CAPÍTULO ONCE

París, mediados de mayo de 2008

Michelle y David acababan de almorzar en una brasserie de la calle La Fayette. En la pantalla de un televisor, que nadie miraba, se mostraban unos alpinistas chinos que se fotografiaban en la cumbre del monte Everest con la antorcha olímpica de los juegos de Pekín, hasta donde la habían portado en el largo recorrido de la llama desde las ruinas de Olimpia, en Grecia. La televisión alternaba esas imágenes con las manifestaciones de protesta por todo el mundo ante la duradera ocupación del Tíbet por el gobierno comunista de Pekín y con tomas del Dalai Lama sonriente, envuelto en su hábito azafranado. Asia acababa de sufrir un maremoto que había arrasado la costa de Myanmar, la antigua Birmania, y un terremoto había arrumbado miles de edificios en el sur de China; las víctimas se contaban por decenas, tal vez por centenares de miles. El presidente Bush estaba de visita en Israel para conmemorar el sesenta aniversario de la fundación de ese estado, mientras los palestinos de Hamás seguían atacando con cohetes a las colonias judías fronterizas a la franja de Gaza, y el ejército israelí continuaba abatiendo objetivos indiscriminados en los abigarrados territorios bajo soberanía nominal palestina. En Iraq, todavía moría mucha gente a causa de la invasión promovida por el presidente norteamericano Bush. Un afroamericano llamado Barack Obama, senador por Illinois, estaba a punto de alcanzar la nominación por los demócratas para convertirse en candidato a la presidencia de Estados Unidos de América.

Llovía en París. Al salir de la brasserie se vistieron sus gabardinas, se refugiaron bajo el paraguas y se dirigieron a pie ligero al apartamento de David. Amina, la asistente magrebí que limpiaba el apartamento de Carter, le había dejado encima de la mesa una bolsa de papel con una nota; contenía un paquete de té verde de Marruecos.

Michelle preparó un té verde a la menta y un café muy corto, y ambos se sentaron a la mesa de trabajo de David.

—Todo lo que sucedió en Fátima en 1917 es muy interesante, pero es mucho más lo que ha ocurrido después.

—¿Sigues obsesionado con esa cuestión, eh? —le preguntó Michelle.

—Se lo debo a João Barros y a la hermandad de Heliópolis.

—Dijiste que era un asunto peligroso, y tenías razón.

—Y me temo que lo va a ser todavía más. Creo que todo este lío de las apariciones de Fátima fue un enorme engaño desde el principio.

—Es decir, que los niños se inventaron las apariciones y todo eso…

—No, no. Ya te dije que los niños vieron algo, de eso estoy completamente seguro, como también lo estaba João Barros, pero la Iglesia le dio la vuelta a un hecho natural y lo convirtió en una aparición milagrosa de la Virgen María.

Carter sacó su libreta de espirales y buscó algunos datos.

—Al final voy a tener celos de esa libreta; no te separas de ella —dijo Michelle antes de besarlo en los labios.

—Las apariciones de Cova da Iria tuvieron lugar entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, ¿recuerdas? —Michelle asintió con la cabeza a la pregunta de David—. Bien, pues el 17 de enero de 1918 se restauró la diócesis de Leiria. Esa diócesis había sido creada en 1545, por segregación de la de Coimbra, pero en 1881 fue suprimida. ¿Curioso, verdad? Apenas medio año después de las apariciones, la Santa Sede crea una sede episcopal nueva, o la restaura, a una velocidad extraordinaria para como suele proceder en estos casos, pues, para llevar a cabo una reforma de este tipo, la Iglesia suele ser muy cauta. En 1984, la diócesis pasó a denominarse de Leiria-Fátima.

—Sí, parece que se dieron prisa, pero es lógico, al fin y al cabo en esa tierra se había aparecido la Virgen —Michelle se expresaba con ironía.

