CAPÍTULO VEINTITRÉS

París, finales de junio de 2008

David y Michelle regresaron de Londres muy inquietos. Estaba claro que el asesinato de lady Saylor, nunca resuelto, tenía mucho que ver con la carta que Mary había escrito en Londres en el otoño de 1917. Llegaron a la conclusión de que el accidente de John en Oporto, cuatro años después del asesinato de su esposa, podría haber sido provocado; desde luego, era evidente que alguien poderoso e influyente había intervenido para que la investigación del crimen de Oxford Street no siguiera adelante.

—¿Quién crees que asesinó a Mary Saylor? —le preguntó Michelle a David.

—No lo sé; pero quienquiera que lo hiciera, conocía el contenido del relato en doce cuartillas que Mary había escrito. Por lo que parece, en ese escrito contaba algo referente a las apariciones de Fátima en esos meses de 1917. Tenemos que averiguar a quién dirigió esa misiva.

—Las guarda el cardenal con el que nos entrevistamos en Roma. Hablemos con el padre Lefèvbre, lo conoce, fue su profesor en Friburgo y trabajaron juntos en Roma, tal vez a él sí le facilite esa información.

—Sí, lo haremos de ese modo, pero, entre tanto, avancemos. He estado estudiando la historia de Portugal en los años siguientes al milagro de Fátima, porque creo que podemos encontrar ahí algunas claves.

»Ya te dije que en 1917 un político llamado Sidonio Pais intentó superar la crisis, en la que vivía inmerso Portugal desde 1910, reclamando los valores tradicionales: el amor a la patria, la virtud de la religión, la defensa de la moral… Quiso abolir los partidos políticos, los sindicatos de clase y el parlamentarismo, pero fue asesinado en 1919. Entonces, los portugueses recuperaron el sistema parlamentario, aunque seguía latente una profunda crisis. Los partidarios de una revolución, entre ellos el Partido Comunista, atacaron a la Iglesia, el cardenal patriarca de Portugal tuvo que salir del país, se expropiaron bienes religiosos, se suprimió el matrimonio eclesiástico, se disolvieron las congregaciones eclesiásticas e incluso se llegaron a ocupar grandes edificios católicos con fines laicos; es probable que la masonería se encontrara detrás de esos movimientos políticos. La mayoría de los intelectuales portugueses era anticlerical y no cesaba de denunciar que las creencias religiosas tradicionales católicas estaban basadas en meras supersticiones, entre las que se incluían la divinidad de Jesucristo, la virginidad de María, la creencia en los milagros y el culto a las reliquias.

»En 1926 un golpe de Estado militar apoyado por la derecha y los católicos impuso una dictadura que aplicó la censura de prensa y la prohibición de todas las huelgas. En 1932, Antonio de Oliveira Salazar, ministro de Finanzas, se convirtió en presidente del gobierno y diseñó un Régimen político basado en un partido único, la Unión Nacional, en el intervencionismo económico y en la dictadura política, todo ello consagrado en una constitución que entró en vigor en 1933. Este Régimen ha sido calificado por muchos historiadores como “fascismo clerical”, y era de corte similar al fascismo italiano, al nazismo alemán o al franquismo español.

»Ahora bien, a pesar de congeniar ideológicamente con los países totalitarios, Portugal se declaró neutral en la Segunda Guerra Mundial, aunque mantuvo sus históricas buenas relaciones comerciales con Inglaterra. La Saylor Wines, por ejemplo, continuó haciendo negocios en Oporto, y las minas portuguesas produjeron abundante wolframio, que vendían a los contendientes para la fabricación de material bélico.

»Fueron años de cierto desarrollo; acabada la guerra, se mantuvo la dictadura y, pese a ello, el país ingresó en la OTAN en 1949 y en las Naciones Unidas en 1955. Ahora bien, la economía se atascó y miles de portugueses emigraron a Francia, a Alemania y a otros países de Europa.

