Capítulo 20

—No se parece a lo que había imaginado. —Comentó Lydia tragando saliva, al tiempo que se llevaba las rodillas al pecho y se agazapaba contra Ru Shan—. Yo pensé, no sé… ¿Ángeles con alas? ¿Un palacio con un trono blanco? —Sacudió la cabeza—. Ahí había todo eso; sin embargo, era muy distinto a lo que esperaba.

—Y había mucho más —susurró Ru Shan.

—Más… —repitió Lydia.

Lydia frunció el ceño por la frustración. No tenían palabras para expresar su experiencia. Todo era inadecuado y sin embargo Ru Shan entendió. Sabía a qué se refería Lydia.

A la belleza. A la felicidad. Al amor, todo unido y convertido en una sola cosa. Infinita. Asombrosa. Lydia y Ru Shan habían empleado esas palabras aunque ninguna parecía apropiada. Ninguna lo describía con exactitud. Y sin embargo todas lo hacían.

—¿Qué viste? —preguntó Lydia.

—Me separé de mi cuerpo. Me vi… como Ru Shan. Sin embargo, no era Ru Shan. Era…

—Diferente.

Ru Shan asintió.

—Mucho, mucho más. —Ru Shan se movió ligeramente para mirarla directamente a los ojos—. ¿Tú qué viste?

—Lo mismo que tú. Más.

No era la palabra exacta, pero era la única que tenían. Así que la repetían una y otra vez mientras buscaban otra mejor.

—Brillo —susurró Lydia.

—Plenitud.

Ru Shan asintió.

—Y sin embargo, somos más. —Lydia puso el oído contra el pecho de Ru Shan porque le gustaba oír los latidos de su corazón—. Somos perfectos tal como somos, sin embargo…

—Puedo mejorar —admitió Ru Shan.

—Y yo también —dijo Lydia. Luego sacudió la cabeza—. Dejaremos de ser Ru Shan y Lydia y nos convertiremos en…

—Mucho más.

—Sí.

Luego se miraron el uno al otro y Lydia vio un rayo de sorpresa en la expresión de Ru Shan.

—Somos inmortales —dijeron al unísono y la palabra sonó ajena y fría comparada con lo que acababan de experimentar.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Lydia en voz baja y vacilante, pero Ru Shan la oyó de todas formas. Lamentablemente él tampoco tenía una respuesta, aunque llevaban la mayor parte de la mañana sentados en la cama discutiendo sobre eso. O tal vez habían estado evitando el problema, más concentrados en las experiencias de la noche anterior que en las preguntas del día.

Pero ahora, mientras que el tiempo corría y se aproximaba la noche, las cosas simples comenzaron a imponerse. Qué comer. Dónde vivir. Qué hacer.

—No lo sé —respondió Ru Shan al tiempo que la abrazaba con más fuerza—. Quiero intentarlo otra vez —dijo acariciando el brazo de Lydia—. Pero no ahora.

—No —dijo ella—. Ahora no. Pero yo también quiero regresar. Quiero saber más.

—Quiero entender más.

—Sí —asintió ella. Y luego volvieron a guardar silencio.

Finalmente Lydia se puso de rodillas y su cuerpo sensual, que ya era hermoso, brilló con el recuerdo de lo que habían compartido. De donde habían estado.

—Regresaré contigo. Seré tu segunda esposa.

Ru Shan negó con la cabeza.

—No…

—Ahora sé quién soy —siguió diciendo Lydia como si él no hubiese dicho nada—. Sé que puedo ser esa persona en cualquier lugar donde esté, sea lo que sea: concubina o esposa, esclava o ama. Yo soy… —Se quedó callada un momento—. Los dos somos…

—Somos seres de luz, Lydia —completó él, pues sabía que ella entendería—. Sólo lo olvidamos por un rato.

Lydia asintió.

—Pero yo lo recuerdo. Y tú también, así que no importa dónde vivamos. Ahora sé quién soy.

—Sí —confirmó Ru Shan lentamente, pese a notar que las sensaciones se desvanecían. Llena de júbilo, Lydia no se daba cuenta. Pero se desvanecían. El tiempo, el dinero y la vida terrenal interferían y pronto incluso los mejores inmortales nacidos en la tierra podían olvidar—. Mi familia te destruirá. Acabarán con tu espíritu hasta que no quede nada. —Suspiró—. No podemos quedarnos en China, Lydia.

Lydia se movió con nerviosismo y miró a Ru Shan intensamente.

—¿Nosotros?

Ru Shan la miró, pero no vio su cuerpo sensual sino el corazón y el alma de la mujer que amaba. El cuerpo de Lydia no significaba nada para él. Ella era lo que importaba.