—Escucha: entre 1917 y 1922 apenas se conocen noticias relevantes sobre las apariciones de Fátima, pero la Iglesia puso en marcha una campaña de propaganda intensísima. En 1919, el rey español Alfonso XIII, acompañado por su esposa, consagró España al Corazón de Jesús en una ceremonia muy destacada que se celebró en un lugar cercano a Madrid llamado curiosamente cerro de los Ángeles, que creo que está en el «corazón» geográfico de España, como poco antes se había consagrado la basílica de París en Montmartre, en el «corazón» de Francia. Las autoridades eclesiásticas mostraron un celo extraordinario por controlar todas las informaciones sobre Fátima. En 1919 murió Francisco, el único pastorcito varón, a los once años de edad, sin que se conozca ninguna declaración suya, y Jacinta, la más pequeña, falleció de gripe en 1920, a los diez años, sin que tampoco abriera la boca para nada.

—¿Y Lucía?, murió hace poco, ¿no? —preguntó Michelle.

—Ella es la clave. Lucía sobrevivió a sus dos primos, pero la Iglesia la mantuvo en silencio durante años. El obispo de Leiria, que se llamaba José da Silva, la envió al convento de las Religiosas Doroteas en Vilar, en las afueras de Oporto, en 1921; Lucía apenas tenía catorce años. Fue internada como alumna en ese convento hasta que el 24 de octubre de 1925 ingresó como postulante de la Orden de las Doroteas, una congregación de monjas carmelitas descalzas, en su convento de Tuy, una pequeña ciudad española en la misma frontera norte de Portugal. Allí juró sus primeros votos como novicia; aunque tengo otro informe que dice que el traslado a Tuy se realizó en julio de 1926.

»Entre tanto, y con Lucía callada, absolutamente callada, se desarrollaba el “plan de Fátima”. Ya en abril de 1919 se habían iniciado las obras de una modesta capilla en Cova da Iria, en el lugar donde se produjeron las apariciones; en mayo de 1920 se labró la primera imagen de la Virgen y en septiembre el obispo de la recién restaurada diócesis de Leiria, José Alves Correa da Silva, ése era su nombre completo, visitó Cova da Iria, celebrando la primera misa en la capilla recién levantada.

»En 1922 se dinamitó la capilla, pero en 1928, precisamente el 13 de mayo, el aniversario de la primera aparición, se colocó la primera piedra de la gran basílica. Todo el aparato de propaganda de la Iglesia se puso a trabajar sobre Fátima. Aquí tengo una crónica del 3 de junio de ese año, publicada en L’Observattore Romano, en la que se anima a los fieles católicos a peregrinar al nuevo santuario mariano.

»Y todo esto se produjo tras la subida al trono de san Pedro de Pío XI, en febrero de 1922. Este papa era de mente bastante estrecha, muy reaccionario, y consideraba que el comunismo y la recién fundada URSS constituían el enemigo supremo, el reino del mal al que había que combatir con todos los medios. Para la táctica de la Iglesia, las apariciones de Fátima llegaron en un momento muy propicio, incluso para la derecha y las fuerzas conservadoras de Portugal, que utilizaron el asunto de Fátima en su provecho. En esa década, las soluciones autoritarias se planteaban por parte de las derechas europeas como el único freno al avance de las izquierdas y del comunismo. En Italia se impuso el fascismo con Mussolini, en España triunfó un golpe de Estado que instauró una dictadura militar entre 1923 y 1931, y en Portugal se puso fin a la primera República mediante un golpe militar que el 28 de mayo de 1926 encabezaron las fuerzas armadas con el apoyo de muchos políticos conservadores. Dio así comienzo una dictadura, la Ditadura Nacional, que daría lugar al llamado Estado Novo, encabezado por el dictador Oliveira Salazar, que se alargaría hasta la incruenta Revolución de los Claveles, que instauró la Tercera República y la democracia en 1974.

—Estás afirmando que, para el nuevo Régimen portugués, Fátima se convirtió en una pieza esencial, que además coincidía con la estrategia global de la Iglesia —añadió Michelle.

