CAPÍTULO 5

Las alarmas de proximidad aullaron insistentemente en el puente del Halcón Milenario. Irritado por la distracción, Han le quitó el sonido a los altavoces mientras Leia se concentraba en asegurarse de que la nave evitaba lo que había causado las alarmas.

—¿Actividad sísmica? —preguntó Han. Leia sacudió la cabeza.

—Minas de pulso interceptoras hapanas. Lo último.

Vistos desde el ventanal curvado, esos aparatos explosivos parecían asteroides bañados en luz estelar. Los escáneres del Halcón decían algo diferente, lo que sólo reforzaba la impresión inicial de Han y Leia. Más allá del campo rocoso se veía el lado iluminado de un planeta marrón y azul rodeado de satélites y dotado de dos lunas de buen tamaño.

—Supongo que en estos tiempos nunca se tiene demasiado cuidado —dijo Han.

—Sobre todo tan cerca de la Ruta Comercial Perlemiana —añadió Leia.

Han señaló una instalación orbital de módulos esféricos y múltiples hangares.

—El astillero. Parece desierto.

—Deliberadamente, diría yo.

Describiendo una ruta sinuosa a través del campo de minas, maniobraron para acercarse al planeta. El carguero estaba a medio camino entre ambas lunas cuando una voz salió del comunicador.

Halcón Milenario, aquí el control de Contruum. En nombre del general Airen Cracken y del resto del cuerpo de mando puedo decirle que nos alegramos de ser los primeros en darles la bienvenida.

Contruum era el mundo de origen de Airen Cracken y de su igualmente ilustre hijo, Pash. Un planeta con mucha industria, con plantas de fundición de mineral y modestas factorías de construcción de naves, que se decía que era el mundo más parecido a los del Núcleo fuera del mismo. Se parecía a Eriadu, aunque no estaba ni mucho menos tan devastado ecológicamente. Lo que era seguro es que no había otro planeta en esa parte del Borde Medio que le hiciera sombra. El hecho de que hasta ese momento hubiera escapado a la atención del enemigo era un verdadero misterio. Pero como Contruum había continuado por su cuenta y riesgo contribuyendo generosamente a los esfuerzos de la guerra, el planeta se había convertido en un modelo de valor y sacrificio.

—Señores, el general Cracken está ansioso por saber si han tenido éxito en la recogida de nuestra mercancía perdida.

Leia fue quien contestó.

—Dígale al general que volvemos con sólo uno de los cuatro que teníamos que recoger originalmente. Perdimos a dos y tenemos razones para creer que el otro seguramente ha acabado de nuevo en su punto de origen.

—Lamentamos mucho oír eso, princesa.

—Todos lo lamentamos —intervino Han.

—El Halcón Milenario tiene permiso para entrar. ¿Quiere que nosotros le remolquemos, capitán?

—Prefiero dirigir yo mi nave, si a ustedes no les importa.

—No hay problema, señor. Las coordenadas de ruta y aterrizaje se le están transmitiendo ahora mismo a su ordenador de navegación.

Han y Leia vieron como los datos de vuelo salían en la pantalla y después Leia agrandó el mapa de ruta. Han rio.

—Números. Nunca se es demasiado cuidadoso.

Han ajustó el rumbo del Halcón. Fuera, aparte de unas cuantas naves que parecían inofensivas y perezosas en una órbita estacionaria, el espacio local estaba prácticamente libre de tráfico. En vez de dirigirse directamente hacia la densamente poblada banda ecuatorial del planeta, llevaron el carguero a la luna más interior de Contruum, una esfera plateada llena de cráteres de impacto y con la superficie salpicada de cordilleras montañosas.

—El cráter grande queda justo a estribor —dijo Leia.

Han le dio un golpecito al mando de control.

—Lo tengo.

No había nada que marcara el cráter como un espacio de aterrizaje, ni nada que indicara que la luna era una base militar. Han bajó el Halcón hacia el cráter, cerca del elevado borde oriental. Leia sacudió la cabeza asombrada.

—Se podría creer que está vacía.

—Una holoproyección enmascarando un campo magnético de contención —explicó Han—. Esa técnica no se ha utilizado durante mucho tiempo.

Ella asintió tristemente.

—No ha habido necesidad para ello.

