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A las cinco de la tarde del domingo, Chase colgó el vídeo de Carretera a ninguna parte en la página de su grupo de Facebook (que tenía el mismo nombre) y también en YouTube. La página ya había recibido más de doscientos «Me gusta», y muchos empezaron a colgar el enlace para ver el vídeo. Sebastian Ryan lo envió directamente a otro grupo medioambiental contrario a la carretera, que a su vez lo reenvió a todos sus miembros.

Lo último que hizo Theo el domingo antes de acostarse fue entrar en YouTube: mil ochocientas ochenta y tres personas habían visto ya el vídeo, incluidos sus padres. Parecían satisfechos, pero también preocupados porque su hijo hubiera asumido un papel público tan destacado en un conflicto político de tal magnitud.

Cuando Theo se despertó el lunes por la mañana, más de tres mil personas habían visto el vídeo. Al llegar a la escuela, sus compañeros no hablaban de otra cosa. A la hora del almuerzo, el número de visitas superaba ya las cuatro mil. Y cuando Theo entró en el despacho de Ike para su cita semanal de los lunes, la cifra era de casi cinco mil.

La noche anterior, Theo había enviado el vídeo a Ike por e-mail. Y este se había pasado el día mandando el enlace a todos sus conocidos. Además, había leído numerosos comentarios.

—Casi todos son buenos —dijo Ike—. Parece que habéis conseguido tocar la fibra.

Theo también había leído muchos comentarios y estaba abrumado por la respuesta. Obviamente, la mayoría eran de gente que se oponía al proyecto. Habían disfrutado un montón viendo los duros ataques contra la carretera, y muchos reconocían haberse reído con la escena en la que los jugadores de fútbol caían desplomados bajo los gases tóxicos. Así pues, no era de extrañar que hubiese muy pocas críticas. Una de ellas decía que era «un vídeo muy malo de dos minutos, grabado por una pandilla de críos que no votan, no conducen, no pagan impuestos y, por supuesto, no leen los periódicos». Pero, en líneas generales, el vídeo había sido muy bien recibido.

Ike quiso saber cómo lo habían filmado, y Theo se lo contó con todo detalle. Se atribuyó el mérito por lo de las bombas de humo, pero reconoció que la idea de las mascarillas había sido de Hardie. A Ike le encantó que hubieran incluido a Judge, pero pensaba que el perro tenía un aspecto bastante lamentable con la mascarilla.

Siguieron charlando y riendo durante casi media hora antes de que Theo se marchara. Ninguno de ellos mencionó la información secreta que el chico había encontrado en la carpeta de Joe Ford. Pero Theo no la había olvidado, solo que no sabía qué hacer con ella.

 

 

El martes, después de la hora del almuerzo, la directora Gladwell llamó a Theo a su despacho. Cuando llegó, se encontró allí al periodista Norris Flay, con su habitual sonrisa sarcástica. Siempre que le veía, parecía que acabara de levantarse de la cama. Llevaba la ropa arrugada, el pelo revuelto, y rara vez se afeitaba. Theo había visto a indigentes con mejor pinta que la suya.

La directora y el periodista estaban de pie en el des pacho.

—El señor Flay quiere hablar contigo, Theo —dijo la señora Gladwell.

—Ya nos conocemos —contestó el chico mirándolo con aire receloso.

—Estoy trabajando en un artículo sobre ese vídeo, Theo —empezó Flay—. Es una historia muy buena y me gustaría hablar contigo y con tus amigos, los chicos que lo grabasteis. Se ha convertido en un fenómeno viral, ¿no te parece? Diez mil visitas en las primeras treinta y seis horas.

—Está yendo bastante bien —admitió Theo.

—Ha levantado mucho revuelo, y eso es noticia. Por eso estoy aquí.

Norris Flay estaba en todas partes, siempre husmeando en busca de basura informativa. Aunque, de vez en cuando, encontraba una buena historia.

—¿Usted qué opina, señora Gladwell? —preguntó Theo.

—Yo que tú lo consultaría con tus padres.

—Buena idea.

Theo se apartó un poco y llamó a su madre. La señora Boone pensaba que su hijo ya había recibido demasiada atención mediática con todo ese asunto. Pero, por otra parte, tenía la impresión de que aquella ruidosa protesta por parte de un grupo de escolares podría girar la tortilla en contra de la carretera. Advirtió a Theo de que tuviera mucho cuidado con lo que decía, y que evitara aquellas palabras que tanto le gustaban como «matones» y «corruptos». Además, le aconsejó que no respondiera a ninguna pregunta relacionada con bombas de humo.

Después de clase, Theo, Hardie, Woody, Chase y April se reunieron con Norris Flay en un aula vacía. También estaba presente el señor Mount, muy atento a todo lo que se decía. Enseguida quedó claro que al periodista le había divertido el vídeo —incluso afirmó estar en contra de la carretera—, y formuló preguntas sencillas. Dijo que admiraba el talento cinematográfico de los chicos, pero también estaba muy impresionado por sus conocimientos sobre el tema. Se habían informado muy bien y sabían más sobre el proyecto que algunos de los políticos a los que había entrevistado. Hardie hizo una eficaz descripción de cómo la carretera destruiría la granja de su familia y la vida de sus abuelos. Theo demostró estar más al corriente sobre cuestiones de expropiación que algunos de los abogados con los que Flay había hablado. Al final, el periodista sacó su cámara y tomó varias fotos de grupo. No podía asegurarles cuándo saldría publicado el artículo, pero tenía la impresión de que sería pronto.