—Y claro, la Iglesia y la Dictadura utilizaron las apariciones de Fátima en su provecho —supuso Michelle.

—Las necesitaban imperiosamente. Ten en cuenta que el papa Pío XI había quedado encerrado tras los muros del pequeño Estado del Vaticano en 1929, cuando Mussolini le impuso el tratado de Letrán; que Hitler comenzó a perseguir a la Iglesia hacia 1936; que, en España, los revolucionarios republicanos quemaban conventos y fusilaban a curas y monjas en plena guerra civil; que, en Rusia, el comunismo había acabado con las manifestaciones religiosas; y que el ateísmo y el laicismo avanzaban en todo el mundo. Sí, la Iglesia y el Estado portugués precisaban del milagro de Fátima.

»Y como ya te dije, creo que fue hacia 1940 cuando se decidió reescribir los mensajes de 1917 para darles más fuerza y provocar un mayor impacto en el pueblo católico. Se trataba de convertir Fátima en el gran referente para el catolicismo, una especie de foco de esperanza religiosa ante los males del mundo, y sor Lucía, una mujer de origen muy humilde, era la voz que transmitía a toda la humanidad el mensaje de Cristo, a su vez dictado por la Virgen. Incluso, en octubre de 1940 se llegó a decir que, mientras seguía interna en el convento de Tuy, sor Lucía recibió la revelación del misterio de la Trinidad, como sabes uno de los más insondables del cristianismo. La gente pobre de Portugal, la mayoría, no tenía ninguna esperanza en la política y la buscó en la religión.

—Y, además, estaba la Segunda Guerra Mundial.

—Que la Iglesia utilizó con habilidad, como había hecho con la Primera. Fíjate, es curioso —David ojeó su cuaderno de notas— que el 5 de mayo de 1917 el papa publicó un escrito para que fuera incluido en las oraciones de las iglesias, en el cual se decían frases como las siguientes —leyó David—: «A María, quien es la Madre de la Misericordia y omnipotente por gracia, devotamente amémosla y atraigamos devotos de todos los rincones de la tierra, desde nobles templos hasta pequeñas capillas, de palacios reales y mansiones de ricos hasta los más pobres villorrios, desde todos los lugares donde un alma llena de fe encuentre refugio, de la sangre que empapa las llanuras y los mares. Llevémosle a ella la angustia y el llanto de madres y esposas, el lamento de los pequeños inocentes, las miradas de todo corazón generoso, para que su más tierna y benigna gracia sea movida y la paz que buscamos sea obtenida para nuestro agitado mundo». Doce días después se producía la primera de las apariciones en Cova da Iria. ¿Qué te parece: casualidad, coincidencia, revelación de la Virgen en ayuda del llamamiento del papa Benedicto XV, que había hecho en 1914 un requerimiento para que no se derramara más sangre en la recién iniciada guerra y al que nadie había hecho el menor caso?

—No creo en ese tipo de casualidades. Todo esto fue un montaje de la Iglesia, no me cabe la menor duda; fue una conjura, una gran conjuración —aseveró Michelle.

—Que el relato de Mary Saylor podía desmontar.

—Y por eso la asesinaron. ¿Y a quién beneficiaba su muerte?

—Vas muy deprisa, Michelle. ¿Estás insinuando que la Iglesia ordenó asesinar a Mary Saylor para que no se descubriera que lo de Fátima era un montaje?

—Toda la Iglesia tal vez no, pero sí una parte de ella: Sodalitium Pianum. Creo que fueron agentes de esa sociedad secreta vaticana quienes asesinaron a Mary Saylor en 1917 en Londres; igual que han asesinado a João Barros este mismo año en Lisboa.

—Supongo que es así, en cuyo caso estamos en grave peligro —asentó David.

* * *

Hacía mucho calor. Los parisinos, acostumbrados a la lluvia, comentaban que el cambio climático era un hecho cierto y que cada año llovía menos en París y el verano era más cálido y menos frío el invierno.

