Capítulo 8

La presencia de Li Di había conseguido que algo que aparentemente era sencillo se hubiese vuelto muy complicado.

Durante su aprendizaje Ru Shan había estado con muchas tigresas, desde las más inexpertas hasta Shi Po, que había desarrollado técnicas que excedían el autocontrol de cualquier hombre. Con las novatas, Ru Shan había aprendo a canalizar su fuego yang hasta casi olvidar lo que le rodeaba. De ese modo, la mujer, ya fuera novata o experta, se convertía en algo casi accidental. Irrelevante.

Sin embargo con Li Di no le sucedía eso. No podía entender cómo una inexperta mujer blanca podía perturbar tanto su concentración. Por eso supuso que eso era lo que tenía que aprender. O superar. No estaba seguro.

Las manos de Lydia eran vacilantes y cautelosas al explorar la longitud, el grosor y la textura del dragón de jade de Ru Shan. De pronto se volvió más audaz y comenzó a tirar ligeramente del prepucio y a mover el dragón a izquierda y derecha. Incluso lo olfateó, sin darse cuenta de que su suave respiración contra la boca del dragón provocó que él se tensara en ávida anticipación.

Ru Shan bajó las manos para indicar a Lydia cómo debía deslizar el prepucio hacia arriba y hacia abajo.

—Como inflando el fuelle de un herrero —explicó—, eso le ayudará a prender el fuego yang.

—Pero yo pensé que usted quería que yo… Quiero decir, usted dijo que debía usar la lengua.

Ru Shan negó con la cabeza.

—Si no está lista…

—No —interrumpió Lydia—. Quiero hacerlo. Quiero aprender.

Y así lo hizo. Li Di era muy inteligente y muy curiosa.

—Haga lo que quiera, pero sea amable. Yo no reaccionaré. Voy a comenzar el trabajo de desviar el fuego yang. —Ante la mirada desconcertada de Lydia, aclaró—: La naturaleza hace que el hombre expulse su yang porque así es como se planta la semilla de un niño en el útero de una mujer. Pero si no tengo deseos de procrear un niño, todo ese qi, esa energía, se desperdicia. Lo que hace un dragón de jade es canalizar de nuevo esa energía, dirigirla, en lugar de fuera del cuerpo, hacia la creación de un inmortal.

—¿Usted?

—Sí. Si tengo éxito.

—Es decir, quiere que yo caliente su fuego yang para poder usar esa energía y convertirse en inmortal. —Lydia ladeó la cabeza y miró a Ru Shan con una mezcla de admiración y confusión—. ¿Es eso posible? ¿Hay alguien que lo haya hecho?

—Ah, sí.

—¿Viven para siempre?

No había duda de que Lydia quería aprender, así que él se acurrucó frente a ella y decidió ayudarla a entender.

—Sus cuerpos mueren con el tiempo, aunque su vida física se prolonga mucho. Es el espíritu…

—¿El alma?

Ru Shan se apoyó sobre las rodillas.

—No entiendo la palabra «alma».

—Es nuestro espíritu. La parte que vive eternamente. Todo el mundo tiene alma. Después de que nuestro cuerpo muere, el alma sigue para siempre con Dios.

Ru Shan frunció el ceño.

—Pero ¿su conciencia, su mente, camina en este momento en la eternidad? ¿Con su Dios en el Reino de los Cielos mientras ustedes todavía respiran aquí en la Tierra?

Lydia negó con la cabeza.

—No. Claro que no.

—Entonces ¿cómo saben que ese espíritu embrionario, esa alma, existe dentro de ustedes?

Lydia se mordió el labio, obviamente desconcertada.

—No lo sé —reconoció finalmente—. Es lo que nos enseñan.

Ru Shan suspiró.

—Entonces creo que ustedes tienen una vaga noción de la verdad, pero no poseen la comprensión total. Su «alma» no existe hasta que es creada por la mezcla del yang masculino y el yin femenino. Sólo cuando los dos son estimulados suficientemente con energía y fuego se crea un inmortal.

—Pero ¿qué significa eso? Es decir, ¿cómo sabe uno que ha habido suficiente estimulación?

—Porque la mente va al cielo y luego caminamos con los inmortales.

