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Tal como me había dicho que haría, la enfermera Estela Suárez, llamó a mi madre para que viniera a recogerme cuanto antes, y allí la encontré cuando entré en aquel enorme cubículo de recepción que hacía las funciones de secretaría.

En cuanto me vio, sus ojos se abrieron de manera exagerada y casi cómica, al tiempo que corría a abrazarme y llenarme de besos. Me examinó por delante y por detrás, haciéndome girar constantemente, como si esperara encontrar algo horrible en mi cuerpo.

¡Ahh!me quejé al sentir de nuevo el punzante dolor de mi espalda. Mamá, cuidado.

Mi madre me levantó la camiseta y un agudo lamento escapó de sus labios al ver la enorme venda que me cubría las heridas.

¿Qué te ha pasado?preguntó horrorizada.

No es graveintervino la señorita Romero, encargada de Secretaria, sin levantarse de su enorme silla de cuero, tras su escritoriopero la enfermera Suárez recomienda que pase tres días de reposo. También ha comentado que convendría que le viera un médico. Según sospecha podría tratarse del ataque de algún animal. Seguramente le pondrán la vacuna contra la rabia.

Dios mío, ¿un animal?, ¿qué animal? mamá me mirófijamente mientras yo negaba lentamente con la cabeza, indicándole que desconocía esa respuesta. Nos vamos ahora mismo al hospital.

No quiero ir al hospitalprotesté. En esos momentos sólo quería que todo acabara y mi vida recobrara de una vez por todas la normalidad. Sólo quería ir a casa.

No digas tonteríasreplicó mamá. Ve a buscar tus cosas que nos vamos.

Me dispuse a protestar de nuevo, pero la mirada amenazante de mi madre me hizo desistir de mi actitud y someterme completamente a su voluntad. Es el poder que ejercen todos los padres sobre sus hijos, por lo menos hasta llegar a determinada edad.

Salí de secretaría y me encontré de frente con Claudia.

¿Que quieres ahora?le pregunté.

Claudia levantó la mochila que llevaba en la mano para que la viera. Era la mía.

Sólo te traigo tus cosas.

Graciasdije cogiendo mi mochila. Me dispuse a colgármela del hombro, pero un nuevo pinchazo de dolor en la espalda me hizo cambiar de idea. La sostuve del asa superior, quedando suspendida junto a mi pierna izquierda.

Ten cuidado, Álex —dijo Claudia cogiéndome una mano.

No empieces otra vez, por favor.

Claudia sonrió, pero era una sonrisa triste.

Sólo digo que no te fíes de nadie y te cuides.

Ese niño de antes, Gonzalo, no es humano ¿verdad?pregunté medio tartamudeando. Temía profundamente escuchar la respuesta.

Me soltó la mano y sin darme tiempo a reaccionar me plantó un beso en la mejilla.

Llámame cuando lo necesitesdijo y salió corriendo por el pasillo, desapareciendo de mi vista antes de darme tiempo a decir nada.

Me quedé allí quieto, mirando estúpidamente el pasillo vacío frente a mí. En el fondo esperando que Claudia reapareciera, aunque sólo fuera para contestar a mi pregunta. Una pregunta de la que ya conocía la respuesta, aunque mi mente se negaba a admitir esa posibilidad.

Abrí despacio mi mano y miré el pequeño papel doblado que Claudia había introducido en ella. Lo desdoblé con cuidado y leí lo que había escrito. Era un número. Su teléfono.

Los últimos 6 días
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