Capítulo 7
¡Qué extrañas criaturas eran los chinos!, pensaba Lydia apenada. O, para ser más exactos, Ru Shan era una criatura extraña. Por un lado, la había comprado como si fuera lo más normal del mundo, saciándose de ella a su antojo, mientras que por otro, le agradecía el tiempo que pasaban juntos y la trataba con amabilidad. Incluso le había proporcionado papel y pintura para llenar las largas horas de soledad. Se preguntaba si Maxwell habría hecho lo mismo.
A su modo de ver, Ru Shan la trataba como a una valiosa mascota: como un mono al que uno cuida, con el que juega, e incluso le confía sus secretos, pero que no se plantea liberar. Y aparentemente ésa era una actitud que compartían el resto de sus compatriotas: que los hombres blancos eran poco más que chimpancés.
Lydia se preguntó qué pensaría Maxwell de semejante actitud. Probablemente la calificaría de absurda. Principalmente porque él, a su vez, consideraba que los chinos eran inferiores. No podía imaginar que ellos lo consideraran un mono y menos que una mujer sobresaliera en alguna disciplina. Maxwell, como muchos de sus amigos, creía que era superior a todos los que le rodeaban.
Y tal vez ahí estaba el problema, intuyó Lydia mientras se ponía de pie para pasearse por su pequeña habitación. La diferencia no era entre ingleses y chinos, sino entre hombres y mujeres. Los hombres se creían superiores, por encima de los animales, las mujeres y los otros hombres. No distinguían entre blancos, amarillos, morados o verdes. Simplemente se creían los reyes sin atender a razones que les disuadieran de su error.
No, no era una sorpresa que los chinos pensaran que eran más civilizados que los ingleses, ni que éstos se creyeran más inteligentes que los chinos. Ambos estaban totalmente equivocados.
¿Quién hubiera dicho que todos sus problemas se reducirían a una mala orientación del ego masculino? ¿O que ella, una mujer, era la única que parecía ver la realidad? Era una autentica ironía, teniendo en cuenta que estaba encerrada en una pequeña celda.
De cualquier forma, Lydia todavía debía encontrar una forma de escapar. Pero ¿cómo? Tenía muy pocas opciones, como diría su padre. Hasta ahora sus encantos sólo le habían servido para aprender un poco de chino y para conseguir ropa de verdad con que sustituir la bata de seda, aunque no fuera más que una túnica de suave algodón de color café y unos pantalones con una abertura en la entrepierna como los que usaban los campesinos chinos. Aparentemente, según Fu De, éstos no se molestaban en abandonar el campo cuando necesitaban hacer sus necesidades. Simplemente se acuclillaban en el sitio en que estaban y fertilizaban el suelo donde estaban trabajando.
¡Y pensaban que los ingleses eran bárbaros!
Pero volviendo al tema de su fuga, la única posibilidad que tenía, pensó Lydia, era hacerse amiga de su captor.
Extrañamente, la idea no le disgustó. Se sorprendió al darse cuenta de que estaba comenzando a olvidar que era una prisionera. Después de todo, hasta que su padre enfermó, había pasado toda la vida encerrada en su barrio londinense. Es cierto, a veces iba al centro de la ciudad, pero sólo durante visitas a familiares y amigos y bajo estricta supervisión. No había mucho dinero para diversiones. Así que la mayor parte del tiempo había permanecido dentro de los confines de su casa, entreteniéndose como podía. Ayudaba a su madre con los quehaceres, leía y pintaba. En realidad su rutina giraba alrededor de las actividades de su padre, sus gustos y sus necesidades.
Después de todo, la vida aquí no era tan diferente. Excepto, claro, por el hecho de que las necesidades de Ru Shan eran totalmente diferentes de las de su padre. Y ahí estaba la dificultad.
Lo malo es que a ella le estaban empezando a gustar las necesidades de Ru Shan. ¡Y mucho! Aunque le costaba admitirlo, se negaba a caer en el mismo error de los hombres: afrontaría la verdad, sin importar lo dolorosa que fuera.
Por supuesto, le dolía que Ru Shan la considerara un mono, astuto eso sí, pero cuando ponía los labios sobre sus senos y el yin comenzaba a fluir todo dejaba de importarla.
Era una sensación fabulosa. Más fabulosa que cualquier otra cosa que hubiese conocido en la vida. Y lo único que la había salvado de perder la cabeza era la vaga sensación de insatisfacción que quedaba flotando en el aire cada vez que él se marchaba. Había algo más. Algo más allá de lo que Lydia había experimentado hasta ahora. Y cuando se lo mencionó esa mañana había sonreído y había asentido con la cabeza.
—Es cierto —reconoció—. Y creo que ya está lista para ello. Esta noche. El yin de una mujer es más fuerte cuando la luna está en el cielo. Ése será un buen momento para comenzar.
