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El martes, después del timbre del final de las clases, el grupo de activistas se reunió en el auditorio de la escuela. Estaría vacío durante una media hora, hasta que empezaran los ensayos para la función de sexto curso. El señor Mount había reservado la sala con el vago pretexto de que su equipo de debate necesitaba practicar. Dispusieron rápidamente el escenario para simular un debate, con un atril en el centro y dos largas mesas plegables a los lados. Para que todo pareciera más real, acercaron una docena de sillas que fueron ocupadas por varios amigos reclutados por Theo y Hardie. Y, a fin de mejorar la calidad de la grabación, el señor Mount utilizó una cámara de vídeo con trípode. Cuando todo estuvo dispuesto, el profesor anunció fuera de plano:
—Y ahora, es el turno de Theodore Boone.
Theo se levantó del asiento que ocupaba detrás de su mesa de debate. A su derecha estaban Hardie, Chase y Woo dy, los cuatro luciendo pajaritas y unas mascarillas quirúrgicas de un color amarillo intenso. Theo caminó hasta el atril y saludó con la cabeza al equipo contrario, compuesto por Justin, Brian, Darren y Edward, otros cuatro voluntarios de la clase de Tutoría del señor Mount. Llevaban también pajaritas y mascarillas de color amarillo. Los espectadores estaban agrupados muy juntos enfrente del atril. Entre ellos se hallaban April y algunos compañeros de Tutoría de Hardie, que también ocultaban el rostro detrás de una máscara amarilla.
El padre de Hardie las había encontrado en internet: nueve dólares por una caja de cincuenta, disponibles en todos los colores imaginables.
Theo se bajó la mascarilla de la cara y, mirando a cámara con el ceño fruncido, empezó su discurso.
—Me llamo Theo Boone, y el asunto que hoy nos ocupa es el llamado Cinturón de Red Creek.
Tosió un par de veces, y luego volvió a cubrirse la boca y la nariz con la mascarilla. Junto al atril había un gran mapa del condado. El trazado de la carretera aparecía destacado en un color rojo sangre, como si fuera una gran herida que rasgara el paisaje. Theo señaló el mapa y prosiguió:
—El cinturón partirá de la autopista 75, rodeará la ciudad de Strattenburg y se adentrará en una zona rural, donde destruirá cincuenta casas, varias granjas, una ruta de senderismo y una iglesia de gran valor histórico. Además, cada día circularán por la carretera unos veinticinco mil vehículos, entre coches y camiones, que pasarán por delante de la Escuela de Primaria Jackson.
Al oír aquellas palabras, los espectadores dejaron escapar pequeños silbidos y abucheos.
—Asimismo —continuó Theo—, obligará a derribar parte de este complejo futbolístico de aquí, y atravesará el río Red Creek en dos puntos de su cauce.
Más silbidos y abucheos.
—La carretera costará doscientos millones de dólares, y el proyecto está impulsado por empresarios, políticos y las grandes compañías de transporte al norte y al sur de Strattenburg.
Nuevos silbidos y abucheos.
—Uno de los aspectos más graves de todo este asunto se encuentra justo aquí, en la Escuela de Primaria Jackson. A ella van unos cuatrocientos alumnos, desde preescolar hasta quinto curso. No se ha hecho ningún estudio fiable sobre cómo el ruido y la contaminación afectarán a esos niños, pero está muy claro que la calidad del aire se verá seriamente perjudicada.
Al oír esas palabras, todo el mundo en la sala empezó a toser, incluidos los miembros del equipo contrario. Theo concluyó con gran dramatismo:
—En resumen, esta carretera es un pésimo proyecto, un despilfarro de dinero y una idea peligrosa, y nunca debería construirse.
Y, dicho esto, se retiró del atril con paso enérgico, como si estuviera dispuesto para la lucha.
El público consiguió dejar de toser y empezó a aplaudir.
Por parte del equipo contrario, Justin se dirigió rápidamente al atril. Y, desde detrás de su mascarilla amarilla, comenzó a hablar:
—No estoy de acuerdo. Esta carretera tiene que ser construida para que alguna gente se enriquezca: compañías de transporte, promotores inmobiliarios, empresas de construcción… Ellos y otros muchos obtendrán enormes beneficios. Lo cual será especialmente bueno para ellos, pero también para todos nosotros.
Los espectadores estallaron en sonoros silbidos y abucheos.
—Cuanto más dinero ganen, más impuestos pagarán… bueno, al menos algunos de ellos. Y cuantos más impuestos se recauden, más cosas podrán hacer nuestros dirigentes con ese dinero. ¿Es que no lo entendéis?