Michelle y David se habían citado con el padre Lefèvbre en los jardines del lado sur de Notre-Dame, donde los turistas seguían sin aparecer, pese a que a unos pocos metros se amontonaban ante la fachada de la catedral. Eran las once de la mañana y el sol ya lucía con fuerza.

—Buenos días, padre —saludó Michelle.

—Buenos días —contestó Lefèvbre.

—Lo siento, padre, pero no podemos continuar así. Este asunto ha ido demasiado lejos. Ha habido al menos dos muertos, tal vez tres, y creo que nosotros también estamos en peligro. Por mi culpa, Michelle está en grave riesgo. Tiene que contarnos todo cuanto sabe de este embrollo, sin reservas —exigió David.

Michelle asintió.

—De acuerdo. Escuchen: El 16 de octubre de 1978, la chimenea sobre el tejado de la Capilla Sixtina emitió una fumatta blanca. En el cónclave cardenalicio celebrado tras la muerte de Juan Pablo I, había sido elegido nuevo papa el cardenal arzobispo de Cracovia, monseñor Karol Joseph Wojtyla. El papa polaco procedía de un país comunista en el que la religión católica forma parte fundamental de sus tradiciones y creencias. Hombre populista, devoto de cultos marianos, de milagros, de devociones y de la Virgen del Rosario, Wojtyla tomó el nombre de Juan Pablo II, en homenaje a su breve antecesor.

—Eso ya lo sabemos —lo interrumpió Michelle.

—Atiéndanme, por favor. Desde el primer día de su pontificado, Juan Pablo II puso en marcha la reforma de las confusas finanzas del Vaticano, abrió los archivos de la Iglesia, aunque sólo para los documentos no clasificados como «secretos», ordenó reorganizar las caóticas colecciones artísticas de los Museos Vaticanos y, sobre todo, puso un enorme empeño en acabar con el comunismo en los países del este de Europa. No había transcurrido un año de su elección cuando el papa polaco viajó a su país natal, donde comenzaban a surgir los primeros brotes de protesta política contra el Régimen comunista, que se concretaron en la fundación del conocido sindicato de tendencia católica denominado Solidaridad. Ese mismo año, desde la diócesis portuguesa de Leiria se remitió al Vaticano el expediente de beatificación de Jacinta y Francisco, los dos pastorcitos videntes de Fátima fallecidos siendo todavía unos niños.

»El 13 de mayo de 1981, festividad de la Virgen de Fátima precisamente, el terrorista turco Alí Agca disparó contra el papa ante decenas de miles de personas congregadas en la plaza de San Pedro de Roma y lo hirió de gravedad. El santo padre fue trasladado enseguida a la clínica Gemelli, donde lo operaron con éxito. Afortunadamente, la bala no había afectado a ningún órgano vital: el papa estaba vivo.

—Padre, por favor, esa historia es bien conocida —insistió Michelle.

—Pero es necesaria para que entiendan lo ocurrido.

»El día siguiente al atentado, cuando ya era seguro que la vida del santo padre no corría peligro, dos cardenales celebraron una reunión confidencial en un despacho de la Secretaría de Estado del Vaticano. Acordaron que la Santa Sede tenía que aprovechar el sufrimiento y las imágenes del papa abatido a tiros, pero sobreviviente, para impulsar un plan que venían maquinado desde hacía dos años. Los informes de la diplomacia vaticana, avalados por los de la CIA norteamericana y los servicios secretos británicos, aseguraban que la economía de los países comunistas no estaba en condiciones de resistir un pulso con Occidente, y que la carrera de armamentos acabaría estrangulando sus economías, especialmente la de la Unión Soviética, y provocando una crisis política que bien dirigida podría contribuir a liquidar a los regímenes comunistas. Convinieron en que, a falta de divisiones militares, el papado disponía de un arma mucho más poderosa: la fe. Y decidieron presentar el atentado, o mejor su resultado, como una manifestación de Dios para convertir a su santidad en el icono de la libertad en el mundo, y que así se entendiera desde el lado de los países sometidos al comunismo.