Luego Ru Shan se marchó y Lydia se quedó cavilando. Su mente volvía constantemente a Ru Shan, a sus últimas palabras, al momento en que regresaría, a cuál sería su estado de ánimo, a lo que harían juntos…
Y como si eso no fuera suficiente, todavía tenía que hacer los ejercicios con el dragón de piedra. Sus músculos se habían vuelto increíblemente fuertes. De hecho, se había arreglado tan bien con el dragón que Ru Shan le había dado dos huevos de piedra conectados por una cadena larga y delgada. Debía tratar de introducir un huevo y, usando los músculos, subirlo y bajarlo. La otra piedra creaba un contrapeso que tiraba hacia fuera.
Lydia no había ido más allá, claro, pero el constante movimiento del peso mientras que ella permanecía de pie creaba una cierta estimulación que encontraba vagamente inquietante, pero sobre todo muy intrigante. Muy pero que muy intrigante.
¿Acaso el «siguiente paso» de Ru Shan concernía a los músculos de su bajo vientre? ¿Involucraría cosas que Maxwell desaprobaría? Lydia sospechaba que sí, y también que no podía permitirlo. Su única salvación era encontrar la forma de escapar antes de que Ru Shan llegara. Y en ese momento se obligaría a correr tan rápido como le fuera posible. Sin importar lo que se estuviera perdiendo. Lo que podría saber.
Por supuesto, no se presentó ninguna oportunidad, de modo que cuando Ru Shan entró en la pequeña habitación esa noche, Lydia lo saludó con una mezcla de resignación y secreto placer.
Sin embargo, al ver el enfado en su cara le entró pavor.
—¡Por Dios! —gritó Lydia—. ¿Qué ha sucedido?
—No importa —replicó secamente Ru Shan con testarudez.
—Claro que sí —contestó ella con suavidad—. Usted no es la clase de hombre que se enfurece con facilidad.
El cumplido pareció apaciguarlo un poco, pero insistió con terquedad:
—Usted no lo entendería.
Lydia lo invitó a sentarse en su modesta cama y trató de adoptar una actitud sumisa. Sabía exactamente como hacerlo. ¿Acaso no se lo había visto hacer a su madre miles de veces cuando su padre estaba de mal humor? El mismo Maxwell, ocasionalmente, también parecía necesitar ese tipo de mimos.
—Puede que no —mintió Lydia— Pero se sentirá mejor si me lo cuenta.
Ru Shan se giró hacia ella y se quedó mirándola.
—Eso es lo que dice Shi Po. Tonterías de mujeres.
Lydia se quedó quieta sintiendo que el pecho se le encogía cuando preguntó:
—¿Quién es Shi Po?
—Mi mentora en las artes del dragón y la tigresa.
¿Acaso Ru Shan trabajaba con otra mujer de la misma manera en que trabajaba con ella? La sola idea avivó el fuego de sus venas, pero contuvo la rabia. En ese momento lo único que necesitaba era que Ru Shan hablara con ella. Así que fingió una sonrisa.
—Entonces tal vez debería contármelo ¿Qué le ha molestado tanto?
—Me he quedado sin el pedido de tela de algodón. Y he sabido que lo tiene el marido de Shi Po.
—¿Su marido?
Ru Shan bajó la mirada.
—Es mi competencia.
—¿Su mentora es, a su vez, la competencia? ¿No es…extraño?
Ru Shan se enderezó y era obvio que estaba irritado.
—Desde luego que no. Ella es una mujer y no tiene nada que ver con los negocios de su marido.
Lydia lo dudaba, pero sabía que no debía discutir.
—Además —continuó Ru Shan—, los maestros tan hábiles como ella son escasos. Si quiero convertirme en un inmortal, Shi Po es la única que me puede guiar. Fue un gran honor ser elegido como su dragón de jade, a pesar de ser ella una mujer.
Lydia asintió y se sorprendió al sentir un ataque de rencor hacia la tal Shi Po. Pero luego se arriesgó a mirar directamente a los ojos de Ru Shan. Normalmente su expresión era serena, casi como la de una máscara, pero ahora vio preocupación y angustia en su rostro.
—¿Usted no cree que ella está tan apartada como parece?
Ru Shan soltó un gran suspiro.
—No lo sé. —Se movió en la cama y se volvió para mirarla directamente—. Mi familia compra telas —explicó—. Las usamos para fabricar ropa. Mi madre solía bordar los diseños más asombrosos de China. Nos requerían de todas partes por sus bordados. —Ru Shan señaló su chaqueta, que ostentaba una bandada de delicadas cigüeñas en pleno vuelo—. Mi madre bordó esto.
—Su ropa es muy hermosa. Siempre la he admirado.
Ru Shan acarició una de las cigüeñas y añadió:
—Mi madre murió hace dos años. Y la tienda se ha resentido mucho desde entonces.
—Lo siento. Debe de haber sido un golpe muy grande.
Ru Shan asintió con la cabeza pero no dijo nada. Luego volvió a suspirar.
