Capítulo 15

Ru Shan se despertó poco antes que Lydia. Ella abrió los ojos desconcertada y frunció el ceño por la confusión. ¿Qué hacía Ru Shan ahí…? Luego recordó. La huida. La traición de Max y, finalmente, su matrimonio y la noche de bodas.

Una sonrisa le atravesó el alma al besar lenta y melancólicamente los labios de su esposo. Ru Shan le devolvió el beso, pero había cierta reticencia en sus gestos, una tensión que no tenía nada que ver con un abrazo. Lydia se echó hacia atrás con expresión inquisitiva, pero él ni siquiera la dejó preguntar.

—Debo irme ya. Tengo que preparar a mi familia para tu llegada —explicó mientras se levantaba con suavidad—. Fu De llegará de un momento a otro con cosméticos y un palanquín. Te aseguro que es un ritual muy simple, pero antes debo preparar a mi familia.

Lydia asintió asimilando la información. Sin embargo, sentía que algo no iba bien. Ru Shan parecía estar demasiado nervioso para una sencilla fiesta. Se envolvió con la manta y observó cómo su esposo se vestía y se calzaba. Incluso peinó su larga cola y la volvió a trenzar con dedos hábiles. Entretanto, la certeza de Lydia aumentó: su esposo estaba muy preocupado y tenso por algo.

—¿Qué pasa, Ru Shan? —preguntó Lydia finalmente—. ¿Qué es lo que no me has dicho?

Ru Shan se giró con intención de negar que algo pasaba. Pero luego se detuvo y suspiró, dejando caer las manos sobre las piernas. Encogió los hombros.

—Eres demasiado inteligente, esposa mía. Será muy difícil para mí ocultarte un secreto.

Lydia levantó una ceja y puso cara de enfado.

—¿Acaso ocultarles secretos a las esposas es una costumbre china?

Ru Shan asintió, obviamente sorprendido.

—Claro. Las mujeres chinas no reciben mucha educación aparte de la belleza y el arte. Saben poco del mundo y no les interesa aprender más.

—Eso es lo que los hombres creéis. Eso han pensado los hombres desde hace siglos. Pero nosotras, las mujeres, no somos tan estúpidas como imagináis.

Ru Shan suspiró.

—Sí, eso estoy viendo. —Antes de que se borrara su sonrisa, Ru Shan se puso de rodillas súbitamente—. Pero te lo juro, Lydia. No te ocultaré ningún secreto. Lo que sea que quieras saber, yo responderé. Sólo tienes que preguntar. — Se llevó las manos de Lydia a los labios con una expresión tan ardiente como ella habría podido desear—. Tú eres mi corazón, Lydia. No te dejaré marchar.

Lydia se quedó mirando la cabeza inclinada de Ru Shan y sintió la presión de sus labios contra el dorso de las manos. Él comenzó a besarle las palmas y su intención de preguntarle más cosas, de averiguar qué era exactamente lo que estaba pasando tras su expresión impasible, se desmoronó. Los labios de Ru Shan le hacían cosquillas y el contacto de su lengua la hizo estremecer. Cuando empezó a chuparle los dedos, se le escapó una sonrisa.

—Ru Shan, la cabeza me está dando vueltas. —Él mostró una sonrisa complaciente que la hizo reír—. Muy bien —logró decir Lydia decidida a adivinar lo que le preocupaba a Ru Shan—. Tu familia no estará muy contenta con una esposa inglesa. —Encogió los hombros—. Supongo que mi familia tampoco lo estaría. Tenían todas las esperanzas puestas en Max, ya sabes.

—Y ¿qué hay de ti, Lydia? ¿Estás contenta con tu elección? —Ru Shan hizo la pregunta con un tono de seriedad que sorprendió a Lydia. Sin duda él entendía cómo se sentía, ¿o no? Sin duda sabía. Pero aparentemente no, porque Lydia vio una sombra de duda en sus ojos, preocupación en las líneas que surcaban su frente. Entonces se puso de pie, delante de él, y dejó escurrir la manta desde los hombros para quedar totalmente desnuda frente a Ru Shan, en cuerpo y alma. Su actitud no tenía nada de provocadora. De hecho, fue un gesto totalmente asexual. Sólo quería presentarse ante él para lo que él quisiera hacer.

