19
Falk, sentado dentro del coche a un lado de
la carretera, pensó en lo que le había dicho Gerry. En Kiewarra
había camionetas blancas a paladas, entonces y ahora. Tal vez no
fuese nada. Si ese día alguien vio a Luke regresar desde el río,
pensó Falk, ¿por qué no dijo nada en ese momento? ¿A quién
beneficiaba guardar ese secreto durante veinte años?
Un detalle le rondaba por la cabeza: si el
conductor había visto a Luke, ¿no era posible que él también
hubiese visto al conductor? Quizá —y la idea fue tomando forma y
exigiendo más atención—, quizá había sido al revés: a lo mejor era
Luke quien estaba guardando el secreto y, por el motivo que fuese,
se había cansado de hacerlo.
Le dio vueltas a la idea con la mirada
perdida en el paisaje yermo. Al cabo de un rato, suspiró y sacó el
móvil. Cuando Raco contestó, oyó el ruido de papeles.
—¿Estás en la comisaría? —le preguntó
Falk.
Era domingo y hacía un día precioso. Se
preguntó qué opinaría de eso la esposa de Raco.
—Sí. —Se oyó un suspiro—. Estoy revisando
algunos papeles de los Hadler. Aunque todavía no sé si sirve de
algo. ¿Y tú?
Falk le contó lo que le había explicado
Gerry.
—Vaya —respondió Raco, y soltó aire—. ¿Tú
qué opinas?
—No lo sé. Ahí podría haber algo. O a lo
mejor no es nada. ¿Vas a estar ahí un rato más?
—Siento decir que voy a estar mucho
rato.
—Voy para allá.
Falk acababa de colgar cuando le vibró el
móvil. Abrió el mensaje de texto y su ceño fruncido se convirtió en
una sonrisa al ver de quién era.
«¿Estás ocupado? —había escrito Gretchen—.
¿Tienes hambre? Estoy comiendo con Lachie en el parque
Centenary.»
Pensó en Raco, rebuscando entre los informes
de la comisaría, y en el café que no paraba de darle vueltas en el
estómago desde que había salido de casa de los Hadler. Se acordó de
la sonrisa de Gretchen cuando lo dejó fuera del pub, bajo las
estrellas.
«Lo del vestido debe de ser por ti,
subnormal.»
«Voy para allá —le escribió. Pensó un
momento, y añadió—: Pero no puedo quedarme mucho rato.»
Eso no aliviaba su sentimiento de culpa,
pero en realidad no le importaba.
El parque Centenary era el único lugar de
Kiewarra donde parecía que se había invertido algo de dinero. Los
arriates eran nuevos, y las flores estaban plantadas con cuidado,
intercaladas con cactus, que, además de soportar bien la sequía,
eran muy atractivos y daban al parque un aspecto exuberante que
Falk llevaba semanas sin ver.
Con un aguijonazo de pena, descubrió que el
banco en el que habían pasado tantos sábados por la noche ya no
existía. Los columpios y la zona infantil que los habían sustituido
brillaban con colores primarios y estaban llenos de niños. Todas
las mesas de pícnic de alrededor estaban ocupadas. Los cochecitos
competían por el espacio con neveras portátiles. Los padres
charlaban y sólo interrumpían la conversación para turnarse a la
hora de reñir o dar de comer a su prole.
Falk vio a Gretchen antes que ella a él y se
detuvo un instante a observarla. Estaba sola en una de las mesas
más alejadas, sentada en el banco con las largas piernas estiradas
y los codos apoyados en la mesa. Llevaba la melena clara recogida
en un moño despeinado y las gafas colocadas a modo de diadema.
Contemplaba la actividad que tenía lugar en los columpios con cara
divertida y Falk sintió la calidez de lo conocido. Vista desde
lejos y a la luz del sol, podría haber tenido dieciséis años otra
vez.
Gretchen debió de sentir que la miraba,
porque de pronto levantó la vista. Le sonrió, lo saludó con la mano
y él se acercó. Lo recibió con un beso en la mejilla y una
fiambrera de plástico abierta.
