9
Durante la cena, los Halcones apenas hablaron. Estaban todos muy taciturnos, muy apagados. Permanecieron callados en torno a su fogata mientras cenaban pechugas asadas y patatas envueltas en papel de aluminio y enterradas bajo las brasas. Cuando oscureció, se dirigieron a la fogata central para unirse al resto de las patrullas. Todos los miembros de la Tropa 1440 estaban muy silenciosos, sumidos en sus pensamientos. El Comandante había llamado desde el hospital adonde habían trasladado a Percy en el helicóptero de salvamento. Sus padres ya habían llegado y todo parecía estar bajo control. Por suerte, el hospital disponía de antídoto para la mordedura de serpientes cabeza de cobre y Percy se encontraba estable y sedado.
Los scouts empezaron a hablar en voz muy baja, mientras asaban nubes de azúcar sobre las llamas con el rostro iluminado al calor del fuego. Todos querían hacer las mismas preguntas —1) ¿se iba a morir?, y 2) ¿perdería la pierna?—, pero se contuvieron. Paradójicamente, empezaron a contar historias de serpientes, lo cual no tenía ningún sentido, porque estaban muy nerviosos y asustados. El susurro de una hoja arrastrada por el viento podía ser una serpiente de cascabel. El siseo de los troncos en llamas podía ser alguna víbora de nombre desconocido. Un crujido lejano entre las ramas podía ser otra enorme cabeza de cobre que se acercaba a ellos por detrás. Cada diez minutos o así, alguno de los chicos se colocaba a hurtadillas detrás de otro, le clavaba dos dedos en el cuello y gritaba: «¡Serpiente!». Eran unas bromas desquiciantes que provocaban muchas risas nerviosas. Al final, el señor Bennett decidió que ya bastaba de historias de serpientes y volvió a temas más normales, como zombis y vampiros.
Hacia las nueve de la noche, vieron acercarse unos faros al campamento. Era el Comandante, que llegaba del hospital. Se plantó delante de la tropa junto al fuego y les contó las últimas novedades sobre el estado de Percy. Tenía la pierna muy hinchada y el chico se sentía fatal, pero estaba despierto y no tardaría en recuperarse. Después de un par de días en el hospital, le enviarían de vuelta a casa. La mayor preocupación del doctor era la piel dañada en torno a la mordedura. Había tejido muerto y seguramente le quedaría una cicatriz.
Después de tomar una cena rápida, el Comandante pidió a los miembros supervivientes de los Halcones que se reunieran con él junto al lago. Se sentaron en unos troncos, no muy lejos de donde las olas rompían suavemente contra las rocas de la orilla. Era una hermosa noche de luna llena. No parecía que tuviera que haber problemas.
Sin embargo, Theo sospechaba que sí los habría.
El Comandante pidió a Woody que fuera el primero en contar lo sucedido. Woody hizo un relato preciso y detallado del encuentro con la serpiente. Cuando terminó, el Comandante le ordenó que volviera al campamento. Cal fue el siguiente en dar su versión, y luego se marchó. Le siguieron Phillip, Oliver y el resto.
De repente, Theo se encontró solo. A solas con el Comandante, que en ese momento miraba el reflejo de la luna sobre el lago.
—¿Estás de acuerdo con todo lo que han dicho tus compañeros? —preguntó.
—Sí, señor —respondió Theo sin vacilar.
El Comandante se levantó y se sentó en el tronco a su lado. Se aclaró la garganta y preguntó:
—Como jefe del grupo, ¿qué debes hacer cuando tu patrulla se encuentra con un animal peligroso?
—Depende del animal —contestó Theo.
—En este caso, una serpiente venenosa.
—Entonces debo ordenar a mi patrulla que se aleje de la serpiente y abandone el lugar inmediatamente.
—¿Y es eso lo que has hecho, Theo?
Theo tragó con fuerza.
—No, señor.
—¿Has reconocido al momento que se trataba de una serpiente cabeza de cobre?