Lydia quedó boquiabierta y el asombro iluminaba su hermoso rostro.

—¿De verdad? ¿Siempre?

Ru Shan sonrió al recordar que él había hecho exactamente las mismas preguntas muchos años atrás.

—De verdad —respondió—. Pero no siempre. Nuestro cuerpo necesita alimento, así que regresamos aquí. Pero un inmortal de verdad puede visitar el Reino de los Cielos con frecuencia.

Lydia bajó la mirada y observó el pecho, el ansioso dragón y todo el cuerpo desnudo de Ru Shan.

—¿Está usted cerca?

Ru Shan suspiró.

—Lo estuve. He entrado en la Cámara de las Lámparas Colgantes tres veces. Pero no he progresado más. Ni siquiera he logrado volver en los últimos dos años.

—¿Quiere intentarlo otra vez porque tiene mucho yang?

—Sí. Y porque usted me ha dado mucho yin. —Ru Shan se enderezó—. ¿Quiere ayudarme? —No sabía por qué se lo pedía. Al fin y al cabo ella era su esclava y él podía ordenárselo. No obstante, no tenía ninguna intención de hacer enojar a una mujer que tenía sus genitales en la mano. Además, Li Di tenía buen corazón y su interés parecía sincero.

Tal como Ru Shan esperaba, Li Di echó los hombros hacia atrás y sacó pecho.

—¿Qué debo hacer?

Ru Shan sonrió en señal de agradecimiento y comenzó sus instrucciones.

—Siga acariciando el fuego yang pero no me pida consejo o ayuda. Eso perturbaría mi concentración. Parecerá como si yo estuviera en una especie de trance y podré permanecer así durante muchas horas. —Ru Shan sintió que sus labios esbozaban una sonrisa—. La creación de un inmortal lleva mucho tiempo.

Lydia asintió y tomó con suavidad el dragón de jade de Ru Shan.

—Seré amable.

—Lo sé. —Y luego, en una enorme demostración de confianza, Ru Shan cerró los ojos y comenzó el proceso de redirigir su yang.

Igual que antes, Lydia aprendió rápido. Dejándose llevar por su instinto adivinó cuánta presión tenía que hacer, lo rápido que debía acariciar y lo firme que debía ser su contacto. Ru Shan sintió su yang despertando y creciendo, la exquisita sensación de la mano de la mujer sobre su dragón, la tibieza de estar rodeado por el yin de Li Di.

Es una mujer extraordinaria, pensó Ru Shan, al tiempo que su mente comenzó a remover su yang dentro del círculo eterno de la creación. Sus dos ríos se mezclaron en perfecta armonía.

Las caricias de Lydia a su dragón de jade se volvieron más insistentes y expertas. Entonces empezó a usar la lengua. Primero tímidamente y después haciendo que su cuerpo alcanzara cotas inusitadas de poder.

Fue durante una de esas oleadas cuando Ru Shan entendió por fin la súbita rabia que había sentido contra Fu De. Lo que le había molestado no había sido que el chico estuviese aprendiendo inglés, sino que Li Di compartiera esa felicidad con el criado y no con él.

El fuego yang crecía en ardor. Redobló su concentración y visualizó la respiración como una enorme varilla que mezclaba su yang con el yin de Li Di hasta crear una nueva criatura: un inmortal.

La imagen de los dos ríos le trajo a la mente el recuerdo de su madre, revolviendo la tintura que usaba para teñir el algodón en el jardín. Era una tarea primordial y costosa que su madre rara vez solía confiar a sus ayudantes. Las criadas, de baja estatura, le tenían miedo al caldero hirviente y la tela era pesada y difícil de manejar, en especial cuando estaba mojada. Mucha gente había sufrido terribles quemaduras mientras teñían y por eso solían aducir cualquier excusa para no hacer esa tarea.

De niño Ru Shan solía ayudarla, pero al hacerse adulto estaba siempre tan ocupado vendiendo la mercancía que apenas podía ayudar en su fabricación. Por eso fue toda una sorpresa cuando al regresar una tarde a casa, oyó la voz de un hombre que no era su padre en el jardín de su madre.

Se suponía que Ru Shan no debía curiosear sino respetar las dependencias privadas de la mujer. Pero cuando la risa franca de su madre repiqueteó en el patio, una risa feliz, que apenas recordaba, sin pensarlo dos veces se asomó.

