28
Me adentré en el centro de Palma, por una zona de estrechas callejuelas que no había transitado nunca en mi corta vida. Me embargaba constantemente una sensación de peligro y sentía cientos de ojos observándome en todo momento.
Intenté tranquilizarme y pensar que paso sería conveniente dar a continuación. Estaba claro que no podía volver a casa, si es que esa era mi casa.
“¿Sería cierto lo que me había contado Gonzalo, en el sueño, de que nada de lo que me rodeaba era real?”
“Si era cierto, ¿cómo podría regresar a mi mundo?”
¿Te has perdido, pequeño?
Era un hombre viejo, vestido con mugrientos harapos, que se acercaba lentamente hacia mí. Su sonrisa mostraba sólo unos pocos dientes, todos llenos de manchas negras. Por lo menos sus ojos parecían normales
¿Estás solo? ¿Dónde están tus padres?
Miré a mi alrededor. Absorto en mis pensamientos, había llegado a un pequeño parque. Por la basura que se advertía por todos lados, daba la impresión de que no era muy transitado. No se veía a nadie más, aparte del mugriento vagabundo que ya estaba a menos de un metro de mí.
Te has escapado de casa, ¿eh?rió alargando su sucia mano para tocarme la cabeza.
Ahora vienen mis padresdije temblando.
No tengas miedodijosoltando una ruidosa carcajada. Ya veo que te has escapado, si no, ¿que haces aquí, en este sucio lugar perdido, en pijama?
Miré embobado mi ropa. Se me había olvidado que todavía vestía el pijama con la camiseta llena de rasgaduras, fruto de la huida desesperada para escapar de mi madre. Noté como, poco a poco, las lágrimas empezaban a brotar de mis ojos.
No llores, mi niñodijo el hombremesándome suavemente el cabello. Yo te ayudaré, ahora ya no estás solo.
Me agarró de la mano y tiró de mí, obligándome a caminar a su lado. Aún no se veía a nadie por los alrededores. Estábamos completamente solos.
Seguro que tienes hambredijo sin soltarme ni un instante la mano. Vamos, tu amigo Pepe te va a dar de comer.
Me detuve bruscamente, intentando soltarme, pero Pepe me sujetó aún con más firmeza y pegó un fuerte tirón, lanzándome de cara al suelo.
Mira que eres torpeotra ruidosa carcajada. Me agarró por los sobacos y me levantó en el aire. Ya no tienes de que preocuparte, primero te daré algo de comer. Luego llamaremos a tu casa. Seguro que tus papás estarán muy preocupados por su pequeñín.
Entonces supe lo que debía hacer. Sólo había una persona que podía aclararme algo de lo que estaba pasando últimamente en mi vida. Una persona que esa misma mañana me había dado su número de teléfono, un número que, por motivos que desconocía, se había quedado grabado en mi mente. Claudia.
¿Tienes teléfono?pregunté armándome de valor.
Pepe rió de nuevo.
¿Quién no tiene teléfono hoy en día?
Asentí.
¿Puedes bajarme? Por favorle pedí.
Pepe me dejó suavemente en el suelo. Me tendió la mano, blindándome una nueva sonrisa medio desdentada.
Intenté devolverle la sonrisa y sentí como mi boca se torcía en una extraña mueca. Agarré su mugrienta mano y juntos caminamos hacia la salida del parque.
Nos adentramos en un oscuro callejón. Tampoco se veía a nadie por allí cerca, era como si la humanidad se hubiese extinguido y solo quedáramos nosotros dos en La Tierra. De pronto, Pepe se detuvo frente a un ruinoso portal.
¡Hogar, dulce hogar!exclamó, dejando oír de nuevo su estruendosa carcajada. Verás que bien vas a estar aquí.
Yo lo miré asustado.
No me voy a quedar dije, sin lograr apaciguar el temblor de mi voz. Sólo necesito llamar por teléfono.
Riendo, Pepe me levantó nuevamente en volandas y llevándome en brazos atravesamos la destrozada puerta de la entrada.
El lugar era una amplia nave industrial. Atravesamos un estrecho pasillo, formado por una serie de enormes máquinas, de las que desconocía su utilidad. Yo gritaba y me revolvía todo lo posible, pero aun así no logré que me soltara. Al contrarío parecía disfrutar de mi intento de rebeldía.
Entró por una puerta, accediendo a lo que parecía un pequeño despacho, que tenía decorado como un diminuto apartamento. En una esquina había un roído colchón directamente tirado en el suelo, con una manta arrugada encima. En el centro del despacho había un escritorio con un enorme sillón con la piel acartonada y agrietada. Sobre el escritorio descansaba un sucísimo plato con restos de comida y una lata que habían usado, seguramente Pepe, a modo de vaso. También había una botella, medio vacía, de vino tinto, lo que explicaba el fuerte olor que flotaba en el aire.
En un rincón, relampagueando y dando un aspecto aún más sobrecogedor al lugar, una pequeña hoguera permanecía encendida creando sombras grotescas en las paredes.
Pepe me soltó bruscamente sobre el colchón y se acercó a la hoguera. Me senté y me quedé mirándolo, no podía dejar de llorar.
¿Qué te apetece?me preguntó Pepe. ¿Hamburguesa o frijoles?
Yo me recosté, en posición fetal, sobre el destrozado colchón. Le miré en silencio, sin intentar frenar los grandes lagrimones que descendían por mis mejillas.
¡Te estoy hablando! dijo levantando la voz. ¿Acaso te has vuelto sordo de repente?
Negué con la cabeza.
