Nápoles
Iceberg observaba la carta de navegación de Asia Meridional extendido sobre la cama como si el continente fuera otra mancha capaz de adoptar cientos de caprichosas formas. Lauren acababa de trazar una línea roja que cubría una distancia de unos tres mil quinientos kilómetros entre el desierto de Jiddat Al Harasis y Bishkek, capital de Kirguizistán.
—¿Qué garantías tenemos de ese Zorkin? —gruñó Iceberg—. Los rusos son tan fiar como una hiena en un matadero.
—No me fio de él, sino del dinero que aún debe recibir —sentenció Lauren.
—¿Y qué le impide meterme una bala en la cabeza después y quedarse con el avión? Podría ganar un millones vendiéndoselo precisamente a los chinos…
—Porque no le compensaría. Ese dinero ya representa para él una verdadera fortuna, aunque tenga que repartirlo. ¿Por qué complicarse la vida con el cadáver de un piloto americano y su avión? Hablé con Zorkin al respecto. Podíamos hacer un negocio limpio o enredarnos en un fregado de mil demonios. Naturalmente eligió lo segundo. El tipo es avaricioso pero no idiota. Sabe que me he tomado demasiadas molestias y gastado mucho dinero para quedarme sentada si me da el timo.
Iceberg sabía que eso no significaba gran cosa, pero no dijo nada. ¿Qué podía hacer ella contra un oficial ruso corrupto destinado en Kirguizistán si el tipo los traicionaba?
—¿Podemos entonces zanjar este apartado?
Él frunció los labios y bajó la vista hasta la línea roja. Lauren no había sido muy explícita al señalar la procedencia del dinero, presentándolos casi como la recaudación de una actuación benéfica. “Zao tiene amigos que piensan como él”, había dicho. Iceberg sospechaba que la mayor parte del dinero, sino todo, procedía de la senadora Chambers. Como tampoco dudaba de que actuaba movida por intereses personales. De alguna forma, había descubierto que el vicepresidente y el almirante Kramer se disponían a lanzarle una Paveway sobre la cabeza, y la reacción de aquella mujer extraordinaria, ejemplo de integridad y dedicación, era aprovechar la logística y convertir la bomba en un vengativo boomerang. Sólo el odio concentrado de Lauren hacia la camarilla que gobernaba China y la válvula de escape que había encontrado en aquella oportunidad impedía que ella lo viera también.
—De acuerdo —se oyó decir con voz casi desconocida.
—Estupendo —se animó ella, devolviendo su atención a la carta—. Zao estudió el mejor plan de vuelo posible, pero no le pareció prudente que viajara por medio mundo con él. Así que lo memoricé.
Lauren colocó la punta del lápiz sobre la parte oriental de la península Arábiga y le miró como una maestra asegurándose la atención de un alumno. Iceberg se concentró en aquel punto y al instante imaginó el cadáver del árabe pudriéndose cerca del F-35. Pronto habría un segundo. El de Kennedy o el suyo; y si de ser así, bueno, de nada le serviría tanta geografía.
—Estas son las cinco bases aéreas de Omán —continuó Lauren marcando cinco puntos al norte, este y sur del sultanato.
—Lo sé. Sólo la de la Masirah, situada en la isla del mismo nombre, representa algún problema. Al dejar el desierto, tendré que rodearla adentrándome en el mar Arábigo. La capacidad furtiva del avión se verá perjudicada por la presencia del depósito extra de combustible, que altera ligeramente su diseño.
—¿Pueden detectarte?
—Lo dudo. Pero el radar no es una ciencia del todo exacta. Podrían detectar una singularidad, algo insignificante que no tomarían por un avión sin identificar. Pero si despertara su curiosidad, pasarían la voz a la base de Seeb, situada al norte, y enviar algo tras de mí. Los omaníes disponen de cazas F-16 que supondrían un peligro.
—¿No puedes deshacerte de él después de agotarlo? —inquirió Lauren golpeando rítmicamente el mapa con el lápiz.
—Lo necesitamos para la segunda etapa del vuelo, aunque reposte en Kant —respondió Iceberg como una queja—. Los depósitos internos tienen sólo un alcance de 1.667 kilómetros, de modo que tendré que cargar con él todo el trayecto, que es una zona caliente, por decirlo suavemente. En estos momentos hay un portaaviones camino del golfo de Omán. Pero si captan algo no lo considerarán una amenaza, puesto que estaré alejándome de ellos, no aproximándome.
Lauren frunció los labios con aire pensativo, como si no hubiera contado con aquel peligro extra y luego volvió al mapa, trazando un imaginario círculo sobre Pakistán.
—Si el Golfo es una zona caliente, esta hierve, de modo que Zao cree que cruzar el país de sur a norte, lejos de la frontera con Afganistán, es la mejor opción. No tengo que decirte como están las cosas allí.
