CAPÍTULO 3
Muy inclinado sobre el alto manillar del barredor, Thorsh condujo la nave de propulsión a través de concentraciones de sapling y otras plantas oportunistas de los yuuzhan vong, bajo parras enroscadas y por encima de los gruesos troncos de árboles caídos. Intentaba elegir terreno cubierto de helechos siempre que podía, tanto por seguridad como para evitarle a su larguirucho pasajero mayor tortura con espinas, ramas afiladas o enjambres de moscas púa y otros chupasangres, que eran fáciles de perturbar. Pero los bienintencionados esfuerzos de Thorsh no eran suficientes.
—¿Cuándo intercambiamos los lugares? —le preguntó el bith por encima del aullido del propulsor. Thorsh sabía que la pregunta era en broma, así que respondió amablemente.
—¡Pon las manos a los lados y nada de ponerte de pie en el asiento!
Si hubieran tenido en cuenta la diferencia de altura, el bith debería haber sido quien fuera a los mandos y Thorsh el que se encogiera detrás de él, con los dedos crispados sujetándose a la parte de abajo del largo asiento. Pero Thorsh era el piloto con más experiencia; había llevado barredores en varias misiones de reconocimiento en las que no habían tenido deslizadores. Sus largos pies en forma de cuña no estaban hechos para los pedales y tenía que extender los brazos al máximo para poder llegar a los controles del manillar, pero sus ojos de vista aguda eran más que suficientes para suplir esos defectos, incluso llenos de lágrimas como los tenía ahora. Thorsh se mantuvo en la parte llena de vegetación de la gran isla, donde las ramas de los árboles más altos se entrelazaban por encima de sus cabezas y los ocultaban. El barredor iba bien excepto cuando se inclinaban mucho a la derecha, lo que por alguna razón provocaba que el propulsor petardeara y pareciera no tener energía suficiente. Todavía podía oír al otro barredor (al este y algo por detrás de ellos) zigzagueando para abrirse camino entre la densa maleza. Los cuatro fugitivos podrían haber avanzado más yendo por encima del estuario, pero sin la cobertura de los árboles habrían sido una presa fácil para los coralitas. Un cori ya había dado dos pasadas de ida y vuelta y disparado al azar sus misiles de plasma, esperando dar en algún blanco por casualidad. El aire de la mañana estaba lleno del olor a vegetación quemada. A gran velocidad, el barredor se vio obligado a abandonar la maleza para entrar en una zona sin árboles con salinas de un rosa y un blanco cegador, lugar donde se retiraban a dormir las bandadas de las aves zancudas de largas’ patas que Selvaris. Decidido a ponerse a cubierto antes de que la coralita apareciera otra vez, Thorsh giró bruscamente el acelerador para que el barredor llegara cuanto antes al bosquecillo de árboles más cercano. Thorsh acababa de volver a entrar en la jungla cuando un estrépito empezó a crecer en aquella zona cubierta. Lo primero que pensó fue que otra coralita se había unido a la persecución. Pero éste era otro tipo de sonido, uno con un ímpetu que no había en el mortífero silbido de un coralita. Thorsh sintió que su pasajero se erguía en el asiento, desafiando los peligros que suponían las ramas que sobresalían.
—¿Eso es lo que creo que es? —preguntó el humanoide.
—Pronto lo sabremos —le contestó Thorsh. Volvió a utilizar el acelerador. El viento golpeó contra el carenado inadecuado del barredor, provocando otra oleada de lágrimas en sus ojos. Pero todo lo que hicieron fue en vano. Los objetos responsables de ese tumulto que aumentaba de volumen pasaron directamente por encima de sus cabezas, silenciando el ruido del barredor, y pronto los adelantaron.
