CAPÍTULO 34

El Maestro Bélico Nas Choka echó una última mirada a Yuuzhan’tar mientras los potentes dovin basal del Monte de Yammka se disponían a arrastrar la nave al hiperespacio para el corto viaje hasta el mundo llamado Muscave, de la parte exterior del sistema. El hemisferio verde que era Yuuzhan’tar había cambiado espectacularmente en el breve plazo transcurrido desde que la armada había partido para Mon Calamari. Se alzaban columnas de humo por los cráteres volcánicos; le faltaba una de sus lunas, y el puente de los dioses se había hundido, con lo que los dovin basal puestos en órbita que protegían de ataques al mundo tenían que deglutir rocas sin descanso. Y en esta ocasión no había ninguna ceremonia grandiosa.

Ni una bendición de despedida de Shimrra, ni baños de sangre de los sacrificios para los guerreros y los navíos de guerra. Yuuzhan’tar parecía expuesto, mal dispuesto para defenderse. Pero Nas Choka confiaba en que el Sumo Señor Shimrra se ocuparía de aquello. Además, y más importante, Yuuzhan’tar sólo podía sucumbir ante el enemigo si la armada fracasaba en su misión de destruir a Zonama Sekot. En tal caso, Nas Choka no viviría para ver la reconquista del planeta. Los yuuzhan vong habrían sido considerados indignos por los dioses, y morirían individualmente y como especie; y los dioses tendrían que crear unos nuevos seres dignos de criarse, como ya habían hecho en otras tres ocasiones, antes de que llegaran a existir los yuuzhan vong.

Nas Choka había aceptado la sabiduría de Shimrra en la cuestión de Zonama Sekot. El Sumo Señor había vuelto a demostrar su genialidad, lo que había reforzado, a su vez, la fe de Nas Choka en haberse puesto de parte de Shimrra para ayudarle a derrocar a Quoreal del trono de pólipos. Pero Nas Choka albergaba en secreto una desconfianza hacia la diosa Mentirosa, Yun-Harla. La traidora con plumas, Vergere, había sido familiar de sacerdotisas de Yun-Harla. También el eminente Harrar había sido devoto de ella, y al parecer se había desvanecido de la faz de Yuuzhan’tar.

Peor todavía, la Mentirosa había consentido durante algún tiempo, sin intervenir, que una Jedi adoptara su personalidad. Entonces, ¿qué iba a impedirle que traicionara ahora a los yuuzhan vong? Era posible que la diosa, cansada de que Yun-Yuuzhan y Yun-Yammka la miraran por encima del hombro, quisiera provocar la destrucción de lo creado por Yun-Yuuzhan, engañando a Shimrra para hacerle creer una revelación falsa. Nas Choka, para apuntalar la fe de sus guerreros y la suya propia, había ordenado que un grupo de sacerdotes de Yun-Yammka acompañara a la armada. Los sacerdotes, después de extraer sangre de las lenguas y los lóbulos de las orejas de todos los comandantes supremos, habían metido en un coralita los ngdin hinchados que habían absorbido las ofrendas del sacrificio y lo habían mandado al vacío, por delante de la armada.

El Maestro Bélico, con las manos unidas a la espalda, apartó la vista de Yuuzhan’tar. Dio varios pasos sobre el suelo irregular de la cubierta y llegó ante el coro de villip. El ama que se ocupaba del conjunto inclinó la cabeza en gesto de subordinación.

—Quiero hablar con el cuidador que va a bordo de la nave enferma —dijo Nas Choka.

El ama acarició al villip adecuado, que se invirtió y adoptó el aspecto enfermizo del cuidador que había sido envenenado en Caluula.

—El único villip que me queda se está muriendo, Maestro Bélico —le comunicó el cuidador, de color gris como la ceniza—. No tiene vigor para reproducir tu rostro, pero creo que será capaz de transmitir tus palabras.

—Háblame de tu salud y de la de tu tripulación, cuidador —dijo Nas Choka—. ¿Tenéis vigor para llevar a cabo lo que se os ha mandado?

Los gruesos labios del villip formaron palabras.

—Han muerto cuatro Aniquiladores; quedan seis; número suficiente para pilotar esta nave enferma. Si yo sigo vivo, es sólo gracias a varios compuestos químicos que conseguí mezclar e ingerir antes de que me dominara la parálisis; pero me queda poco tiempo, Maestro Bélico.

—Si es preciso, enviaré a guerreros sanos y villip jóvenes para que os ayuden, cuidador. Pero sólo tú eres capaz de mantener viva la nave. Si muere antes de que lleguemos a Zonama Sekot, todo estará perdido.

—Me temo que es incapaz de pasar al espacio oscuro, Maestro Bélico.

Nas Choka hizo rechinar los dientes limados y se volvió hacia su táctico jefe.