No, no tenía que hacerlo. El área era un permanente enjambre de actividad militar. Después de tantos años de guerra, seguía infestada de talibanes y miembros de Al Qaeda en lucha contra el ejército pakistaní y las fuerzas americanas, que la bombardeaban a menudo con su flota de drones. Debía mantenerse lo más alejado que pudiera de allí.
—Zao opina que la mejor ruta es entrar por el oeste de Karachi y seguir el valle del río Indo hasta las estribaciones del Himalaya.
Iceberg observó más de cerca el mapa. En teoría parecía sencillo, pero se trataba de atravesar de punta a punta un convulso país con una poderosa fuerza aérea y potencia nuclear. En ningún caso tendría la menor oportunidad de pasar desapercibido de no ser por la capacidad furtiva del F-35. Pakistán contaba con treinta bases aéreas, la mayoría cerca de la frontera con India, con quien había librado dos guerras. Sólo para empezar, la zona de Karachi ya contaba con dos y, en su camino hacia el norte, debería atravesar la zona de influencia de otra media docena. Imaginarse allí provocó un leve calambre en los músculos de su estómago.
—Una vez en el norte te encontrarás con el Karakórum y cruzarás a Tayikistán por la meseta de Pamir; luego, bordeando la frontera con China, entrarás en Kirguizistán.
Iceberg reprimió una sonrisa. Tal como lo explicaba Lauren, casi sonaba como una divertida excursión por el parque Yellowstone con una parada para saludar al oso Yogui.
—¿Cómo me comunicaré con los rusos? —preguntó.
—En esta frecuencia —Lauren señaló una anotación en el margen de la carta—. Serás Espectro Uno y ellos Motel Cinco.
—¿Espectro Uno? ¿Ha sido idea tuya?
—Bueno, se trata de vuestra jerga, no de la mía. En cuanto aterrices pregunta por el coronel Zorkin; ya te he dicho que pinta tiene. Asegúrate de que se encargue personalmente de todo. Cuando haya cumplido, usa esto —Lauren se inclinó recogió su bolsa de viaje y, de un bolsillo lateral, extrajo un móvil con la tarjeta SIM aparte—. No ha sido usado nunca y sólo tiene un número memorizado. Cuando sepamos que Zorkin ha cumplido, se hará la transferencia de la mitad del dinero a la cuenta elegida por él. Ya le transferimos cinco mil dólares como anticipo. Luego destruye el teléfono.
—¿Quién contestará? —preguntó Iceberg recogiendo el móvil.
—Probablemente Zao. Pero no tendrás que conversar con él. Sólo darle una breve contraseña para señalar que todo ha ido bien y no te encuentras bajo coacción. La palabra es Tien-lung, el dragón celestial, protector de los cielos y guardián de los que soportan el firmamento.
—Vaya, empiezan a gustarte los juegos de capa y espada.
—No negaré que tienen su gracia… Te encontrarás con el Midas aquí, sobre la cordillera Tien Shan —continuó Lauren volviendo al mapa—. Hace años esta zona era una de las más militarizadas del mundo, pero desde la desintegración de la URSS, los únicos límites que comparten China y Rusia quedan en Extremo Oriente. La cordillera se extiende unos mil kilómetros en dirección este, con picos de siete mil metros y glaciares. Será una excelente protección natural que añadir a las capacidades de tu avión.
—Sólo si a volar entre montañas de siete mil metros le llamas protección. A propósito, ¿le entregaste las especificaciones de la sonda de repostaje? Los sistemas no son compatibles y si no improvisan algún invento no podrán transferirme su combustible en vuelo.
—Dijo que lo arreglaría. Y sabe que es una parte vital del acuerdo. Si no lo soluciona, no cobra.
El lápiz se movió sobre la carta dejando un rastro rojo.
—Al dejar la Tien Shan descenderás, buscando la frontera con Mongolia. Las cordilleras desaparecen en la antesala del desierto de Gobi y Mongolia. Gobi significa literalmente “mar de arena” y, en efecto, es mayor que, por ejemplo, el mar Rojo y el Negro juntos, 800.000 kilómetros cuadrados de un vacío salpicado de tribus nómadas y pastores. Volverás a entrar en China por Mongolia Interior, una república autónoma que comprende una parte del Gobi; es enorme y está relativamente despoblada. Tiene una anchura media de cuatrocientos kilómetros hasta la provincia de Hebei, que rodea Pekín. La primera ciudad importante antes de la capital es Zhangjiakou, situada a 771 kilómetros al noroeste.
Lauren llamó entonces su atención sobre un curioso dibujito en forma de cremallera que se extendía como una serpiente intermitente interponiéndose entre Pekín y Zhangjiakou.
—La Gran Muralla. Esta es la sección Badaling, a sólo setenta kilómetros de Pekín, sobre el monte Jundu. Zao cree que es el punto desde el que debes iniciar el ataque.