8

Después del almuerzo, la patrulla de los Halcones emprendió la marcha hacia la cima del monte Thatch, una agradable caminata de unos ocho kilómetros que les llevaría varias horas. No se podía decir que fuera propiamente una montaña, sino más bien una alta colina coronada por grandes rocas, con muchos senderos y bosques donde vivir aventuras. Además, tenía fama de estar llena de serpientes cabeza de cobre. Ni Theo ni ningún otro miembro de los Halcones habían visto nunca una cabeza de cobre. Tampoco una serpiente de cascabel ni ninguna otra serpiente venenosa, pero siempre cabía la posibilidad de ver alguna en lo más profundo del bosque. Cuatro meses atrás, Al Hogan, de la patrulla de los Jabalíes, había divisado una cabeza de cobre cerca de la cima del monte Thatch. Aquello había impactado mucho a toda la tropa. Al le había hecho una foto con su móvil y la había colgado en Facebook. La mitad de los chicos de Strattenburg vieron la foto: una serpiente de poco más de medio metro que descansaba apaciblemente al sol. Sin embargo, al cabo de apenas veinticuatro horas, el propio Al la describió como «enorme y muy agresiva». Tenía suerte de haber sobrevivido al encuentro.

Los ocho Halcones salieron del campamento cargados con sus mochilas, provistas de agua, tentempiés y botiquín de primeros auxilios. El enemigo estaba ahí fuera, al acecho, y los scouts debían estar preparados. El Comandante les había advertido de que tuvieran mucho cuidado y les había ordenado que estuvieran de vuelta a las cuatro en punto. Llevaba un walkie-talkie sujeto al cinturón y quería que le pasaran un parte cada hora.

Por lo visto, las serpientes estaban escondidas o demasiado asustadas para atacar a los Halcones, de modo que la caminata transcurrió sin incidentes. Una vez en la cima, los chicos se sentaron en las rocas, comieron galletitas de queso y contemplaron las maravillosas vistas del lago. Theo, en plan historiador sabio, les contó la historia de Coldwater y de las inundaciones, y les dijo que el pueblecito seguía estando allí abajo, a unos sesenta metros de profundidad. Woo dy le llamó embustero. Ambos empezaron a discutir y al final se apostaron un dólar. Theo no veía el momento de regresar al campamento para que el Comandante certificara la historia.

Emprendieron la bajada, con Theo a la cabeza y algunos de sus compañeros caminando un tanto rezagados. En ese momento, el ambiente relajado cambió por completo cuando Percy gritó:

—¡Una cabeza de cobre!

En todas las patrullas de boy scouts siempre hay al menos un chico que no para de meter la pata: el que se olvida de llevar sus calcetines y calzoncillos, la linterna o el papel higiénico; el que tropieza y tira sin querer la garrafa de agua; el que se asusta en mitad de la noche; el que se pone enfermo y vomita demasiado cerca de las tiendas; el que orina también demasiado cerca; el que quema las tortitas del desayuno; el que no friega los platos; el que deja que el fuego del campamento se apague; el que siempre tendrá el rango de Principiante porque es demasiado torpe para progresar; el que nunca se atreve a hacer nada; o el que hará cualquier cosa para intentar demostrar que es muy guay o muy valiente.

O el que cree que toparse con una serpiente cabeza de cobre no es algo que deba tomarse en serio.

En la patrulla de los Halcones, ese chico era Percy.

En efecto, sobre un saliente rocoso, cerca de un precipicio, había una cabeza de cobre. Una serpiente grande, inmóvil, mirando fijamente a los humanos que la observaban boquiabiertos. Los ocho scouts formaron un temeroso semicírculo y contemplaron incrédulos a la mortífera criatura que, hasta entonces, solo existía en las páginas de brillantes colores de los libros de ciencias. En la vida real parecía mucho más peligrosa. Por lo demás, su aspecto resultaba impactante, con unos dibujos y un tono cobrizo intenso que parecía refulgir bajo el sol.

La serpiente se encontraba a una distancia segura, unos cuatro metros, y no parecía dispuesta a atacar. Tampoco los chicos parecían dispuestos a acercarse a ella, al menos de momento. Theo sabía que debían retroceder y marcharse de allí. Como jefe de patrulla, era su responsabilidad ordenarles que se alejaran del peligro. Theo lo sabía muy bien, pero no podía apartar los ojos de la serpiente.

—¿Es de verdad una cabeza de cobre? —preguntó uno de ellos.

—Sin duda alguna —respondió Woody—. Fijaos en el color, en los dibujos y en la forma triangular de la cabeza. Ahí es donde tiene el veneno.

Woody había tenido varias serpientes, ninguna de ellas venenosa, y era el que más sabía de reptiles. Sin embargo, en ese momento parecía que había más de un experto en el grupo.

—Es demasiado grande para ser una cabeza de cobre —dijo uno de ellos.

De hecho, era bastante grande.

—Creo que es macho —añadió otro.