—Toma un sándwich, Lachie no se los
acabará.
Falk escogió uno de jamón cocido y se sentó
a su lado en el banco. Gretchen estiró las piernas de nuevo y él
sintió la calidez de su muslo. Llevaba chanclas y las uñas pintadas
de rosa chillón.
—Esto no se parece en nada a como yo lo
recordaba. Es alucinante —comentó Falk, mirando a los críos subirse
a los columpios—. ¿De dónde ha salido el dinero?
—De una de esas organizaciones de
beneficencia para las zonas rurales. Hace un par de años tuvimos
suerte y unos filántropos ricachones nos dieron una subvención.
Pero no debería burlarme, es genial. El mejor sitio de todo el
pueblo, y siempre está a tope, a los críos les encanta. Compensa lo
mal que me sentí al ver que quitaban nuestro banco.
Sonrió mientras los dos observaban cómo un
niño enterraba a su amigo en el cajón de arena.
—Para los pequeños es fabuloso. Dios sabe
que aquí no tienen mucho más que hacer.
A Falk le vino a la mente la pintura
desconchada y el aro de baloncesto solitario del patio de la
escuela.
—Supongo que compensa lo del colegio. Estaba
mucho peor de lo que yo lo recordaba.
—Sí, otra cosa que agradecerle a la
sequía.
Gretchen abrió una botella de agua, bebió un
sorbo y se la ofreció con el mismo gesto con que antes le ofrecía
vodka. Una intimidad muy natural. Falk la aceptó.
—La comunidad no tiene dinero —explicó
ella—. Todo lo que el pueblo consigue del gobierno va a las
subvenciones de los granjeros y no queda nada para los críos. Por
suerte tenemos a Scott de director, que al menos parece que no le
importe todo una mierda. Aunque una cuenta vacía tampoco da para
tanto. No podemos pedir más a los padres.
—¿No podéis sacárselo a los filántropos
ricachones otra vez?
Ella esbozó una sonrisa triste.
—Ya lo hemos intentado y creíamos que este
año iba a caernos una buena cantidad. Pero eran una tropa distinta,
un grupo privado. La Fundación Educativa Crossley, ¿te suena?
—Creo que no.
—Las típicas almas caritativas sensibleras,
pero parecían justo lo que necesitábamos. Dan dinero a las escuelas
rurales que pasan dificultades, pero parece que hay otros colegios
que son más rurales o pasan más dificultades que el nuestro, aunque
cueste creerlo. Que Dios los ayude. Llegamos a la última fase, pero
no hubo suerte. Supongo que seguiremos buscando y el año que viene
lo intentaremos de nuevo. Mientras tanto, ¿quién sabe? En cualquier
caso... —interrumpió la frase para saludar a su hijo, que intentaba
llamar su atención desde lo alto del tobogán y que se tiró mientras
lo miraban—, de momento Lachie está contento en la escuela, y eso
ya es algo.
El niño se acercó al trote y ella cogió la
fiambrera de plástico y le ofreció un sándwich. El pequeño no le
hizo caso y se concentró en Falk.
—Hola, chaval —lo saludó él, ofreciéndole la
mano—. Me llamo Aaron, nos conocimos el otro día, ¿te acuerdas? Tu
madre y yo éramos amigos de jóvenes.
Lachie le estrechó la mano y sonrió de oreja
a oreja por la novedad del gesto.
—¿Me has visto en el tobogán?
—Claro que sí —respondió Gretchen, pero la
pregunta no era para ella.
Falk asintió con la cabeza.
—Eres muy valiente —le reconoció al niño—.
Desde aquí parece muy alto.
—Puedo hacerlo otra vez. Mira.
Lachie salió corriendo y Gretchen lo miró
con una expresión peculiar. El niño esperó a que Falk estuviese
prestándole atención antes de tirarse y, al llegar abajo, fue
directo a la escalera para repetirlo. Falk levantó los
pulgares.
—Gracias —dijo Gretchen—. Ahora mismo está
obsesionado con los hombres adultos. Creo que empieza a darse
cuenta de que otros chavales tienen padre y... bueno, ya sabes. —Se
encogió de hombros sin mirar a Falk a los ojos—. De eso va la
maternidad, ¿no? Dieciocho años de un sentimiento de culpa
aplastante.