—Soy tu esposa, Cheng Ru Shan. Y estoy muy contenta con mi decisión.

Ru Shan dio un paso al frente, hipnotizado, y ella notó que su dragón de jade se había despertado. Levantó las manos lentamente, con reverencia, y apoyó las palmas contra sus senos, acariciándolos por encima y por debajo. Lydia cerró los ojos pues adoraba la sensación de las manos de Ru Shan sobre su cuerpo. Sintió cómo él olía su piel mientras la besaba en la frente, las mejillas, el cuello y los hombros.

—No sabes lo valiosa que eres para mí, Lydia. Eres una perla de gran valor y soy un hombre muy afortunado.

Ru Shan le estaba hablando por encima del hombro, así que Lydia se movió pues necesitaba besar sus labios y sentir cómo la boca de Ru Shan se fundía con la de ella.

Oyeron un golpe en la puerta.

Los dos gruñeron al unísono. Ru Shan se inclinó para agarrar la manta y ponérsela con suavidad sobre los hombros. Luego se dio la vuelta y comenzó a hablar rápidamente en chino, demasiado rápido para que ella pudiera entender. Lydia supuso que estaba impartiéndole instrucciones a Fu De, porque no se oyeron más golpes. Entretanto, Ru Shan comenzó a alisarse la ropa, preparándose para marcharse.

Cuando se volvió hacia ella, sus palabras sonaron formales y las dijo lentamente en chino.

—Recostaremos nuestras cabezas en la misma almohada y afinaremos nuestras cítaras para que sean claras y puras. Nuestra música siempre será armoniosa.

Lydia le sonrió, abrumada por el amor y la dicha y la increíble paz que transmitían sus palabras. Quiso responderle de la misma manera, pero su chino todavía no era tan fluido. Antes de que comenzara, él ya se estaba despidiendo con una inclinación. Un momento después, Lydia oyó cómo se cerraba la puerta de la calle y supo que se había marchado.

Enseguida apareció Fu De ofreciéndole con amabilidad la ropa para la ceremonia. Maquillaje. Flores para el pelo. Todos los detalles que se requerían según las costumbres chinas.

Gracias a Dios Fu De parecía versado en el asunto. Lydia no podía permitirse aparecer como una idiota descuidada frente a su nueva familia política. Con ese pensamiento y el recuerdo de la cara de Ru Shan cuando ella se había plantado totalmente desnuda frente a él, se sentía capaz de pasar por cualquier tipo de pruebas.

O por lo menos eso esperaba.

Una vez arreglada, Lydia se sintió almidonada, postiza y ridícula, calzada con esos zancos de madera y vestida con un extraño traje. Decorativas agujas de marfil le sostenían el cabello en alto, pero el velo le hacía cosquillas en la nariz haciéndola estornudar, lo que disipaba la enorme cantidad de pintura blanca con que se había embadurnado la cara. ¡Qué tontería pintar de blanco una cara blanca! Pero Fu De le aseguró que era una tradición, así que ella hizo lo que él le dijo.

Ahora Lydia estaba sentada en una litera cubierta cargada por cuatro chinos grandes, camino de conocer a su nueva familia política. No dejaba de pensar en que debía sentirse como una princesa. Pero en lugar de eso se sentía como una tonta. ¿Qué estaba pensando? Casarse con una cultura de la que casi no sabía nada. ¿Y por qué Fu De había dicho que sus pies eran demasiado grandes? Había fanfarroneado sobre lo imposible que era conseguir zapatos de novia para una mujer con pies de su tamaño, pero que él lo había logrado.