Reconoció de inmediato al hombre que estaba con ella. Un capitán inglés, de barba tupida y risa contagiosa. El hombre quería comprar fardos de algodón que todavía no estaban teñidos. Obviamente había ido a ayudarla con el trabajo.

Aquello le dejó perplejo. Mei Lan, su madre, conocía al capitán desde hacía tiempo, pues a menudo la llamaban para que sirviera de traductora, pero aquello no justificaba que el capitán se colara en su casa, y menos que molestara a su delicada madre con el olor de su sudor blanco y sus gruesas manos.

Ru Shan iba expulsar al hombre cuando de pronto su madre soltó otra carcajada causada por una broma del capitán, y aunque la acalló de inmediato Ru Shan retrocedió cohibido.

¿Qué clase de hijo se atrevería a privar a su madre de ese placer? Ella, que trabajaba incansablemente para beneficiar a la familia Cheng. Si el capitán aliviaba la carga de la dura tarea de teñir la tela, él no debía interferir.

Apartando el recuerdo de su mente, se concentró en su cuerpo. Su mente también estaba lista, el yin y el yang mezclándose a sus anchas. Estaba dispuesto para entrar en el Jardín Celestial y ver las imágenes que los inmortales habían elegido para revelársele.

Sin embargo, no lograba mantener la concentración. Li Di había lamido la boca del dragón con su lengua. Incluso se había atrevido a poner toda la boca alrededor, succionando de la misma manera que él le había succionado los senos. ¡Qué rápido aprendía! Las piernas de Ru Shan temblaban y respiraba con dificultad. Sin duda aquel día alcanzaría la inmortalidad.

De nuevo los recuerdos volvieron a su mente. Oyó la risa de su madre. Vio al capitán blanco mientras bailaba llevando una tela de algodón empapada en tintura roja que le manchaba la cara. Pero no era tintura. Era sangre.

Se vio a sí mismo de niño, revolviendo la olla de la tintura, el calor se le pegaba en la cara y los brazos le dolían por el esfuerzo. La sangre le golpeaba en los oídos mientras que la tintura se agitaba y hervía, manchándole los brazos y la cara de rojo. Sabía a rancio, dolía.

Su madre gritó.

El palo de remover era pesado y Ru Shan cayó de rodillas.

El capitán estaba muerto.

Un grito surgió desde la garganta de Ru Shan como el bramido de un volcán. Su cuerpo se sacudió con espasmos, mientras que el control se desmoronaba como un castillo de naipes. Ru Shan se apartó de Li Di y cayó de rodillas. Las convulsiones continuaron mientras que su semilla y la energía qi se esparcían por el suelo sin que pudiera evitarlo.

Le pareció oír los gritos de alarma de Li Di llamándole desde muy lejos. Vociferaba en su lengua, por lo que no pudo entenderla.

—¿Está herido? ¿Le he hecho daño?

Ru Shan tomó la mano de ella y la apretó contra su pecho, mientras la respiración se regularizaba. Los dedos de Lydia eran pequeños pero poderosos e inmediatamente sintió alivio.

Después de un rato recuperó la calma.

Lydia seguía arrodillada a su lado, con una mano apretada contra el pecho y la otra en la espalda. Y estaba diciendo algo.

—¿Necesita un médico?

Ru Shan negó con la cabeza y liberó con un suspiro los últimos restos de su energía.

—Casi llego, Li Di. Casi me convierto en inmortal. Me sentí tan cerca…

—¿Qué sucedió? —La respiración de la muchacha era como un tibio bálsamo sobre su hombro.

—Recuerdos. Distracciones. —Ru Shan bajó la vista para mirar la energía derrochada que ensuciaba el suelo—. Y ahora tengo que comenzar otra vez. —Se levantó lentamente.

—¿Quiere comenzar otra vez ahora? —susurró Lydia indecisa.

—Ahora no puedo repetirlo —respondió igualmente dubitativo, haciendo un gran esfuerzo para subirse a la cama y tomándola del brazo para que ella también lo hiciera. Le gustaba demasiado su contacto como para dejarla ir—. Para nosotros cada vez que un hombre desperdicia su qi, su vida se reduce por lo menos en un año. —Ru Shan se acostó de lado y acomodó a Lydia de manera que quedara contra él.