—Te amo, Lydia —declaró Ru Shan, a sabiendas que ésa era una frase que no alcanzaba a transmitir todo lo que sentía—. No dejaré que te marches. Nunca. Si quisieras dejarme, te seguiría. Abandonaré todo, haré cualquier cosa sólo para poder estar contigo.

Lydia sonrió y Ru Shan vio lágrimas en sus ojos.

—No voy a ir a ninguna parte, mi amor.

—Sí—insistió Ru Shan lentamente—. Sí, nos vamos. —Lydia ladeó la cabeza pero no dijo nada, en espera de que él se explicara—. China es un país grande que carga sobre los hombros cinco mil años de tradiciones. Hay muchas cosas buenas en mi país y en nuestras tradiciones, pero aquí nadie te tratará como te mereces, Lydia. Y no estoy dispuesto a esperar a que aprendan.

Lydia se rió con una risa melosa y dulce.

—Las mujeres no son bien tratadas en ninguna parte del mundo, Ru Shan —señaló poniéndose seria—. ¿De veras crees que aquí me irá muy mal?

Ru Shan no iba a mentirle.

—No serás feliz. Nos iremos a tu Inglaterra.

Lydia negó con la cabeza.

—Incluso nosotros los bárbaros tenemos tradiciones, Ru Shan, y yo ya he roto muchas de las reglas tácitas de mi pueblo. Ninguno de los dos será feliz en Inglaterra.

—Muy bien. Entonces encontraremos otro país, otro lugar.

Lydia se movió, mordiéndose el labio mientras pensaba.

—Ningún lugar que yo conozca te tratará con amabilidad, Ru Shan.

Él asintió pues se lo esperaba. Pero no importó.

—Soy la montaña de la familia Cheng y un inmortal. —Cogió la mano de Lydia y la atrajo hacia él—. Soy lo suficientemente fuerte para resistir cualquier cosa. —Luego le ladeó la cabeza para mirarla de frente—. Siempre y cuando los dos recordemos quiénes somos.

Lydia sonrió y su cara se iluminó con la dicha del cielo.

—Te amaba antes de que nos volviéramos inmortales, Ru Shan. Ahora no lo olvidaré —declaró Lydia y luego lo besó, mientras su corazón y su amor corrían hacia Ru Shan y la dicha de él se fundía en ella.

En ese momento podrían haber reanudado sus prácticas y haberse fundido el uno en el otro a la manera de todos los amantes, pero Lydia se apartó un poco con el ceño fruncido.

—¿Qué hay de tu familia, Ru Shan? ¿Qué pasará con los Cheng?

Ru Shan suspiró pues odiaba tener que pensar en ellos en este momento, en medio de esta dicha.

—Ellos no dejarán China. Y yo no puedo abandonar a mi hijo. —Ru Shan levantó la mirada para buscar los ojos de Lydia—. ¿Lo amarás, Lydia? Si tú…

Lydia interrumpió las palabras de Ru Shan con un delicado beso.

—Amo todo lo que provenga de ti. Tu hijo será lo más fácil de todo.

Ru Shan se movió con nerviosismo.

—En realidad no es mi hijo. Es mi medio hermano.

La respuesta de Lydia no dejó lugar a dudas.

—Entonces lo amaré todavía más.

Ru Shan comenzó a acariciar la cara de Lydia, al tiempo que sentía la larga línea de su cuerpo contra el suyo. Su fuego yang ya se había encendido, su dragón crecía fuerte y ávido, pero no se movió. Sólo le acarició la cara y se deleitó en el roce de la piel de Lydia contra la suya.

—¿De qué te ríes? —preguntó Lydia con un tono juguetón, a pesar del rubor de yin que cubría sus mejillas y labios.

—Lo extraño que es que una mujer blanca me haya enseñado la única cosa esencial que he necesitado en toda la vida. —Ru Shan rozó sus labios en los de Lydia—. Amarte a ti me ha dado el cielo. —Se echó un poco hacia atrás y la miró a los ojos—. Tú eres todo, mi amor.

Lydia se rió y comenzó a mordisquearle la boca.

—Y qué extraño que el hombre que me compró como esclava me haya mostrado cuánto valgo en realidad. Juntos, mi amor, somos dignos del cielo.

Ru Shan se puso serio.

—El futuro no será fácil para nosotros, no importa a dónde vayamos.

—Te equivocas, esposo mío —repuso ella—. El cielo y todas sus glorias están frente a nosotros. —Luego los ojos de Lydia brillaron con picardía a medida que comenzaba a caer sobre el cuerpo de Ru Shan—. Siempre y cuando sigamos practicando.

LA ILUSIÓN FUNDAMENTAL

DE LA HUMANIDAD

ES SUPONER QUE YO ESTOY AQUÍ

Y TÚ ALLÍ.

Yasutani Roshi