—¡Lav peq! —chilló el bith. Thorsh conocía el nombre: era la palabra que utilizaban los yuuzhan vong para los escarabajos-red, voraces y meticulosas versiones de los centinelas con alas que habían llamado la atención de los guardianes de la prisión. Los lav peq eran capaces de crear redes entre árboles, arbustos o cualquier tipo de vegetación con corteza. Normalmente los escarabajos llegaban en oleadas sucesivas: los primeros colocaban los hilos de anclaje y los que los seguían se iban alimentando de cortezas y otros elementos orgánicos para reabastecerse de las fibras que hacían falta para completar la red. Una red bien construida podía atrapar, o al menos ralentizar, a un ser del tamaño de un humano. Los hilos eran muy pegajosos, aunque no tan adhesivos como la gelatina blorash del enemigo. La intuición del bith quedó confirmada cuando el barredor cruzó a toda velocidad la oleada de vanguardia del enjambre. En segundos la cubierta frontal inclinada del aparato estaba salpicada de cuerpos de escarabajos espachurrados. Thorsh se quitó varios de su frente cubierta de pelo y los tiró a un lado. Justo delante de ellos, miles de lav peq caían en picado sobre la jungla, cruzando el dosel de hojas como si fueran granizos. Thorsh rechinó los dientes y bajó la cabeza. Por muy fuertes que fueran las fibras, no eran un problema para un barredor en las manos adecuadas. A unos cincuenta metros la primera red ya estaba tomando forma. Thorsh entornó los ojos para mirar con recelo. Mucho más estrechamente tejida que cualquier que hubiera visto en algún otro mundo, la red llegaba a oscurecer los árboles. Sólo necesitó un momento para darse cuenta de que la especie de escarabajos-red de Selvaris era especial. Mientras la mitad del enjambre volaba horizontalmente a varios niveles, la otra mitad lo hacía en filas verticales. El resultado era una urdimbre, una verdadera cortina que, por lo que Thorsh sabía, podía atrapar a su barredor con tanta facilidad como una tela de araña lo haría con una mariposa nocturna. Extendió las piernas detrás de él para pegarse al motor, que aumentaba sus revoluciones. Con un grito de angustia el bith hizo lo mismo y se apretó contra la espalda de Thorsh. Thorsh accionó el acelerador para que diera de sí todo lo que podía, intentando llegar a lo que le pareció una zona con relativamente pocos árboles. El barredor cruzó las redes a más de doscientos kilómetros por hora y una por una las cortinas se fueron rompiendo con fuertes sonidos de rasgadura que a veces parecían gritos. Los escarabajos de la retaguardia golpearon contra la cubierta del barredor con la fuerza de balas maleables y el bith gritó de dolor una y otra vez. El barredor se tambaleó y el propulsor empezó a aullar en protesta. Thorsh se agarró con todas sus fuerzas al manillar mientras iban despedidos de un lado a otro por culpa de las hebras viscosas. Intentó arriesgarse a ascender, sólo para darse cuenta de la peor forma de que la situación era incluso más peligrosa en las partes altas de los árboles, donde las ramas se proyectaban hacia fuera y las hojas eran el hogar de nubes de insaciables insectos aguja. Negándose a ceder ni un centímetro, le exigió a la máquina hasta el último vestigio de potencia que le quedaba. Y entonces el barredor cruzó la última red. Fibras pegajosas se quemaron sobre el motor sobrecalentado emanando un olor acre. Thorsh tosió para sacarse esas fibras de la garganta y se quitó con la pata otras de los ojos que le ardían. Paró el barredor sólo el tiempo suficiente para limpiar las toberas y la caja del ventilador. Su pasajero, que no dejaba de soltar maldiciones, parecía llevar una larga peluca blanca. Thorsh ya tenía la mano derecha de nuevo en el acelerador cuando un grito de dolor salió de la jungla, atravesando la cacofonía de los pájaros. Oyó un rugido familiar y un momento después el segundo barredor apareció en su campo de visión, pero llevando sólo al piloto.
—¡Lo han atrapado las redes! —les gritó el piloto bith por encima del ruido irregular del motor ahogado. Giró el acelerador para que el barredor siguiera en marcha—. ¡Voy a por él!
Thorsh escupió un trozo de red de la boca y frunció el ceño.
—No seas tonto.
