48

Me desperté sobre una amplia cama, en una habitación completamente blanca. Reconocí el lugar enseguida: estaba en el hospital.

No había nadie conmigo en la habitación y me alegré de disponer de un rato a solas. Miré a mi izquierda. Cómo esperaba, allí estaba la pequeña mesita. Miré fijamente el cajón. Si no me equivocaba, estaría ahí dentro.

Alargué la mano y lo abrí de un tirón. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver el féretro de Áxelus.

Acaricié suavemente la tapa. Noté el leve calor que emanaba de la madera.

—He vuelto —dije en voz alta—. Ahora funcionará. ¡Tiene que funcionar!

Se abrió la puerta y justo cuando entraba la enfermera, empujé con fuerza el cajón, cerrándolo con un sonoro golpe.

—Buenas tardes, Álex —dijo una voz que ya conocía. Era Alicia, que se acercó a la cama con una amplia sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?

—Creo que bien —respondí. Intenté devolverle la sonrisa, pero mi boca sólo se torció en una extraña mueca.

—¿Puedes incorporarte? Necesito revisar el vendaje.

Asentí.

Alicia levantó el respaldo de la cama manipulando los controles del soporte lateral.

Yo llevaba puesta una fina bata de hospital, de esas que van abiertas por detrás, que vestía encima de la ropa interior. Un enorme yeso cubría casi totalmente mi pierna derecha y apretado contra mi pecho me habían colocado un vendaje compresivo, con el que me costaba respirar. Lesiones que me recordaron el atropello que sufrí cuando salí corriendo de mi casa, al encontrarla vacía y llena de sangre, tras la desaparición de mis padres. Justo la mañana siguiente de que papá abriera la caja.

Alicia se entretuvo un buen rato examinando el vendaje.

No puedo creer que ese maldito policía intentara…murmuró Alicia. Su voz resonaba con una profunda ira. Enmudeció de repente, mirándome con ternura. Sus ojos brillaban como si en cualquier momento fuese a empezar a llorar.

Intenté recordar de que me hablaba. Con todo lo que había pasado, recuerdos separados entre dos dimensiones distintas, tenía un pequeño lio en la cabeza.

Pero los recuerdos acudieron, sin aviso, a mi mente, como un batallón invadiendo un territorio enemigo fuertemente fortificado. Entraron por la fuerza en mi córtex cerebral, invadiendo sin remedio el lóbulo temporal, produciendo una extensa explosión que me levantó una fuerte jaqueca.

Hice una mueca de dolor. Sin apenas darme cuenta apoyé la mano en el rostro, frotándome suavemente bajo los ojos.

¿Te duele la cabeza?preguntó Alicia, apartando mi mano para verme la cara.

Un pocomurmuré.

Ahora te traeré algo para que se te pase dijo. Veamos si la escayola ha sufrido daños.

Comenzó a palpar el yeso que me cubría la pierna derecha.

¿Por qué te fuiste con ese loco?preguntó de pronto.

Se refería al agente López. Recordé que me fui con él para descubrir por qué mi vecina mintió en su declaración, contándole a la policía que escuchó como acababan con la vida de mis padres, haciéndoles creer que yo los había matado.

Ahora sabía porque hizo tal cosa mi vecina, por lo menos, con todo lo que sabía podía adivinarlo: esa pobre mujer había sido manipulada por Áxelus. Seguramente con la idea de que la policía me detuviera y así mantenerme distraído con la intención de que pasaran los seis días sin que siquiera me diera cuenta de lo que estaba pasando.

Si le hubiera salido bien, yo habría acabado encerrado en el féretro por toda la eternidad y Áxelus, libre, crearía su mundo de infinitos horrores convirtiendo la Tierra en un infierno.

Me obligó a irme con élmentí. ¿Qué más daba? Esa respuesta era, en el fondo, lo que la enfermera quería escuchar. Me dolió pronunciar esas palabras, pues López sólo había sido una víctima más de Áxelus. Un nuevo muerto en la ya larga lista de personas fallecidas por mi causa.

Como esperaba, Alicia asintió con la cabeza, sin preguntar nada más.

Se abrió la puerta y el doctor Santiago Núñez entró en la habitación.

Hola, Álexme saludó. ¿Cómo estás?

Podría estar mejormusité. Aunque también peor.

Santiago rió pasándose la mano por su espesa barba.

Hay alguien fuera que insiste en hablar contigo.

Lo miré intrigado.

Iván Camachoaclaró Santiago, el compañero del agente López.

Debió notar algo en mi cara, porque se apresuró en añadir:

Si no te ves con fuerza de hablar ahora con la policía le puedo decir que vuelva mañaname guiñó un ojo. Ventajas de que me tengas como médico.

Sonreí.

No importadije. Que pase.

Como quierasdijo Santiago retrocediendo hacia la puerta. Antes de salir de la habitación se giró nuevamente hacia mí. Le diré que sea rápido. Que necesitas descansar.

Graciasdije, aunque no creo que el doctor me escuchase, pues ya estaba atravesando la puerta.