—En efecto. La Iglesia y la Dictadura portuguesas colaboraron codo con codo en este asunto. El 13 de octubre de 1930, el obispo de Leiria, cuya intervención fue clave en la campaña de propaganda, publicó una carta pastoral… —Carter buscó entre los recortes que guardaba en la libreta—, aquí está, que tituló como La providencia divina; en ella declaró que las apariciones de Cova da Iria merecían todo el crédito, por lo que autorizaba el culto oficial en ese lugar, aunque ya venía celebrándose, por cierto, desde 1919 al menos. Esa autorización del obispo de Leiria se apoyaba en una serie de informes que diversos técnicos, físicos y científicos, todos ellos católicos, por supuesto, habían elaborado durante varios años. Escucha las palabras del obispo en su carta: «Nosotros consideramos a bien declarar dignas de credibilidad las visiones de los pastores en Cova da Iria, en el paraje de Fátima de esta diócesis, en el día decimotercero de los meses de mayo a octubre de 1917, y otorgar permiso oficial para el culto de Nuestra Señora de Fátima». Dos años después, en 1932, la Santa Sede y el mismo obispo declararon que el mensaje de Fátima era verídico y cuestión de fe, y se anunció que habría una nueva guerra tras una señal en el cielo.

—Esa guerra era la Segunda Guerra Mundial, supongo. No había que ser un adivino para concluir que Europa se abocaba hacia una nueva contienda.

—Al menos así se entendió después. El 25 de enero de 1938 una extraña luz iluminó la noche europea y al año siguiente Hitler invadió Polonia y desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Y ahí cambiaron muchas cosas. Hasta entonces, la Iglesia se había aliado con las fuerzas más conservadoras porque odiaba a los comunistas y temía un triunfo de esta ideología en toda Europa, sobre todo después de la instauración del comunismo en la URSS tras la revolución de octubre de 1917. La mayoría de los obispos era reaccionaria y odiaba más a la democracia e incluso al liberalismo que al propio Hitler, pero el nazismo fue más allá de lo que cabía soportar.

»El papa Pío XI, a pesar de su talante ultraconservador, ya había denunciado algunas prácticas del fascismo italiano en una pastoral titulada Non abbiamo bisogno; en ese escrito también condenaba a los agnósticos. En 1933 firmó un concordato con Hitler, que los nazis incumplieron hasta tal punto que en 1939 estaban clausuradas o intervenidas todas las escuelas católicas de Alemania. Ya en marzo de 1937, Pío XI, tras condenar duramente al comunismo ateo, al que calificó como «intrínsecamente perverso» en la encíclica Divini Redemptoris, también condenó el nazismo en una pastoral que he consultado en alemán y que se llama Mit Brennender Sorge, es decir, Con ardiente dolor, pero si no la he entendido mal, la crítica de este papa contra el nazismo se refería sobre todo a su atracción por el paganismo, o al menos así parece considerarlo Pío XI. No obstante, este papa tuvo un rasgo de dignidad cuando en mayo de 1938 abandonó temporalmente Roma con motivo de una visita que Hitler realizó a esa ciudad.

—Con todo ello, Portugal era, por tanto, un modelo político para la Iglesia.

—Por supuesto. Cuando Salazar se convirtió en jefe del gobierno de Portugal en 1932, su Régimen, al que algunos historiadores han calificado precisamente de «fascismo clerical», puso en marcha un sistema económico intervencionista y se alineó ideológicamente con las dictaduras europeas, pero mantuvo su histórica alianza estratégica y económica con Inglaterra, por lo que se declaró neutral en la Segunda Guerra Mundial, siguiendo en este caso el ejemplo de otra dictadura como la propia España, aunque por motivos bien distintos. Además, para contento de la Iglesia, se persiguió a los comunistas portugueses, que habían fundado su propio partido en 1921 y que estaban sometidos a la clandestinidad, se consolidó la censura, ya establecida en el golpe de 1926, no se permitió ni una sola huelga y en 1936 se creó la Legión Portuguesa, una milicia de inspiración fascista, y la Mocidade Portuguesa, una institución donde se adoctrinaba política y religiosamente a los jóvenes dentro del más rancio catolicismo.

»En esta situación, Fátima se convirtió en el gran icono religioso de Portugal y de su Régimen político dictatorial. Para ello había que relanzar el asunto de las apariciones, las señales y los mensajes de Cova da Iria, y así se hizo.

