45

Los rayos del sol, entrando por la ventana, me despertaron al incidir contra mi rostro. Me desperecé estirando los brazos. Hice una mueca de dolor al sentir el pinchazo en el hombro.

Continuaba en el dormitorio de Augusto. Ver sus cosas me hicieron recordar su muerte y las lágrimas amenazaron nuevamente con inundarme los ojos. Me contuve.

Ya no me sentía como un niño de nueve años, tenía la impresión de haber envejecido mucho en los pocos días transcurridos desde que mi padre abriera el féretro y supe que pasara lo que pasara ya nunca volvería a ser el mismo.

Me levanté y caminé hacia la puerta. Al pasar por delante del armario no pude evitar observar mi imagen en el espejo que cubría totalmente la superficie delantera.

Tenía la ropa teñida por la sangre derramada y la camiseta se veía rasgada allí donde la había atravesado el trozo de cristal. Pero lo peor de todo era mi rostro. Me costó reconocer mi propia imagen. Tenía la piel totalmente blanca, excepto bajo los ojos donde resaltaban dos enormes manchas violáceas. Mis propios ojos, enrojecidos, me devolvían la mirada desde el espejo. Una mirada oscura que me dio miedo.

Salí del dormitorio y caminé hasta el comedor. Un escalofrío recorrió mi espalda. Las rodillas me temblaron. Me apoyé contra la pared para no caer al suelo.

Sobré la rinconera, cubierto con una sábana ensangrentada, estaba el cuerpo inerte de Augusto.

Salí de allí tambaleándome.

¡Claudia!llamé a la pequeña bruja.

Nadie respondió.

Recorrí la casa buscándola en todas las estancias. Poco a poco empecé a ponerme nervioso. ¿Y si le había pasado algo mientras yo dormía?

Afortunadamente la encontré tras la siguiente puerta que abrí. Estaba en un pequeño despacho, sentada tras el escritorio, con la cabeza apoyada sobre el Grimorio abierto. Dormía.

Me acerqué despacio. Suspiré aliviado al percibir el suave movimiento de su respiración. Sobre la mesa había un reloj: eran las diez y doce de la mañana.

Decidí dejarla descansar un poco más, pese a que nos quedábamos sin tiempo.

Salí del despacho, cerrando la puerta con cuidado para no hacer ruido y me acerqué a la cocina a buscar algo para desayunar.

Al abrir el frigorífico, escuché una voz a mi espalda:

¡Me engañasteis!

Me di la vuelta asustado. La botella de leche que estaba sacando de la nevera en ese momento, cayó al suelo derramándose.

Era Gonzalo.

Nos has encontradodije tranquilamente buscando una segunda botella de leche en el interior del frigorífico. Es curioso cómo se pierde el miedo a todo cuando asimilas que dentro de poco probablemente estés muerto. ¿Quieres desayunar?

Gonzalo sonrió.

Fue muy listo tu amigodijo sentándose en una silla. Por un momento me hizo creer que podía matarme. Que estúpido fui.

Asentí. Puse dos vasos sobre la mesa y los llené de leche.

Muriómurmuré. Poco después de que huyeras.

El hechizoadivinó Gonzalo. Usó toda su fuerza vital para debilitarme.

Moví la cabeza afirmativamente.

Aun así, fue algo espectacularañadió. Nadie había logrado hacerme daño nunca. Por eso me asusté tanto. Realmente creí que me estaba matando.

Rió.

Se me olvidó que soy inmortal.

Puse una caja de galletas, que encontré en un cajón, sobre la mesa. Cogí una y la mordí.

¿Qué quieres?pregunté al tiempo que masticaba.

Lo sabes perfectamenterespondió. Bebió un trago de leche.

Claro que lo sabía. Lo que ignoraba era para qué lo quería. A no ser…

Tu sabes porque no funciona el ritualadiviné.

Gonzalo sonrió maliciosamente.

Dímeloexigí.

No serviría de nadasentenció. Sus ojos color ámbar parecieron brillar con luz propia. Al principio tenía esperanza, pero ahora lo veo con claridad.

¿Por qué? ¿Es que no puedo hacer nada para detener a Áxelus?

Guardó un instante de silencio, clavándome su mirada.

Creo que ya conoces la respuesta.

Claro que lo sabía, pero de momento me negaba a que esa fuera la única alternativa.

Tiene que haber otra forma.

¿Qué hace él aquí?gritó Claudia, entrando en la cocina, con el enorme libro bajo el brazo.

Hola, brujitasaludó Gonzalo con una amplia sonrisa.

¡Será mejor que te marches!gritó Claudia abriendo el Grimorio. O yo misma acabaré contigo.

¡No!grité yo, rememorando el final de Emilio.

Tranquila, brujita dijo Gonzalo levantando las manos. Vengo en son de paz. Además, ese hechizo no hace más que debilitarme, aunque ciertamente es una sensación muy desagradable que no me apetece revivir.

¿De qué lado estás realmente?preguntéevitando la reyerta. No lo entiendo. Algunas veces nos ayudas y otras nos traicionas de la manera más vil.

Si dejas a un lado ese maldito libro os lo contaré tododijo sin apartar su vista de Claudia.

La miré haciéndole un gesto con la cabeza.

