10

Empezó a llover antes del amanecer. Cuando salió el sol, todo estaba empapado. Eran scouts bien entrenados y estaban preparados para afrontar el mal tiempo, pero el barro y el viento frío apagaron los ánimos en el campamento. Por lo general, los domingos por la mañana el Comandante conducía a la tropa hasta algún lugar cercano con hermosas vistas, donde oficiaba un servicio religioso. Él no era sacerdote o pastor, y tampoco exigía a los chicos que asistieran. Sin embargo, era un hombre sabio. Creía profundamente en Dios y sentía gran admiración por lo que había creado sobre la Tierra. Theo disfrutaba siempre de estos sencillos oficios al aire libre. Le parecía que tenían mucho más significado que los que se celebraban a puerta cerrada en una iglesia. Pero co mo estaba lloviendo, el Comandante decidió saltarse el servi cio religioso, desayunar rápidamente y desmontar el campamento.

A las diez, el viejo autobús verde ya estaba cargado y se alejaba lentamente de Enid Point. Subió muy despacio por las colinas, con las ruedas derrapando sobre el suelo fangoso. Finalmente llegaron a una carretera asfaltada y todo el mundo se relajó. Cuando el autobús ganó velocidad y empezó a avanzar suavemente por la calzada, muchos scouts cerraron los ojos y se durmieron. Habían pasado una noche muy mala; cuando por fin habían conseguido quedarse dormidos, habían soñado con víboras monstruosas de largos colmillos que goteaban veneno mortal; y cuando se habían despertado en mitad de la noche, casi podían oír a las serpientes acechando fuera de sus tiendas. Ahora, en la seguridad del autobús y ya de camino a casa, el cansancio les venció finalmente.

El tiempo empeoró. El tráfico en dirección a Strattenburg era muy lento y pasaron junto a dos accidentes graves de coche. Las dos horas de viaje se convirtieron en cuatro. Los scouts empezaban a estar hartos de tantas horas en auto bús. Cuando por fin cruzaron el río Yancey y entraron en la ciudad, soltaron un grito de júbilo. Una vez en el Centro de Veteranos, descargaron los bártulos llenos de barro y decidieron volver la tarde del lunes para limpiar el resto del equipo.

A las tres, Theo ya estaba en casa. Después de ducharse, se sentó en la sala de estar con Judge a comer sopa de pollo con fideos. Su padre leía el periódico del domingo y su madre hojeaba una novela.

El Comandante se negaba tajantemente a que los chicos llevaran sus móviles o sus portátiles a las acampadas. Esas excursiones eran una gran escapada, una aventura al aire libre lejos de la civilización. Y no quería que se estropearan porque los chicos tuvieran que informar a sus padres cada hora de lo que estaban haciendo. Y tampoco iba a tolerar que estos le llamaran a cada momento exigiendo que diera un tratamiento especial a sus pequeños angelitos.

Así pues, los padres de Theo no sabían nada de la gran mordedura de serpiente. Cuando acabó de comer, mientras Judge lamía el cuenco, Theo les contó la historia.

Su madre se sintió horrorizada, mientras que a su padre le pareció divertido. No conocían a Percy ni a sus padres, y Theo se explayó en describirles lo buena pieza que estaba hecho el chaval. A continuación, les habló de su reunión de la noche anterior con el Comandante. Y para acabar, les contó que había sido suspendido durante dos meses como jefe de patrulla de los Halcones.

—Pero eso es absurdo —dijo su madre, y su padre pareció estar de acuerdo.

Ambos se pasaron media hora comentando, y a menudo discutiendo, el comportamiento de su hijo y la decisión del Comandante. Hasta que, finalmente, Theo anunció:

—Estoy pensando en dejar los boys scouts.

Sus padres se callaron de golpe.

Theo continuó:

—El Comandante piensa que una patrulla de scouts es como una unidad de marines en la que todo el mundo cumple las órdenes a rajatabla. Pero las cosas no son así. Nosotros no somos tan disciplinados. Yo no puedo ir gritando órdenes y esperar que me obedezcan. Nada de lo que hubiera dicho o hecho habría impedido que Percy se acercara a la serpiente. Creo que el castigo es demasiado duro e injusto.

—Estoy de acuerdo —convino su madre.

—Puede ser —dijo su padre—, pero dejar los scouts me parece una reacción exagerada. Tú adoras ser scout, Theo. Estás a punto de alcanzar el rango de Águila. Y sería una lástima que arrojaras la toalla por culpa de este incidente.