—Ha sido difícil, pero hasta ahora nunca se había perdido nuestra mercancía. Si sólo fuera eso, no habría nada que temer. Pero ha habido tantos contratiempos últimamente… —Ru Shan dejó la frase sin terminar.
—Y usted no cree que se trate de simples accidentes.
—No.
—Cree que Shi Po ha hecho algo.
Ru Shan levantó la vista y la miró con ojos penetrantes.
—Shi Po no ha hecho nada. Es su marido, Kui Yu. Pero ¿qué? y ¿por qué?
Lydia se movió para sonreírle de manera más abierta.
—Por qué es fácil. Cuando su madre estaba viva, usted no era tan vulnerable.
—Pero Kui Yu no tiene nada que ver con los cargamentos. ¿Cómo podría convencer a los tejedores de que le manden las telas a él y no a mí? Siempre hemos sido buenos clientes, tratamos a los fabricantes con justicia. —Sin esperar a que ella replicara continuó hablando—. Sé que hay rumores. Me han contado que alguien está diciendo mentiras, pero no he podido descubrir quién. Todavía.
—Pero lo hará. —No fue una pregunta. Lydia ya conocía lo suficiente a Ru Shan como para saber que descubriría la razón detrás de sus problemas.
Él asintió.
—Sí, lo haré. Pero ¿llegaré a tiempo? Si esto continúa, la tienda quedará vacía, nuestros clientes se marcharán.
—Lo averiguará, estoy segura. —Lydia no entendía por qué se esforzaba tanto en tranquilizar a su captor. En lo que a ella concernía, su negocio se podía quebrar mañana mismo. Pero necesitaba que Ru Shan la viera como una persona, una posesión con habilidades y valor. Alguien que no debía estar encerrada. Y si eso implicaba aliviar sus preocupaciones, entonces lo haría.
Además, le gustaba verlo sonreír. Se le formaban pequeñas arrugas en los ojos y su cara parecía iluminarse volviéndose menos seria. Entonces él estiró la mano y la puso sobre la mejilla de Lydia.
—Lo siento, Li Di. Había pensado expandir su río de yin hoy, pero no tengo la suficiente concentración. Mi yang está demasiado alterado.
Lydia contuvo un gesto de pesar y, a la vez de alivio, al oír sus palabras. Entonces retiró la mano de Ru Shan de su mejilla y apoyó los labios contra la palma.
—¿Hay alguna manera de liberar su yang? ¿Tal como hace usted con mi yin?
Ru Shan suspiró y pasó uno de sus dedos sobre la boca de Lydia. El cosquilleo que eso le produjo hizo que la muchacha frunciera los labios como si fuera a besarlo. Pero antes de que ella pudiera hacerlo, él se retiró.
—Hay una manera —contestó lentamente—. Pero no pensaba enseñársela.
Lydia levantó la mirada para encontrar la de Ru Shan.
—¿Por qué no?
—Shi Po me cuenta cosas sobre su gente, cosas que el gobierno nos anima a creer. Pero al ponerlas una al lado de la otra, todo se contradice. Usted dice que no viven como monos, en colonias. —Asintió, complacida al ver que él comenzaba a verla de una manera más real—. ¿Es cierto que ustedes suprimen sus pasiones? ¿Que les enseñan a no disfrutar de sus cuerpos ni del contacto con otro?
Lydia vaciló mientras trataba de responder con sinceridad.
—Eso tal vez sea el caso extremo. Nos animan a disfrutar de la vida matrimonial.
—¿Usted alguna vez ha visto el dragón de jade de un hombre? —Lydia frunció el ceño y su mirada se deslizó hacia el dragón tallado que él le había dado. Ru Shan le levantó el mentón con suavidad para mirarla a los ojos—. El órgano masculino.
A Lydia le costó un momento entenderlo y al instante su cara se encendió de vergüenza. Pero superó su pudor y respondió con firmeza.
—He visto esculturas. Y dibujos. En los libros de anatomía de mi padre. —Encogió los hombros—. La anatomía es muy útil para mi afición. —Lydia se puso de pie para ocultar su incomodidad y rebuscó entre sus dibujos hasta encontrar uno de un hombre chino vestido al estilo occidental. O tal vez no totalmente occidental pues combinaba los dos estilos: llevaba unos pantalones occidentales y corbata, pero la chaqueta tenía el corte chino y botones de cordón como los que usaban los chinos—. ¿Ve? No aprendí a dibujar figurines masculinos hasta que mi padre no me mostró su modelo anatómico y entendí por qué no podía poner costuras altas en esa parte.
Ru Shan frunció el ceño y ojeó rápidamente las páginas.
—¿Qué es esto?
Lydia se quedó callada pues no sabía a qué se refería.
—¿Mis dibujos? No valen nada.
Ru Shan movió la cabeza y parecía distraído.
—Ha dibujado gente. Con ropa extraña.
—Lo hago desde siempre. A veces también confecciono ropa, pero mis puntadas no son tan precisas como las de una modista. —Ru Shan la miraba con gesto de no haber entendido una palabra—. Una costurera. Alguien que cose la ropa.