El Halcón pasó a través de lo que parecía ser el suelo rocoso del cráter para entrar en una hondonada enorme que había debajo y finalmente posarse en una plataforma de aterrizaje hexagonal que tenía grabada unas marcas y unos números ya muy gastados. El interior de la base oculta bullía de actividad. Un transporte que había allí cerca se llamaba Doce toneladas por una bestia de carga originaria de Contruum. Han recordó que los destructores elegantemente diseñados que antes se fabricaban en el ahora abandonado astillero solían recibir normalmente nombres que sonaban virtuosos: Templanza, Prudencia, Igualdad… Les llevó varios minutos desconectar todos los sistemas del Halcón. Leia les pidió a Cakhmaim y a Meewalh que permanecieran a bordo con C-3PO, que se tomó la sugerencia como una afrenta personal. Después ella, Han y Thorsh, el jenet que habían rescatado, se encaminaron a la rampa de aterrizaje. Antes de bajar, Han se detuvo un momento para evaluar los daños menores que había causado el barredor, que habían tirado por la borda sobre Selvaris poco antes de que el Halcón diera el salto a la velocidad de la luz. Una escolta estaba esperándolos en la plataforma de aterrizaje: personal de seguridad, doctores con androides médicos y una mujer joven, robusta y de piel oscura que se presentó como la ayudante del general Cracken. Los técnicos médicos rodearon rápidamente a Thorsh, le inspeccionaron las extremidades, le palparon el torso con cuidado y le examinaron la cabeza leonina.

—Parece como si le hubieran arrastrado por un campo de espinas —dijo uno.

Thorsh rio para sus adentros sardónicamente.

—Más bien fui propulsado a través de uno, pero gracias por notarlo.

—Hemos hecho por él lo que hemos podido —dijo Leia.

El mismo doctor la miró.

—Cualquier médico de campaña estaría orgulloso de haber podido hacer lo que han hecho.

El androide terminó su escáner con una melodía final de tonos y pitidos.

—Malnutrido, pero por lo demás sano —anunció con voz profunda. La mayor Ummar, la ayudante de Cracken, asintió con aprobación.

—No veo ninguna razón por la que no podamos pasar directamente a dar su informe.

Han se volvió hacia Thorsh y sonrió burlón.

—Buen trabajo, Thorsh. Te invitaremos a comer otro día.

Thorsh se encogió de hombros.

—Todos desempeñamos nuestro papel. Yo voy donde me mandan y hago lo que me dicen.

—Y el resto de nosotros estamos mejor gracias a ello —respondió Leia. Puso la mano en el hombro peludo de Thorsh—. No tengo ni idea de la información que llevas, pero debe de ser de vital importancia.

Thorsh se encogió de hombros.

—Ojalá lo supiera.

Han supuso que el jenet no estaba reteniendo información por el bien de la seguridad, sino que realmente Thorsh no sabía qué información de inteligencia había encerrado en la trampa de la memoria de su cerebro. Han y Leia no habían avanzado mucho cuando un deslizador se paró a su lado. En el asiento que había tras el conductor rodiano del vehículo flotante estaban sentados el general Wedge Antilles y el Maestro Jedi Kenth Hamner.

—¡Wedge! —exclamó Leia encantada por la sorpresa mientras el atractivo humano de pelo oscuro bajaba del deslizador. Ella lo abrazó para saludarlo mientras Han estrechaba la mano extendida de Wedge, que saludó a Han con la cabeza.

—Jefe.

Los dos hombres se conocían desde hacía casi treinta años, desde la batalla de Yavin, donde Wedge había volado con Luke Skywalker para enfrentarse al Estrella de la Muerte. En Endor, Wedge había sido decisivo para destruir el segunda Estrella de la Muerte y durante los años en que la Nueva República estuvo en ciernes, él se había distinguido en innumerables operaciones con el Escuadrón Pícaro y otras unidades. Como muchos otros veteranos de la guerra civil galáctica, su esposa y él, Iella, habían salido de su retiro para luchar contra los yuuzhan vong. En Borleias, Wedge había formado una fuerza secreta de resistencia denominada Los Internos, cuyos miembros (que incluían a Leia, Han, Luke y muchos otros) habían acordado adoptar algunas de las tácticas que la Alianza Rebelde había empleado contra el Imperio. A Han siempre le había gustado Wedge, y teniendo en cuenta la cada vez mayor cercanía que había entre Jaina y el sobrino de Wedge, Jagged Fel, había una lejana posibilidad de que las familias Solo y Antilles acabaran aliadas de una forma aún más profunda.