—Tu padre tiene razón, Theo. Abandonar no es la respuesta. La vida no es justa, y no puedes abandonar cada vez que te ocurra algo injusto.

—Pero no hice nada malo —protestó Theo—. Todo ocurrió en cuestión de segundos. No podría haberlo impedido.

—¿Y qué? —replicó su padre—. Tu jefe de tropa no piensa así. Él es el líder, el jefe, un hombre por el que sientes gran admiración y que te tiene mucho aprecio. Me cuesta mucho creer que el comandante Ludwig tuviera intención de ser injusto contigo. O con cualquiera.

—Theo —añadió su madre—, tú siempre has dicho que sois muy afortunados de contar con un jefe de tropa como él. Pero, en esta ocasión, no estás de acuerdo con su decisión. Él tiene que hacerse cargo de unos cuarenta chicos durante todo un fin de semana lejos de casa. Es una responsabilidad enorme, y el comandante Ludwig lo hace todos los meses. Eso es mucha presión para cualquiera. Ahora un chico ha resultado herido, y cuando ocurre algo malo el jefe es el máximo responsable. Los padres de Percy culparán al Comandante, a toda la tropa y al cuerpo entero de los Boy Scouts de América.

—Seguramente interpondrán una demanda —intervino el señor Boone.

—Piensa en la próxima vez, Theo —prosiguió la señora Boone—. La próxima vez que un grupo de scouts vaya caminando por el bosque y se encuentre con una serpiente venenosa. Entonces se acordarán de este episodio. Los jefes de patrulla ordenarán retroceder rápidamente y nadie resultará herido.

A lo que Theo respondió:

—Y entonces Percy se encontrará con otra serpiente y volverá a liarla.

El señor Boone levantó su periódico como si necesitara continuar leyendo.

—Abandonar no es la respuesta, Theo. Aguanta, sé fuerte, redobla tus esfuerzos para conseguir tus insignias y demuéstrale al Comandante que sabes aceptar el castigo.

Y, dicho esto, desapareció detrás de la sección de de portes.

La señora Boone se mostró más comprensiva, aunque no mucho más.

—Si lo dejas ahora, Theo, te arrepentirás durante el resto de tu vida. Solo se es joven una vez, y esta es tu única oportunidad de llegar a ser un gran scout. Hasta ahora te lo has pasado muy bien, ha sido muy gratificante, así que no dejes que una mala experiencia lo eche todo a perder. Si decides abandonar, tu padre y yo nos sentiremos muy decepcionados.

A Theo siempre le había desconcertado ver cómo otros padres saltaban como fieras cuando tocaban a sus hijos. Enviaban correos electrónicos a los profesores para quejarse de esto o de aquello. Hostigaban a los entrenadores después de los entrenamientos, o incluso después de los partidos, si su chico no había jugado el tiempo suficiente. Irrumpían en el despacho de la señora Gladwell y defendían a sus hijos aunque estos no tuvieran la razón. Amenazaban con demandar a la escuela si sus hijos no entraban en algún equipo, no actuaban en la función escolar o no formaban parte del grupo de animadoras.

Sin embargo, en ese momento le habría gustado que sus padres le mostraran un poco más de apoyo, pero ambos habían continuado con sus lecturas como si nada. Judge, con la panza llena, se había quedado dormido con la lengua colgando. Nadie quería escuchar a Theo, así que subió a su habitación a matar el tiempo con su portátil.

 

 

El lunes por la mañana, Theo no estaba nada entusiasmado por empezar una nueva semana en la escuela, y con razón. Cuando, a las nueve menos veinte, se sentó en su pupitre en la clase de Tutoría del señor Mount, ya le habían preguntado co mo una docena de veces por la gran mordedura de serpiente.

Por descontado, la madre de Percy había tomado una foto de su pobre hijo herido en una cama de hospital en Knottsburg. En la imagen se veía la cara tontorrona y sonriente de Percy, pero el foco principal era la pierna desnuda e hinchada. Y estaba muy hinchada. Al igual que hacen todos esos lumbreras que comparten su vida privada con el resto del mundo, la madre de Percy había colgado la foto en la página de Facebook de su hijo. Además, ella, u otra persona, habían añadido una breve historia de cómo el valiente scout había sido atacado por una «cabeza de cobre de casi tres metros» y «afilados» colmillos.