—¿Su padre no te ayuda en absoluto?
Él mismo se percató de la nota de curiosidad
en su voz. Gretchen también y sonrió con complicidad.
—No. Y no pasa nada, puedes hacer preguntas.
Su padre se marchó, no lo conocías. No era de aquí, era un
trabajador que estuvo por la zona una temporada y lo único que sé
de él es que me dejó este hijo maravilloso. Y sí, soy consciente de
que eso no suena muy bien.
—No suena ni bien ni mal. Suena a que Lachie
tiene suerte de tenerte —respondió Falk.
Mientras observaba al niño subir
atléticamente la escalera del tobogán, se preguntó qué aspecto
tendría el padre.
—Gracias. Yo no siempre lo siento así. A
veces me pregunto si debería esforzarme por conocer a alguien. Por
los dos, para que Lachie tenga una familia y sepa cómo es que tu
madre no esté estresada y agotada todo el tiempo. Pero no
sé...
Dejó la frase colgada y a Falk le preocupó
que se sintiese avergonzada, pero de pronto le sonrió.
—En Kiewarra las reservas de hombres con los
que salir están muy bajas. La sequía también les ha afectado.
—Entonces, ¿no te has casado? —preguntó, y
Gretchen negó con la cabeza.
—No, nunca.
—Yo tampoco.
—Ya lo sé —contestó ella con un brillo
travieso en la mirada.
Falk no sabía cómo lo hacían, pero las
mujeres siempre estaban al tanto de esas cosas. Se miraron de reojo
y se sonrieron. Imaginó a Gretchen y a Lachie viviendo solos en la
vasta propiedad que ella les había comprado a los Kellerman y
recordó el aislamiento sobrecogedor de la de los Hadler. Incluso
él, que disfrutaba de la soledad más que la mayoría, empezaba a
ansiar tener compañía después de unas horas rodeado sólo de
campos.
—Estarás muy sola sin nadie más en la granja
—comentó, y de inmediato deseó haberse mordido la lengua—. Perdona,
pretendía ser una pregunta, no una frase horrible para ligar
contigo.
Gretchen se rio.
—Ya lo sé. Aunque con comentarios como ese
aquí encajarías mejor de lo que crees. —De pronto se le ensombreció
el semblante—. Pero sí, a veces lo pienso. No es la falta de
compañía lo que me afecta, sino la sensación de estar lejos de
todo. La cobertura de internet no es buena y a menudo casi no la
hay ni de móvil. De todos modos tampoco es que haya mucha gente
intentando llamarme.
Hizo una pausa y sus labios se convirtieron
en una línea tensa.
—¿Sabes que ni siquiera me enteré de lo que
le había pasado a Luke hasta la mañana siguiente?
—¿En serio?
Falk estaba impresionado.
—Sí. Ni a una sola persona se le ocurrió
llamarme. Ni a Gerry ni a Barb ni a nadie más. A pesar de todo lo
que habíamos vivido juntos, supongo que yo... —se encogió de
hombros— no era una prioridad. La tarde del suceso recogí a Lachie
del colegio, fuimos a casa y cenamos. Lo acosté y vi una
película.
»Todo muy corriente y aburrido, pero resulta
que fue la última noche normal, ¿sabes? No había sido nada
especial, pero daría lo que fuera por que las cosas volviesen a ser
así de nuevo. Al día siguiente, cuando llegué a la puerta del
colegio, todo el mundo estaba comentándolo. Sentí que todo el mundo
lo sabía y... —Una lágrima se le deslizó por la nariz—. Nadie se
había molestado en llamarme. No daba crédito. O sea, no me creía lo
que estaba oyendo, de verdad. Pasé en coche por delante de la
granja, pero no conseguí acercarme. La carretera estaba cortada y
había policías por todas partes. Así que me fui a casa y, para
entonces, ya salía en las noticias. Ya no había forma de no
enterarse.