—Me alegro de verte de nuevo, Wedge —dijo Han—. ¿Algún mensaje de arriba?

—Sólo que el almirante Sovv quiere transmitiros su gratitud por lo que habéis hecho Leia y tú.

—Me alegra saber que todavía estamos todos en el mismo equipo.

Han le hizo un guiño a Wedge y se volvió hacia Kenth Hamner, que llevaba la túnica marrón tejida a mano de los Jedi.

—Un atuendo nuevo, ¿no?

Kenth mostró una sonrisa.

—Atuendo formal. Una muestra de solidaridad entre los Jedi y los militares de la Alianza Galáctica.

—Los tiempos cambian.

—Así es.

—Kenth, ¿alguna comunicación de Luke? —preguntó Leia con cierta urgencia.

—Nada.

Leia frunció el ceño.

—Ya hace más de dos meses.

Kenth asintió.

—Y tampoco nada de Corran ni de Tahiri.

Leia lo estudió un momento.

—¿Qué puede haber pasado?

Kenth apretó los labios y sacudió la cabeza lentamente.

—Hemos asumido que deben de seguir en las Regiones Desconocidas. Si algo fuera mal, lo habríamos sabido.

Han entendió que ese «habríamos» de Kenth incluía a Leia. Desde antes de la caída de Coruscant, el Jedi (y Leia por extensión) habían afinado sus capacidades para llegar más lejos con los pensamientos y sentimientos, para unir mentes e intuir cosas a grandes distancias.

—Hemos considerado enviar una partida de búsqueda —añadió Kenth.

Como Han y Wedge, el alto Jedi de apariencia agradable era corelliano, aunque a diferencia de los otros dos, él era el heredero de cierta riqueza. Han siempre lo había considerado el Jedi con la mente más militar (sin contar a Keyan Farlander y a Kyle Katarn) y un año antes Kenth había sido nombrado Jefe de Estado del Consejo de Cal Omas, junto con los Maestros Jedi Luke, Kyp Durron, Cilghal, Tresina Lobi y la Caballero Jedi Saba Sebatyne. Luke había puesto a Kenth a cargo de los Jedi cuando él, Mara y otros se embarcaron en una búsqueda del mundo viviente de Zonama Sekot. Desde entonces Kenth había hecho todo lo que podía para coordinar las misiones para los Jedi en ausencia de Luke, pero, como ocurría con el mando de la Alianza, todos sus esfuerzos se habían visto socavados por el éxito inesperado que habían tenido los yuuzhan vong al desmantelar la HoloRed, que llevaba mucho tiempo siendo la base de las comunicaciones galácticas.

—Será mejor que la partida sea grande si tenéis intención de buscar en las Regiones Desconocidas —dijo Han.

Kenth se dio cuenta de que el comentario no iba en broma.

—Hemos podido obtener las coordenadas de origen de la transmisión que Luke y Mara hicieron a través del radiofaro de Esfandia.

—¿Y? —preguntó Leia.

—Hemos estado transmitiendo a esas coordenadas durante las últimas dos semanas. Pero no hemos obtenido respuesta.

Con la red de comunicación de Generis destruida por los yuuzhan vong, el de Esfandia era el único radiofaro capaz de llegar al espacio de chiss y a las Regiones Desconocidas. Dos meses antes una batalla desesperada se había librado en Esfandia, pero el faro se había salvado gracias en gran parte al gran almirante de las Fuerzas Imperiales Gilad Pellaeon (con la ayuda de la hábil tripulación del Halcón Milenario).

—Tal vez Zonama Sekot se ha movido —aventuró Han—. Es decir, por eso precisamente se le conoce…

Kenth giró la cabeza en una evasiva intencionada.

—Entre otras cosas…

Leia lo miró fijamente.

—¿Puede que Zonama Sekot vuelva al espacio conocido?

—Eso podemos esperar.

Los cuatro se quedaron en silencio durante un largo momento. Wedge miró a Han furtivamente y después se encogió de hombros. Cuando todos hubieron subido al deslizador, Wedge, que iba en el asiento delantero, se volvió hacia Leia y Han.

—Habladme de lo de Selvaris.

—No hay mucho que decir —empezó Han—. Los fugitivos nos indicaron su posición, bajamos y conseguimos rescatar a uno de ellos.

Wedge miró a Leia para que concretara un poco más. Ella parpadeó y sonrió.

—Fue así como lo ha contado Han. Así de simple.