—¿Qué había pasado hasta entonces con Lucía?

—Había estado callada en su clausura en el convento español de Tuy, pero, para el relanzamiento de Fátima, sus declaraciones eran imprescindibles. Para dar un nuevo impulso al milagro, se empezó por trasladar los restos de Jacinta, la pastorcita, al santuario de Fátima en 1935, lo que se hizo como si se tratara de las reliquias de una santa, y se dieron a conocer nuevas apariciones y visiones que Lucía habría tenido en el convento de Tuy.

—¿Entonces, las apariciones de 1917 no fueron las únicas? —preguntó Michelle.

—Había que mantener la tensión y las revelaciones, porque en caso contrario podían caer en el olvido, como ocurrió por ejemplo con una presunta aparición de la Virgen en 1931 en la pequeña localidad española de Ezquioga, en la provincia de Guipúzcoa, o con la de Rojales, en la de Alicante, en 1936, que el franquismo no supo aprovechar en España. Por el contrario, la Iglesia de Portugal anunció que el 10 de diciembre de 1926 Lucía había presenciado una aparición de la Virgen, ahora acompañada del Niño Jesús, en la que le pedía que recibiera la sagrada comunión el primer sábado de cada mes durante seis meses consecutivos, y otra más el 13 de junio de 1929. Esta última es verdaderamente asombrosa. Lucía declaró que ese día estaba sola a las once de la noche rezando de rodillas y con los brazos en cruz en la capilla del convento, cuando una luz sobrenatural iluminó la estancia y se le apareció de pronto una cruz con la Virgen y la Santísima Trinidad. Junto a ella había un cáliz suspendido en el aire y encima de él una hostia grande, sobre los cuales caían gotas de sangre del rostro de Cristo crucificado. Debajo del brazo derecho de la cruz estaba la Virgen, que llevaba su corazón inmaculado en la mano.

—En verdad es alucinante. Me imagino la escena, ¡uf!, propia del más duro y oscuro surrealismo —exclamó Michelle.

—Y la Virgen le transmitió un mensaje —continuó David—. Le dijo que el papa debía consagrar Rusia al Sagrado Corazón de Jesús, pues, según la Iglesia, éste es el símbolo que vence al pecado.

—¡No fastidies!

—Y el papa Pío XI así lo hizo en Roma doce días después de la aparición, el 25 de junio, a la vez que consagraba una imagen de la Virgen destinada a un colegio de Fátima.

—Se dio mucha prisa; cuando le interesa, la burocracia de la Iglesia es rápida de veras. Parece todo preparado.

—Sí, creo que lo estaba.

—Salvo el milagro del sol. ¿Cómo explicas que decenas de miles de personas, periodistas incluidos, vieran bailar al sol, aproximarse a la tierra, volver a colocarse en su lugar en el firmamento y que se secara tan deprisa el suelo del lugar y la ropa de la gente tras la lluvia? ¿Cómo explicas eso, eh?

—Con la ayuda de la astrofísica. Los astrofísicos han descubierto que cada once años se reproduce un ciclo en la evolución de las manchas solares; es como un gran reloj solar. Pues bien, en una fase de cada ciclo de esos once años se desarrolla el momento culminante del mismo, ¿y a que no adivinas cuándo se produjo uno de esos ciclos? —le propuso David.

—¿En 1917?

—Exacto; en 1906 tuvo lugar el primer momento álgido de la actividad solar en el siglo XX, que se repitió en 1917,1928, 1939, 1950… justo cada 11 años; este dato lo encontrarás en cualquier tratado de astronomía. Y cuando se produce ese fenómeno solar tan activo se desencadenan diversos efectos en la tierra. Por ejemplo, en 1906 estalló el volcán Krakatoa, en Indonesia, y tuvo lugar el terremoto de San Francisco. 1917 fue un año de extraordinaria actividad solar; las ondas que se producen en el sol tardan de dos a cuatro días y medio en llegar a la tierra. Esas erupciones extraordinarias liberan una colosal cantidad de rayos ultravioleta, lo que implica que se desarrollen enormes auroras boreales y que sean percibidas a una latitud mucho más alejada de los polos de lo habitual —explicó David.