—¿Y qué tiene que ver Fátima con todo eso? —preguntó David, aunque intuía la respuesta.

—Era la pieza clave espiritual del proceso histórico que comenzó en 1941 con las famosas revelaciones. Las revelaciones de Fátima constituían la expresión inequívoca de la voluntad de Dios, manifestada a través de la Virgen María a unos inocentes pastorcillos —asentó Lefèvbre.

—¿Estuvo de acuerdo Juan Pablo II con el planteamiento que hicieron esos dos cardenales? —preguntó Michelle.

—Sí. En cuanto se lo expusieron, todavía convaleciente en la clínica, se puso manos a la obra. Fue el propio santo padre quien declaró que, instantes antes de los disparos de Alí Agca, observó entre la multitud a una niña que llevaba colgada del cuello una medallita con la imagen de la Virgen de Fátima. Fue el brillo de esa medalla el que le hizo agacharse ligeramente, lo suficiente como para que la bala no afectara órganos vitales y pudiera salvar la vida.

—¡Vaya vista, la de su santidad! —ironizó Michelle.

—Juan Pablo II se convenció, o lo convencieron, de que el «Tercer Secreto» se refería a su atentado. Estaba seguro, o al menos eso dijo, de que en el camino desde el lugar del atentado en la plaza de San Pedro hasta la policlínica Gemelli se había mantenido despierto porque se había concentrado en la imagen de la Virgen. Ese argumento le sirvió para señalar que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración pueden influir en la historia y que la oración es más fuerte que las armas.

—Es decir, que es el propio Dios, o Su Madre, quienes pueden cambiar la historia, y lo pueden hacer hacia el bien, si los seres humanos Les rezan y se encomiendan a Ellos, o hacia la catástrofe, si Sus deseos son desairados por los seres humanos. Según ese argumento, Dios es quien dirige nuestra libertad, hacia el bien, es decir, la predestinación —aseveró Michelle.

—Eso es lo que dijo el papa. Y no olviden que el atentado se produjo el 13 de mayo, en el aniversario de la primera de las apariciones de 1917. A partir de entonces, Juan Pablo II no cesó de declarar que había sido «la mano maternal de la Virgen María la que guió la dirección de la bala», permitiendo que sobreviviera a ese atentado contra su vida.

—Claro. Con esa historia, se ligaba el amor maternal de la Virgen María hacia el género humano, encarnado en la figura del papa, y se explicaba cómo intercedía ante Dios para la salvación del mundo —reaccionó David.

—Sí. Años más tarde, creo que fue en 1997, Juan Pablo II aprovechó un sermón, con motivo del Día Mundial de los Enfermos, para señalar que el amor de María y la penitencia, además de la conversión y el perdón, constituían las bases para la salvación de la familia humana. Y nos exhortó a todos los creyentes católicos a propagar el mensaje de Fátima, a rezar el rosario, a enmendar nuestras vidas y a arrepentimos de nuestros pecados.

—Y algo más: el atentado se convirtió en un instrumento divino para que el mundo se diera cuenta del mal rumbo en el que caminaba y de que tenía que enderezarlo a la luz que le marcara la Iglesia. Pero la amenaza de Rusia se diluyó. En 1997 ya no existía la URSS y el comunismo había desaparecido de Europa —precisó David.