Por lo visto, el público no lo entendía, y prosiguió con sus ruidosas muestras de descontento.
En ese momento, el señor Mount intervino:
—Muy bien, vamos a cortar un rato antes de seguir.
El objetivo final de todo aquello era grabar un vídeo de dos minutos. La primera escena sería la del acalorado debate, y ocuparía unos treinta segundos. Bajo la dirección del señor Mount, rodaron una nueva toma, y luego otra. En esta última, los dos equipos empezaron a gritarse unos a otros, lanzándose insultos como «¡Mentiroso!», «¡Corrupto!» y «¡Sinvergüenza!» de forma un tanto exagerada. Mientras Justin vociferaba ante el atril, los espectadores comenzaron a tirarle bolas de papel. Y, gracias a las mascarillas que cubrían sus rostros, les resultó fácil ocultar las risas y sonrisas que se les escapaban.
Después de media hora, Theo, Hardie y el señor Mount se dieron por satisfechos. Tenían metraje suficiente para la gran escena inicial.
Más adelante, el rodaje empezó a complicarse. Para la segunda escena se necesitaban muchos más actores, y había mucho más riesgo de que algo saliera mal.
El miércoles después de clase, los activistas se reunieron en un antiguo campo de softball que quedaba cerca de la escuela. Aún faltaban varios meses para que comenzara la temporada y suponían que esa tarde estaría vacío. Sin embargo, en Strattenburg, como en la mayoría de las ciudades, era difícil encontrar campos disponibles cuando se trataba de fútbol. Los entrenadores recorrían los barrios en busca de algún espacio abierto que pudieran utilizar para entrenar o jugar. Incluso se habían producido algunas peleas por ese motivo. El flamante complejo cercano a la Escuela Jackson se había construido para proveer de buenos terrenos de juego y reducir así la presión. Estaba lleno las cinco tardes laborables y los fines de semana. Aun así, parecía que nunca hubiera campos suficientes para jugar al fútbol.
Afortunadamente, esa tarde no había ningún partido ni entrenamiento en el campo de softball. Y, a las cuatro en punto, empezaron a llegar coches y bicicletas. Se presentaron muchos de los jugadores del Red United, el equipo de Hardie, que enseguida se cambiaron de ropa y se pusieron el uniforme. Su entrenador, Jack Fortenberry, trajo una bolsa llena de balones, varios conos de color naranja, una pequeña portería portátil con red y todo, y varias camisetas de entrenamiento para el otro equipo. El otro «equipo» estaba compuesto por una desgarbada panda de chicos que no tenían mucha idea de jugar al fútbol. En su mayoría, eran compañeros de las clases de Tutoría de Theo y Hardie.
Finalmente, saltaron al campo unos quince jugadores: la mitad con el uniforme del Red United, la otra mitad con las camisetas de entrenamiento. Pero todos llevaban las mascarillas quirúrgicas de color amarillo intenso, como si el aire que los rodeaba fuera venenoso. A lo largo de las bandas estaban los padres de los chicos, también con máscaras amarillas. Sostenían pancartas hechas a mano en las que se leían cosas del tipo: STOP AL CINTURÓN, PROTEJAMOS A NUESTROS NIÑOS o NO A LOS GASES CONTAMINANTES. Muchos de los adultos eran familiares y amigos de los Quinn.
Para dar mayor dramatismo, y también un toque de humor, los dos entrenadores, el señor Fortenberry y el señor Mount, se habían puesto unas voluminosas máscaras antigás, que recordaban a las utilizadas en la Primera Guerra Mundial. No eran auténticas —Hardie las había encontrado en internet por diez dólares cada una—, pero lo parecían.
Theo era el encargado de los efectos especiales. Tras calcular la dirección del viento, él y Chase se dirigieron más allá de la línea de foul, en el lateral derecho. Cuando nadie miraba, encendieron una bomba de humo, la tiraron al suelo y se alejaron corriendo. Una ligera brisa elevó la bruma azulada y la empujó lentamente hacia el campo.
Theo había hecho sus deberes. Había una ordenanza municipal que prohibía el uso de fuegos artificiales sin los permisos necesarios. Y, por supuesto, el chico no había pedido ningún tipo de autorización. Sin embargo, los fuegos artificiales eran, por definición, unos dispositivos o artilugios diseñados para causar un gran estruendo. Y, según Theo, una silenciosa bomba de humo no incumplía la ordenanza municipal. Esa era la defensa que tenía preparada en el caso de que lo pillaran. No obstante, resultaba muy improbable que eso sucediera. ¿Quién iba a denunciarle? Todos los que estaban allí jugaban, por así decirlo, en el mismo equipo.