—¿Quieres decir que los reunidos en Cova da Iria a mediodía del 13 de octubre de 1917 lo que presenciaron fue una aurora boreal?

—No exactamente; las fechas coinciden, porque las auroras boreales se observan en los meses de septiembre y octubre, cerca de los polos, todos los años, y en latitudes mucho más cercanas al ecuador cada once años, como ocurrió en 1917, cuyos efectos bien pudieron contemplarse a la altura de Fátima; aunque existe un inconveniente, y es que las auroras boreales, llamadas polares en el hemisferio norte, sólo son visibles de noche, pues su efecto disminuye en cuanto amanece, hasta desaparecer cuando la luz del sol inunda la mañana.

—En ese caso, se trataría de una alucinación colectiva, ¿no?

—Pudo ser. Miles de personas mirando al sol pueden sufrir alucinaciones, ver cosas extrañas y que tengan la sensación de que la cabeza les dé vueltas sin parar, y perder incluso el sentido de la vista durante unos segundos, pero eso no explicaría que se secara todo en unos momentos.

—¿Crees que fue un milagro? —preguntó Michelle.

—No, claro que no. Creo que se desató un fenómeno atmosférico extraordinario debido a la enorme actividad desarrollada por el sol en su ciclo de once años y que el viento solar sumado a alguna potente tormenta eléctrica y a alguna formación casual de las nubes incidió de manera contundente en la zona de Fátima. Todo ello explicaría el baile del sol y el que se secara el campo de manera tan rápida.

—De acuerdo, lo puedo admitir, pero ¿cómo sabía Lucía que se iba a producir ese fenómeno natural el 13 de octubre de 1917? No creo que tuviera conocimientos de astrofísica.

—No lo sabía.

—Pero dijiste que la Virgen les anunció que el 13 de octubre obraría un prodigio.

—Todo eso fue un montaje posterior. En ningún lugar he encontrado noticias referentes al anuncio del milagro del sol antes del 13 de octubre de 1917. He repasado los periódicos de Lisboa anteriores a octubre de 1917, y en ninguno se habla del anuncio de que habrá un milagro el día 13 de octubre. ¿Recuerdas que hace unos días te leí las informaciones publicadas en O Dia y en O Seculo el 14 de octubre de 1917? Aquí las tengo; como verás, el periodista de O Dia describe ese hecho como si fuera el final de una aurora boreal: cielo gris perlado, una especie de gasa que oculta el sol, tonos de perlamadre, luz azulada, una especie de tono amarillo sobre la ropa blanca…; y el de O Seculo dice que el sol era como una placa de plata apagada, que se podía mirar sin dificultad y que bailaba… Pero ninguno habla del anuncio previo del milagro, ni de que el sol pareciera caer sobre la tierra, que es un añadido de observadores interesados. Se testifica que el sol brilló con una luz especial, pero no que se moviera arriba y abajo o que pareciese que se precipitaba sobre la tierra.

—Pero Lucía dice…

—Vamos, Michelle, Lucía tenía diez años, y, además, sus revelaciones no se recopilaron de manera «oficial» hasta mucho tiempo después.

—¿Y qué me dices de la luz de 1938 que anunciaba una catástrofe?; se vio en media Europa. ¿También era una aurora polar? No son las fechas en que se producen las auroras, precisamente.

—Una luz en la noche puede ser causada por un meteorito, o por varios de ellos; no faltan referencias a fragmentos de meteoritos que recorren el cielo nocturno provocando luces extraordinarias y aparentemente inexplicables. Todos los años se producen varias informaciones al respecto; basta con consultar los periódicos para comprobarlo. Lo que Lucía dice que vio esa noche desde la ventana de su celda en el convento de Tuy, «el cielo como un horno resplandeciente», no fue sino la caída de un meteorito. Y cuando dio comienzo la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia asoció esa visión con el anuncio del inicio de la contienda.

—Todo parece explicarlo la ciencia, pero si este asunto de las apariciones de Fátima fue un montaje, no deja de ser preciso y creíble.