—Y a ello contribuyó, y mucho, el Vaticano. Gentes próximas a Juan Pablo II, y éste no lo desmintió, hicieron correr el rumor de que, estando en la habitación de la clínica, una luz había entrado de forma maravillosa y una voz le había dicho: «Mi mensaje es para ti». La propia Virgen le había ordenado que hiciera lo posible para acabar con el comunismo. Según esta revelación, fue la Virgen María la que le ordenó a Juan Pablo II: «Conságrame Polonia y la arrancaré de las garras de Rusia. Conságrame Rusia y haré que caiga Babilonia. Conságrame el mundo y lo entregaré en tus manos. Tú gobernarás el mundo antes de que acabe este siglo» —dijo Lefèvbre.

—Eso suena al Antiguo Testamento —planteó David.

—Es usted muy agudo, doctor Carter. En efecto, este mensaje está inspirado en el Libro de Jonás, capítulo tres, versículos nueve y diez. ¿Lo recuerdan?

—Claro. El Libro de Jonás es uno de los más breves del Antiguo Testamento. Dios le ordenó que se dirigiera a Nínive, pero Jonás se acobardó y embarcó en una nave camino de Tarsis, la actual Cádiz según algunos, en dirección contraria, huyendo de la orden de Dios. Se produjo una tempestad y los marineros arrojaron al mar a Jonás porque sabían que su presencia era la causa de la cólera divina. La tempestad se calmó, pero al profeta se lo había tragado un pez, en cuyo estómago permaneció tres días enteros, arrepintiéndose de haber huido de Dios.

—¿No lo digirió? —ironizó Michelle.

—No. Dios hizo que el pez, tal vez una ballena, especulan quienes creen la Biblia al pie de la letra, vomitara a Jonás en la playa. El profeta se dirigió a Nínive y predicó la palabra de Dios, amenazando con que si no la escuchaban, la ciudad sería destruida en cuarenta días. Los ninivitas se convirtieron, hicieron penitencia, rezaron oraciones y ayunaron. Lo hizo incluso el propio rey, que se despojó de sus ricas ropas y se vistió de estameña. Dios los perdonó y no destruyó la ciudad. Pero entonces, Jonás se comportó de manera extraña y le pidió al Señor que le quitara la vida. Salió de Nínive y se instaló en una cabaña para esperar los designios del Altísimo. Dios hizo crecer un arbusto para que le diera sombra, y cuando Jonás disfrutaba del arbolito, envió un gusano que lo secó. El sol abrasaba a Jonás, que le dijo a Dios que era mejor morir que vivir así. El Señor le recriminó entonces que se preocupara por un arbusto y comparó esa preocupación del profeta con la compasión que Él había mostrado por los habitantes de Nínive —concluyó David.

—¿Eso es todo? —preguntó Michelle.

—Sí, parece un relato absurdo, pero así es. Y, en efecto, existe una clara relación con Fátima —asentó David.

—Excelente, doctor Carter, excelente. En esos dos versículos que le he señalado, el nueve y el diez del capítulo tres, los ninivitas plantean la esperanza de que con la oración, la penitencia, la renuncia al lujo y a los placeres mundanos, Dios se apiadará de ellos y se salvarán de la destrucción. El Señor comprobó que se arrepentían de su mala conducta y no arrasó la ciudad —puntualizó Lefèvbre.

—Es decir, que si los seres humanos rezamos, nos azotamos las espaldas con látigos, nos mortificamos las carnes con cilicios y aceptamos el mensaje de Dios, a través de la interpretación de la Iglesia, claro, el Señor se apiadará de nosotros y no destruirá el mundo —ironizó Michelle.

—Así es. Por eso señalé que estaba bien visto el paralelismo entre el Antiguo Testamento y el mensaje de Fátima.

—Nada nuevo bajo el sol, como ya dijeran hace dos milenios los clásicos —puntualizó David.

—En efecto: Nihil novum sub sole, o Nihil novum in mundo, como asevera el Eclesiastés, capítulo uno, versículo diez —repitió en latín el padre Lefèvbre.

—¿Está diciendo que Juan Pablo II y algunos cardenales de su curia utilizaron el mensaje de Fátima para amenazar al mundo si no se convertía al catolicismo? —inquirió Michelle.