—Eso no se puede saber con las serpientes —replicó Woody—. Tienes que cogerlas y mirarlas por debajo.

—Vamos a cogerla —dijo Percy.

—¡Ni hablar! —saltó Theo, y la sola idea de avanzar hacia la serpiente hizo que todos retrocedieran un paso.

Los chicos permanecieron inmóviles y en silencio durante unos segundos. Entonces la serpiente, tal vez percibiendo el peligro, se enroscó lentamente en una posición defensiva. (¿O era ofensiva?) Levantó la cabeza como si se dispusiera a atacar, con su viscosa lengua negra sacudiendo el aire.

—Madre mía… —dijo uno de ellos.

—Retrocedamos.

Pero, en vez de eso, Percy decidió poner a prueba su valentía, o más bien su estupidez. De repente avanzó un paso. Llevaba un palo en la mano, una rama de árbol torcida, y lanzó una estocada hacia la serpiente.

—¡Atrás, Percy! —gritó Theo.

—¡Idiota! —chilló Woody.

Phillip fue a agarrar a Percy, que dio otro paso hacia delante blandiendo su palo. La serpiente estiró el cuello en un rápido movimiento para alcanzar la vara, pero falló. Su velocidad fue tan asombrosa que incluso Percy se quedó inmóvil durante una fracción de segundo.

Lo que ocurrió a continuación fue algo que sería debatido durante meses y recordado durante años. Percy juraba que Phillip, que era quien estaba más cerca, tropezó y le hizo caer de bruces delante de la serpiente. Phillip juraba que trató de agarrar a Percy por el hombro, pero que este ya había perdido el equilibrio y se cayó solo. Los otros seis Halcones estaban mirando fijamente a la serpiente y no podían asegurar cómo había caído Percy. Pero, conociendo a Phillip, siempre creerían su versión.

Percy gritó horrorizado cuando cayó de bruces delante de la serpiente. Y chilló de dolor cuando los colmillos se hundieron en su carne. La serpiente le mordió en la parte carnosa de la pantorrilla derecha, entre la rodilla y el tobillo. El ataque se produjo cuando Percy trataba de retroceder a cuatro patas. Para entonces todo el mundo estaba gritando. Y, en ese momento de pánico total, la cabeza de cobre se deslizó entre dos rocas y desapareció.

Percy llevaba pantalones cortos, como el resto de los chicos, y en cuestión de segundos le creció en la pantorrilla un bulto del tamaño de una pelota de tenis. Aullaba, gritaba y se retorcía de dolor. Woody lo arrastró hasta un sitio cubierto de hierba y los demás scouts se agruparon a su alrededor, todavía estupefactos por lo que acababan de presenciar.

Era el sueño de todo boy scout. Una auténtica y genuina mordedura de serpiente en la pierna de otro. ¡Aquello era lo más!

—¡Haz algo, Theo! —chilló Percy entre sollozos—. ¡Deprisa! ¡Me estoy muriendo!

Theo era el único que tenía la insignia de primeros auxilios y, además, era el jefe de patrulla. De repente, todos los ojos se volvieron hacia él. Theo miró a Woody y le dijo:

—Llama por radio al Comandante.

Woody, el ayudante de jefe de patrulla, cogió el walkie-talkie que llevaba en el cinturón. Contactó con el campamento e informó de que había un herido.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Woody.

—¿Dónde estáis? —se oyó claramente la voz del Comandante.

—Acabamos de iniciar el descenso.

—Así que estáis a unos tres kilómetros y medio. Voy para allá. Dile a Theo que se ocupe de la herida.

—De acuerdo.

Theo ya había sacado el botiquín. Estaba muy nervioso, pero cuando oyó lo de «que se ocupe de la herida», el estómago le dio un vuelco.

Bo, el payaso de la patrulla, soltó:

—Esas serpientes van siempre en pareja.

Los demás scouts, aterrados, dieron un respingo. Miraron frenéticamente a su alrededor, pero no vieron nada y volvieron a centrar su atención en el herido.

Theo se armó de valor y se arrodilló junto a Percy.

—Escúchame —le dijo—. Lo primero que tienes que hacer es tumbarte y permanecer muy quieto, ¿de acuerdo?

Percy volvió a chillar. Pateaba y se retorcía de miedo y de dolor.

—¡Haz algo, Theo! ¡Haz algo! —gritó.

—Debes quedarte tumbado y mantener la cabeza levantada. La cabeza tiene que estar por encima de la mordedura, ¿entendido?

Percy pareció escuchar lo que le decía y, por un momento, trató de tranquilizarse. Se apoyó sobre los hombros. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Woody dijo:

—Ahora tienes que hacer unos cortes sobre las marcas de los colmillos, ¿verdad, Theo? Y luego chupar para extraer el veneno.

—No —contestó Theo—. Esa no es la forma de tratar las mordeduras de serpiente.

—¡Sí que lo es! —replicó Woody—. Lo he visto en YouTube.

