegó antes que ambos a la pantalla de comunicaciones. Han la miró expectante desde el tablero de juego.
—¿Una sorpresa? —preguntó cuando Leia se apartó de las pantallas. Ella sacudió la cabeza.
—La señal que estábamos esperando —Han se alejó rápidamente de la mesa y siguió a Leia al corredor circular de estribor, donde estuvo a punto de caer al tropezar con un par de botas de caña alta que había dejado en el escalón. En el pasado, durante su tiempo como contrabandista, el Halcón había sido la única casa que él conocía y ahora (sobre todo durante ese último año) se había convertido la única casa que Han y Leia conocían. Tanto si estaban en las estancias para vivir como en la bodega delantera, todos sus objetos personales estaban desperdigados por todas partes, esperando que alguien los recogiera y los guardara. El caos era tal que ya la necesidad de limpieza era desesperada (tal vez incluso tuvieran que fumigar). Y el exterior abollado y magullado del viejo carguero, con su mezcolanza de armas y partes prestadas soldadas con plomo, empezaba a parecer el de una casa muy amada y vivida, pero no atendida durante mucho tiempo. Han se detuvo justo delante del conector que daba acceso al puente de mando y se giró hacia los noghri.
—Cakhmaim, ve a la torreta de artillería dorsal. Y esta vez recuerda apuntar a los blancos, aunque sé que va en contra de tu naturaleza. Meewalh, voy a necesitarte aquí para ayudar a que nuestros paquetes suban a bordo sanos y salvos —en el balanceante puente de mando, con su claustrofobia) espacio lleno de instrumentos que parpadeaban, Leia ya se había abrochado el cinturón del sillón del copiloto y tenía ambas manos ocupadas activando los sistemas de arranque del Halcón y las pantallas de la consola. Han se sentó en el asiento del piloto, se abrochó el cinturón con una mano y accionó los interruptores que tenía sobre su cabeza con la otra.
—¿Podemos localizarlos ya?
—Se están moviendo —dijo Leia—. Pero tengo su señal.
Han se inclinó para estudiar una de las pantallas.
—Fija sus coordenadas en el ordenador de seguimiento y pongamos los sensores topográficos en línea —Leia se giró hacia la consola de comunicaciones y sus manos se movieron con rapidez por los controles.
—Vamos arriba —le dijo un momento después. Despertando de una larga siesta, los motores YT-1300 arrancaron. Han envolvió con las manos el mando de control y sacó la nave de su escondite, un cráter de impacto en el lado oscuro de la raquítica luna de Selvaris. Accionó los motores sublumínicos y puso un rumbo que seguía su órbita deforme. El verde, azul y blanco Selvaris llenó el ventanal panorámico. Han miró a Leia por el rabillo del ojo.
—Espero que recuerdes mirar a ambos lados —Leia cerró los ojos un segundo.
—Estamos seguros —Han sonrió para sí mismo. No se podía sentir a los yuuzhan vong a través de la Fuerza, pero Leia nunca había tenido dificultad para sentir que había problemas.
—Es que no quiero que nos acusen otra vez de hacer movimientos no permitidos —dijo y le miró.
—Sólo los temerarios —Han siguió mirándola furtivamente. A pesar de todos los años duros que habían pasado, su cara no había perdido su belleza nobiliaria. Tenía la piel tan inmaculada ahora como la primera vez que Han posó su mirada en ella, en una celda de detención. Su largo cabello mantenía su brillo y sus ojos, una calidez profunda y atractiva. Han y Leia habían pasado varios meses difíciles tras la muerte de Chewbacca. Pero ella había esperado y fueran adonde fueran ahora, no importaba en cuántos peligros se metieran (principalmente por culpa de Han), ambos se sentían en casa cuando estaban juntos. A Han le venía bien cualquier situación, siempre que hubiera acción. No tenía ganas de estar en ningún otro sitio que no fuera donde estaba: allí con su amada esposa. Puede parecer algo tonto, pensó, pero era innegablemente cierto. Como si le hubiera leído el pensamiento, Leia se giró en su dirección y levantó un poco la barbilla para mostrarle una mirada dubitativa.
—Estás de muy buen humor para ser alguien que se va a embarcar en una peligrosa misión de rescate.
—Vencer a Trespeó en el dejarik me ha convertido en un hombre nuevo —bromeó Han.
—No demasiado nuevo, espero —dijo Leia ladeando la cabeza. Le puso una mano sobre la suya, encima del mando, y con la otra siguió la línea de la cicatriz de su barbilla—. He necesitado treinta años para acostumbrarme a tu viejo yo.
—Y yo también —dijo sin humor. Con las toberas encendidas, el Halcón hizo un giro pronunciado y cogió velocidad en dirección a la brillante estrella binaria de Selvaris.