—Sí, señor.
—¿Cuántos tipos de serpientes venenosas hay en esta parte del país?
—Tres: la serpiente cabeza de cobre, la de coral y la de cascabel.
—¿Y sabes todo esto gracias a haber conseguido tu insignia en conocimientos de la naturaleza?
Theo había visto las suficientes reposiciones de Perry Mason, y los suficientes juicios en los tribunales, para saber que el Comandante estaba preparando el terreno para pasar al ataque.
—Sí, señor.
Se produjo un largo y doloroso silencio mientras ambos contemplaban el lago iluminado por la luna y Theo esperaba a que el Comandante siguiera hablando.
—Muy bien, Theo —dijo al fin—. A ver si lo he entendido bien: la patrulla de los Halcones estaba de excursión por una zona poblada de serpientes cabeza de cobre cuando de pronto se topó con una. Una bastante grande. Y la patrulla, en vez de retroceder inmediatamente para evitar a la serpiente, ha hecho justo lo contrario. Se ha acercado aún más para verla mejor, y en algún momento Percy ha cogido un palo y ha decidido molestarla. Tú, como jefe del grupo, has tenido finalmente la sensatez de ordenar a tus muchachos que retrocedieran. Pero para entonces Percy, que tal vez no sea el scout más responsable de la tropa, ha perdido de algún modo el equilibrio, ha caído de bruces justo delante de la serpiente y esta le ha mordido. ¿Es un buen resumen de lo ocurrido, Theo?
Seguramente el chico habría cambiado una o dos palabras, pero no parecía un buen momento para ser puntilloso. El Comandante tenía muy claro lo que había sucedido.
Theo se mordió el labio y respondió:
—Sí, señor.
Se produjo otro largo silencio. Se oyeron algunas risas procedentes del campamento. Qué suerte tenían algunos.
—Bueno, Theo —dijo el Comandante—. Ahora vas a actuar como tu propio abogado. Plantea tu defensa.
«Por fin», pensó Theo, y empezó sin más dilación.
—La historia que ha escuchado es una versión correcta de lo sucedido, pero hay otros factores implicados. En primer lugar, es natural que, como scouts, fuéramos a la búsqueda de serpientes. La mayoría de los Halcones llevamos en nuestras mochilas kits contra mordeduras. No es que sean los más apropiados, pero digamos que vamos preparados para ello. Así que cuando, en efecto, hemos visto una serpiente cabeza de cobre, y además una tan grande y hermosa, no hemos podido evitar pararnos un momento para admirarla. Y eso es lo que hemos hecho: nos hemos parado para admirarla. ¿No cree que eso forma parte de la naturaleza humana? Estás en el bosque, buscando emociones y aventuras, y de repente las encuentras en forma de una serpiente venenosa. No puedes creer tu buena suerte. Tienes que pararte un momento a contemplarla. Es algo que haría cualquiera, o al menos cualquier boy scout. Es cierto que nos hemos acercado un poco más a ella, pero en ningún momento he puesto a mi patrulla en peligro. No, señor. La serpiente no podía atacarnos estando a la distancia a la que estábamos, y tampoco ha avanzado hacia nosotros. No corríamos peligro; quizá estuviéramos demasiado cerca, pero no al alcance de su ataque. La serpiente estaba tendida sobre un estrecho saliente rocoso. Cuando ha empezado a enroscarse lentamente y ha levantado la cabeza (en actitud ofensiva o defensiva, eso nunca puede saberse), he ordenado a la patrulla que retrocediera. Durante un segundo nadie se ha movido, ni siquiera yo, pero estaba claro que íbamos a salir pitando de allí. Entonces el estúpido de Percy ha dado un paso adelante con un palo, dispuesto a divertirse un poco. En cuanto he visto el palo le he gritado que retrocediera, pero en menos de un segundo ya había caído de bruces. Ha tenido suerte de que la serpiente no le mordiera en la cara o en el cuello.