—Está vivo…
—Mejor que lo estés tú —le interrumpió Thorsh. Señaló con la barbilla barbuda al oeste—. El estuario. ¡Vamos! —Thorsh aceleró su barredor, hizo un círculo rápido y se lanzó hacia los árboles mientras su pasajero bith se agarraba a lo que quedaba de la chaqueta del uniforme de vuelo del jenet. Tras cruzar la densa jungla que crecía en la orilla de la isla, volvieron a salir a la luz cegadora de los dos soles de Selvaris. Intentando arrancar más velocidad al motor, que ya empezaba a fallar, el piloto y el pasajero hicieron un giro brusco para abandonar la cobertura de los árboles y salieron al espacio abierto hasta que estuvieron sobre el agua salobre y manchada por los elementos orgánicos que caían de los árboles. Volaron a velocidad máxima sobre la superficie en calma, dejando atrás canales estrechos y serpenteantes de cristalina agua dulce que salía del subsuelo del planeta y que estaba llena de peces de colores brillantes. Desde la orilla más lejana les llegaron los urgentes ladridos y gruñidos de los bissop que galopaban sobre la ciénaga y bajaban por terraplenes llenos de hierbas cortantes. Los ásperos ladridos iban acompañados de gritos de guerra de los equipos de búsqueda de los yuuzhan vong que iban tras la jauría. Thorsh se apartó justo a tiempo para evitar una horda de insectos aturdidores y cortantes que salían de entre los árboles y que pasó a centímetros del barredor, directa a la orilla opuesta. Atraídos por la conmoción, bancos de depredadores de dientes afilados, lomos de múltiples alas y colas serradas salieron saltando del agua para atiborrarse de los insectos-arma voladores. Velocirraptores de alas anchas de enorme envergadura abandonaron las cavidades llenas de hongos de los árboles moribundos para planear sobre el agua y atrapar a los insectos que no habían podido cazar las bestias acuáticas. Thorsh tiró del manillar e hizo que el barredor ascendiera bruscamente. El agua salada se agitó aún más debajo de ellos cuando vislumbraron la boca del estuario, una línea blanca en la que las olas onduladas rompían contra la costa pantanosa. Cientos de islotes con acantilados blancos, empinados como torres y cubiertos de vegetación, se elevaban desde el océano de color aguamarina. En el horizonte, un volcán sobresalía por encima del agua con grandes nubes de humo saliendo de su cráter y escupiendo un grueso río de lava que parecía sangre y que estaba convirtiendo parte del mar en vapor. Thorsh examinó el cielo, limpio aparte del humo del volcán, en busca de señales de la coralita. A una distancia de un kilómetro al este, el otro barredor seguía su misma ruta. Ganaron altitud y las dos máquinas aceleraron sobre las olas rompientes dirigiéndose al estrecho canal que separaba los islotes que estaban más cerca de la costa.
—¡Mira arriba! —le dijo el bith al oído derecho de Thorsh. Su mano de dedos largos señalaba más arriba, indicando un objeto que se veía en el cielo al oeste. Thorsh lo vio y asintió, murmurando una maldición. Los yuuzhan vong lo llamaban tsik vai. Con una forma que recordaba a la de un ave marina, era una nave de exploración atmosférica con el saco que tenía en el cuello inflado y de un rojo brillante para servir de señal a otras naves que hubiera en la zona. Impulsada por un dovin basal sensible a la gravedad, la monstruosidad tenía un puente de mando en forma de burbuja transparente, alas flexibles y algo parecido a unas agallas que hacían que silbara al volar. Thorsh dejó caer todo su peso en el manillar y se apoyó con fuerza sobre los direccionadores auxiliares, haciendo que el barredor se dirigiera a la más cercana de las islas con la intención de mantenerse tan cerca de los acantilados blancos como se atreviera. Al tsik vai no pareció molestarle la maniobra. Se lanzó en picado a por su pequeña presa, silbando y soltando una especie de ramas enroscadas delgadas parecidas a cables para atraparlos. Thorsh bajó para acercarse a la turbulenta superficie, viró bruscamente y cruzó por encima del canal hacia el islote cercano, volando a toda velocidad sólo un metro por encima de las olas. La nave de exploración lo siguió en su descenso, preparándose para intentar cogerlo de nuevo, cuando algo le alcanzó por detrás. Thorsh y el bith miraron con incredulidad como el tsik vai perdió el rumbo tras haberse quedado sin una de sus alas y cayó en espiral, fuera de control. Aterrizó en el mar con una fuerte salpicadura, rebotó dos veces sobre las olas y después se estrelló con el morro por delante y empezó a hundirse. En el cielo oriental, destellando a la luz del sol, algo grande y de color negro mate se estaba aproximando a velocidad supersónica. Otra nave yuuzhan vong, pensó Thorsh, cuyo piloto ha derribado a una de sus propias naves al intentar acabar con el barredor. Activó los reactores de frenada y giró el barredor en pleno vuelo esperando poder librase de la misteriosa nave antes de que tuviera tiempo de poner sus miras en ellos. De todas formas esperaba que las balas empezaran a cortar el aire de un momento a otro. Al ver que no lo hacían, miró por encima del hombro a tiempo para ver un viejo carguero con doble mandíbula que se acercaba por el cielo sin nubes. Thorsh sintió que un calor espantoso caía sobre él cuando la nave dio una pasada muy baja, que les hizo castañetear los dientes y casi les revienta los oídos, mientras su cañón láser dorsal dirigía verdes disparos de energía hacia un trío de coralitas que lo perseguía. El carguero les hizo una seña a los barredores con un movimiento de balanceo y después se detuvo en un amplio giro algo más al sur.