—¿Se va a quedar aquí? —Lydia se movió con facilidad, pero su voz sonó aguda y nerviosa.

—Fu De no puede atenderla esta noche —explicó Ru Shan con voz firme—. Yo la cuidaré. —Luego Ru Shan empujó ligeramente a Lydia hacia delante para poder pasar la pierna por encima de las de ella. Con la cabeza inmersa en el dulce perfume del pelo de Lydia, cerró los ojos tratando de conciliar el sueño.

Pero no logró reposar. A pesar de lo exhausto que estaba, su cabeza no dejaba de cavilar. De improviso, Ru Shan empezó a contarle a Li Di cosas de su vida, pues quería que ella supiera cómo había comenzado su trayectoria.

—La primera vez que oí hablar de las prácticas del dragón y la tigresa era muy joven y la rabia crecía en mi corazón. Mi primo vino a visitarnos desde Pekín. Se había presentado al examen imperial hacía poco, pero no le había ido bien. Obtuvo un empleo secundario en el gobierno y todo el mundo, incluida su esposa, decía que era un fracaso. —Ru Shan se rió para sus adentros al recordar el rostro enorme de su primo—. Zhao Gao también era una persona agua como usted, Li Di. Pero en él el agua estaba mezclada con tierra, lo que interfería y detenía el flujo. Todo lo que hacía le resultaba difícil y su vida estaba llena de obstáculos. Hasta su cuerpo era extraño, con esos ojos tan separados y una boca llena de huecos. —Ru Shan suspiró y apretó el cuerpo de Lydia contra el suyo, pues su yang buscaba naturalmente unirse al yin de Lydia—. Yo no quería que nos visitara. Tenía mucho temor de su suerte, del camino de su vida. Para un hombre chino no hay peor vergüenza que gastar años de estudio, una fortuna en tutores y todo el dinero que cuesta preparar el examen, sólo para obtener un mal resultado. Yo no quería que me asociaran con un hombre así porque me asustaba tener un futuro como el suyo. —Ru Shan suspiró al pensar en su estupidez—. Desde luego, yo no pensaba examinarme. Mi padre ya había decidido que pasaría la vida con él en la tienda.

—¿Por eso sentía rabia? —preguntó Lydia-—. ¿Porque no le dejaban examinarse?

Ru Shan negó con la cabeza mientras le contestaba.

—Sentía rabia porque tenía que estudiar. Encerrado en una pequeña habitación con un hombre viejo, aprendiendo sobre hombres que hacía tiempo habían muerto. Me parecía estúpido y difícil, pero quería que mi madre se sintiera orgullosa. Ella era la que quería que yo me convirtiera en un gran erudito.

—Atrapado en medio de sus padres. Debe de haber sido difícil.

—Todo lo que tiene que ver con el examen imperial es difícil. Para ser sincero, sentí una secreta alegría cuando mi padre me relevó de esa responsabilidad y me llevó a trabajar en la tienda. Mi madre fue la única que lo sintió. —Ru Shan se movió ligeramente y se apoyó sobre un brazo—. Pero en aquel momento yo no sabía lo que sucedería y tenía mucho miedo de que el destino de mi primo me contaminara de alguna manera. —Se inclinó hacia delante para frotar su mejilla contra el suave hombro de Li Di, pero como ella todavía estaba vestida sólo sintió la burda tela campesina—. Quítese la camisa —ordenó—. Esta noche haré sus ejercicios de los senos desde esta posición.

Lydia hizo lo que le ordenaba y se sentó para quitarse la túnica de culi. Ru Shan se sintió complacido al ver que no había vacilación en los movimientos de la muchacha, sólo una ligera confusión cuando él la movió para adoptar la posición de la cabra abrazando un árbol. Era una de sus favoritas. Le permitía permanecer sentado, con la espalda relajada contra la pared, mientras podía realizar sus tareas. Siguiendo sus indicaciones, Lydia se acomodó entre las piernas del hombre, con la espalda contra su pecho.

Se quedó muy tiesa, pero cuando él la rodeó con las manos y comenzó a masajear sus senos se fue relajando abandonándose contra Ru Shan.