Por supuesto, Percy no había tenido ninguna culpa de lo sucedido. No, señor. La culpa era de un miembro «sin identificar» de la patrulla de los Halcones, que había empujado al pobre chico. Este había caído justo enfrente de la serpiente, que poco después se describía como «inusualmente agresiva». Leyendo la historia, daba la impresión de que Percy iba paseando tranquilamente por el bosque sin tener ni idea de que hubiera una serpiente cerca.

La foto se había colgado el domingo por la noche, mientras Theo leía un libro después de apagar su portátil. Así que, el lunes por la mañana, parecía ser el único chico de la escuela que no la había visto. No se hablaba de otra cosa en los pasillos y en las tutorías. Cuando sonó el timbre que anunciaba la primera clase, corrían ya rumores de que el pobre Percy podría perder la pierna.

Percy se estaba convirtiendo en una leyenda. De los trescientos veinte alumnos de la escuela, era el único que había sido mordido por una serpiente venenosa. Ahora Percy Dixon era famoso, y no por méritos propios.

«Famoso por ser un idiota —pensó Theo hirviendo de rabia por dentro. Se mordió la lengua y apretó los dientes para enfrentarse al duro día que le esperaba—. Estas cosas solo pasan en América.»

 

 

Theo estaba ya muy harto de Percy y su mordedura. En cuanto sonó el timbre del final de las clases, salió a toda prisa hacia el Centro de Veteranos. En la parte trasera del edificio, el Comandante había extendido el equipo de acampada y las tiendas, y estaba lavando las grandes neveras. Se había presentado más o menos la mitad de la tropa, pero Theo no se fijó en quién había faltado. Nada más llegar, Phillip, Cal y él se pusieron a desplegar las tiendas de los Halcones y a restregar el barro con agua y jabón. Las tiendas tenían que lavarse y secarse bien; si no, podría formarse moho.

El Comandante mantuvo las distancias, y a Theo le pareció bien. Al viejo y duro marine le gustaba la disciplina y no era dado a mostrarse blando. Theo lo comprendía. Había decidido que no iba a dejar los scouts. No iba a permitir que un mal momento le arrebatara algo tan importante para él. En vez de eso, se había propuesto seguir el frío consejo de su padre: se aplicaría con más ahínco, trabajaría más duro y llevaría su castigo como una medalla de honor. Theo haría todo lo posible para comportarse como un marine. Le daría al Comandante una dosis de su propia medicina.

Estaba desplegando una tienda cuando oyó a sus espaldas la voz del Comandante:

—Theo, ¿dónde está Woody?

El chico se incorporó y se lo quedó mirando. Pensó en decirle: «Lo siento, Comandante, no lo sé. Ahora eso ya no es mi responsabilidad». O: «Lo siento, Comandante, no lo sé. Ahora él es el jefe de patrulla, ¿por qué no va a buscarlo usted?». Pero alejó rápidamente esos pensamientos. Sabía muy bien que era mejor no pasarse de listo con el jefe.

—No lo sé seguro —respondió Theo—, pero creo que tenía que hacer algo después de clase.

Woody era uno de sus mejores amigos y Theo no diría nada que pudiera meterlo en problemas. Lo cierto era que a Woody no le apetecía nada ser jefe de patrulla, y no iba a pasarse una magnífica tarde de lunes limpiando tiendas embarradas.

El Comandante apretó la mandíbula, como siempre hacía, y dijo:

—El jueves a las cuatro hay una reunión para obtener la insignia en aviación. ¿Vendrás?

—Creí que estaba suspendido —replicó Theo, y al momento deseó no haberlo dicho.

—Estás suspendido como jefe de patrulla, no como scout —repuso tranquilamente el Comandante.

Theo se quedó pensativo. ¿Podía haber algo más cruel? Cuando él intentaba mostrarse lo más distante posible con el Comandante, este le salía con lo de la insignia de aviación. En ese momento, Theo estaba intentando conseguir cuatro insignias: aviación, gobiernos del mundo, informática y veterinaria. Todas eran materias que él había elegido y que le atraían mucho. Sin embargo, la más emocionante con diferencia era la de aviación. El Comandante había prometido a Theo y a los otros cinco chicos del grupo de estudio que los llevaría a visitar el aeropuerto regional, verían por dentro el centro de control de tráfico aéreo y, lo mejor de todo, harían una práctica de vuelo real en un pequeño Cessna.

—De acuerdo —dijo Theo.

—Estupendo. Nos vemos el jueves.

Y, dicho esto, el Comandante dio media vuelta y empezó a vociferar órdenes a dos chicos de la patrulla de los Jabalíes.

Theo no podía competir con el Comandante, y lo sabía.