—Parece que ha llegado nuestro transporte —dijo Thorsh—. ¡Y tiene problemas más graves que nosotros!
Una ráfaga de disparos bien dirigidos del artillero superior del carguero alcanzaron a la coralita que iba delante en el morro y la envió en llamas al mar. Las otras dos naves enemigas siguieron hostigando al carguero con sus misiles de plasma. Tal vez frustrado por los escudos aparentemente impenetrables de la nave, uno de los pilotos de los coris apuntó al barredor pilotado sólo por el bith. Un único proyectil de lava caliente lo alcanzo en pleno vuelo y la máquina desapareció sin dejar rastro. Thorsh apretó las mandíbulas y dirigió su máquina hacia aguas más profundas. El barredor rozaba las blancas crestas de unas olas de cinco metros cuando algo enorme salió de la superficie espumosa que había debajo de ellos.
* * *
—Cakhmaim se está convirtiendo en un tirador bastante bueno —dijo Han por encima del sonido repetitivo y recíproco de los cuádruples cañones láser.
—Recuérdame que le suba el sueldo… O al menos que le ascienda —Leia lo miró desde el asiento del copiloto.
—¿De guardaespaldas a qué? ¿Mayordomo? —Han se imaginó al noghri con un atuendo formal, sirviendo la comida a Han y Leia en el camarote delantero del Halcón. Curvó el labio superior encantado por la idea y soltó una risita.
—Tal vez deberíamos esperar a ver cómo lo hace con el resto de esos coris —el YT-1300 estaba a punto de terminar su amplio giro, con los soles gemelos de Selvaris quedando a estribor y un volcán en activo dominando la vista frontal. Debajo, unas islas cubiertas de verdor y rodeadas de acantilados abruptos se elevaban hacia el cielo profundamente azul del planeta, y el mar color aguamarina parecía extenderse hasta el infinito. Dos coralitas estaban todavía pegados a la cola del Halcón, disparando y manteniendo su posición después de todos aquellos locos giros y maniobras de despiste, pero por el momento los escudos deflectores estaban aguantando. Sus grandes manos agarraron el mando de control y Han miró a la pantalla del localizador de la consola, donde sólo parpadeaba una señal.
—¿Dónde ha ido el otro barredor?
—Lo hemos perdido —le dijo Leia. Han se inclinó hacia el ventanal para examinar el mar ondulado.
—¿Cómo hemos podido perderlo?
—No lo hemos perdido nosotros, quiero decir que ya no está. Uno de los coralitas le alcanzó.
Los ojos de Han ardieron.
—Pero… ¿Cuál de ellos? —antes de que Leia pudiera responder, dos misiles de plasma pasaron por delante del puente de mando, brillantes como meteoritos, y no alcanzaron la mandíbula de estribor por poco.
—¿Importa?
Han sacudió la cabeza.
—¿Y dónde está el otro?
Leia estudió la pantalla del localizador, después sacó un mapa del sensor de terreno que mostraba claramente todo el lugar, desde la boca del estuario hasta el volcán. Tocó la pantalla con el índice izquierdo.
—En el lado más alejado de esta isla.
—¿Hay alguna cori tras él?
Una fuerte explosión zarandeó al Halcón desde detrás.
—Parece que somos el objetivo más popular —apuntó Leia—. Justo como te gusta.
Han entornó los ojos.
—Puedes apostar a que sí.
Decidido a atraer a ese par de perseguidoras para que dejaran en paz al barredor, hizo ascender bruscamente al carguero. Cuando ya estaban a medio camino hacia las estrellas, obligó a la nave a descender en una espiral que revolvía el estómago. Frenando bruscamente, la nave dio una vuelta sobre sí misma y emergió de esa filigrana vuelta hacia la dirección opuesta, de forma que los dos coralitas quedaron delante del carguero. Le sonrió a Leia.
—¿Quién está al mando ahora?
Ella suspiró.
—¿Es que había alguna duda?