—Pero estos vestidos… —Ru Shan dejó la frase sin terminar para mirar el dibujo de una mujer blanca vestida con un traje asiático. Lydia no había visto muchas mujeres chinas en su corto trayecto a través de Shanghai, pero recordaba cada detalle de lo que había visto. Como en su anterior dibujo, en éste también combinaba el estilo asiático con un vestido de corte occidental relativamente ajustado. Luego había agregado una chaqueta entallada y corta de estilo chino. De hecho, de todos sus dibujos aquel era su diseño favorito y planeaba mandárselo hacer tan pronto como escapara.
—¿Le gusta? —preguntó Lydia sin poder contenerse. Las mujeres se vestían para resultarles atractivas a los hombres. Si a Ru Shan le gustaba, entonces sabría que era un buen diseño.
—Sí —respondió Ru Shan de manera seca, como si estuviese confundido. Pero luego levantó la vista y se puso de pie—. Quisiera quedarme con éstos.
Lydia lo miró con sorpresa. Claramente le estaba pidiendo permiso, aunque había planteado la pregunta como una afirmación.
—No son más que bocetos —apuntó Lydia lentamente.
—Aun así.
Lydia sonrió por la torpeza del planteamiento. Era evidente que Ru Shan no estaba acostumbrado a pedirle permiso a una mujer para nada. Así que sonrió y asintió con majestuosidad.
—Entonces, quédeselos.
—Debe mostrarme todo lo que tenga.
Lydia se sentó nuevamente en la cama al lado de Ru Shan.
—Pero eso es todo lo que tengo.
—Entonces haga más.
Lydia entrecerró los ojos como si lo estuviese evaluando, asombrada por su repentino interés.
—Su tienda. Ustedes diseñan ropa. ¿También la fabrican?
Ru Shan asintió.
—Claro. Tenemos muchas costureras.
—Pretende confeccionar mis diseños.
Lydia vio cómo Ru Shan abría los ojos aterrado de que ella le hubiera descubierto y casi soltó una carcajada. Muchas de sus amigas le habían pedido que les diseñara ropa. El hecho de que él quisiera usar su talento en su negocio no era muy distinto. Y al final Ru Shan confirmó sus pensamientos.
—Dejaré que mis clientes vean sus dibujos. Si les gustan los diseños, entonces los coseremos.
—Para eso necesitará algo más que un simple boceto. Necesita los patrones para la costurera.
Ru Shan asintió.
—¿También puede hacer eso?
Lydia sonrió.
—Por supuesto. Lo he hecho muchas veces. —Lydia se echó hacia atrás y concentró toda su atención en la cara del hombre para asegurarse de que le quedaba claro lo que iba a decir—: Lo cual me hace muy parecida a su madre, ¿no es así? Ella creaba diseños de bordado que ustedes vendían con gran provecho. Y yo he diseñado ropa que usted va a vender…
—¡Hasta ahora nadie ha comprado nada! —replicó con brusquedad Ru Shan, que parecía claramente irritado por la sugerencia de Lydia.
—Pero mis diseños se han copiado en toda Inglaterra —mintió Lydia. En realidad, sólo un par de amigas lo habían hecho mientras que el resto los habían catalogado de extremadamente ridículos.
—Esto no es Inglaterra —respondió él secamente. Luego se puso de pie y abrió la puerta con brusquedad para llamar a Fu De. Lydia no pudo seguir su rápida conversación en chino, pero de todas maneras adivinó lo que estaba pasando. En especial cuando Fu De hizo una reverencia y cogió con cuidado sus dibujos. Después de lanzarle una mirada rápida de sorpresa, Fu De salió del cubículo.
Lydia se movió en la cama para recostarse contra la pared.
—¿Se lleva mis dibujos para mostrárselos a sus clientes?
Ru Shan asintió con la cabeza, al tiempo que cerraba cuidadosamente la puerta y regresaba a la cama. Pero no se sentó. En lugar de eso comenzó a quitarse la chaqueta.
—Es hora —declaró con firmeza— de que aprenda más sobre el yang.
Lydia estaba relajada, sintiéndose complacida por su progreso. Pero al oír las palabras de Ru Shan, sintió que un estremecimiento de terror se deslizaba por su columna. ¿Exactamente qué era lo que él iba a hacer? ¿Qué tendría que hacer ella? Ru Shan no la hizo esperar mucho y comenzó a desvestirse con decisión. Lydia observó perpleja sintiendo que un suave rubor de incomodidad calentaba su piel.
Minutos después, Ru Shan se puso frente a Lydia totalmente desnudo, con su cuerpo sin vello expuesto sin tapujos ante la mirada de la muchacha.
—Mire todo lo que quiera —anunció con voz un poco contenida—. Y luego debe tocar.
Lydia lo miró aterrada. ¿Se suponía que debía tocarlo? ¿Dónde? Luego, para su asombro, Ru Shan comenzó a dar la vuelta lentamente, permitiendo que ella le contemplara por completo.