Han se inclinó hacia delante en un gesto de confianza.

—¿De qué va todo esto, Wedge? No es que nosotros necesitemos una excusa para ir a rescatar a alguien, ¿pero por qué de Selvaris de entre todos los mundos? La mayoría de la gente que conozco no podría ni situarlo en una carta estelar.

La expresión de Wedge se volvió seria.

—Tengo un interés especial en esto, Han.

Han arrugó la frente por el interés.

—¿Y eso?

—Podréis oírlo por vosotros mismos. El general Cracken ha pedido que asistáis a la reunión.

En el turboascensor, Leia y los tres corellianos se encontraron con el equipo médico que acompañaba a Thorsh. El jenet y los androides médicos salieron tres niveles más abajo. Leia y los otros bajaron hasta el final y salieron en un nivel de seguridad donde dos oficiales de Inteligencia humanos les abrieron la puerta con código de una sala que tenía el ambiente viciado. Han había esperado la mezcla habitual de espías y oficiales, tal vez una silla aislada para el sujeto, pero el camarote parecía más bien una sala de reconocimiento. El único miembro de la Inteligencia que asistía era Bhindi Drayson, a quien Han, Leia y Wedge conocían de la campaña de Borleias entre otras. La hija del antiguo Jefe de Inteligencia, delgada y de facciones afiladas, era considerada una táctica experta y casi dos años antes había participado en una misión de infiltración con el Escuadrón Espectro en el Coruscant ocupado por los yuuzhan vong. Ahora estaba acompañada sólo por una unidad R2 roja y un givin. Los givin eran una especie muy curiosa: humanoides con exoesqueleto y extremidades tubulares, grandes órbitas oculares triangulares y bocas abiertas formando lo que parecía ser una perpetua mueca de disgusto. No sólo eran capaces de sobrevivir en el vacío del espacio, sino que también podían realizar complejas navegaciones por el hiperespacio sin tener que confiar en los ordenadores de navegación. Constructores de naves a la altura de los de Verpine o Duro, estaban obsesionados con los cálculos, las probabilidades y las matemáticas. Muchos creían que si el significado de la vida pudiera ser reducido a una ecuación, un givin sería el primero en hacerlo. Antes de que ninguno tuviera tiempo de recibir las instrucciones adecuadas, Thorsh entró en la sala. Examinando a la multitud con un solo vistazo dijo:

—Cuando ustedes quieran.

Con un androide astromecánico a su lado, el givin se sentó frente a Thorsh. Éste cerró los ojos y empezó a hablar, repitiendo los datos del holodisco que había memorizado en aquel instante en Selvaris. Una compleja y terriblemente desconcertante secuencia de números y fórmulas salió por la boca del jenet sin ninguna pausa o inflexión. Nadie en la sala se movió; nadie le interrumpió. Cuando Thorsh terminó, dejó escapar una larga exhalación.

—Me alegro de haberme librado de todo eso.

El givin asentía con su extraña cabeza.

—Ningún cuerpo blando podría haber hecho un trabajo tan elegante. Reconozco la mente y la mano de un givin en la codificación del mensaje contenido en esa ecuación.

—¿Necesitas que repita alguna parte? —preguntó Bhindi Drayson.

El givin sacudió la cabeza.

—No será necesario.

Ella asintió satisfecha.

—Entonces supongo que hemos acabado.

Han miró a su alrededor perplejo.

—¿Ya está? ¿Eso es dar informes?

Wedge señaló con la barbilla al givin y al androide.

—El resto es cosa suya.

Han y Leia se acababan de sentar en aquella sala llena de confusión cuando la mayor Ummar avisó de que el general Cracken estaba listo para la reunión.

—Eso quiere decir que no vamos a poder comer algo —dijo Han.

Leia suspiró.

—Haré que Trespeó nos prepare algo después.

—El perfecto supresor del apetito.

* * *

Para cuando el matrimonio Solo llegó, el centro de información táctica de la base estaba lleno a rebosar de analistas de Inteligencia, oficiales de naves y comandantes de vuelo. La ayudante de Cracken acompañó a Han y a Leia mientras bajaban las anchas escaleras alfombradas del anfiteatro hasta unos asientos de la primera fila. En el estrado estaban sentados Wedge y otros tres coroneles (dos bothanos y un sullustano). Airen Cracken, de setenta y cinco años, cuyos informes de Inteligencia habían dado forma literalmente a la Alianza Rebelde durante la guerra civil galáctica, estaba de pie en el atril.