Han centró su atención en las dos naves enemigas. Con el paso de los años, los pilotos yuuzhan vong que se enfrentaban a situaciones con probabilidades imposibles como aquélla habían perdido parte de la resolución suicida que habían demostrado en los primeros días de la guerra. Tal vez el Sumo Señor Shimrra o alguien les había dicho que la sensatez era la mejor parte del valor. Fuera como fuera, los pilotos de los dos coris a los que Han se enfrentaba aparentemente supieron ver las ventajas de huir en vez de volver a disparar a la nave con sus misiles de plasma que hasta ahora no habían conseguido hacerle nada. Pero Han no estaba dispuesto a dejar que se fueran a casa con el rabo entre las piernas, sobre todo no después de haber matado al piloto desarmado del barredor que había hecho que él cruzara media galaxia para venir a rescatarlo.
—Cakhmaim, escucha —dijo hablando por el micrófono que tenían sus auriculares—. Voy a disparar la artillería de la parte inferior desde aquí. Los situaré en Money Lañe y acabaremos con ellos.
Money Lane era el término que utilizaba Han para referirse al área donde los campos de tiro de los láseres cuádruples se solapaban. En situaciones de emergencia se podían disparar ambos cañones desde el puente de mando, pero la situación actual no hacía que eso fuera necesario. Pero Han quería darle a Cakhmaim la oportunidad de afinar su técnica de disparo. Todo lo que Han y Leia tenían que hacer era ayudar a apuntar. Por la forma en que reaccionaron los coralitas ante el giro inesperado del Halcón, Han casi podía creer que los pilotos enemigos habían podido escuchar su comunicación con el noghri. El primer cori, el peor parado de las dos (mostraba grandes marcas de quemaduras y profundos agujeros), salió a toda velocidad, separándose de su compañero de vuelo en un ángulo abrupto. Más pequeña y más rápida, y por lo que parecía dirigida por un piloto mejor, el segundo cori redujo la velocidad en un intento de engañar al Halcón para que cruzara su vector. Ése era el coralita que había derribado al barredor, supo Han, lo que sentenció al piloto a ser el primero en sentir la ira del Halcón. Leia lo intuyó e inmediatamente buscó un rumbo de intercepción. Expuesto, el piloto de la coralita intentó escabullirse, entrando y saliendo de su campo de tiro una y otra vez, pero fue ganándole el pánico cuando el Halcón se colocó lentamente en posición mortífera. El cañón láser dorsal estaba programado para disparar andanadas de tres rayos que, después de todos aquellos años, todavía tuvieron la capacidad de engañar a los dovin basal del más viejo y probablemente más atontado de los coralitas. Aunque la nave enemiga fue lo bastante rápida para detectar la anomalía gravitacional que provocaron los dos primeros rayos, el tercero consiguió impactar y volar un enorme trozo de coral yorik de la cola en forma de abanico de la nave. Han movió el mando para situar al coralita en Money Lañe y su mano izquierda apretó el gatillo del mecanismo de disparo remoto de la artillería de la parte inferior. Las andanadas continuas de los cañones gemelos dejaron al cori en la mitad de su tamaño hasta que voló por los aires, despidiendo trozos de chatarra de coral en todas direcciones.
—Eso por el piloto del barredor —dijo Han con seriedad. Volvió su atención a la segunda coralita que, desesperada por evitar el mismo destino que su compañera, serpenteaba y cambiaba constantemente de posición por todo el cielo. Cruzando a través de los restos del primer blanco que caían por todas partes, el Halcón aceleró y se abalanzó desde arriba sobre la nave que realizaba ese loco movimiento. La retícula de mira se puso roja y el tono de localización de blanco llenó el puente. De nuevo resonaron los láseres cuádruples que alcanzaron a la cori con una andanada tras otra hasta que desapareció en un nube de polvo de coral y gas blanco y caliente. Han y Leia vitorearon.
—¡Buen tiro, Cakhmaim! —le dijo al micrófono—. Hay que apuntarle dos más a los buenos.
Leia lo observó durante un momento.
—¿Ya estás contento?
En vez de responder, Han tiró del mando para alejarlo de él, lo que hizo que el Halcón bajara unos metros en dirección a las olas embravecidas.
—¿Dónde está el barredor? —preguntó al fin. Leia ya tenía lista la respuesta.
—Gira unos sesenta grados y deberíamos verlo justo delante de nosotros.
Han ajustó el rumbo y el barredor apareció ante sus ojos, surcando la superficie velozmente y llevando dos ocupantes muy diferentes. En su persecución, visible justo bajo la superficie del agua, se movía un enorme triángulo de color verde oliva apagado seguido de lo que parecía una larga cola. Han se quedó con la boca abierta.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó Leia.