El Comandante escuchó atentamente y sopesó cada una de sus palabras. Cuando Theo acabó su alegato, se produjo otro largo silencio en la conversación. Ambos contemplaron las aguas hasta que finalmente el Comandante habló.
—El liderazgo requiere muchas cosas, Theo. Capacidad de planificación, prever las cosas con antelación y todo eso, pero también requiere mantener la cabeza fría en el fragor de la batalla. Eso lo aprendí en combate, cuando a menudo se tienen que tomar decisiones a vida o muerte en una milésima de segundo. En este caso, tu capacidad de previsión no ha sido buena, Theo. Deberías haber hecho que la patrulla abandonara el lugar de inmediato.
—¿Me está culpando de la mordedura de Percy?
—No del todo. Pero, dadas las circunstancias, no has actuado correctamente.
—Muy bien. Si les hubiera gritado a todos que se alejaran en cuanto hemos visto la serpiente, ¿cree que Percy me habría hecho caso? Ese chico nunca hace lo que se le dice. No me hace caso a mí, ni a usted tampoco. No hace caso a sus padres, ni a sus profesores. El mes pasado lo expulsaron tres días de la escuela por hacer estallar unos petardos en un concierto de violín. En la última acampada se olvidó de traer calcetines y calzoncillos limpios, el cepillo de dientes y la linterna. Ha suspendido dos veces el examen para Principiantes. Es un botarate, y usted también lo sabe.
—Tal vez por eso sea bueno para él estar en los boy scouts. Porque necesita disciplina. Necesita aprender y progresar.
El Comandante se giró y miró fijamente al chico.
—Theo, tú eres uno de nuestros jefes de grupo y uno de nuestros mejores scouts. Pero hoy no has sabido actuar bajo presión. Has permitido que tu patrulla se acercara demasiado a un animal peligroso, y la cosa ha acabado mal. Tenemos a un scout en el hospital con la pierna gravemente hinchada. Puede que le queden cicatrices para siempre. Y aún podría haber sido peor. Theo, no tengo más remedio que suspenderte de tu cargo como jefe de patrulla de los Halcones. No quiero avergonzarte ante los demás, así que lo mantendremos en secreto hasta la próxima reunión. Ni una palabra de esto, ¿de acuerdo?
A Theo le hubiera gustado sentir antipatía hacia el Comandante. Pero lo cierto es que lo admiraba enormemente, hasta la adoración, y quería ser como él. Había luchado en guerras, había pilotado aviones de caza, había viajado por todo el mundo, había triunfado profesionalmente, y ahora ejercía como jefe de tropa voluntario casi a tiempo completo. A Theo le dolía que el Comandante pensara que había fallado a su patrulla.
Pero el Comandante era un antiguo marine, un tipo duro, y Theo tenía que intentar serlo también. Tragó con fuerza, apretó los dientes y respondió:
—Sí, señor.
El cielo se nubló de repente y la noche se hizo más oscura. Theo siguió al Comandante hasta el campamento, donde el ambiente en ese momento estaba más calmado. Las historias de miedo y de serpientes ya habían perdido su encanto. El fuego se había apagado y, tras recoger, los chicos se dispusieron a regresar a sus tiendas. Pero, antes de acostarse, sacudieron y examinaron cuidadosamente todos los sacos de dormir por si había serpientes. Inspeccionaron con linternas el interior de cada tienda centímetro a centímetro. Rastrearon una y otra vez por los alrededores, entre la maleza y las altas hierbas, bajo las rocas, incluso en las letrinas. Lentamente, los chicos entraron en sus tiendas, cerraron la cremallera de la puerta y se metieron en sus sacos de dormir. Entonces esperaron a escuchar los ruidos de las serpientes reptando hacia ellos sobre la hierba húmeda. Cuando todo estaba tranquilo y en silencio, algún graciosillo de la sección de los Jabalíes dejó escapar un sonoro «Hisssss». Se oyeron algunas risas.
Por primera vez en sus años como boy scout, Theo solo quería volver a casa.