—Primeramente quiero agradecerles a todos que hayan asistido tras ser avisados con tan poca antelación. Si hubiera tiempo habría incluido esta información en la reunión programada para mañana, pero con las transmisiones de la HoloRed deshabilitadas, es necesario que despachemos correos inmediatamente si queremos poner en marcha esta operación.

Cracken activó un botón que había en la parte inclinada del atril y apareció una holoproyección a su izquierda que detallaba un sector no identificado de la galaxia. Cracken utilizó un puntero láser para indicar un sistema estelar en el cuadrante superior derecho, que se expandió cuando el rayo rojo del puntero tocó el nodo de maximización de la holoproyección.

—El Sistema Tantara —continuó Cracken—, camino al Núcleo desde Bilbringi. Las estrellas principales son Centis Major y Renaant. El mundo habitable más cercano es Selvaris, actualmente ocupado por los yuuzhan vong —Cracken señaló a Han y a Leia—. El capitán Solo y la princesa Leia acaban de volver de Selvaris. Allí consiguieron rescatar a un prisionero que acababa de escapar de un campo de internamiento construido en su superficie. Entre los prisioneros retenidos en ese campo hemos podido identificar al capitán Judder Page de Corulag y a mi propio hijo, el mayor Pash Cracken.

Murmullos de genuina sorpresa recorrieron la habitación.

—¿Y cómo es que nadie nos ha hablado de eso? —preguntó Han a Leia en un murmullo. Ella le mandó callar con delicadeza.

—Escuchemos a Airen antes de montar un escándalo.

—Está bien —aceptó Han—, pero sólo por esta vez.

—Un grupo de la resistencia que opera en Selvaris consiguió obtener importante información de Inteligencia y pasársela al capitán Page y al mayor Cracken, que ahora mismo son los oficiales de la Alianza de mayor rango que hay encerrados en ese campo. La información estaba codificada en una compleja fórmula matemática que fue memorizada por un jenet que se fugó y que ha sido descifrada hace sólo dos horas. Nos proporciona información sobre una misión de la Brigada de la Paz que transportará a Coruscant a varios cientos de oficiales de alto y bajo rango de la Alianza que están presos en Selvaris y en más de una docena de otros campos en varios lugares de la ruta de invasión de los yuuzhan vong. Ahora sabemos cuando se les recogerá y la ruta que el convoy de la Brigada de la Paz planea utilizar para llegar a Coruscant. No conocemos aún la razón de esta recolocación masiva, pero tenemos una suposición.

—No me extraña que Wedge haya dicho que tenía un especial interés en esto —susurró Han—. Algunos de los oficiales de los que habla Cracken fueron capturados probablemente durante el intento para recuperar Bilbringi.

Wedge se acercó al atril y sustituyó a Cracken.

—Los espías de la Alianza que están dentro de la Brigada de la Paz han alertado al mando de Mon Calamari de que una ceremonia religiosa yuuzhan vong de gran importancia va a tener lugar en Coruscant en algún momento del mes estándar próximo. El propósito de esa ceremonia no está claro. Puede que conmemore el aniversario de algún hecho histórico o que pretenda sofocar la creciente ola de descontento que sigue reinando en Coruscant. De todas formas el propósito no nos interesa. Lo importante es que creemos que van a transportar a los prisioneros a Coruscant para sacrificarlos en esa ceremonia.

Surgieron conversaciones paralelas en el anfiteatro. Leia se abstrajo de ellas para asumir aquellas trágicas noticias en silencio. Casi desde el principio de la guerra, la sediciosa Brigada de la Paz se había dedicado a transportar de todo, desde anfibastones en hibernación a prisioneros para el sacrificio. Renegados mestizos de varias especies, no había nada que no hicieran por dinero y por tener libertad para moverse a su antojo por la galaxia. Pero ya no producía tanto beneficio formar parte de la Brigada. Los que no habían sido perseguidos y eliminados por la Alianza o los legitimistas, habían acabado muriendo a manos de los propios yuuzhan vong. Y no importaba para qué lado se decantara la guerra, ellos iban a acabar en el bando perdedor de todas formas: resultarían inútiles para los yuuzhan vong y serían unos traidores para la Alianza. Pero eso no parecía importarles. Vivían el momento por el dinero, la emoción y el riesgo.