—Lo siento mucho, Gretch —dijo Falk,
posándole una mano en el hombro—. Si te sirve de consuelo, a mí
tampoco me avisó nadie. Me enteré cuando vi su foto en
internet.
Falk todavía sentía la impresión que se
había llevado al ver aquellos rasgos conocidos junto al terrible
titular. Gretchen asintió y de pronto fijó la vista en algo que él
tenía detrás. Le cambió la expresión y se apresuró a secarse los
ojos.
—Mierda. Cuidado, por detrás viene Mandy
Vaser, ¿te acuerdas? En aquella época se apellidaba Mantel. Joder,
ahora no tengo ganas de verla.
Falk se volvió. La chica pelirroja de rasgos
afilados que él recordaba como Mandy Mantel había sufrido una
metamorfosis que la había convertido en una mujer menuda y
arreglada, con una melena corta de color rojo brillante. Llevaba un
bebé pegado al pecho con una especie de complicado cabestrillo que,
a primera vista, tenía el aspecto de estar fabricado con fibra
natural y anunciarse como ecológico. Al verla acercarse con paso
marcial por la hierba amarillenta, Falk comprobó que conservaba los
rasgos afilados.
—Se casó con Tim Vaser, que tenía un año o
dos más que nosotros —le susurró Gretchen, mientras Mandy se
aproximaba—. Tiene un par de críos en la escuela y, desde que se
nombró a sí misma portavoz del grupo de madres ansiosas, está muy
ocupada.
Mandy se detuvo delante de ellos. Miró a
Falk, luego el sándwich de jamón que tenía en la mano y otra vez a
Falk con un rictus de desagrado en la boca.
—Hola, Mandy —la saludó él.
Ella le dejó muy claro que no pensaba
contestar, y se limitó a ponerle la mano detrás de la cabeza al
bebé como para protegerlo de su saludo.
—Gretchen, siento interrumpirte —se
disculpó, pese a que no parecía sentirlo en absoluto—. ¿Te
importaría venir a nuestra mesa un momento? Queremos hablar
contigo.
Lanzó una breve mirada a Falk y enseguida la
apartó.
—Mandy —contestó Gretchen sin entusiasmo—,
¿te acuerdas de Aaron? Antes vivía aquí. Ahora trabaja para la
Policía Federal.
Puso énfasis en la última frase.
Falk se acordó de que Mandy y él se habían
besado en una ocasión, en un baile para adolescentes, si no
recordaba mal. Mientras las luces tenues relucían en las paredes
del gimnasio del instituto y un equipo de música atronaba en un
rincón, ella lo había sorprendido invadiendo su boca con su lengua
de niña de catorce años con sabor a refresco barato de limón. Se
preguntó si Mandy lo recordaría. Por cómo estaba frunciendo el ceño
y evitaba mirarlo a la cara, estuvo seguro de que sí.
—Me alegro de volver a verte —la saludó
Falk, tendiendo la mano. No porque tuviese un interés especial en
estrechársela, sino porque era evidente que hacerlo la incomodaría.
Mandy se la miró y él notó que hacía un esfuerzo por reprimir la
reacción automática de cortesía. Al final lo logró y lo dejó con la
mano suspendida en el aire. Falk estuvo a punto de concederle
cierto respeto por ello.
—Gretchen —repitió Mandy, que estaba
perdiendo la paciencia—. Queremos hablar contigo.
Gretchen la miró a los ojos sin hacer ademán
de moverse.
—Cuanto antes lo sueltes, Mandy, antes te
diré que te metas en tus asuntos y antes podremos concentrarnos en
pasar bien el domingo.
La otra se puso tensa. Miró por encima del
hombro hacia la mesa donde un grupo de madres con un corte de pelo
similar observaban tras las gafas de sol.
—De acuerdo. Muy bien. Yo, nosotras, no
estamos cómodas teniendo a Aar... a tu amigo tan cerca de nuestros
hijos. —Miró a Falk—. Nos gustaría que te marchases.
—Recibido —contestó Gretchen.
—Entonces, ¿se va?
—No —respondieron Falk y Gretchen al
unísono.