—¡Trespeó, ven aquí! —gritó Han sin apartar los ojos de la criatura. C-3PO entró en el puente de mando apresuradamente y puso las manos en la silla de respaldo alto del piloto para evitar perder el equilibrio, cosa que le ocurría a menudo. Han levantó la mano derecha hasta donde estaba el ventanal y señaló.
—¿Qué es eso? —le preguntó deteniéndose en cada palabra.
—Oh… —empezó a decir el androide—. Creo que lo que estamos viendo es un tipo de criatura marina. El término yuuzhan vong para esa criatura es vangaak, que deriva del verbo sumergirse, aunque en este caso el verbo ha sido modificado para sugerir…
—¡Ahórranos la lección de lengua y sólo dime cómo matarlo!
—Bueno, yo sugeriría apuntar a su cráneo plano, que se ve claramente en la superficie dorsal.
—Que le dispare a la cabeza.
—Eso precisamente. Un disparo a la cabeza.
—Han —interrumpió Leia—. Otros cuatro coralitas han puesto rumbo hacia aquí.
Han manipuló las palancas de la consola y el Halcón aceleró.
—Tenemos que trabajar rápido. Trespeó, dile a Meewalh que active la apertura manual de la rampa de aterrizaje. Estaré ahí en un segundo.
Leia lo observó soltar los cierres de la red antimpacto.
—Por lo que veo no tienes intención de aterrizar.
Él la besó en la frente a la vez que se levantaba.
—No si puedo evitarlo.
* * *
El barredor luchaba por mantener una altitud de unos ocho metros, pero no era suficiente para escapar de las mandíbulas batientes del vangaak yuuzhan vong que estuvo a punto de engullirlo cuando salió a la superficie. Thorsh podría haber optado por dirigirse tierra adentro, pero las partidas de búsqueda de los yuuzhan vong y sus bestias aulladoras ya habían alcanzado la costa pantanosa. Y aún peor, cuatro manchitas que se veían en el cielo septentrional eran seguramente coralitas que venían para reforzar al par que estaba persiguiendo el YT-1300 en ese momento. Así que el jenet tuvo que dirigirse a aguas más profundas, acercándose al volcán, en donde las olas alcanzaban una altura de unos diez metros. Thorsh y su pasajero podían sentir las punzadas de las salpicaduras salinas en sus caras y manos arañadas y magulladas. Detrás de ellos, el vangaak estaba reduciendo la distancia con rapidez. Un grito perturbador del bith rompió la concentración de Thorsh.
—¡El vangaak se ha ido! ¡Se ha sumergido!
Thorsh no sabía si preocuparse o celebrarlo, pero el vangaak puso un rápido final a su indecisión. Atravesando la superficie delante del barredor, el triángulo verde oliva apagado salió de entre las olas escupiendo agua salada por los orificios para respirar que tenía en su parte dorsal y abriendo su boca llena de dientes. Thorsh le exigió todo lo que pudo al barredor, poniéndolo a velocidad máxima, pero no había escapatoria. Oyó un grito sorprendido y después sintió que se le desgarraba la chaqueta del uniforme de vuelo. Con menos peso, el barredor aumentó la velocidad, pero después se caló. Thorsh echó un vistazo angustiado por encima del hombro. El bith estaba clavado entre los dientes del vangaak con la boca abierta en un grito silencioso, los ojos negros apagados y la chaqueta de Thorsh todavía agarrada con su mano derecha. Pero no había tiempo para la desesperación o la ira. El propulsor volvió a la vida y Thorsh giró para alejarse, aunque seguía cayendo. Un rugido le azotó los tímpanos y de repente el YT-1300 estaba prácticamente a su lado, rozando las olas a menos de cincuenta metros de distancia. El cuarteto de coralitas empezó a disparar desde una distancia extrema y sus proyectiles de plasma creaban surcos calientes en las crestas blancas de las olas. La rampa de aterrizaje del viejo carguero estaba bajada desde el brazo de embarque de estribor. Estaba claro lo que el piloto de la nave tenía en mente: estaba esperando que él se acercara y se lanzara por la estrecha rampa. Pero Thorsh dudó. Veía claramente las limitaciones del barredor y, lo que era más importante, las suyas. Con los coralitas aproximándose y el vangaak sumergido quién sabía dónde bajo la olas, era poco probable que consiguiera llegar al carguero a tiempo. Además, y a pesar de que sus escudos deflectores eran obviamente de calidad militar, el carguero se veía obligado a hacer ligeros ajustes verticales y horizontales, lo que sólo disminuía las posibilidades de Thorsh de poder subir a bordo. Pero en un segundo sus dudas desaparecieron y en su lugar apareció una expresión de gran determinación. Como único portador del secreto de inteligencia que había contenido el holodisco, tenía que hacer el mayor de sus esfuerzos por intentarlo. Se agarró con fuerza y se dirigió al santuario que suponía la nave negro mate.