—Dime qué opciones tenemos.

—Dejar que se lo trague una nave mayor, Maestro Bélico —dijo el táctico—. Es sacrificar una nave más, con su tripulación; pero es esencial para nuestra tarea.

Nas Choka asintió con la cabeza y volvió al villip transmisor.

—Cuidador, manda a los dovin basal, los villip y las armas de la nave que reposen. Enviaré a una nave de tamaño suficiente para que absorba a la tuya y se la lleve hasta Zonama Sekot por el espacio oscuro. Una vez allí, los Aniquiladores pilotarán tu nave desde su caparazón. Después, acompañado de la escolta que yo considere necesaria, irás con tu nave hasta el mundo viviente.

—Un honor del que no soy digno, Maestro Bélico.

—Si tienes éxito, te esperan unos premios con los que no puedes soñar, cuidador. Si fracasas, caerá sobre ti la deshonra de haber condenado a toda nuestra especie a la desaparición.

Cuando el villip del cuidador hubo recuperado su forma familiar, Nas Choka indicó con un gesto al táctico que lo siguiera hasta la transparencia de la burbuja de la cámara de mando.

—¿Qué has descubierto de los planes de nuestros enemigos?

—Muscave se ha convertido en lugar de reunión del grupo de combate de la Alianza que atacó a Corulag, y de una fuerza todavía mayor de naves capitales enviadas desde Contruum. En estos momentos, el enemigo se interpone entre nosotros y nuestro objetivo.

—Esto forma parte de la prueba que debemos superar —dijo Nas Choka con tranquilidad—. Antes de que podamos atacar siquiera el planeta que los dioses han puesto en sus manos, debemos atravesar las líneas del enemigo.

—Al mismo tiempo, el enemigo procura apartarnos de Yuuzhan’tar.

Nas Choka gruñó.

—Han tramado un asalto ingenioso.

—Cuentan con la complicidad de los dioses, aunque ellos no lo saben.

Nas Choka levantó el puño derecho.

—Nosotros haremos otro tanto en Muscave, ofreciéndonos como señuelo, para que nuestra flecha envenenada pueda volar directamente hacia su blanco. ¡Nos presentaremos como se presenta un guerrero, blandiendo su anfibastón con desafío en el campo de batalla! —asintió con la cabeza con gesto de seguridad—. ¿Cuándo llegarán a Yuuzhan’tar los infieles?

—Los comandantes de la Alianza ya han dividido la flota que hicieron reunirse en Contruum —dijo el táctico—. Sospechamos que los grupos de combate desaparecidos han saltado al hiperespacio y aparecerán durante nuestra ausencia alrededor de Yuuzhan’tar, por todas partes y procedentes de vectores poco familiares. Un estudio de los recuerdos de los villip de la batalla en Ebaq 9 ha desvelado un paralelismo interesante.

»También allí el enemigo empleó corredores del espacio oscuro que nosotros no conocíamos. Pero aquí termina la semejanza. Cuando hayamos clavado nuestra lanza en la carne de Zonama Sekot, no hará falta lanzar ningún ataque por tierra, ni una ardua caza de Jeedai. Los dioses, al ver que hemos superado la prueba, sumarán su poder a nuestra armada, y nosotros podremos hacer que los Jeedai dejen de existir.

Nas Choka sonrió levemente.

—No suele suceder que unos guerreros bien igualados tengan ocasión de verse las caras por segunda vez, en un campo de combate diferente —hizo una breve pausa, y preguntó después—. ¿Sigue sin haber comunicaciones de los Dominios Muyel y Lacap?

—Ninguna —dijo el táctico—. Sus naves de guerra siguen en los sistemas estelares que les concedió el Sumo Señor Shimrra.

Nas Choka frunció con rabia el labio superior, cubierto de tatuajes.

—Estos también recibirán un castigo rápido y mortal.

* * *

No hacía falta ser natural de Coruscant para darse cuenta de que el planeta había conocido tiempos mejores. Los holos que se habían pasado en las reuniones preparatorias de la misión no hacían justicia a la medida en que los yuuzhan vong habían transformado aquel mundo, y en que Zonama Sekot lo había herido. Aunque había sido tan verde como Csilla, la capital de los chiss, era blanco, ahora tenía grandes zonas ennegrecidas por el fuego y surcadas por ríos sinuosos de lava. Jag se hizo cargo de aquella desolación con una sola mirada, cuando su desgarrador surgió del vientre abierto del destructor estelar Derecho de Mando. El complemento de desgarradores y Ala-X del Soles Gemelos le seguía veloz, en formación de cuña. Al lado de babor de Jag y un poco más atrás, volaba el Escuadrón Pícaro; a estribor, los Espectros y los Ases Amarillos de Taanab.