Cuando la ligera bruma se instaló sobre el campo, dio comienzo el partido. Aunque no era exactamente un partido, sino un montón de chicos persiguiendo un balón y chutando lo más lejos posible. Mientras correteaban, no paraban de toser y llevarse las manos a la garganta. Siguiendo las instrucciones de Theo, algunos se dejaron caer jadeando y resollando, presas de un ataque provocado por los gases contaminantes. Theo y Hardie grabaron también a los padres y aficionados con sus pancartas, y a los entrenadores tratando de gritar bajo sus máscaras antigás. Y filmaron un lanzamiento de penalti en el que, cuando la pelota impactó contra el portero, este simuló caer muerto.
La toma final fue un patético plano de todos los jugadores tirados sobre el campo, boqueando y resollando como soldados moribundos después de una batalla campal.
En ese momento apareció un anciano que vivía por allí cerca y que empezó a hacer preguntas.
—¿De dónde viene todo ese humo?
Todos los presentes se encogieron de hombros.
—¿Estáis bien, chicos?
Los chavales se fueron levantando poco a poco, volvieron a encogerse de hombros y empezaron a alejarse.
—¿Queréis que llame al 911?
—No hace falta —contestó el señor Mount.
—¿Por qué todo el mundo lleva máscara?
—Por la contaminación —respondió Theo, y se montó en su bici.
El domingo por la tarde, el complejo futbolístico estaba a rebosar. Había diez partidos en juego y resultaba prácticamente imposible encontrar sitio en las zonas de aparcamiento. Hardie había jugado por la mañana y tenía la tarde libre. Theo, Chase, Woody y April se reunieron con él cerca de la escuela de primaria. Iban a rodar otra escena.
La carretera de entrada al centro escolar era la misma que conducía al complejo futbolístico, por lo que había mucho tráfico. Debían ir con cuidado. No era ningún delito pasear por el campus de una escuela pública en fin de semana, pero Theo no quería que algún curioso hiciera preguntas. Sabía por experiencia que, por las noches y durante el fin de semana, los guardias de seguridad solían echar un vistazo a las instalaciones escolares.
Tras ponerse las mascarillas amarillas, el grupo posó para hacerse unas fotos junto al gran cartel de ESCUELA DE PRIMARIA JACKSON situado en la entrada del campus. Luego rodearon el edificio principal hasta llegar a un patio de recreo. No se veía a ningún guardia de seguridad ni a ningún empleado de la escuela. Theo lanzó otra bomba de humo y se alejó. La bruma se instaló rápidamente sobre el patio. Chase se encargó de manejar la cámara de vídeo mientras Theo, April, Hardie y Woody se montaban en los columpios y empezaban a impulsarse y surcar el aire. Aunque las mascarillas ocultaban sus rostros, a sus trece años eran demasiado mayores para pasar por alumnos de primaria. Sin embargo, si rodaban desde cierta distancia, la escena podría funcionar. Chase fue retrocediendo cámara en mano hasta que, a unos cincuenta metros, encontró el enfoque adecuado. El plano quedó fantástico: varios niños en un patio de recreo, con las caras cubiertas para protegerse de una nube de gases contaminantes que se cernía sobre ellos.
—¡Perfecto! —gritó Chase a sus amigos—. Sencillamente perfecto.
El sábado por la noche, Theo y Hardie se quedaron a dormir en casa de Chase Whipple. Los Boone y los Whipple eran muy buenos amigos, y de vez en cuando sus hijos pasaban la noche en casa del otro. Los chicos dijeron que querían ver un par de películas, pero en realidad iban a montar el vídeo. Chase conocía una página web donde se podían adquirir imágenes de todo tipo. Por solo seis dólares (pagados con la tarjeta de crédito del padre de Hardie) descargaron escenas de grandes camiones circulando a toda velocidad, rugiendo y expulsando gases por sus tubos de escape. También se bajaron imágenes de un enorme atasco en una autopista de cuatro carriles, con el tráfico avanzando a paso de tortuga. Y, con el permiso de Sebastian Ryan, utilizaron diagramas e imágenes de la página web del Consejo Medioambiental de Strattenburg.
Lo descargaron todo en el portátil de Chase, que sería el montador oficial. Chase podía hacer casi cualquier cosa con un ordenador. Había grabado discos y películas, creado cómics y cuentos ilustrados, diseñado proyectos de ciencias y organizado chats interactivos con niños de todo el mundo. En las Olimpiadas Informáticas que se celebraban anualmente en la escuela había ganado la medalla de oro los tres últimos años, a menudo compitiendo contra chicos mayores que él. Si había que buscar algo en internet, Chase lo encontraba antes de que los demás hubieran apretado el botón de encendido. Y podía dominar cualquier programa informático en cuestión de minutos.