* * *
Agachado en la parte alta de la rampa extendida, Han miró el agua embravecida que quedaba a menos de veinte metros por debajo. El viento y las salpicaduras saladas aullaban a través de la abertura, despeinándole el pelo y haciéndole difícil mantener los ojos abiertos.
—Capitán Solo —dijo C-3PO desde el pasillo circular—, la princesa Leia quiere que sepa que el barredor se está acercando. Aparentemente el piloto confía en que podrá completar su transferencia al Halcón Milenario sin sufrir demasiados daños internos o… perecerá en el intento.
Han miró al androide con los ojos muy abiertos.
—¿Perecerá?
—Lo cierto es que las posibilidades están en su contra. Si estuviera pilotando un motojet, tal vez, pero los barredores son conocidos por perder el control a la mínima provocación.
Han asintió serio. Como antiguo corredor de barredores sabía que C-3PO tenía razón. Dada la situación, él mismo dudaba de que pudiera realizar ese salto con éxito.
—¡Voy a bajar! —gritó. C-3PO ladeó su cabeza dorada.
—¿Señor?
Han señaló hacia abajo.
—Voy a bajar al final de la rampa.
—Señor, no me gusta la idea de… —el viento ahogó el resto de las palabras del androide.
Han gateó hasta la base de la rampa donde pudo oír como la torreta inferior del Halcón cortaba los agitados picos de las olas. Un característico sonido vibrante llamó su atención. El barredor había empezado a inclinarse para llegar a la rampa. El piloto (de todas las razas existentes tenía que ser un jenet) soltó la mano derecha del manillar lo justo para saludar a Han. Teniendo en cuenta que incluso el más leve movimiento hacía tambalearse al barredor, no había forma de que el jenet soltara las dos manos, sobre todo no con el Halcón añadiendo más turbulencias. Han lo pensó y después se giró hacia C-3PO.
—¡Trespeó, dile a Leia que vamos a intentar el plan B! —el androide se llevó las manos a la cabeza desesperado.
—¡Capitán Solo, sólo con oír eso ya me preocupa!
Han levantó el dedo índice.
—Ve y díselo a Leia. Ella lo entenderá.
* * *
—¿El plan B?
—Ésa precisamente ha sido mi reacción —dijo C-3PO con la voz agitada—. ¿Pero alguien escucha mis preocupaciones alguna vez?
—No te preocupes, Trespeó, estoy segura de que Han sabe lo que hace.
—Ésa no es una idea muy tranquilizadora, princesa.
Leia se volvió hacia la consola y paseó la mirada por los instrumentos. «El plan B», musitó. ¿Qué podía tener Han en mente? Se puso a pensar en él intensamente y sonrió ante la revelación repentina. Claro… Sus manos empezaron a accionar interruptores mientras estudiaba las pantallas. Después se apartó de la consola en estado de contemplación. Sí, decidió al fin, creía que podía hacerse, aunque significaba confiar mucho en los reactores de posición y frenada y rezar para que no se calaran o fallaran. Miró por encima del hombro a C-3PO, que evidentemente había seguido cada uno de sus movimientos y manipulaciones.
—Dile a Han que yo me ocuparé de todo.