Lo cierto era que ya debía de ser hora de ir
a la comisaría a encontrarse con Raco, pero no pensaba permitir que
la dichosa Mandy Mantel lo echase de allí. Mandy entrecerró los
ojos y se agachó un poco.
—Escuchad una cosa —dijo—, ahora mismo somos
las otras madres y yo, y estamos pidiéndotelo bien. Pero si crees
que de ese modo lo entenderás mejor, no cuesta nada que vengan los
padres a pedírtelo sin tanta educación.
—Por Dios bendito, Mandy —saltó Gretchen—,
es policía. ¿Entiendes lo que te digo?
—Sí, pero también hemos oído lo que le hizo
a Ellie Deacon. —Por todo el parque había grupos de padres
contemplando la escena—. En serio, Gretchen, ¿tan desesperada estás
que no te importa poner a tu propio hijo en peligro? Ahora eres
madre, compórtate como es debido.
Falk se acordó de que el hombre que se había
convertido en el marido de Mandy había escrito un poema para
Gretchen y lo había recitado en público un Día de los Enamorados.
No era de extrañar que se regodeara en la sensación de tener, por
una vez, la sartén por el mango.
—Si piensas pasar mucho tiempo con éste...
con esta persona, Gretchen —continuó Mandy—, no te sorprenda que
avise a los de Servicios Sociales. Por el bien de Lachie.
—Eh... —intervino Falk, pero Gretchen lo
interrumpió.
—Mandy Vaser —dijo en voz baja pero
acerada—, si te crees tan lista, haz algo inteligente por una vez
en tu vida: da media vuelta y márchate de aquí.
La otra irguió más la espalda para mostrar
que no estaba dispuesta a ceder terreno.
—Y una cosa más, Mandy, ándate con ojo. Si
mi hijo derrama una sola lágrima o deja de dormir aunque sea un
solo minuto por algo que tú hayas hecho...
El tono gélido de Gretchen era una novedad
para Falk. En lugar de acabar la frase, la dejó en el aire.
Mandy abrió mucho los ojos.
—¿Estás amenazándome? Ese lenguaje es
agresivo y me lo tomo como una amenaza. No me lo puedo creer,
después de todo lo que hemos tenido que soportar en este
pueblo.
—¡La que amenazas eres tú! Servicios
Sociales, y una mierda.
—Sólo quiero que Kiewarra sea un lugar
seguro para nuestros hijos. ¿Te parece pedir demasiado, o es que
las cosas no son ya lo bastante horribles? Sé que Karen no te caía
bien, pero al menos podrías demostrar algo de respeto,
Gretchen.
—Ya basta, Mandy —intervino Falk con
sequedad—. Por el amor de Dios, cállate y déjanos en paz.
Ella lo señaló.
—No, márchate tú. —Dio media vuelta y echó a
andar deprisa—. Voy a llamar a mi marido.
La frase flotó por todo el parque tras
ella.
Gretchen tenía la cara enrojecida y, cuando
bebió un trago de agua, Falk vio que le temblaban las manos. Fue a
tocarle el hombro, pero se dio cuenta de que había gente mirando y
no quería estropear más las cosas.
—Lo siento. No debería haber venido a verte
aquí.
—No es culpa tuya —contestó ella—. Hay mucha
tensión y el calor lo estropea todo aún más. —Respiró hondo y
esbozó una media sonrisa—. Además, Mandy siempre ha sido un mal
bicho.
Él asintió.
—Eso es verdad.
—Y para que conste, no es que Karen no me
cayese bien, sólo que no teníamos una relación muy cercana. En la
escuela hay muchísimas madres, no puedes ser amiga de todas. Como
salta a la vista —añadió, señalando la espalda de Mandy con la
barbilla.
Falk abrió la boca para contestar cuando le
vibró el móvil. No hizo caso y Gretchen sonrió.
—No pasa nada, cógelo.
Él miró el mensaje de texto con una mueca de
disculpa, y antes de acabar de leerlo ya se había levantado como un
resorte.
Cinco palabras de Raco:
«Jamie Sullivan mentía. Ven ya.»