En un primer momento Lydia se sintió paralizada, pero después pudo más la curiosidad. Había estudiado el libro de anatomía de su padre. Conocía los huesos y los músculos y a qué partes del cuerpo correspondían. Pero las litografías y los dibujos en carboncillo no eran nada comparados con la visión de un hombre de carne y hueso. En especial un hombre con tan poca grasa. En efecto, cuando Lydia estiró la mano para apreciar los contornos de la espalda, pudo ver la curva de cada músculo. Incluso notó como éstos vibraban debajo de sus dedos.
La piel de Ru Shan era tan distinta y sin embargo tan parecida a la suya. Maxwell decía que los chinos tenían la piel amarilla, pero Ru Shan no parecía amarillo sino del color del pergamino. Un papel fino y cálido, madurado por el tiempo, sobre el cual estaban escritos el poder y la fuerza de toda una raza, si ella hubiese tenido la inteligencia de poder interpretarlos. Al lado de Ru Shan, la piel de Lydia parecía pálida e insustancial. Como la de los fantasmas que él a veces mencionaba para referirse a ella.
Ru Shan comenzó a girar y ella dejó que las manos se deslizaran con los movimientos del hombre. Sin darse cuenta Lydia le estaba tocando, sus manos medían la extensión de los hombros y la circunferencia de los bíceps.
—¡Qué fuerte es usted! —apuntó Lydia con voz suave, asombrada por la rotundidad de su afirmación. En el caso de Ru Shan, la ropa no escondía unos músculos laxos y flácidos sino un cuerpo que vibraba de potencia.
—Los rollos de tela son pesados. Ayudan a fortalecer la espalda.
No era de extrañar que Lydia no hubiese podido escapar de él en sus primeros forcejeos. Él era mucho más fornido de lo que ella había pensado.
Lydia dejó que sus manos se deslizaran por las clavículas y que sintieran su solidez. Las usó como una especie de ancla en la que descansó hasta regularizar la respiración para seguir más abajo, sobre el pecho de Ru Shan. Lydia no quiso pensar en por qué se sentía tan falta de aliento, pues se lo atribuía al entusiasmo de ver de cerca a un hombre tan hermoso. De todas maneras, necesitó un momento para calmarse antes de retroceder un poco para tener mejor vista.
El pecho de Ru Shan era ancho y la piel, suave. Su tacto era más tibio que la seda y ahora que ella estaba tan cerca, sintió también su aroma. Almizcle y madera de sándalo. Lydia cerró los ojos e inhaló profundamente, pero apenas se dio cuenta de que estaba memorizando el olor.
La muchacha deslizó las manos sobre la protuberancia dura de las tetillas del hombre. Se detuvo allí un momento, viendo como se encogían, tal y como le hacía a ella. Lydia levantó la vista y miró dentro de los ojos oscuros de Ru Shan.
—¿Debo succionarlas tal como me hace a mí? ¿Servirá eso para liberar su yang?
La cara de Ru Shan parecía tirante por la tensión, pero su voz era suave y firme.
—Liberará un poco, pero no mucho. Las mamas son el centro del yin, así que es probable que termine drenando el yin que he recogido de usted.
—Ah —exclamó Lydia con voz suave y pasó la uña sobre la protuberancia. Tuvo la sensación de tocar uno de esos cierres automáticos que tanto les gustaban a los americanos, aunque éste era más flexible y mucho más fascinante. Sin pensarlo siquiera, Lydia se sorprendió trazando círculos alrededor, tal como él había hecho con sus pezones, y se preguntó si él sentiría la misma explosión interior que ella experimentaba cuando él la tocaba.
Luego comenzó a mover los dedos más despacio, pensando en lo que él había dicho acerca de que las mamas eran el centro del yin.
—Supongo que no debo hacerlo.
—No —confirmó Ru Shan y su voz se oyó más profunda.
Lydia asintió, desviando su atención a la zona inferior. Deslizó las manos por las costillas de Ru Shan, cerrándolas al llegar a la concavidad del estómago y los duros músculos del vientre. Él debió de notar hacia donde la condujeron sus ojos, porque la empujó suavemente, haciéndole presión por encima de los hombros.
—Siéntese —la instó, y ella obedeció, dejándose caer con cierta pesadez sobre la cama.
Desde ahí sus ojos quedaban a la altura del panorama más asombroso que hubiese visto jamás. Su vientre no tenía pelos, aunque Lydia vio una especie de sombra en la piel y se preguntó si se afeitaría. Debía de ser difícil manejar una cuchilla en esa zona, pensó Lydia frunciendo el ceño. Habría que evitar el… esa cosa que se interponía dura y larga justo en el medio.
Y qué cosa. De un color rojo oscuro, se erguía hacia arriba como una gruesa flecha de carne. Se sacudía un poco cuando él respiraba y tenía una diminuta gota de humedad en la punta.
—Ese es el dragón de jade de un hombre —indicó Ru Shan—. Es muy sensible, así que debe ser manipulado con cuidadoso respeto.