Refunfuñando, cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Tomó asiento a mi lado.

¿Y bien?le insistí a Gonzalo.

El demonio asintió lentamente.

Está biendijo. Pero sólo lo explicaré una vez, así que no me interrumpáis.

Le hice un gesto con la mano para que continuara.

Cuando Áxelus fue liberado, tras la apertura del féretro, el equilibrioentre el bien y el mal se vio alterado de manera desastrosa. La única forma de reinstaurar ese equilibrio es conseguir encerrar nuevamente al demonio antes de que acabe el plazo que marca la maldición que estableció Lucifer. En caso contrario, para que lo entendáis, comenzaría el fin del mundo. ¡Se acabó!sonrió. Mi objetivo es el mismo que el vuestro: devolver a Áxelus a su encierro.

Entonces, ¿por qué nos robaste el féretro?pregunté.

Después de que fallara el ritual en los vestuarios del colegio comprendí que nunca conseguirías realizarlo con éxito. Necesitaba averiguar las opciones que quedaban y para eso tenía que llevar el féretro a mi señor.

Pero, ¿por qué no nos lo dijiste?intervino Claudia. Si es verdad todo lo que cuentas, podríamos haber trabajado juntos.

Gonzalo alzó los hombros.

Yo respondo ante una fuerza superior. No se nos permite revelar nuestra naturaleza sin autorización. Lo complicaste todo al reconocer mi esencia demoníaca. Y sobre todo al alertar a Álex sobre mi verdadera naturaleza.

Perodije lentamente, si la única opción que queda es mi muerteClaudia me miró alarmada. ¿Por qué no me mataste directamente?

Sinceramente, lo pensérespondió el demonio. Pero necesitaba consultarlo primero. Ya sabéis, hay que respetar los escalafones.

Entonces, ¿has venido a matarme?

¡No lo permitiré!gritó Claudia poniéndose en pie.

Tranquila, brujitadijo Gonzalo sin inmutarse. Me miró fijamente. Matarte tampoco funcionaría.

Claudia y yo nos miramos estupefactos.

Esta no es tu dimensiónexplicó. Áxelus fue muy audaz al enviarte aquí. Fue una trampa muy elaborada.

No lo entiendodije.

Si yo, o alguien acabara con tu vida en esta dimensión, tu espíritu se perdería en una de las múltiples dimensiones intermedias que existen. Es lo que la iglesia católica llama Purgatorio.

Por eso Áxelus no me mató cuando pudoafirmé.

Gonzalo asintió.

Exacto, si lo hubiera hecho, al no poder reemplazarlo en el féretro, cuando acabara el plazo de seis días, Áxelus nunca habría conseguido recuperar su fuerza vital para regenerar su cuerpo y así poder hacer y deshacer a sus anchas.

Pero hay másañadió. En esta dimensión, el féretro no ha sido abierto, así que de nada sirve realizar el hechizo para encerrar de nuevo a Áxelus. Por eso no funciona el ritual.

Entonces, debe volver a su dimensión. Allí funcionará el ritual intervino Claudia poniéndose en pie de pronto. El Grimorio explicaba algo sobre eso.

Comenzó a girar páginas rápidamente.

No entiendo una cosadije llamando nuevamente la atención de Gonzalo. Si me mataras ahora mismo, según has dicho, Áxelus no lograría recuperar su poder.

Gonzalo asintió.

Entonces, ¿por qué no me matas?

Es complicadoexplicó. Si te matara, Áxelus estaría débil, sí, pero libre de todas formas. Sólo sería cuestión de tiempo que encontrara la forma de recuperar todo su poder.

Moví la cabeza indicando que lo comprendía.

Además, estoy completamente seguro de que no dudará en matarte si tiene la menor sospecha de que conseguirás volver a encerrarlo. Mejor libre como un espíritu que permanentemente cautivo.

Aquí estáinterrumpió Claudia. Sabía que lo había visto.

Gonzalo y yo nos acercamos, para ver la hoja que señalaba.

Según estoexplicó. La única forma de volver a la propia línea dimensional es…

Enmudeció de pronto.

¿Qué?preguntamos Gonzalo y yo a la vez.

Claudia nos miró. Sus ojos brillaron húmedos.

El auto-sacrificiodijo con voz temblorosa. Álex, tienes que suicidarte.

Sentí helarse la sangre en mis venas. Todo mi cuerpo se estremeció con un fuerte escalofrío. Por un momento pensé que me desmayaría.

Tiene sentidocomentó Gonzalo pensativo. El suicidio podría ser la única solución. Será como dormirte aquí y despertarás en tu mundo.

Los dos me miraban fijamente. Esperaban que me pronunciara, pero me vi incapaz de decir nada. Yo pensaba que tenía asimilada la idea de acabar con mi vida si llegaba la hora fatídica que marcaba la maldición, pero para eso aún quedaban algunas horas.

Además, si aquello era cierto, quitarme la vida me devolvería a mi propia dimensión, lo que significaba que acabaría igualmente atrapado dentro del féretro, sustituyendo al demonio Áxelus, que quedaría libre en mi lugar.

Llegado el caso tendría que quitarme la vida dos veces. No sabía si tendría valor para hacerlo.

Los últimos 6 días
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