—Me complace que se sienta cómoda así —habló sin pensar, sin darse cuenta siquiera de la verdad de su afirmación—. Yo nunca he querido hacerle daño —agregó.

—Lo sé —respondió Lydia.

Le pareció advertir una nota de resignación e infelicidad en el tono de la muchacha y suspiró.

—Sé que quiere ser libre, Li Di, pero sin duda ve que no puedo liberarla todavía. Necesito su yin. Y aún más que eso, necesito entender.

Lydia se giró para mirarlo por encima del hombro.

—Entender ¿qué?

—Cómo perdí el camino medio.

—Pero yo no le puedo ayudar…

Ru Shan le puso a Lydia un dedo en los labios, para detener sus palabras.

—Ahora no, Li Di. Hagamos sus ejercicios. —Ru Shan sintió que ella asentía obedientemente y regresaba a su posición, dándole la espalda. Una vez más comenzó a trazar círculos alrededor de los senos de la muchacha. Esperaba que esta actividad serenara su mente, pero ya lo había hecho tantas veces que sus manos realizaron la tarea de manera automática, dejando que sus pensamientos deambularan por donde quisieran. —Ru Shan volvió a pensar en su primo Zhao Gao—. Yo no sabía por qué Zhao Gao venía a Shanghai, sólo que quería visitarnos.

Apretó a Li Di contra su pecho y apoyó la mejilla contra el pelo de la muchacha, mientras le trazaba círculos alrededor de los senos y le pellizcaba suavemente los pezones. Ella estaba acostumbrada a esa rutina y ya no jadeaba ni gemía cuando él agitaba su yin. Pero al estar tan juntos, Ru Shan pudo oír cómo se le aceleraba la respiración y sentir que la piel se caldeaba. A estas alturas conocía de memoria las fases de excitación de Lydia con tanta precisión como las suyas.

—Llegó a nuestra casa al comienzo de una tarde tan caliente que incluso las moscas estaban quietas. Yo había estado esperando su llegada en lugar de estudiar. —Una risita le recorrió el cuerpo—. Nunca olvidaré la primera vez que vi a Zhao Gao. Lo había imaginado pequeño y despreciable, la típica oveja negra, pero en lugar de eso era un hombre grande, sonriente y muy gesticulador. Su voz resonó en el jardín cuando anunció su presencia como un río de montaña en primavera, salvo que era verano y todos estábamos debilitados por el calor.

—Uno de los amigos de mi padre es así —susurró Lydia—. Grande y feliz. No hay otra manera de describirlo, excepto que todo el mundo quiere estar cerca de él.

Ru Shan le estampó a Lydia un beso en la sien, mandándole mentalmente parte de su yang con el gesto.

—Así exactamente era Zhao Gao. Le agradaba a todo el mundo. Incluso puso a mi madre tan feliz que cantaba mientras trabajaba. La felicidad corrió por nuestra casa como un río y todo el mundo se alegró. Todos, claro, excepto yo. —Ru Shan se movió con incomodidad, deseando haber sido más inteligente de niño. Había desperdiciado mucho tiempo odiando lo que no entendía.

Lydia también se movió para tratar de mirarlo, pero él no la dejó volverse.

—¿A usted no le agradaba?

—Yo no lo entendía. Pensaba que debía sentirse apenado porque todo el mundo lo consideraba un dou, un inútil, y cuando vi que no era así, les recordé a todos el fracasado que era. —Ru Shan suspiró y sintió el peso de la culpa en su espíritu—. Fui cruel, Li Di.

—Usted era joven.

—No tan joven. Ya sabía cómo eran las cosas.

Ru Shan había comenzado con el siguiente ciclo de círculos, los que estimulaban el flujo del yin en lugar de aquietarlo. Por eso no se sorprendió cuando Lydia comenzó a revolverse entre sus brazos mientras su respiración se hacía más profunda.

—¿Qué sucedió con Zhao Gao?

—Él fue quien me presentó a Shi Po y consiguió que me admitiera para ser su dragón verde. Así es como la conocí.

Ru Shan sintió la confusión de Lydia.

—Pensé que usted era un dragón de jade. O ése es el nombre de… —Lydia no terminó la frase.