En el centro, protegidos por el ala más próxima de cazas, iban tres transportes de tropas dotados de armamento ligero. Dos eran de la misma época del Tiempo Récord, la nave bulbosa de 170 metros de eslora que se había sacrificado en Coruscant poco después de la captura del planeta. El tercero era una nave anterior al Imperio, de casi 400 metros de eslora, y que podía haber sido precursora del propio Derecho de Mando. El cuerpo principal de la armada yuuzhan vong había realizado el salto a la velocidad de la luz hacía sólo una hora, pero el Maestro Bélico Nas Choka había dejado en órbita un número suficiente de navíos para poner a prueba el temple de la Alianza. A pesar de que iban llegando destructores estelares, cruceros calamarianos y naves artilleras corellianas, procedentes de puntos de inserción no protegidos, los yuuzhan vong eran capaces de presentar batalla a cada uno de los grupos de combate.

La flotilla enemiga que se precipitó al encuentro de la Cuarta Flota estaba compuesta de análogos a cruceros ligeros y a cruceros de asalto, de cuyos cascos salían brazos bifurcados donde se alojaban puestos de cañones de plasma y racimos de coralitas.

Coincidiendo con la aparición de los cazas, los coris se habían desprendido de los brazos de donde colgaban como percebes y se desplazaban velozmente hacia el exterior desde el borde del círculo protector de Coruscant, impacientes por entrar en combate.

—Tríos de escudo —mandó Jag a su grupo por la red táctica—. Manteneos cerca de los transportes y atentos a las correcciones de rumbo. No os dejéis arrastrar a enfrentamientos individuales.

El grupo estaba compuesto a partes iguales por pilotos chiss y de la Alianza; pero, por primera vez desde la creación de los Soles Gemelos en la base Jedi llamada Eclipse, no figuraba entre ellos ningún usuario de la Fuerza. Jag había volado en un principio con los Soles Gemelos en Borleias, cuando el escuadrón había quedado bajo el mando de Jaina, y había volado con ella durante la mayor parte del año anterior en Galantos, en Bakura y en otras campañas. La preparación de los dos, además del afecto profundo que sentía por ella, hacía pensar a Jag a veces que se había vuelto sensible a la Fuerza; o, al menos, al empleo de la fuerza por parte de Jaina.

En Hapes, y en ocasiones tan recientes como la de Mon Calamari, donde había quedado averiado el Ala-X de Jaina, Jag se sentía capaz de intuir las necesidades o las peticiones de ella. Jaina, incapaz de comunicarse con su escuadrón, había llamado con la Fuerza, y Jag la había oído; al menos, con la claridad suficiente para intuir las órdenes de Jaina y retransmitírselas a sus compañeros de vuelo. Ahora que no estaba Jaina (que, según Gavin Darklighter, estaba en Zonama Sekot), el grupo de cazas parecía menos manejable, aunque Jag seguía manteniendo un fuerte vínculo de combate con los pilotos chiss, sobre todo con Shawnkyr y con Eprill.

—Jefe de Soles Gemelos —dijo la voz del control del Derecho de Mando—. Lleva tu grupo al Sector Sabacc, cero-seis-seis. Nos disponemos a avivar las cosas.

Jag había volado en Esfandia con la nave del gran almirante Pellaeon, y la voz le resultaba tranquilizadora.

—Entendido, Derecho de Mando. Vamos a cero-seis-seis.

El amplio viraje hacia el sol dejó al trío de transportes con su escolta de cazas sobre la parte de Coruscant por donde se hacía de día. En cuanto el grupo se hubo apartado del Derecho de Mando, todas sus baterías de cuadriláseres de estribor empezaron a vomitar fuego. No lejos del destructor estelar, y en alineación similar respecto del planeta, dos mon calamari MC80B y el crucero Intrépido añadieron a la tormenta de luz sus andanadas cegadoras. La mitad de la potencia de fuego total iba dirigida a los coralitas que llegaban veloces; varias docenas de éstos se evaporaron al instante. La otra mitad iba dirigida a lo que quedaba del anillo planetario de Coruscant, que había tenido una vida tan breve. Machacado por cargas masivas de luz coherente y de torpedos de protones de alto rendimiento, los pedazos más grandes de lo que había sido un satélite natural se rompieron en millares de fragmentos todavía menores, produciendo una tormenta de meteoritos que Coruscant no debía de haber conocido nunca desde su formación como planeta.

Empezaron a abrirse singularidades enormes mientras los fragmentos caían a las parte externas de la cubierta planetaria. Pero los dovin basal que habían producido las anormalidades gravitacionales ya estaban sobrecargados, y muchos fragmentos caían en picado sin ser captados por ellos, y se convertían en bolas de fuego al entrar en la atmósfera.