—Siento admitirlo, pero así fue. Juan Pablo II había leído el «Tercer Secreto» a los pocos días de ser elegido sumo pontífice, en 1979. En ese momento no debió de parecerle interesante porque enseguida lo devolvió al archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El atentado del 13 de mayo de 1981 cambió las cosas. En cuanto se incorporó al Vaticano, ya restablecido de las heridas, Juan Pablo II pidió de nuevo el documento. Se trataba del escrito de sor Lucía, una cuartilla con veinte líneas y amplios márgenes, el mismo que viera al trasluz el padre Venancio en Leiria en 1957. Y entonces se organizó la trama para la conjura.

—Me está asustando, padre.

—No es mi intención, profesora Henry, pero ustedes me han demandado la verdad. El papa pidió el texto del «Tercer Secreto» días después de sufrir el atentado. El cardenal Franjo Šeper, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se lo entregó al sustituto en la Secretaría de Estado, monseñor Martínez Somalo. Había dos sobres: uno blanco contenía el texto original de sor Lucía, escrito en portugués, y otro amarillo, la traducción al italiano. El papa los tuvo en su poder durante tres semanas; el 11 de agosto, los dos sobres fueron devueltos al archivo de la Congregación.

»Tras leerlo, Juan Pablo II tuvo la intención de consagrar de inmediato el mundo al corazón inmaculado de María, y compuso una oración que comienza así: “Madre de los hombres y de los pueblos, Tú conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, Tú sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que sacuden al mundo, acoge nuestro grito dirigido en el Espíritu Santo directamente a Tu corazón y abraza con el amor de la Madre y de la Esclava del Señor a los que más esperan este abrazo, y, al mismo tiempo, a aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial. Toma bajo Tu protección materna a toda la familia humana, a la que, con todo afecto a Ti, Madre, confiamos. Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza”. Y no quedó ahí; el papa exhortó al mundo a acabar con el hambre, con los pecados, con el odio, con la injusticia y con la guerra, con una mención especial a la guerra nuclear, recuerden que la oración se compuso a fines de la primavera de 1981.

»Consultada sor Lucía, la vidente aseguró que ese acto de consagración universal era justo lo que la Virgen le había pedido que se hiciera.

»El 7 de junio de ese mismo año, el papa consagró el mundo al corazón inmaculado de María, cumpliendo lo que se solicitaba en los mensajes de Fátima. Lo hizo en la basílica de Santa María la Mayor de Roma y en el mil seiscientos aniversario del primer concilio teodosiano —precisó Lefèvbre.

—El del primer gran triunfo de la Iglesia —terció Michelle.

—Claro, así se adecuaban los tiempos de la historia a los tiempos sagrados. Con ello, la Iglesia pretendía demostrar que las revelaciones de la Biblia y de los profetas, el orden divino de las cosas y su reflejo en la historia, se cumplían. Las revelaciones de Fátima se presentaban así como el anuncio de que se cerraba una página trágica de la historia humana y se abría una nueva anunciada por la Virgen. Dios se presentaba como el Señor de la Historia, y el ser humano como el corresponsable de la misma debido a su libertad; muy listos, muy listos —dijo David.

—Dios es el Gran Hacedor, y la Virgen intercede entre Él y los seres humanos, que actúan con la libertad que se les ha otorgado. Pero Dios y la Virgen pueden intervenir para evitar el mal y alterar la historia, o el destino, si lo prefieren. El papa confesó ante los obispos italianos que «había sido una mano materna la que había desviado la trayectoria de la bala lo suficiente como para salvarle la vida». Esa bala se convirtió en un icono, una reliquia. ¿Saben dónde se guarda ahora?

—No tengo ni idea —confesó Michelle.