—Yo también —dijo Phillip—. Además, es una serpiente muy grande y tiene mucho veneno. Si no se lo sacamos pronto, tendrán que cortarle la pierna.

Percy volvió a gritar horrorizado.

—¿Quieres callarte? —espetó Theo.

Oliver se arrodilló enfrente de Theo. Tenía en las manos un kit para mordeduras de serpiente ya abierto, listo para ser utilizado.

—Mira, Theo —dijo—. He leído las instrucciones. Aquí pone claramente que tienes que hacer unas incisiones sobre las marcas de colmillo con esta cuchilla pequeña. —Sostuvo la cuchilla en alto, que medía apenas unos centímetros pero que de repente parecía enorme. Oliver continuó—: Pone que tienes que hacer unos cortes en forma de X sobre cada marca de colmillo y luego introducir el tubo de succión para extraer el veneno.

—¿Y por qué no me disparáis primero? —chilló Percy, y rompió a llorar de nuevo.

—Ese es el método antiguo para tratar las mordeduras de serpiente —explicó Theo.

—Pero este kit es muy nuevo.

—No me importa.

—Yo creía que tenías que hacerle un torniquete unos cinco centímetros por encima de la mordedura —comentó Phillip tratando de ayudar.

—¿Alguna estúpida sugerencia más? —saltó Theo hecho una fiera.

Oliver miró al herido.

—Escúchame, Percy. Yo creo que tenemos que succionarte el veneno. Pero se trata de tu pierna. ¿Tú qué opinas?

—Opino que me estoy muriendo y que estoy en manos de una panda de inútiles. —Cerró los ojos y dijo—: Theo… me siento muy mareado.

—Vuelve a tumbarte —le ordenó.

Theo envolvió rápidamente la herida con una venda esterilizada y la fijó con esparadrapo. Percy gimoteaba, pero había dejado de patear y sacudirse.

—Esto es lo que vamos a hacer —dijo Theo—. Tenemos que llevarlo al campamento para que lo trasladen a un hospital. Cargaremos con él, con el mayor cuidado posible, y bajaremos por el sendero hasta encontrarnos con el Comandante. Hay que asegurarse de que la mordedura esté siempre por debajo del corazón. Phillip, tú irás el primero y controlarás que no haya más serpientes.

—Yo creo que deberíamos practicarle unos cortes y utilizar el tubo de succión —propuso Oliver—. Antiguamente extraían el veneno con la boca. Pero si tienes una caries, el veneno va directo al cerebro y te mueres aún más rápido que el que ha recibido la mordedura.

—¿Por qué no te callas? —volvió a espetar Theo.

Levantaron a Percy del suelo y este echó los brazos alrededor del cuello de Woody y de Cal. Theo le cogió por la pierna herida y Oliver por la izquierda.

—Ahora, con mucho cuidado —dijo Theo—. Tenemos que mantenerlo estable. Si no, el veneno circulará más deprisa. Percy, puede que te den náuseas. Si tienes ganas de vomitar, avisa. No queremos sorpresas, ¿vale?

—Vale.

Percy había dejado de llorar y respiraba pesadamente. Cerró los ojos para no verse la pierna, que estaba cada vez más hinchada.

Bajaron arrastrando los pies por el sendero. A cada paso que daban, el herido parecía pesar aún más. Al cabo de diez minutos, pararon para descansar.

—Háblame, Percy —dijo Theo—. Tienes que mantenerte despierto.

—Estoy despierto.

—¿Te encuentras muy mal?

—Bueno, la pierna me duele horrores.

—¿Y tienes náuseas?

—Todavía no. Theo, ¿voy a morirme?

—No. Es solo una cabeza de cobre. No son mortales, pero te vas a poner muy, muy enfermo.

—Era una serpiente muy grande, ¿verdad?

—Sí que lo era.

—¿Alguien le ha hecho una foto?

Los scouts se miraron unos a otros. Entonces cayeron en la cuenta de que habían estado tan alucinados durante el encuentro que habían olvidado tomar fotos.

—Me parece que no —respondió Theo.

—¿Debería llamar a mi madre? —preguntó Percy.

—Será mejor que lo haga el Comandante. Y ahora sigamos.

Volvieron a cargar a Percy en brazos y continuaron bajando por el sendero. Los chicos estaban ya exhaustos cuando vieron aparecer al Comandante por un recodo del camino. Venía con el señor Hogan y el señor Bennett. Percy aún estaba consciente y seguía quejándose de que estaba mareado. Lo llevaron hasta una pequeña zona de picnic, cerca de una rampa para botes, y lo tumbaron sobre una mesa. El Comandante le quitó la venda esterilizada para echar un vistazo a la mordedura y se quedó impresionado ante la enorme hinchazón. Mientras esperaban, Percy comenzó a llevarse las manos al estómago. Al poco, empezó a vomitar.

El Comandante le sostuvo mientras le aplicaba una toalla húmeda sobre la frente y la boca. Cuanto más vomitaba, más lloraba. Daba mucha pena verle así.

Por fin oyeron llegar el helicóptero.