Jag sabía que los escáneres a bordo de las naves capitales de la alianza ya estaban analizando las potencias relativas de las singularidades y siguiendo las trayectorias de los meteoritos que habían conseguido superar el escudo gravitacional. Cuando se identificaran las zonas de mayor carga, se transmitirían sus situaciones a las naves de transporte y a los cazas. Hacía menos de dos años, el transporte de tropas Tiempo Récord había llevado su carga de Espectros y de Jedi a la superficie de Coruscant en contenedores unipersonales. Pero eso había sido antes de que se pusieran en órbita los dovin basal. Además, ahora no hacía falta actuar con discreción. Como había dicho a Jag alguien en Contruum, «si no podemos hacerles caer una luna encima, al menos podemos provocar una lluvia de piedras».

—Soles Gemelos —dijo el control del Derecho de Mando—, tenéis ventanas abiertas en las coordenadas cuatro-dos-tres y cuatro-dos-cinco. El transporte Rothana se está reorientando para pasar siguiéndoos.

Jag transmitió verbalmente los datos a sus pilotos, aunque no cabía duda de que los ordenadores de navegación de cada caza habían recibido las correcciones del rumbo. El Soles Gemelos, repartido en parejas y en tríos, formó a ambos lados de la antigua nave de forma de cuña y empezó a acompañarla hacia la zona de infiltración. Los coralitas, adoptando los vectores de los cazas de escolta, los atacaban por todas partes, sorteando la nube de fragmentos y aumentándola con proyectiles de plasma y goterones de piedra fundida. El desgarrador de Jag, que volaba justo en el perímetro de los escudos de la nave de transporte, recibía una sacudida a cada proyectil que daba en el blanco. El canal de comunicación era una confusión de voces de pilotos que advertían de las pasadas de las naves enemigas o anunciaban la situación de las suyas. Una luz explosiva inundó desde popa la cabina esférica del Sol Gemelo Uno, y cuando Jag miró sus pantallas, vio que el Gemelos Ocho y el Once habían desaparecido de la formación.

Contaba con poco espacio para maniobrar, y procuró aprovechar al máximo cada vez que pulsaba el disparador; pero los coris contaban con la ventaja de poder realizar acciones evasivas, mientras que los cazas tenían que seguir adelante con su misión de escolta. Unos rayos de láser procedentes del Derecho de Mando y apuntados cuidadosamente produjeron de pronto un pasillo de energía destructiva alrededor del transporte y de los cazas. Una docena más de coris se convirtieron en alimento para los dovin basal que tragaban meteoritos.

Todavía en la oscuridad, un crucero yuuzhan vong alcanzado por los disparos convergentes de tres naves de la Alianza se rompió y estalló.

Una segunda nave, que vomitaba lenguas de fuego desde su parte media, se separó rodando poco a poco de su órbita y empezó a caer a la atmósfera. Los dovin basal intentaban desesperadamente hacerse cargo de lo más importante, pero cada vez los superaban más fragmentos de roca. Pero, con todo lo sobrecargados que estaban, los bioides gigantes seguían representando una amenaza para cualquier nave que se aventurara demasiado cerca. Por ello se había dotado a los transportes de dilatadores del impulso de la hiperonda de diseño bakurano, que les debería permitir mantener el impulso incluso dentro de un campo de interceptación. En Contruum, pocos habían manifestado confianza en el sistema, y Jag fue uno de los primeros pilotos que vio el por qué.

Su grupo de cazas de vanguardia estaba pasando entre dos de las monstruosidades orbitales yuuzhan vong, cuando se abrieron dos singularidades próximas que atraparon la proa puntiaguda de la nave de transporte y la arrastraron con fuerza hacia estribor. Los viejos motores cilíndricos de la nave intentaron compensar el tirón gravitacional inesperado, pero no estaban a la altura del desafío. Los dilatadores improvisados fallaron, y los escudos deflectores fallaron también. La nave de transporte giró sobre su costado y empezó a caer.

Las capas de blindaje empezaban a despegarse del casco, y los módulos superficiales se sumían en la boca negra espiral de la singularidad. Se abrían brechas que dejaban perder atmósfera preciosa y objetos mal sujetos. Después, se produjo una explosión en las profundidades de la nave, que se abrió del todo. Salieron al exterior vehículos terrestres, droides de combate y acolchados antiaceleración, en algunos de los cuales todavía iban fijados miembros de los comandos.

El Soles Gemelos perdió otros tres cazas en un abrir y cerrar de ojos. A babor, rodeado de luz solar dorada, una de las naves de transporte más modernas escoraba tan deprisa como se lo permitía su masa. El Escuadrón Pícaro se había vuelto a formar alrededor de la nave y empezaba a acompañarla hacia la atmósfera. Jag miró arriba y a su derecha en busca de las segunda nave de transporte, pero no la encontró. Vio, en cambio, a los Espectros, que mantenían duelos victoriosos con coralitas mientras avanzaban hacia los Soles Gemelos.