 

 

Theo había puesto el despertador a las seis y media, y saltó inmediatamente de la cama para consultar en internet la Gaceta de Strattenburg. Se quedó de piedra. El enorme titular en primera página anunciaba: UN VÍDEO VIRAL SACUDE EL CONFLICTO DEL CINTURÓN. Debajo, había dos fotos. La primera era una imagen en color extraída del vídeo. En ella salía el grupo de activistas junto al cartel de la Escuela de Primaria Jackson, todos con las máscaras amarillas. Y, debajo de esta, una de las fotos tomadas por Norris Flay la tarde anterior. Junto a ella aparecían los nombres de los chicos.

Theo leyó rápidamente el artículo con un nudo en el estómago. Rezaba para que no hubieran tergiversado sus palabras, y también para que no hubiera dicho nada por lo que pudieran demandarle. Por suerte, no era así. Flay había hecho un buen trabajo describiendo el vídeo, que ya había recibido más de quince mil visitas, e incluso había publicado el enlace para poder verlo. Escribió que el vídeo estaba causando muchos problemas a los cinco comisionados, que se habían visto inundados de llamadas y correos de gente muy enfadada, y algunos incluso se habían presentado en las oficinas del condado exigiendo hablar con ellos en persona. Flay también había visitado la Escuela de Primaria Jackson y había entrevistado a algunos padres. Una de las madres, con cuatro hijos, declaraba que en su gran familia había diecisiete votantes registrados. Y aseguraba que ninguno de ellos volvería a apoyar a un comisionado que votara a favor de la carretera. Otra madre afirmaba que sacaría a sus dos hijos de la escuela y les pondría un profesor privado. Un padre furioso decía que estaba organizando a las otras familias y recaudando dinero para contratar a abogados que se opusieran al proyecto. Una maestra de preescolar, que había pedido que su nombre no apareciera, había declarado: «Me indigna la falta de consideración por la seguridad de nuestros niños».

De forma nada sorprendente, el único comisionado dispuesto a hablar fue el señor Mitchell Stak, que se mostró tan agresivo como de costumbre. Afirmó no haber visto el vídeo, pero aun así lo calificó de «propaganda barata e infantil». En cuanto a las llamadas, correos, cartas y visitas de gente indignada, dijo: «Esto es la democracia. Creo en la Primera Enmienda, en el derecho a expresarse libremente, y animo a toda la gente de mi distrito a que hagan oír su voz». Y luego prosiguió alabando las grandes ventajas de construir la carretera.

Theo masculló entre dientes:

—Y ni una sola palabra de que tu yerno se enriquecerá si se aprueba el proyecto.

Se oyó un suave golpe en la puerta y luego esta se abrió. La señora Boone entró en la habitación y dijo:

—Buenos días, Theo. No podías esperar a leer el periódico de la mañana, ¿eh?

Theo sonrió. «Me has pillado.»

—Buenos días, mamá.

—He preparado chocolate caliente —dijo sosteniendo dos tazas altas.

—Gracias, mamá.

Su madre se sentó en la cama, con Judge husmeando a escasos centímetros en busca de su propia ración de chocolate.

—Un buen artículo, ¿eh?

—Muy bueno —respondió Theo—. La verdad es que estaba preocupado.

—Muy sensato por tu parte. Está bien preocuparse cuando hay periodistas de por medio.

—¿Lo ha leído papá?

—Sí. Hemos estado hablando de ello en la cocina.

—¿Se ha enfadado?

Su madre le dio unas palmaditas en la rodilla y dijo:

—No, Theo. Tu padre y yo estamos muy orgullosos. Es solo que, digamos, nos preocupa que estés metido en medio de un conflicto en el que no debería haber niños de por medio.

—¿En serio, mamá? ¿Y qué hay de los niños que van a esa escuela? ¿Y de los que juegan al fútbol en ese complejo? ¿Y de los niños que se verán obligados a respirar los gases contaminantes? ¿Y qué hay de los chavales como Hardie, cuya familia se quedará sin sus tierras, y otros que perderán sus hogares?

La señora Boone tomó un sorbo de chocolate y sonrió a Theo. Su hijo tenía razón, y ella lo sabía. Aun así, el chico no era consciente de lo despiadado que podía ser el mundo de la política cuando había tantos intereses en juego.

—No he venido aquí para discutir. Tu padre y yo solo intentamos protegerte.

—Lo sé, créeme que lo sé.

Se produjo un largo silencio y los dos se quedaron mirando al suelo. Theo tomó un sorbo de chocolate y finalmente dijo:

—Mamá, la audiencia pública es el martes que viene. Y me gustaría mucho ir. ¿Os parecería bien a ti y a papá que fuera?

—Pues claro, Theo. Yo también iré. Estoy en contra de la carretera y quiero dejárselo muy claro a los comisionados.

—Fantástico, mamá. ¿Y qué hay de papá?

—No creo que vaya. Ya sabes que no le gustan mucho ese tipo de asambleas.

—Ya.

Su madre se marchó, y luego Theo bajó con Judge a la cocina. Cumplió con su rutina habitual más deprisa que nunca: ducharse, cepillarse los dientes y los aparatos, vestirse y desayunar.

Estaba deseando llegar a la escuela.