—Todos los que estamos aquí sabemos que innumerables vidas han acabado en las piras de sacrificio de los yuuzhan vong —estaba diciendo Wedge—, pero es importantísimo que evitemos que este convoy llegue a Coruscant. En el pasado, siempre que ha sido posible, hemos intentado salvar vidas. Ésa ha sido siempre nuestra prioridad. En ocasiones no hemos podido tener éxito por información de Inteligencia errónea o porque nos superaban en fuerza. Seguro que algunos de ustedes se estarán preguntando: ¿y por qué este convoy? La respuesta es simple: porque muchos de esos prisioneros, el capitán Page y el mayor Cracken entre otros, son desesperadamente necesarios para servir de apoyo en sectores planetarios que están a punto de sucumbir al enemigo. Además tendremos que sacar a los agentes que operan dentro de la Brigada de la Paz, porque su clandestinidad se ha visto comprometida. Y nos veremos obligados a organizar este rescate sin la ventaja de poder coordinar operaciones a través de la HoloRed —Wedge esperó a que los ocupantes del anfiteatro guardaran silencio—. Selvaris es la última parada antes de que el convoy dé el salto a Coruscant, así que nuestra emboscada tendrá que esperar hasta que los prisioneros hayan sido transferidos. Dadas las pérdidas devastadores que tuvo que soportar la Brigada de la Paz hace un año en Ylesia y Duro, es razonable asumir que el convoy será reforzado y escoltado por las naves de guerra de los yuuzhan vong. Los almirantes Sovv y Kre’fey ya han confirmado que podrán asignar los escuadrones de cazas Luna Negra, Cimitarra y Soles Gemelos a esta misión. Los cazas les darán apoyo a nuestros artilleros, además de proteger a los transportes que necesitamos para llevar a los prisioneros rescatados. El capitán Solo y la princesa Leia han prestado voluntariamente su Halcón Milenario para esa misión.

Leia miró a Han con los ojos como platos.

—¿Cuándo ha ocurrido eso?

—Eh… Puede que le dijera algo así a Wedge antes.

—¡Ni siquiera sabías qué iba a entrañar la misión!

Han mostró una sonrisa torcida.

—Creo que más o menos le dije que podía contar con nosotros para lo que fuera que tuviera en mente.

Leia suspiró hondo y miró hacia delante. Para su creciente intranquilidad, Han había adquirido la costumbre de aceptar cualquier encargo peligroso que se le ocurriera al mando de la Alianza Galáctica. Era como si los éxitos en la Constelación Koomacht, en Bakura y en Esfandia hubieran animado a Han, o que le hubieran parecido nada más que ejercicios para calentar ante la gran misión en la que derrotaría a los yuuzhan vong él solo (o con la sola ayuda de Leia). Pero la guerra les había hecho pagar un gran precio a los dos, empezando por la muerte de Chewbacca y culminando con los trágicos sucesos de Myrkr, donde había muerto el hijo pequeño de Anakin, Jacen, su hijo mayor, había sido capturado y su hija Jaina había forjado su pena en una espada de venganza que la empujó al borde del Lado Oscuro y casi le cuesta la vida. Leia sabía en el fondo de su corazón que Han y ella estaban ahora más unidos que nunca. Pero las misiones constantes eran agotadoras y últimamente había habido demasiadas. A veces sólo deseaba reunir a su familia desperdigada y llevárselos a todos a algún lejano rincón de la galaxia que no tuviera nada que ver con la guerra. Pero incluso asumiendo que ese rincón remoto existiera, a Han no se le ocurriría ni por un momento alejarse de allí, sobre todo ahora, sin las comunicaciones de la HoloRed y con la necesidad de pilotos hábiles con naves rápidas. Antes de que pudieran encontrar ese rincón seguro y reclamarlo para ellos (antes de que la galaxia conociera una paz duradera), Leia y Han tendrían que ver el lado más amargo de la guerra. Ella volvió a lo que se estaba diciendo en el anfiteatro justo cuando Wedge concluía su intervención.

—Nos hemos involucrado en esta operación por otra razón de igual importancia: que esperamos que un rescate de tal magnitud estropee el sacrificio en ciernes —la expresión de Wedge se volvió dura mientras miraba a la asamblea—. Cualquier espina que podamos clavar más profundamente en el costado de Shimrra puede desestabilizar aún más Coruscant y darnos la oportunidad que necesitamos para reconstruir nuestras fuerzas y salvaguardar otros mundos del enemigo que hasta ahora hemos sido incapaces de derrotar.