La voz del Derecho de Mando retumbó en los oídos de Jag.

—Jefe de Soles Gemelos, vuelve al cero-cero-tres. Pasas a ser escolta del transporte número uno. En cuanto tu grupo se retire, vamos a intentar quemar un túnel hasta la superficie.

Jag tiró del mando de control. Las fuerzas gravitacionales casi lo hundían en su asiento, mientras se desviaba hacia babor. Los doce miembros de su grupo que quedaban le siguieron en formación, manteniéndose lo bastante cerca uno de otros para formar escudos combinados. Por delante de ellos, la nave de transporte número uno había caído más allá de la formación de dovin basal y se dirigía velozmente a la superficie, con la proa redondeada al rojo vivo por el rozamiento. Hacía veinte años, Coruscant había sido liberado de las fuerzas imperiales soltando en él un grupo de criminales que sembraron la confusión, y saboteando los generadores de escudos del planeta. Ahora, la liberación dependería en gran medida de las acciones de un millar de comandos y de un puñado de luchadores de la resistencia, además de la posibilidad lejana de movilizar a los herejes de yuuzhan vong convirtiéndolos en fuerza insurgente.

Las naves capitales enviaron fuego de láser coordinado, tal como habían prometido. El tiroteo sostenido, que chisporroteaba al pasar por la atmósfera, aniquilaba todo lo que encontraba a su paso, y dejó una mancha quemada en la superficie verde de Coruscant. Los cazas y la nave de transporte se dirigieron a toda velocidad a la zona desnuda, disparando por el camino a los pocos coralitas que habían sobrevivido a la última lluvia. El mando tembló en la mano de Jag cuando éste impulsó al desgarrador hacia aire más denso. La nave se bamboleó como si estuviera a punto de deshacerse, pero aguantó.

Empezaron a hacerse visibles elementos de la superficie de Coruscant: picos y colinas cubiertos de bosques; anchos desfiladeros llenos de neblina no disipada todavía por el sol. Fue reduciendo gradualmente su ángulo de descenso hasta que volaba directamente hacia el sol y en paralelo respecto del terreno ondulado. Bandadas de aves negras, de tres metros de envergadura, asustadas por el rugido de las naves, echaban a volar desde las amplias copas de los árboles más altos. En la pantalla de navegación de la cabina se formó un mapa del contorno que mostraba los edificios y los elementos de llamado Recinto Sagrado, desde la montaña escalpada que era la Ciudadela de la mundonave de Shimrra, hasta la estructura semejante a una cúpula que albergaba y protegía el Cerebro Planetario, en lo que había sido antes la zona más exclusiva y elegante del planeta.

En la parte inferior de la pantalla, un contador indicaba la distancia que faltaba para alcanzar la zona de aterrizaje quemada, que estaba rodeada de bosque denso y de afloramientos de coral yorik. Sin previo aviso, surgió fuego de artillería enemiga desde la línea de árboles que rodeaba el claro, lanzando al aire material fundido y proyectiles ardientes. Jag, que volaba próximo a la superficie del bosque, detectó las placas espinosas semejantes a espinas que eran características de la bestia acorazada que los yuuzhan vong llamaban rakamat y que la Alianza llamaba cordis. Aquellas criaturas reptiles, verdes azuladas, tenían el tamaño de edificios pequeños, y en Borleias había resultado casi imposible detenerla.

—Ese plasma procede de una cordi, al este de la zona de aterrizaje —dijo Jag por la red táctica—. Shawnkyr, Eprill, intentad mantenerlo a raya el tiempo suficiente para la inserción de los comandos de Page.

—Vamos allá, coronel —respondió Shawnkyr.

En Borleias, Shawnkyr había pedido a Jag que volviesen a su Espacio Chiss nativo. Ahora, ella era tan piloto de la Alianza como lo era él. Esquivando proyectiles, Jag trazó un viraje sobre el bosque. Volvía hacia la nave de transporte cuando detectó por fin a la nave hermana de ésta, diez kilómetros al sur y cubierta de grutchins de proa a popa. Los Ases Amarillos perseguían a la nave fuera de control y le iban quitando de encima a los grutchins con sus láseres, como quien limpia de parásitos a un animal doméstico.

Pero los insectoides de ojos globosos que segregaban ácidos ya habían ingerido grandes zonas del casco de la nave de transporte y, a juzgar por los temblores de ésta, ya se habían infiltrado en los espacios de la cabina. Jag vio con impotencia cómo caía la nave de vientre entre el bosque, abriendo un ancho sendero ardiente entre los árboles. Se deslizó a lo largo de un kilómetro o más; cayó de morro sobre el borde de un desfiladero profundo y empezó a descender despacio hacia el fondo. Más cerca del claro abierto por los láseres, los cazas de los Picaros y de los Soles Gemelos daban pasadas por parejas sobre el rakamat y unidades de infantería yuuzhan vong, produciendo un infierno de láseres y de torpedos de protones.