—No tanto. Cuando la Iglesia construyó la versión oficial de las apariciones de Fátima, cometió un desliz cronológico —aseguró David.

—¿Ah sí?

—Según esa versión, la Virgen les dijo a los pastorcitos en la aparición del 13 de julio de 1917 que «rezaran por la conversión de Rusia» —Carter miró a Michelle como pidiéndole que resolviera el error.

—¡Ya comprendo!; en julio de 1917, Rusia no era comunista todavía.

—Así es; en los primeros meses de 1917 había hambre y miseria en el Imperio de los zares y ya habían estallado algunos disturbios en Moscú y en San Petersburgo, pero el país no era comunista. Lenin no llegó a Rusia hasta el mes de abril y la Revolución Bolchevique triunfó el 11 de noviembre de 1917, aunque no se instauró en todo el territorio de la futura Unión Soviética hasta 1922.

—La revolución de Octubre Rojo —precisó Lucía.

—Que fue en noviembre, según el calendario occidental, que es diferente al ortodoxo ruso, pues Rusia no aceptó el cambio que se introdujo en 1582 por el papa Gregorio XIII y que consistió en eliminar del calendario juliano diez días, del 4 al 15 de octubre de ese año, para corregir la desviación que sufría éste al no tener en cuenta que la tierra gira alrededor del sol en 365 días, un cuarto de día y unos minutos más. En la URSS no rigió este calendario hasta 1918, meses después del triunfo de la Revolución.

—Pero la Virgen bien pudo adivinar lo que iba a ocurrir en Rusia meses más tarde —ironizó Michelle.

—No. Lo que hizo la Iglesia fue utilizar, años después, el milagro de Fátima para lanzar un ataque despiadado contra el comunismo y el ateísmo. Nadie podía saber ni en julio ni siquiera en octubre de 1917 que la Revolución Bolchevique triunfaría, y menos unos niños en el profundo y rural Portugal, que ni siquiera habían oído hablar de Rusia. Todo eso se preparó después, y quien lo hizo metió la pata con las fechas. Yo creo que toda esta historia se fraguó hacia 1939. Para entonces, varios millones de cristianos ortodoxos habían sido asesinados, depurados o encarcelados por orden de Stalin; Rusia se había anexionado varios países para formar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y se había impuesto un Régimen comunista dogmático y represor que la Iglesia consideró como la mayor amenaza para sus posiciones, muy por encima del fascismo e incluso del propio nazismo. La Iglesia temió lo peor y organizó una firme defensa de sus intereses, basada en la imposición de sus dogmas más ortodoxos.

—Rusia se erigía como el nuevo enemigo.

—Sí, claro. El gobierno de Moscú encarnaba el mal; era el gobierno de Satán, el impulsor del ateísmo y de las persecuciones contra los cristianos, y había que combatirlo con todos los medios. Fátima fue un instrumento más de la gigantesca campaña anticomunista que puso en marcha la Iglesia. La Segunda Guerra Mundial alteró por un tiempo esa campaña, porque el Ejército Rojo era una pieza imprescindible para ganarle la guerra a Hitler, pero cuando ésta acabó, se retomó el anticomunismo con mucha más fuerza —explicó David.

—La llamada «Guerra Fría» —asentó Michelle.

—En efecto; y en ella, la imagen de Fátima fue muy importante. La Iglesia Católica norteamericana se volcó con el milagro de Cova de Iría. Desde Estados Unidos se dotaron millones de dólares para crear en 1950 el llamado Ejército Azul, una organización de devotos católicos de la Virgen de Fátima integrada por unos veinte millones de personas, que encabezó en el momento de su fundación el prelado Fulton J. Sheen, obispo auxiliar de la diócesis de Nueva York, una de las más ricas de la Iglesia. Gracias a la fundación de un instituto católico sobre la Virgen, varios millones de dólares se emplearon para editar revistas, folletos, libros, realizar documentales y películas, y para organizar actos y conferencias para difundir el milagro de Fátima. Y ahí siguen, año tras año, incrementándose las donaciones, un fabuloso negocio.