¿Cuál era el problema con sus pies? Toda ella parecía no encajar. Según Fu De, Lydia era demasiado grande. No era fácil encontrar un ajuar de novia de su talla. Sus pies inmensos, demasiado alta, su cara grande, la cintura gruesa y los senos demasiado llenos. Por lo visto era perfectamente aceptable como mascota, pero no como esposa.

Sabía que sólo eran sus nervios, pero en lugar de estar feliz vestida con esas galas, odió todo el ritual y también a su nueva familia.

—Oh, por Dios santo —se reprendió Lydia—. Deja de ser tan tonta. — Porque eso es lo que era. Una tonta recién casada, cuyo palanquín acababa de detenerse en algún lugar lejos de la zona extranjera de la ciudad.

La cara de Fu De apareció cuando levantó la cortina brillante. Como ella no tenía a nadie que la presentara a la familia de Ru Shan, Fu De sería quien haría los honores. De hecho, para ocultar que la había comprado en un burdel, Fu De fingiría que se trataba de la hija del amigo de un pariente lejano, o algo así. Lydia ya había olvidado la historia.

De cualquier forma, cuando pusieron la litera en el suelo y Lydia se bajó, Fu De le entregó una madeja de cinta roja. Lydia se tambaleó sobre los zancos. Fu De la condujo hasta la puerta. Junto al dintel revoloteaba un papel rojo con caracteres en tinta negra, pero Lydia no tuvo tiempo de leerlos, dado que el viento y su velo no le permitían mucha visibilidad.

—Tenga cuidado al caminar —susurró Fu De, pero sus palabras se perdieron en el aire mientras Lydia luchaba por mantenerse de pie y sostener al mismo tiempo un abanico y la enorme madeja. Mientras avanzaban, Fu De tiraba del extremo de la cinta y Lydia sostenía la otra punta. Entonces, la cinta cayó al suelo revelando una elaborada y decorativa espiral. Era una pieza hermosa que la distrajo momentáneamente. Cuando levantó la vista vio que el extremo había cambiado de manos.

Ru Shan. El maravilloso Ru Shan, vestido con una túnica de seda roja, cubierta de miles de elaborados bordados que Lydia no alcanzó a distinguir.

La cinta brincó en su mano, respondiendo a un tirón de Ru Shan. Ella la sostuvo con fuerza, mientras miraba fijamente a su esposo, que la estaba guiando hasta su casa.

Logró atravesar el jardín, incapaz de mirar a nada que no fuera él. Él la ayudaría a salir de esto.

Vio que habían llegado a una cámara retirada que reconoció gracias a las explicaciones de Fu De.

Era el tabernáculo de los ancestros de la familia Cheng. Ahí es donde sería formalmente presentada a todos los miembros de la familia de Ru Shan. Ante el altar de los ancestros. Para entrar debía atravesar una larga tablilla de madera que había delante de la puerta. Era una tradición, pues los chinos creían que los fantasmas no podían pasar por encima del obstáculo.

Fuera cual fuera la razón para la existencia de la tablilla, a Lydia le pareció imposible atravesarla con los zancos y su vestido ajustado. Trató de agarrarse del brazo de Fu De al tiempo que daba una especie de salto no muy ortodoxo.

Creyó que lo había logrado cuando el vestido se le enganchó por detrás. Si hubiera tenido unos zapatos corrientes tal vez había conseguido pasar. Sin elegancia, ciertamente, pero sin hacerse daño. Sin embargo, así vestida no tenía la menor oportunidad. Soltó un aullido de alarma cuando comenzó a caerse.

El abanico y la cinta salieron volando, el brazo que tenía libre comenzó a agitarse, pero Lydia ni siquiera pudo doblar una rodilla para amortiguar el golpe. El vestido seguía atrapado medio paso detrás de ella sin permitirle maniobrar.

Todo parecía transcurrir a cámara lenta.

Entonces, antes de caer de bruces en un charco de agua aceitosa dos brazos fuertes la agarraron a tiempo.

Respiró aliviada sabiendo quién la había salvado. Ru Shan, por supuesto, que le sonreía con dulzura mientras le levantaba lentamente el velo de la cara.