—Sí, es el nombre de mi centro yang y también mi estatus. Pero en aquel entonces, yo sólo era un dragón verde, un hombre que Shi Po utilizaba para su entrenamiento, el entrenamiento de una tigresa. —Ru Shan sonrió al recordar— Yo era un ignorante. Pensé que Zhao Gao estaba tratando de hacerse mi amigo llevándome con una prostituta. Más tarde me contó que lo hizo porque saltaba a la vista que yo tenía demasiado yang, mientras que Shi Po necesitaba más.

—¿Qué le hizo ella?

Ru Shan guardó silencio un momento, sin dejar de tocar los pezones de Lydia mientras recordaba.

—Me hizo casi lo mismo que usted hace un rato. Sólo que muchas más veces, y extrajo mi semilla una y otra vez. —Ru Shan cambió de posición para poder mirar a Lydia a los ojos—. Eso es lo que hace una tigresa. Toma el yang de un hombre, lo combina con…

—Con su propio yin para convertirse en una inmortal femenina —terminó Lydia. Ru Shan sonrió, complacido al ver que ella entendía. Y luego ella lo sorprendió aún más—. Enséñeme cómo hacer eso —pidió Lydia, en tono de súplica—. Yo también quiero convertirme en inmortal.

Las manos de Ru Shan se quedaron paralizadas.

—Pero usted no puede.

—¿Por qué no? ¿Porque soy inglesa? ¿Una blanca que sólo es una mascota?

Ru Shan no quería confirmar las palabras de Lydia porque sabía que eso la enojaría, pero era verdad.

Lydia negó con la cabeza al leer la respuesta en la cara de Ru Shan.

—Usted se equivoca —dijo con firmeza—. Soy una persona, no un animal. Y puedo aprender.

Ru Shan asintió con lentitud, al tiempo que se preguntaba si lo que Lydia decía podría ser cierto.

—¿Qué debo hacer? —preguntó.

Ru Shan tardó en responder. No quería verla fracasar y que después cayera en una depresión. Tal vez la estaba subestimando. Tal vez algunas personas blancas como Li Di tenían más sustancia de la que nadie creía en China.

—Usted absorbió mi yang —repuso Ru Shan—. Estimularé su yin al máximo si quiere. Cuando el río yin esté fluyendo dentro de usted, debe mezclarlo con mi yang y dejar que la lleve al cielo.

Lydia asintió.

—Puedo hacerlo.

Ru Shan sonrió.

—Yo dije lo mismo cuando Zhao Gao me explicó la verdad. —Suspiró—. Ese era el secreto de Zhao Gao, ¿sabe? No podía ser un gran erudito ni un gran oficial. Pero podía volverse inmortal, y gracias a eso poseía una contagiosa felicidad.

—Entonces, después de todo, no era un fracasado —murmuró Lydia.

—No, no lo era. —Ru Shan redirigió sus energías para elevar el yin de Li Di, pero algo en el tono de su voz debió de traicionarlo, porque Lydia lo detuvo. Con sus pequeñas manos, Lydia contuvo las de Ru Shan y se giró para mirarlo.

—Piensa que es un fracasado como Zhao Gao, ¿no es así? —Era más una afirmación que una pregunta y cuando Ru Shan no respondió, ella prosiguió con los ojos entornados como si estudiara la expresión del hombre—. Usted no pasó el examen imperial.

—No me presenté.

Lydia asintió.

—De acuerdo, pero eso significa que nunca ha podido demostrar su capacidad para asumir una posición importante en el gobierno. ¿No es así?

Ru Shan vaciló. El instinto le decía que debía interrumpirla enseguida, usar su poder sobre ella para callarla y suspender este interrogatorio. Pero Shi Po le había dicho que le revelara sus secretos a Lydia. Le había advertido que nunca regresaría al camino medio a menos que lo hiciera. Así que aguardó y dejó que Lydia lo descubriera.

—¿Le habría ido bien en el examen?

—Yo era un estudiante mediocre. Me habría ido tan mal como a Zhao Gao.

—¿Y cree que porque no se presentó ahora la tienda no va bien? —Ru Shan negó con la cabeza, sin poder responder—. ¿Eso está bajo su control o el de su padre?