La nave de transporte número uno, desacelerada por sus motores de repulsión, estaba a pocos kilómetros de la superficie llana y despejada por los láseres cuando se abrió una escotilla grande en su superficie ventral. Salieron primero por la escotilla los droides CYV, plegados dentro de contenedores llenos de espuma para resistir los golpes. Después salieron los miembros de la compañía de Page, que, provistos de trajes de aislamiento, salían flotando por la abertura rectangular y descendían en espiral hasta la superficie.

Los siguieron los pilotos del Escuadrón Espectro, que aterrizaron con sus Ala-X y saltaron de las cabinas. Jag trazó un viraje amplio para hacer otra pasada sobre el bosque. Mientras salían proyectiles de entre los árboles, los Picaros de Gavin Darklighter zumbaban como avispas furiosas, abrasando todo lo que se movía. Jag se apresuraba a reunirse con ellos cuando una bola de fuego alcanzó al desgarrador desde atrás, destrozando algunas piezas de los paneles solares de estribor y haciéndolo girar sobre sí mismo de manera incontrolada. Las copas de los árboles se le vinieron encima, y vio después zonas de suelo húmedo. El desgarrador soltó un lamento al chocar contra la superficie del bosque, y la oscuridad lo rodeó.

* * *

Desde la lujosa cabina de mando del Dama Fortuna se veía al frente un panorama de explosiones globulares estroboscópicas a lo largo del plano de la eclíptica, y a uno o dos grados por encima y por debajo de éste.

—Ésa ha sido la andanada de la Alianza —dijo Lando a Tendrá.

Ésta tenía la boca algo abierta y agitaba la cabeza con asombro.

—Nunca había visto nada tan hermoso y tan terrible a la vez.

Tendrá, que era incluso más alta de lo habitual en las sacorrianas, era una belleza soberana, con ojos castaños relucientes y labios carnosos. El yate de lujo SoroSuub, nave algo aplanada y achatada, estaba muy por detrás de las líneas de la Alianza, pero lo bastante cerca para que sus escáneres de larga distancia captasen los intercambios de fuego, aunque no los detalles de las naves de guerra individuales. Lando sabía que Wedge estaba por allí, en alguna parte, junto con otros amigos y camaradas, a algunos de los cuales conocía desde la batalla de Endor.

No recordaba ninguna ocasión en que se hubiera sentido tan pequeño o tan solo como entonces. Apretó con más fuerza la mano de Tendrá, en un gesto en que se combinaba el afecto con la angustia. En cuanto se apagaron las explosiones esféricas, surgió de lugares invisibles un espectáculo pirotécnico de algo que podrían haber sido cometas de crin ardiente, que chocaban con pantallas deflectoras demasiado lejanas para advertirlas y, en algunos casos, producían explosiones propias.

—La respuesta de Nas Choka —dijo Lando escuetamente.

Pulsó un interruptor de su consola de comunicaciones e hizo girar levemente su asiento hacia los receptores de sonido de la cabina.

—¿Estás viendo esto?

—No puedo apartar la vista —respondió Talón Karrde desde el Karrde Salvaje, que estaba a quinientos kilómetros hacia el Borde y que, como el Dama Fortuna, se desplazaba principalmente en silencio. Otras docenas de cazas estelares, yates adaptados y naves antibloqueos, aliados con la informal Alianza de los Contrabandistas, estaban desplegados entre el Karrde Salvaje y el Ventura Errante, que era el más próximo a Zonama Sekot y que, por tanto, estaba a casi la cuarta parte del camino hasta el planeta Stentat, de la parte exterior del sistema.

—¿Cuánto tiempo vas a pasarte allí sin hacer otra cosa que mirar? —preguntó Lando a Talón.

Talón soltó una risa sarcástica.

—Ahora es buen momento para realizar nuestra modesta, aunque hábil, aportación a la causa.

—De acuerdo, entonces.

Lando se irguió en su asiento, y se disponía a activar los sistemas de la nave cuando Talón volvió a comunicarse con él.

—Espera un momento, héroe. Mis escáneres captan algo peculiar. Te estoy enviando las coordenadas. Míralo si quieres.

Tendrá ya estaba realineando los escáneres cuando Lando echó una mirada a la pantalla. Un número considerable de naves yuuzhan vong se habían separado del cuerpo principal de la armada. El grupo iba acumulando velocidad y su vector se dirigía hacia el borde más próximo al sol del cinturón donde se libraba la batalla.

—¿Una maniobra envolvente? ¿Pueden estar intentando saltar hasta detrás de las líneas de la Alianza?