Lydia ladeó la cabeza e incluso estiró la mano con los dedos abiertos. Pero no lo tocó. Estaba midiendo la longitud del dragón de Ru Shan y pensando en los dibujos que había visto en el texto de anatomía de su padre.
—¿Todos los hombres lo tienen tan largo? —preguntó—. Si es así, me temo que me he quedado corta en el diseño de los pantalones para hombre.
—Sus diseños están bien. Yo he realizado muchos ejercicios para fortalecer mi dragón. Desafortunadamente, eso implica que también se ha alargado.
Lydia levantó la vista para mirarlo a la cara, asombrada por el tinte de humor de su voz. O tal vez era orgullo, no estaba segura. En todo caso, la expresión de la cara de Ru Shan no la mantuvo ocupada mucho tiempo. Pronto Lydia volvió a concentrarse en el dragón de jade.
—¿Es demasiado largo?
—El tamaño idóneo de un dragón es el que encaja exactamente en la cueva bermellón de su mujer. Es uno de los requisitos cuando se está buscando a una tigresa con la cual practicar. —Ru Shan hizo una pausa—. Todavía no he encontrado una mujer que se me adapte totalmente.
—Y ¿qué hay de Shi Po? ¿Acaso ella no es su mentora?
Ru Shan suspiró y negó con la cabeza.
—Shi Po y yo no coincidimos de esa manera, así que no hemos podido realizar ciertos ejercicios. Creo que eso ha demorado significativamente mi avance.
—Tal vez encuentre alguna pronto —respondió Lydia—. Entonces ya no me necesitará para conseguir yin.
Ru Shan no contestó y ella no lo presionó. La idea de verlo con una tigresa que le cuadrara no era algo en lo que quisiera pensar. En lugar de eso se inclinó mas para mirar la bolsa que estaba debajo del dragón. Recordaba haberla visto cuando estudió el libro de su padre pero no sabía cuál era su propósito. Por fortuna Ru Shan respondió a sus preguntas antes de que ella pudiera plantearlas.
—Ésa es la base del dragón, a veces se dice que es su casa. Es el centro de la esencia yang, donde comienza mi fuego.
—¿Entonces hay que liberarlo de aquí?
—No. Es donde comienza el fuego. —Luego él alargó la mano para levantarle la barbilla de manera que quedara mirándolo a los ojos— El hombre tiene una complexión distinta a la de la mujer. El fuego de la mujer va aumentando y subiendo naturalmente hacia los senos y la cabeza. Pero la naturaleza dirige el fuego del hombre hacia fuera y lo gasta inútilmente en el exterior de su cuerpo. El trabajo de una tigresa es despertar el fuego del hombre y luego impedir que fluya hacia fuera. Eso requiere mucha concentración y control de parte del hombre, pero con práctica puede ser dirigido hacia arriba, hacia la mente. Si se combina una cantidad suficiente de yang y yin, esa energía fluye hacia el cielo y lo lanza a la inmortalidad.
Lydia se quedó mirándolo, tratando de entender sus palabras.
—No se preocupe —la tranquilizó Ru Shan—. No hace falta que lo entienda para ayudarme.
—Sí lo entiendo —replicó Lydia finalmente—. Quiere que yo despierte su fuego yang para que pueda calentar su mente. Y cuando eso ocurra…
—No es sólo eso. Debe combinarse con el yin.
Lydia asintió con la cabeza.
—Cuando se haya combinado…
—Y el fuego esté suficientemente caliente.
—Entonces ¿usted se volverá inmortal?
Ru Shan asintió y una sonrisa de sorpresa se dibujó en su cara.
—Sí. La manera exacta en que se produce la combinación se desconoce. Muchos tienen ideas, y hay imágenes mentales que usamos para estimular el proceso. Pero ha captado lo esencial.
—Entonces una tigresa despertaría su fuego pero evitaría que fuera expulsado de su cuerpo. —Lydia frunció el ceño—. ¿Cómo se hace?
—Cuando la tigresa sabe que el fuego está a punto de aparecer, hace presión en dos lugares. El primero es la boca del dragón. —Ru Shan bajó la mano e hizo una demostración, usando el pulgar y el índice para cerrar el pequeño orificio que había en la punta del dragón—. También hace presión en el punto jen-mo. Es aquí, detrás de la casa del dragón. Exactamente donde está localizada la cueva bermellón de una mujer. —Y al decir eso levantó la casa del dragón para ofrecerle a Lydia una mejor vista.
Ella trató de verlo, pero por más que se fijó sólo vio unas sombras. Al sentir su suspiro de exasperación, Ru Shan le agarró la mano con la que él tenía libre.
—Debe tocarlo ahora, Li Di. Cuando lo encuentre yo se lo indicaré.
—¿Tocarlo? —Lydia prácticamente graznó—. ¿Ahora?
Ru Shan sonrió para animarla.