—Mi padre se hizo daño en la espalda… hace algún tiempo. Todavía le molesta al caminar. Llevo ya dos años a cargo de la tienda.

Ru Shan no fue capaz de sostener la mirada de Lydia cuando ella asintió con expresión pensativa.

—Pero las cosas no van bien bajo su mando. —Lydia deslizó la vista hacia el suelo, donde él había expulsado su semilla hacía un rato—. Y ni siquiera su famoso camino medio del Tao parece estar funcionando.

Al oírlo tan crudamente, y en especial en inglés, la lengua de los bárbaros, Ru Shan se enfureció. Ni siquiera podía culpar a su yang. Lo que estaba herido era su orgullo, y por eso apartó a Lydia lejos de él.

—Ya me he cansado de esto —dijo secamente. Pero ella no pensaba detenerse.

—Y yo de esperar a que descubra que soy tan inteligente y tan capaz como cualquier mujer china.

—Y más —admitió Ru Shan sin poder contenerse.

—¿Sus compatriotas tienen mujeres chinas como mascotas? ¿Encerradas en sus cuartos, sin dejarlas salir?

—Usted recibe alimentos, tiene ropa. Es más de lo que tienen muchos de mis compatriotas.

—Pero no tengo mi libertad.

—Tampoco las mujeres chinas son libres. —Y diciendo esto se puso de pie para erguirse sobre ella y agregar con voz lacónica—: Se acabó esta conversación. Si quiere que estimule su yin, lo haré ahora.

Lydia se quedó mirándolo, con los labios fruncidos en un pequeño círculo.

—¿Mantendría encerrado a un inmortal?

—Claro que no.

De repente Lydia echó los hombros hacia atrás.

—Entonces me volveré inmortal y tendrá que liberarme.

Ru Shan suspiró y el aire le salió de los rincones más remotos de su cuerpo.

—Li Di, ¿por qué lucha por conseguir algo que no puede alcanzar?

Lydia también se puso de pie con un movimiento rápido y súbito. Erguida frente a él, no le llegaba más arriba del mentón y sin embargo se encaró con él como si fuera tres veces más grande.

—¡Mi nombre es Lydia! Ly-di-a. Siempre olvida la a.

Ru Shan le hizo una ligera inclinación, concediéndole una tregua.

—Muy bien, Li Di Ah.

Ella se quedó quieta, mientras las emociones combatían en su interior. Ru Shan vio furia, odio, desesperación y una extraña muestra de esperanza deslizándose por sus facciones.

—¡Le odio! —escupió Lydia mientras agitaba inútilmente los puños a ambos lados.

—Lo sé —respondió Ru Shan con voz suave. Cuan diferente era Lydia de las mujeres chinas que Ru Shan conocía, siempre cubiertas de maquillaje blanco con una expresión de indiferencia en la cara. Lejos de las enseñanzas confucionistas, Lydia no había aprendido a controlar sus mareas, las pasiones que podían dominar a una persona agua. Sin embargo, a Ru Shan eso le gustaba. Feliz o furiosa, Lydia parecía más verdadera que cualquier mujer que hubiese conocido. Incluida Shi Po.

Y ese pensamiento sacudió el mundo de Ru Shan.

—Usted no es lo que yo esperaba —reconoció finalmente—. No obstante, estoy muy complacido con usted. —Ru Shan estiró la mano y la acarició con ternura—. Vuélvase inmortal, Li Di Ah —la desafió—. Porque nunca la liberaré si no es así.

PRIMERO LA TIGRESA APRENDE

A SOBREVIVIR CON SU MADRE. LUEGO TIENE TRES CAMINOS PARA COMENZAR SU CACERÍA.

SIN IMPORTAR QUÉ CAMINO TOME, EL DRAGÓN VERDE

ES SU PRESA.

ELLA REÚNE LA ESENCIA

DEL DRAGÓN Y EL TIGRE. CUANDO

LAS ESENCIAS SE FUNDEN,

EL EMBRIÓN

DEL ESPÍRITU SE MANIFIESTA

Y LA LLEVA A LA MORADA CELESTIAL,

DONDE HSI WANG HU LE CONCEDE

EL MELOCOTÓN DE LA INMORTALIDAD

A SU NUEVA HIJA.

Manual de la tigresa blanca