—No lo creo —respondió Talón—. Cuando hicieron esto mismo en Mon Calamari, las naves saltaron hacia Contruum.

Lando frunció el ceño.

—Hace mucho tiempo que Kre’fey se marchó de Contruum. Pero quizá quieran hacer de señuelo para que el grupo de combate de Wedge los persiga.

—A no ser que vuelvan hacia Coruscant.

Tendrá puso los escáneres en máximo aumento. La imagen que presentaron los instrumentos, aclarada por ordenador, mostraba una formación en rombo de análogos a destructores y a cruceros pesados, en cuyo centro iba una nave solitaria que, por lo demás, no tenía nada de particular.

—Mucha potencia de fuego —dijo Lando.

—Van al hiperespacio —le comunicó Talón.

—¿Tienes un vector de salida?

—Se está preparando —dijo Talón.

Lando y Tendrá oyeron que Talón soltaba un suspiro de sorpresa desagradable.

—A Zonama Sekot —dedujo Lando—. ¿No dijo ese sacerdote vong, Harrar, que no era probable que Shimrra se arriesgara a atacar?

—Supongo que no conoce a su Sumo Señor tan bien como cree.

—Se lo comunicaré a Booster —dijo Lando. Apagó el comunicador y giró el asiento hacia su esposa.

—El ordenador de navegación está trazando un rumbo hacia Zonama Sekot —dijo Tendrá.

* * *

Han apoyó las palmas de las manos con prudencia contra el casco de la nave sekotana, que brillaba levemente. Aquella piel perfectamente lisa, cálida al tacto, tenía un color verde con una luminosidad interior que recordaba el brillo biológico de algunos habitantes de las profundidades marinas. La nave era baja, ancha donde se encontraba la cabina, y estaba compuesta de tres lóbulos ovalados, unidos sin fisuras. Era una versión reducida del trasbordador que los había llevado desde el Halcón hasta la superficie del planeta.

Pero, a diferencia del trasbordador, iba armado de cañones de plasma que podrían estar inspirados en los de un coralita, y probablemente lo estaban. Han, incapaz de decir palabra, siguió explorando la nave asombrosa. El caza sekotano, pequeño en comparación con el Sombra de Jade, que se alzaba allí cerca sobre su soporte de aterrizaje, tenía un tamaño equivalente al de un Ala-X, aunque se parecía más bien a un Conquistador surroniano antiguo, o a un caza de Mon Calamari de última generación.

La cabina, con capacidad para un solo piloto, tenía un tono rojo casi demasiado orgánico, que resultaba más inquietante todavía por el hecho de que el tablero de instrumentos pulsaba y palpitaba. El suave resplandor interior del fuselaje tripartito era más intenso en los bordes delanteros, afilados como cuchillos. Por el contrario, los bordes traseros eran redondeados, y el motor impulsor estaba incrustado en el espacio entre los dos lóbulos traseros. Han había oído que la magistrada Jabitha decía a Kyp que las primeras naves sekotanas habían llevado motores de nave estelar ligeros de clase Plata fabricados por Haor Chali, de tipo siete, con costosas unidades centrales de hipervelocidad y circuitos organiformes. Pero las naves que habían construido los jentari para los Jedi carecían de motor convencional… a no ser que ya se empezaran a considerar convencionales los análogos a dovin basal.

La semejanza con los coralitas iba más allá de los sistemas de propulsión gravitacional y de los emplazamientos de armas parecidos a volcanes. Aunque la nave sekotana requería la intervención del piloto que se había vinculado con sus compañeros-semillas al formarse, era un organismo vivo y capaz de actuar por su cuenta hasta cierto punto. Han no era el único impresionado.

Los jentari, trabajando día y noche, habían podido formar naves para todos los Jedi que habían participado en la última ceremonia. Los cazas sekotanos, traídos de las cadenas de montaje cibernéticas por enormes dirigibles con forma de manta raya, los cazas sekotanos llenaban toda la plataforma de aterrizaje al borde del cañón. Ninguno se había estrenado, pero Han notaba la impaciencia de los pilotos: Kyp, Corran, Lowbacca, Markre Medjev con su complexión oscura, Waxarn Kel, con su rostro cubierto de cicatrices; la gruesa mujer chandrilana Octa Ramis, el liviano Tam Azur-Jamin, Zekk, siempre pensativo; la barabel Saba Sebatyne, y la twi’leko Alema Rar. Todos ellos daban vueltas alrededor de sus naves personales, lo mismo que hacía Han con la de Kyp.

—Bueno, no es que sea el Halcón —dijo Han—, pero estoy seguro de que servirá hasta que saquen otro modelo de nave viviente.

Kyp apartó la mirada de la nave el tiempo suficiente para mirar a Han y reírse.

—Ojalá pudiera ofrecerte que salieras a darte una vuelta con ella.