—Sí, ahora. De otra manera, ¿cómo sabrá lo que tiene que hacer?
—Claro —afirmó Lydia, sobre todo para sí misma—. ¿Cómo si no lo sabré?
Y así, con la ayuda de la mano de Ru Shan, Lydia comenzó a tocarlo entre las piernas. Pero su puntería era muy pobre y la mano tocó primero la parte lateral del muslo. Lydia sólo lo rozó, pero Ru Shan dio un salto hacia atrás como si lo hubiese quemado.
—Tiene la mano muy fría, Li Di —advirtió Ru Shan a manera de explicación.
Lydia se miró las manos y sintió pena por él.
—Oh, lo siento.
—Fróteselas.
Lydia lo hizo, pero la piel siguió helada.
—No logro calentármelas.
—Permítame. —Y entonces Ru Shan apretó las manos de Lydia entre las suyas. El calor de Ru Shan fue como la explosión de un horno, que la rodeó completamente y le produjo un estremecimiento que le bajó por la columna—. Sus manos son más pequeñas de lo que esperaba. Por alguna razón pensé que todos los ingleses las tenían más grandes.
Lydia sonrió y todo su cuerpo vibró al sentir la atención del hombre.
—Sólo algunos. A los ingleses les gustan los dedos largos, pero me temo que nunca crecí lo suficiente.
Ru Shan cambió la manera de sostenerle las manos y se las acunó.
—Sus manos tienen una forma excelente. Por lo general la gente agua tiene manos regordetas, hinchadas, sin embargo las suyas son angostas, sin la hinchazón del agua. Eso significa que usted tiene oro en el cuerpo y que su arte puede producir mucho dinero. —Ru Shan se llevó las manos de Lydia a la boca y se las sopló con suavidad mientras hablaba—. Por eso tengo esperanzas en sus diseños y permitiré que mis clientes los vean.
—¿Porque mis manos no son gordas?
—Porque su destino está grabado en su cuerpo. —Ru Shan le soltó la mano—. Ahora trate de encontrar el punto jen-mo.
Lydia asintió con la cabeza y se miró las manos. Ya no estaban frías. De hecho, sentía como si el aliento de Ru Shan las hubiese abrasado causándole hipersensibilidad. Y él ya se las estaba llevando suavemente hacia ese punto entre las piernas.
—Doble los dedos, pero no use las uñas. Muchas tigresas usan el dedo del medio, pero cualquier presión fuerte servirá.
Lydia no respondió. ¿Qué podía decir? En lugar de eso pareció concentrarse totalmente en el movimiento de su mano. El borde de su pulgar rozó el muslo del hombre y ella se sobresaltó. Él también se turbó un poco y su dragón inclinó la cabeza de forma muy llamativa. Pero Ru Shan no le soltó la mano. Se la llevó más arriba, donde un cierto poder parecía envolvérsela. Era tibio y vibrante, y provenía de todo el cuerpo del hombre.
—Yo… creo que siento su fuego yang.
—Ahí es donde es más fuerte —coincidió Ru Shan. Luego comenzó a soltarle la mano—. Explore con suavidad. Yo le diré cuando lo haya encontrado.
Lydia obedeció y comenzó a mover nerviosamente los dedos por detrás de la casa del dragón. La piel se estremecía ligeramente con su contacto y ella se asombró de sentir una textura rugosa.
—Lo está haciendo bien, Li Di. Explore. Es bueno entender el habitat del dragón si quiere sacarlo.
—Su dragón ya está fuera —señaló Lydia, aterrada de su propia osadía. Pero cuando él la recompensó con una risita, ella se sintió más envalentonada.
Sin dudarlo más, comenzó a acariciar la bolsa y notó las dos cosas sólidas con forma de bolas que había bajo la piel. Las exploró con cuidado y las levantó para medir su peso. Incluso las apretó un poco, con mucha suavidad, para ver la reacción de Ru Shan. Cuando levantó la vista observó que él se había ruborizado y respiraba con ansiedad.
—¿Le duele algo? —preguntó Lydia retirando abruptamente la mano. Él la volvió a poner donde estaba.
—Es como cuando yo la preparo para liberar su yin. Usted está despertando mi fuego yang.
Ella continuó acariciándolo y acunó en sus manos nuevamente la casa del dragón antes de deslizar el dedo hacia atrás.
—Ahí.
Lydia se quedó paralizada.
—¿Aquí?
—Sí. Haga presión con un dedo. Excelente. Eso detendrá la liberación de yang y me permitirá canalizarlo correctamente.
Retiró la mano con lentitud, mientras se preguntaba qué tendría que hacer ahora. Rápidamente Ru Shan comenzó a llevarle la mano hasta la siguiente ubicación.
—Es hora de que conozca al dragón, Li Di. Primero debe tocarlo con las manos, acariciándolo hasta la cabeza. Empiece con los dedos y luego con la boca.
Lydia retrocedió.
—¿Mi boca?
Ru Shan sonrió.
—Por supuesto. Tal como yo he succionado sus senos, usted también debe succionar mi dragón.