¡Bueno!exclamo Alicia. De momento he terminado. Parece que todo está bien. Reconozco que temía que ese pedazo de bestia de policía te habría agravado las heridas del accidente cuando…

Se cayó de golpe.

Cuando intentó matarmeterminé yo la frase por ella.

Alicia me miró con tristeza.

Puedes decirlo, no pasa nadale dije intentando sonreír.

Ella me devolvió la sonrisa y me sorprendió besándome en la cara.

Eres un gran niñodijo. Una solitaria lágrima descendió su mejilla.

Me alegro de que seas mi enfermeradije pensando que la situación merecía una respuesta por mi parte.Fue lo mejor que se me ocurrió. Eres muy buena conmigo.

En ese momento se abrió nuevamente la puerta y entró Santiago acompañado de un hombre gordo vestido de uniforme de policía: el agente Iván Camacho.

¿Podéis dejarnos solos unos minutos?preguntó mirando al doctor y a la enfermera.

Creo que sería oportuno que yo me quedaraprotestó Santiago. La última vez que le dejamos a usted y a su compañero con élme señalo, acabó…

No pasa nadale interrumpí.

Todos me miraron. Santiago y Alicia me rogaban con los ojos que no me quedara a solas con ese hombre. Camacho sonreía satisfecho.

Estaré bienme apresuré a añadir.

Como quierasdijo Santiago y le hizo una señal a la enfermera para que lo acompañara fuera de la habitación. Alicia negó con la cabeza, pero caminó lentamente hacía la puerta.

Salieron los dos y me quedé a solas con el agente Camacho.

Buenodijo el policía acercándoseme con cuidado. Daba la sensación de que me tenía miedo. Ahora si eres tan amable, quiero que me cuentes exactamente qué es lo que está pasando aquí.

Yo lo miré en silencio. No sabía por dónde empezar, ni que contarle exactamente. Sabía con certeza que no podía contarle la verdad, por lo menos no toda, porque eso complicaría las cosas demasiado. Necesitaba que se fuera cuanto antes para poder, así, realizar el ritual para encerrar a Áxelus en el féretro.

Me arrepentí de haberle dicho a Santiago que dejara pasar al policía, pero algo en mi interior me decía que, si no lo hubiera hecho, Camacho no se habría marchado tranquilamente del hospital.

¿Qué ha pasado esta mañana cuando López y yo vinimos a verte?

Era cierto, al regresar a esta dimensión había vuelto al mismo momento en el que me fui. Al día siguiente al que descubrí que mis padres habían desaparecido y que me atropelló el coche al salir corriendo de mi casa.

¿Cómo hiciste todo eso?añadió. ¿Tiene algo que ver con la caja?

Me quedé helado. Recordé lo que sucedió la primera vez que hablé con los dos policías. Como los agredí con el poder del féretro. Con el poder de Gonzalo.

No sé a qué se refiere.

¿No lo sabes? ¿Estás seguro?

Moví la cabeza afirmando.

Entonces, ¿no puedes explicarme como un niño como tú pudo dejar fuera de combate a un hombretón como yo?

No, señorbajé la cabeza para que no viera como mi boca se torcía en una sonrisa.

Camacho paseaba por la habitación, visiblemente frustrado de no obtener las respuestas que deseaba.

¿Por qué te fuiste con López?

Me obligó a irme con éldecidí seguir con la misma mentira que le había contado a Alicia.

¿Por qué iba a hacer eso?

No lo sé.

¿Adónde fuisteis?

Me llevó a mi casa.

¿Para qué?

No lo sé.

¿Qué pasó allí?

Intentó…tragué salivamatarme.

¿Por qué haría eso?me miró fijamente a los ojos. Alcé los hombros indicando que no sabía la respuesta. No tiene sentido. López era un buen policía.

De pronto me sentí mal por haberle mentido. Estaba claro que Camacho únicamente quería comprender porque su compañero, su amigo, había acabado muerto, tiroteado en el jardín de la casa del niño que estaba interrogando sólo unas horas antes. Pero no había vuelta atrás, tenía que acabar con esa conversación cuanto antes.

Se volvió loco de repenteafirmé. Decía cosas sin sentido y de pronto se puso furioso e intentó ahogarme. No sé nada más.

Camacho se quedó un buen rato en silencio, observándome detenidamente.

De acuerdodijo finalmente, pero esto no acaba aquí. Volveré mañana y tendremos una larga conversación.

Asentí con la cabeza.

Haz memoriaañadió retirándose hacia la puerta. Estoy seguro de que sabes mucho más de lo que dices. Hasta mañana.

No esperó mi respuesta. Salió rápidamente por la puerta, dejándome completamente sólo en la habitación.

Poco después llamé a Alicia y le pedí que me trajera papel y bolígrafo para escribir esto que ahora estáis leyendo.

Ha llegado la hora. Debo probar por última vez el ritual, aunque no tengo mucha fe en que salga bien. Espero que por lo menos alguien encuentre esto y le sirva de ayuda para arreglarlo todo.

Quizás, y sólo quizás, conociendo mi historia podáis descubrir la forma de derrotar al demonio Áxelus. Os deseo suerte.

Los últimos 6 días
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