—Sí; sí que me gustaría —asintió Han.

Han, distraído, no advirtió la llegada de Leia hasta que ésta le pasó el brazo por el suyo y le apoyó la cabeza en el hombro. Se volvió levemente hacia ella, esperando verla sonreír tanto como sonreía él. Pero Leia no estaba alegre, ni mucho menos.

—¿Qué pasa?

—Luke acaba de recibir noticias de Booster. Un grupo de combate yuuzhan vong viene hacia aquí.

Han la miró fijamente.

—Yo creía que…

Fue lo único que tuvo tiempo de decir, pues llegaron entonces a la plataforma Luke, Mara, Jaina, Danni, Kenth y algunos otros Jedi. Los últimos que aparecieron fueron la magistrada Jabitha, Jacen, y Harrar. Los pilotos corrieron desde sus naves sekotanas para unirse al círculo que se iba formando rápidamente alrededor de Luke.

—Esperábamos contar con más tiempo, pero no va a poder ser —empezó diciendo Luke—. Los yuuzhan vong están de camino, de modo que vais a tener que echar a volar con vuestras naves y aprender a pilotarlas en un cursillo acelerado.

Se volvió hacia Tesar Sebatyne.

—El trasbordador te llevará a ti y a los demás Caballeros Salvajes hasta vuestro bombardero y vuestros cazas.

Saba hizo una seña con la cabeza a su hijo.

—Buena caza, Tesar.

—Entonces, ¿podré pilotar mi Ala-X? —preguntó Jaina. Mara le echó una mirada de reproche.

—Ya hemos discutido esto.

—Pero…

—¿Puedo decir algo? —intervino Harrar.

Todos se volvieron hacia él, sorprendidos.

—Suponiendo que algunos de vosotros vais a Coruscant, será bueno que figuren en vuestro grupo de combate tanto Jaina Solo como Jacen Solo, como camaradas. Nuestros guerreros son muy supersticiosos, y podrían desmoralizarse al ver a los célebres gemelos Jedi unidos. Capturar a alguien como Jaina Solo valdría más que su muerte —el sacerdote hizo una pausa para recorrer el grupo con la mirada—. Si nuestras fuerzas fracasaron en Borleias, fue porque el comandante supremo Czulkang Lah estaba obsesionado por capturar a la Jedi que había llegado a asociarse con Yun-Harla. Yo apoyé los actos de Czulkang Lah… fue un error por mi parte.

Tahiri miró a Jaina.

—En Borleias te dije que no fueras a Coruscant con Luke y con Mara —dijo—, porque temía que tu presencia los pusiera en peligro. Ahora, coincido con Harrar en que deberías ir.

Jaina se cruzó de brazos.

—Me alegro de ver que todos deciden mi destino con tanta tranquilidad —dijo.

Jabitha se adelantó antes de que nadie hubiera tenido tiempo de responder.

—Sekot ha solicitado que Cilghal, Tekli y Danni Quee se queden en Zonama.

Danni miró a Luke, llena de confusión.

—Creí que iría a Coruscant con Mara y contigo —dijo.

Luke negó con la cabeza.

—Está claro que Sekot considera que haces falta aquí.

—Si yo me conformo con no pilotar, tú podrás conformarte con quedarte aquí —dijo Jaina.

Han y Leia se intercambiaron miradas inquietas. Luke se descolgó el sable láser del cinturón, encendió la hoja y lo alzó sobre su cabeza. Los demás Jedi empezaron a imitarle sin decir palabra. Han, advirtiendo los titubeos de Leia, asintió con la cabeza para animarla a hacer lo mismo.

—Adelante —dijo en voz baja—. Tú eres tan Jedi como cualquiera de ellos.

Los Jedi se apiñaron alrededor de Luke, inclinando levemente los sables de luz de modo que sus puntas quedaban dirigidas al de él, hasta llegar a crear un pabellón de hojas multicolores que producían un zumbido amenazante en el aire fresco.

—Este día ha tardado años en prepararse. Lo que hagamos a partir de este momento pondrá a prueba nuestra fidelidad a la Fuerza; será la prueba más dura que habremos tenido que superar los Jedi desde hace más de una generación. Tened presente que no venimos a traer conflictos ni desigualdades, sino a custodiar la paz y la justicia. Por encima de todo, queremos lo que quiera la Fuerza, nos lleve donde nos lleve. Si a algunos de nosotros no se nos vuelve a ver a partir de hoy, eso no significará que nuestros actos habrán sido en vano ni que vayan a caer en el olvido.

Han miró a los que no llevaban sables láser, los pocos que quedaban fuera del círculo, Jabitha, Harrar y Danni, preguntándose cuál era su lugar dentro de todo aquello. Pero sumó su voz a la de todos cuando dijeron al unísono:

—¡Que la Fuerza nos acompañe!