—El papa se la entregó al obispo de Leiria-Fátima para que se custodiara en el santuario portugués. La imagen de la Virgen de Fátima se llevó a Roma y fue paseada por la plaza de San Pedro, ante la presencia de Juan Pablo II. El papa acudió al año siguiente, el 13 de mayo de 1982, como peregrino a Fátima. Allí rezó ante la imagen de la Virgen y le agradeció de nuevo que lo hubiera librado de una muerte cierta, a la vez que le pedía que salvara al mundo de una guerra nuclear. Ese día, la hermana Lucía estaba presente en Fátima. La bala se encuentra desde 1989 engarzada en la corona de la Virgen, como una joya más, en realidad como una reliquia, a las que Juan Pablo II era un gran aficionado.

»A partir de ese momento, la Iglesia puso en marcha una gran campaña de propaganda en la que filósofos, sacerdotes e historiadores católicos de todo el mundo denunciaron en todo tipo de medios de comunicación, en artículos de prensa, en libros y en entrevistas de radio y televisión el consumo de drogas, el ateísmo, la desaparición de los valores tradicionales, familiares y morales, el sexo libre, la profusión del laicismo, el aborto, el divorcio, el egoísmo, el comunismo, el afán de consumismo… Incluso llegaron a plantear que el virus del sida era un castigo divino por la promiscuidad sexual.

—Y Sodalitium Pianum estaba detrás de todo eso, ¿no es así? —le preguntó David a Lefèvbre.

—Por supuesto. La diplomacia vaticana, en la que seguía habiendo agentes de Sodalitium, no olviden que su origen estuvo en la escuela donde se formaban los diplomáticos de la Santa Sede, contactó con la embajada norteamericana y entre ambas se diseñó un plan para acabar con el comunismo. El 7 de junio de 1982, el presidente de Estados Unidos, el exactor Ronald Reagan, visitó al papa en Roma. Fue en esa entrevista donde se coordinaron las acciones para demoler el comunismo en los países de la Europa del este y donde se acordó una política común en asuntos como la condena del aborto. Los intereses de ambos mandatarios coincidían: los dos pretendían acabar con el comunismo y los dos eran antiabortistas; el papa por convicción y Reagan porque fue un presidente republicano elegido con los votos de los demócratas católicos conservadores —comentó Lefèvbre.

—¿Y cómo sabe usted eso, padre? —preguntó Michelle.

—Yo participé en esas conversaciones entre la Secretaría de Estado del Vaticano y el gobierno de Estados Unidos. Fui uno de los negociadores por parte de la Santa Sede. Nos reunimos en secreto varias veces, en un discreto restaurante en las afueras de Roma, durante los meses del verano de 1982. Se acordó que Estados Unidos y la OTAN presionarían económicamente mediante la puesta en marcha de grandes inversiones en nuevas armas. ¿Recuerdan el famoso «escudo antimisiles»?

—En esa época yo tenía catorce años —alegó David—, pero sí, claro que conozco ese asunto. Reagan seguía siendo presidente el año que ingresé en la universidad.

—Lo siento —dijo Michelle—; en 1982 yo tenía cuatro añitos.

—A partir de nuestros acuerdos secretos, y mientras la carrera de armamentos agotaba la economía de la URSS y la de sus países satélites, agentes secretos de la Iglesia, entre ellos algunos de Sodalitium Pianum, actuaban clandestinamente, organizando sindicatos reivindicativos y movimientos sociales que desgastaban a los regímenes comunistas. Entre tanto, seguía la intensa campaña de propaganda del Vaticano; en marzo de 1984, Juan Pablo II consagró Rusia al Sagrado Corazón, tal cual la Virgen había pedido en las apariciones de Fátima.