—¡Bien hallada, esposa mía! —pronunció en chino.

Se suponía que ella debía responder tal y como Fu De le había enseñado, pero no lograba recordar nada.

Sin esperar su réplica, él la condujo dentro del templo de sus ancestros. Lydia echó una mirada rápida a lo que la rodeaba. En el centro vio una mesa sobre la que había unas largas tablillas de madera con caracteres chinos. No tuvo tiempo de leerlos pero sabía por Fu De que eran los nombres de todos los hombres Cheng. Las columnas que rodeaban el recinto tenían también decoraciones llenas de color: dragones, aves fénix y viejos proverbios, todo pintado con amoroso cuidado.

Pero nada de eso atrajo su atención. En cambió observó a las personas que formaban una fila a un lado de la pared. Los parientes de Ru Shan. Ella debía servirles té a manera de presentación.

Ru Shan la llevó ante el altar y luego la ayudó a arrodillarse. Por fortuna el vestido tenía largas aberturas a ambos lados que le permitían moverse. El aire rozaba sus piernas desnudas y Lydia trataba de no sentirse incómoda. Después de todo, para los chinos un escote era escandaloso, pero una pierna no resultaba nada excitante. Sólo ella, una inglesa victoriana, se sentía incómoda.

Pero ahora era una esposa china, se recordó Lydia. Así que se arrodilló e hizo tres reverencias ante los ancestros, apoyando la frente contra el duro entarimado.

—Ésta es Cheng Lydia, ancestros míos —pronunció Ru Shan—. Traerá mucha prosperidad a sus descendientes.

Luego Ru Shan la ayudó a ponerse de pie y la sostuvo cuando se tambaleó sobre los zancos. Apenas se había enderezado completamente cuando Fu De apareció a su lado, ofreciéndole un cáliz extraño. Era pequeño y de fina porcelana y obviamente era la taza de té ceremonial, llena ya de té. Era hora de saludar a sus nuevos parientes.

Con la ayuda de su esposo, Lydia consiguió llegar hasta la cabeza de la fila, el padre de Ru Shan. Era un hombre de apariencia estricta, mejillas carnosas y mirada ceñuda. Se apoyaba pesadamente en un bastón y apenas se dignó mirarla, ni siquiera cuando levantó una mano cansada para coger la taza.

—El padre Cheng —anunció Ru Shan con un tono de indiferencia.

El padre bebió de la taza, pero lo hizo lentamente, con los ojos fijos en Ru Shan. ¿Acaso el hombre estaba molesto porque ella era blanca? Lydia lo ignoraba. Pero claramente había un problema latente entre padre e hijo.

Después le llegó el turno a la abuela. Tenía el pelo blanco, los ojos enrojecidos y el rostro sudoroso e hinchado. La ropa parecía colgarle del cuerpo y había en su expresión un vacío que rápidamente se convirtió en malicia, tan pronto como Lydia le ofreció la taza.

—La abuela Cheng.

La mujer tomó la taza, pero Lydia no pensó que lo probaría. A juzgar por su expresión, era más probable que escupiera en ella. Pero después de unos momentos la anciana levantó la taza y se mojó apenas los labios con la bebida, mientras sus ojos ardían con odio y amargura.

Lydia tragó saliva. No iba a llorar. No iba a llorar. Ya estaba advertida sobre el hecho de que estas personas no estarían contentas con una nuera blanca. Gracias a Dios lo peor de las presentaciones ya había pasado. Sólo quedaba un niño de cerca de ocho años, que estaba parado delante de una mujer que parecía al menos diez años mayor que Ru Shan. Su hermana, sin duda, aunque Lydia no pudo detectar ningún parecido familiar.

—Y ésta —señaló Ru Shan— es mi esposa número uno y nuestro hijo.

UNA VEZ QUE SE TERMINA UNA

ESTATUA ES DEMASIADO TARDE

PARA CAMBIAR LOS BRAZOS.

SOLO CON UN BLOQUE VIRGEN

HAY POSIBILIDADES.

Deng Ming Dao