—Oh, cielos —dijo el androide girándose y saliendo del puente de mando—. Oh, cielos…
* * *
Los cuatro coralitas se estaban acercando con rapidez, disparando misiles de plasma a la tempestuosa extensión de agua que había entre el barredor y el carguero. Thorsh agachó la cabeza instintivamente cuando una bala impactó en las olas a menos de diez metros. La ferocidad el impacto envió agua sobrecalentada en todas direcciones e hizo que el barredor se tambaleara peligrosamente. El carguero mantuvo su posición sin inmutarse, con su artillero superior manteniendo a raya a los coralitas con andanadas de fuego láser. Un humano masculino estaba agachado en la base de la rampa de aterrizaje con el brazo izquierdo rodeando una de las riostras hidráulicas telescópicas y con los dedos de la mano derecha haciendo un gesto que en algunos mundos implicaba que a quien iba dirigido estaba loco. Pero en ese momento el gesto giratorio tenía un significado completamente diferente (aunque la locura era parte importante del asunto). Thorsh tragó con dificultad pensando en lo que los pilotos estaban a punto de intentar. El humano le hizo un gesto y volvió a subir por la rampa. Reduciendo la velocidad un poco, Thorsh se quedó detrás del carguero para darle amplitud de movimiento. Por encima de la cansada vibración del propulsor del barredor, pudo oír la reverberación repentina de los retrorreactores y los reactores de posición del YT-1300. Después, con un breve impulso, el carguero empezó a girar noventa grados a estribor, dejando la rampa de aterrizaje casi justo delante del vacilante barredor.
* * *
—¡Salta! —dijo Han para sí—. ¡Ahora!
Estaba de vuelta en el asiento del piloto, con las manos agarrando fuertemente el mando de control mientras Leia le rebajaba la potencia a los reactores, engañando al Halcón en pleno giro de noventa grados. Como ahora volaban de lado, Han pudo ver a los coralitas, que un segundo antes estaban «detrás» de la nave, igual que el barredor, pero que ya volaban justo al lado de la punta roma del brazo de embarque de estribor. Intentando reducir al mínimo las posibilidades de que el piloto tomara demasiado impulso y chocara de cabeza con el mamparo que había en la parte alta de la rampa, Han ajustó la velocidad de avance del Halcón para que fuera la misma que la del barredor.
—¡Está acelerando! —exclamó Leia.
—¡Trespeó! ¡Meewalh! —gritó Han por encima de su hombro derecho—. Nuestro huésped va a subir a bordo —miró por el lado derecho del ventanal y vio que el jenet llevaba el barredor hacia la rampa, la boca estrecha pero abierta del Halcón.
—¡Ahora! —le dijo a Leia. Hábilmente ella le aplicó potencia a los reactores de posición, permitiendo que la nave hiciera un giro completo en el sentido de las agujas del reloj mientras se oían una serie de ruidos estrepitosos que llegaban hasta el puente de mando desde el pasillo circular. Han hacía una mueca y escondía la cabeza entre los hombros cada vez que oía un clang o un crash, evaluando mentalmente los daños pero con los dedos cruzados para que el jenet lo estuviera llevando mejor que el interior del brazo de embarque. En cuanto el piloto de la rampa que había en la consola parpadeó en rojo (lo que significaba que el brazo se había cerrado herméticamente), Han tiró hacia atrás del mando de control y el Halcón se lanzó hacia el cielo abierto de Selvaris, esquivando una lluvia de balas fundidas de los coralitas que lo perseguían. El cuadriláser respondió con disparos continuos verde claro que brillaban incluso con el fondo del mar tumultuoso.
—¡Capitán Solo, está vivo! —gritó C-3PO con un alivio muy dramático—. ¡Todos estamos vivos!
Han dejó escapar el aire lentamente y se hundió en el asiento sin levantar las manos del mando. Los coralitas ya empezaban a quedar atrás cuando el Halcón pasó por encima de la cumbre del volcán, cruzando densas nubes de humo espeso, para un segundo después ascender en una columna de energía azul. La nave ya estaba a medio camino de las estrellas cuando el jenet apareció en la puerta del puente de mando, con un brazo desnudo sobre los hombros de Meewalh y el otro encima de los de C-3PO.
—Parece que tienes la cabeza muy dura —dijo Han.
Leia miró a su marido sonriendo levemente.
—Él no es el único.
Han la miró con falso disgusto y después le hizo un gesto con la barbilla a la noghri femenina.
—Lleva a nuestro huésped al camarote delantero y dale todo lo que necesite.
—Cogeré el botiquín —dijo Leia abandonando el asiento. Dejó sus auriculares sobre la consola y volvió a mirar a Han—. Bueno, lo has conseguido.
—Hemos —corrigió Han y estiró los brazos despreocupadamente—. ¿Sabes? Nunca se es demasiado viejo para este tipo de cosas.
—Tú no te has cansado de ello, eso es seguro.
Él la estudió.
—¿Qué pasa, que tú sí?
Ella le puso la mano derecha en la mejilla.
—Eres un peligro para ti mismo y para todos los que están a tu alrededor. Pero te quiero, Han.
Él mostró una gran sonrisa mientras Leia abandonaba el puente.