Lydia miró el inmenso dragón del hombre y sintió un nudo de angustia en el estómago. No sabía qué decir. No estaba segura de poder ponerlo en su boca.
Ru Shan le levantó la barbilla para mirarla directamente a los ojos.
—Usted dijo que quería ayudarme.
—Sí, pero… —Lydia no sabía qué decir.
—¿Alguna vez se ha metido un dedo en la boca? ¿Alguna vez se lo ha chupado después de comer, o tal vez después de pinchárselo?
Lydia asintió con la cabeza.
—Sí, claro.
—Pues créame que mi dragón está más limpio que sus dedos, porque soy extremadamente cuidadoso con él. Lo mantengo protegido de la mugre exterior y lo baño con más frecuencia de lo que mucha gente se lava las manos.
Lydia accedió sintiéndose dividida entre el nerviosismo y la ansiedad. Pero antes de que pudiera decidir qué pesaba más, oyó a Ru Shan suspirar.
—Nuevamente la he apresurado mucho. Ustedes los ingleses son difíciles de manejar.
—¡Claro que no! —exclamó Lydia, sin saber muy bien por qué había reaccionado tan vivamente ante su afirmación—. Sencillamente todo es muy nuevo para mí.
—Usted no tiene que hacerlo si…
—No —interrumpió Lydia—. Quiero aprender. —Y era cierto. Muy cierto.
Y con ese pensamiento en mente, Lydia tomó el dragón de Ru Shan.
De las cartas de Mei Lan Cheng
21 de diciembre de 1873
Querida Li Hua:
¡El capitán Mangosta Hambrienta ha regresado! Oh, me produce náuseas, pero quiere más tela y Sheng Fu quiere vendérsela. Sheng Fu ha tenido a las costureras bordando día y noche largos rollos sólo para que podamos vendérsela. El trabajo es burdo y feo, pero Sheng Fu dice que la gente blanca no se va a dar cuenta. Se equivoca, sólo que él no me escucha. Fue lo primero que dijo el capitán Mangosta: que nuestro trabajo valía muy poco.
Yo esperaba que las palabras del capitán Mangosta enfurecieran a Sheng Fu, pero mi marido simplemente mostró una sonrisa estúpida. ¡Está tan ávido por apoderarse del oro de los ingleses que ha perdido el juicio! Yo fingí ofenderme por las palabras del capitán. Comencé a sollozar en voz alta, y luego salí huyendo como si estuviera demasiado molesta para seguir. Sheng Fu se quedó mirando con impotencia al capitán, sin poder hacer ningún negocio en todo el día.
Pero anoche pagué por mi engaño. Sheng Fu estaba muy enojado y ahora tengo que esconder la cara hasta que sane. No me importó, puesto que eso me mantenía alejada del capitán Mangosta, pero esta mañana Sheng Fu sacó a nuestro hijo de sus estudios. Dijo que si yo estaba indispuesta para traducir, se llevaría a Ru Shan.
No pude hacer nada, Li Hua. Tuve que volver a la tienda. No podía permitir que distrajeran a Ru Shan. Es un estudiante muy inconstante como para permitirle escaparse durante todo un día. Así que fui a la tienda, cojeando con mis piernas heridas y la cara pintada y escondida tras un abanico. Incluso le llevé a Sheng Fu su almuerzo favorito de pastelitos de cerdo y me postré ante él avergonzada. Pensé que con mi acto de contrición mandaría a Ru Shan a casa.
Pero no lo hizo. Hizo que el chico se quedara a su lado como una manera de amenazarme. Para mostrarme que tendría que cooperar o alejaría a Ru Shan de su futuro como sabio.
¡Y ésa no fue la única sorpresa! Cuando el capitán Mangosta Hambrienta apareció, trajo a alguien más con él. No recuerdo el nombre del hombre. Lo llamo el señor Gato Perdido porque tiene una barba que se parece a los bigotes de un gato y apunta en todas direcciones. El señor Gato Perdido parecía mirarlo todo, y la barba le temblaba como tiemblan los gatos cuando están husmeando. Me pareció que estaba perdido y que buscaba por todas partes algo que le resultara familiar. Tal vez el camino a casa. Y así fue como lo bauticé.
El capitán dijo que el señor Gato Perdido sabía hablar chino y nos serviría de intérprete. La verdad es que habla muy mal, no mucho mejor que los sirvientes de los otros ingleses. Pero creo que está menos perdido de lo que pensé inicialmente. Creo que tal vez entiende más de lo que revela, al igual que yo, así que ahora debo tener mucho cuidado cuando le traduzco a Sheng Fu. Y no puedo seguir mintiendo sobre lo que se dice.
Mei Lan
EL ZEN NO TIENE NADA A LO
QUE AFERRARSE.
AQUELLOS QUE BUSCAN EL ZEN
Y NO LO ENTIENDEN
ES PORQUE SE ACERCANCON DEMASIADA ANSIEDAD.