»El santo padre se presentó como ejemplo del dolor y del sufrimiento, una especie de reflejo e imitación humana de Cristo. Si Jesús había muerto en la Cruz en medio de terribles tormentos, ahora Juan Pablo II, su vicario en la tierra, sufría de la misma manera y rezaba para la redención del mundo y la salvación de todo el género humano. El atentado significaba la expresión de la maldad, el papa se erigía como un nuevo salvador y la bala representaba la persecución y el martirio de la Iglesia, una reliquia casi tan sagrada como la Cruz de la Pasión, la Corona de espinas, el Santo Cáliz o la Túnica Sagrada —Lefèvbre calló, colocando sus manos sobre sus ojos.

—Fue entonces cuando se decidió alterar el «Tercer Secreto», porque Juan Pablo II y Ratzinger ya lo conocían. Dispongo de unas declaraciones del papa Wojtyla del año 1980 a unos periodistas, anteriores al atentado, en las que el papa adelantó que el contenido era muy grave y que no lo daría a conocer porque no quería provocar a los comunistas; adujo a su responsabilidad para no revelarlo. Recomendó rezar y confiar en la Virgen. Y ahí seguía actuando Sodalitium Pianum —intervino David.

—Sodalitium había pasado una mala época con Juan XXIII, pero se rehízo con Pablo VI y se convirtió en un enorme poder en la sombra con Juan Pablo II. La Iglesia necesitaba a alguien que hiciera el trabajo sucio, y ahí estaban los de Sodalitium, siempre prestos a llevarlo a cabo. Sus agentes se infiltraron en los gobiernos de la URSS, de Polonia, de la República Democrática Alemana y de las Repúblicas Bálticas, minaron su economía, incentivaron el descontento social y anunciaron el final del comunismo. El sistema económico de los países socialistas colapso y todo el bloque soviético, y esto sí lo conocen bien, se vino abajo como un gigantesco castillo de naipes —explicó Lefèvbre.

—Y entonces se falsificó el «Tercer Secreto» —apostilló David.

—No, todavía no. Había tiempo para ello, aunque se fue preparando el camino. En 1984, el obispo de Leiria-Fátima impartió una conferencia en Viena, a la cual asistí, en la que aseguró que el «Tercer Secreto» no contenía ningún augurio catastrófico, que tampoco se refería a bombas atómicas ni a cabezas nucleares ni a misiles intercontinentales. Anunció que su contenido concernía exclusivamente a la fe. Recuerdo que afirmó con contundencia que la pérdida de la fe es peor que la aniquilación de una nación, y denunció que la fe estuviera desapareciendo de Europa.

»La Iglesia pretendía que todo el mundo volviera a rezar, y puso en boca de sor Lucía unas declaraciones en las que la vidente lamentaba la ola diabólica que estaba barriendo a la tierra, y que se extendía muy deprisa porque los hombres habían abandonado la práctica de la oración y se habían alejado de Dios. Ese distanciamiento había sido aprovechado por el diablo para confundir al género humano y abocarlo a la condena eterna. La monjita, o quienquiera que le escribiera esas declaraciones, acababa señalando que el camino a la salvación se encontraba en el acercamiento a Dios —Lefèvbre se mostraba cada vez más explícito, como si realmente necesitara liberarse de la carga que había soportado en silencio durante años.

—Y en esa campaña, la Virgen fue presentada como la intermediaria necesaria entre Dios y los seres humanos, y se eligió el milagro de Fátima como el ideal para plasmar los planes del Vaticano —asentó David—. Y usted, padre, colaboró en esa gran mentira.

—No tenía otra solución. Sodalitium Pianum, pese a su estatus clandestino, se mantenía con fuerza y los Hermanos de Heliópolis estábamos a punto de desaparecer. Guardábamos, y lo seguimos guardando en nuestras manos como bien saben ustedes dos, el secreto de la piedra filosofal y no podíamos permitir que cayera en manos aviesas. No pude hacer otra cosa, no pude evitarlo. ¿Se imaginan qué hubiera ocurrido si el secreto de la piedra filosofal y todos nuestros conocimientos hubieran caído en manos de Sodalitium? —se excusó Lefèvbre.