Poco a poco, mientras visionaban las imágenes y proponían y discutían ideas, el vídeo fue cobrando forma.
Empezaba con la pantalla en negro. De fondo sonaba el ruido de los motores diésel de unos camiones enormes. Entonces aparecían las letras del título, Carretera a ninguna parte, mientras el rugido de los motores iba en aumento. La primera imagen era la de Theo, presentándose ante el atril de debate con la cara cubierta por una mascarilla quirúrgica de color amarillo intenso. Mientras pronunciaba su discurso contra el proyecto de la carretera, se iban intercalando planos de los espectadores y del otro equipo, todos también con máscaras amarillas. A medida que el debate se encendía, el público empezó a silbar y abuchear. La siguiente escena, extraída de la web del CMS, mostraba un trayecto virtual a lo largo de la futura carretera. Conforme se aproximaba a la Escuela de Primaria Jackson, empezó a oírse la voz en off del narrador, Sebastian Ryan, hablando en tono muy serio sobre los peligros para la salud de los alumnos. Luego apareció una imagen congelada de los activistas posando delante del cartel de la escuela, todos con las máscaras amarillas. Volvió a oírse el rugido de los camiones, y en la pantalla se vio a unos niños columpiándose alegremente mientras una peligrosa bruma se cernía sobre el patio de recreo.
La bomba de humo había funcionado a la perfección, y los tres chicos se felicitaron en silencio por el resultado.
De repente apareció el rostro de una joven madre, con lágrimas rodando por sus mejillas. Habló de los riesgos aún desconocidos de que veinticinco mil vehículos pasaran a diario por delante de la Escuela de Primaria Jackson. Dos de sus hijos iban a esa escuela. ¿Cómo podía el condado plantearse siquiera un proyecto así? ¿Por qué no se daba prioridad a la seguridad de los niños?
La siguiente escena volvió a centrarse en el debate. Justin estaba ante el atril, alegando que la carretera era necesaria y beneficiosa para todos. Los espectadores no paraban de silbar y abuchear, y algunos llegaron a lanzarle bolas de papel. Mientras seguía hablando, en la pantalla aparecían imágenes de un gran atasco en una autopista de cuatro carriles, con camiones enormes y coches prácticamente parados.
El punto culminante del vídeo era la parodia del partido de fútbol. Chase fue cortando y pegando planos hasta que la escena se convirtió en un revoltijo de jugadores intentando chutar el balón mientras tosían y jadeaban respirando aquel aire tóxico. Los padres y aficionados animaban a los jugadores desde las gradas, todos con sus mascarillas amarillas y sus pancartas pintadas a mano. Los entrenadores trataban de gritar desde detrás de sus aparatosas máscaras antigás. Cuando todos los jugadores cayeron desvanecidos sobre el campo, llegó la escena final: un primer plano de Judge sentado en las gradas, con una pata rota y el hocico cubierto con una mascarilla amarilla.
En la pantalla negra aparecieron las palabras: PROTEJAMOS A LOS NIÑOS. NO A LA CARRETERA.
Tras verlo por segunda vez, los chicos no pudieron evitar echarse a reír. Tal vez pecaran de falta de humildad, pero a ellos les parecía que el vídeo había quedado genial. Cortaron y pegaron un poco aquí y allí, dando los últimos toques al montaje final.
A las once de la noche, la señora Whipple entró en la habitación y anunció que era hora de acostarse. Chase le preguntó a su madre si quería ver la obra maestra que habían hecho. Por supuesto que quería. Hacía tiempo que la señora Whipple no se sorprendía de lo que pudiera salir del portátil de su hijo. Chase ocultaba la mayoría de sus creaciones a sus padres. Así que, cuando le proponía ver alguna, la señora Whipple aceptaba encantada.
Durante dos minutos, los chicos contuvieron el aliento mientras su primera espectadora veía el vídeo. La mujer sonrió, frunció el ceño e incluso se echó a reír cuando los jugadores se desplomaron sobre el campo.
—Es muy bueno —dijo al final—. Excelente. ¿Y qué pensáis hacer con él?
—Todavía lo estamos discutiendo —respondió Theo.
—Estoy segura de que sí. Pero ahora es hora de dormir.
Cuando salió de la habitación, Chase envió el vídeo al señor Mount y a Sebastian Ryan, el director del CMS.