No tengo hambremurmuré. Quiero llamar por teléfono.
Primero la cena.
Tragué saliva, tenía que controlarme y encontrar la forma de salir de ahí. Quizás cuando se durmiera podría huir. Decidí seguirle la corriente hasta que se me presentará la oportunidad de escapar.
Hamburguesa, por favordije.
Pepe sonrió, poniendo una oxidada sartén sobre las llamas de la hoguera.
Bueno, ¿y cómo te llamas?me preguntó poniendo dos pedazos de carne deformada sobre la sartén.
Álex.
Álex, buen nombre. Me gustarió. Y ¿que me cuentas? ¿te has escapado de casa? ¿verdad?
Asentí.
Seguro que tus papás estarán muy preocupadosme miró sonriendo, seguro que darían cualquier cosa por recuperarte.
No creo que les importerepliqué rememorando como,la que yo creía mi madre, había intentado matarme hacía tan sólo unas pocas horas. No me quieren.
Pepe giró las hamburguesas sobre la sartén. El despacho se estaba llenando con el agradable olor de la carne cocinada. Mis tripas gruñeron pidiendo comida, recordé que aún no había probado bocado desde esa mañana.
Huele muy biendije intentando parecer amable. Tenía que conseguir que se confiara, así sería más fácil escapar de él.
Y sabrá mejorrió. Sacó las hamburguesas de la sartén y me pasóuna sobre un pedazo de pan duro.Toma, verás que buena está.
La cogí con cuidado y le pegué un buen mordisco. Era la peor hamburguesa que he probado en mi corta vida, pero tenía tanta hambre que no pude dejar de comer.
¡Vaya!exclamó Pepe, con la boca llena. Tienes buen apetito, así da gusto.
Rió.
Yo asentí y seguimos comiendo en silencio.
¿Puedo llamar ya por teléfono?me atreví a preguntar en cuanto acabamos la comida.
Claroasintió Pepe sonriendo. Dame el número y yo llamaré por ti. No te preocupes, les diré que estás bien.
Me dispuse a protestar nuevamente de que no quería llamar a mi casa. Esa ya no era mi casa. Pero me lo pensé mejor. Ese hombre tenía que estar convencido de que no iba a intentar escapar, era la única posibilidad que tenía para huir de allí.
Le dicte el número.
Seguramente lo cogerá Claudiaexpliqué. Es mi hermana. Mis padres trabajan los dos, no creo que estén en casa ahora.
Pepe salió del despacho, dejándome sólo y se quedó entre dos de las máquinas de fuera. Vi como sacaba algo de su bolsillo y lo manipulaba unos instantes, antes de llevárselo a la oreja. Un teléfono móvil. Habló un buen rato, mirándome constantemente a través del sucio cristal del despacho. Yo rogué porque Claudia supiera tratar a ese hombre para que no sospechase que le había mentido.
Cuando Pepe entró nuevamente en el despacho se le veía radiante.
¿Con quién has hablado?pregunté, realmente intrigado.
Tu hermanita es muy simpáticacontestó sonriendo ampliamente. Tenías razón, tus padres no estaban, pero no importa, tu hermana me ha pasado con tu abuela y ya lo he arreglado todo.
¿Mi abuela?nada más decirlo intenté disimular mi estupefacción. Pepe pareció no percatarse de mi error.
Muy simpática también, tu abuela. Hemos llegado a un acuerdo enseguida. Esta noche estarás tranquilamente en tu camita, como si nada de esto hubiera pasado.
Me obligué a sonreír, quería preguntarle de que me estaba hablando, pero no me atreví.
Ahora a esperardijo sentándose en la silla de piel y poniendo sus pies sobre el escritorio. Si quieres puedes dormir un rato. La siesta es importante para la salud.
Rió de nuevo.
Asentí en silencio y me acosté sobre el colchón. A los pocos minutos, la fuerte respiración de Pepe se fue convirtiendo en profundos ronquidos. Se había quedado dormido.
Me levanté sigilosamente y caminé despacio hacia la puerta del despacho.
¿Vas a algún sitio?preguntó Pepe, sobresaltándome.
Yo…dije lo primero que me pasó por la mente, tengo que ir al baño.
Hazlo ahíseñaló un cubo oxidado que había en un rincón.
Negué con la cabeza.
No es pipídije bajando la vista al suelo, avergonzado.
Pepe rió.
Comprendose levantó y caminó hacia mí. Vamos, el baño está aquí al lado.
Salió del despacho, sin esperarme. Le seguí, orgulloso de cómo había resuelto la situación. Pepe no sospechaba que había estado a punto de huir.
Es ahídijo señalando una puerta toda astillada. Date prisa, te espero aquí.
Entré, dejando la puerta medio entornada, no cerraba del todo, y me encontré con un inodoro completamente lleno de mierda, estaba por todas partes. Sin olvidar el pestilente olor que parecía golpearte nada más entrar.
Salí asqueado.
¿Has acabado?rio Pepe.
Eso es asquerosodije señalando el interior del baño.
Vaya, el niño ha salido finolisPepe soltó su horrible carcajada. Caminó de vuelta al despacho, controlando de reojo que yo le siguiera.
Desde fuera nos llegó el sonido de una sirena.
Pepe se quedó inmóvil, oteando el aire.
¿Qué demonios…?exclamó corriendo hacia una ventana. Se asomó fuera. La sirena se oía cada vez más cerca.
No pude evitar sonreír. Verlo asustado era como un regalo para mí.
Una voz sonó en el aire, algo distorsionada por el megáfono:
LE HABLA LA POLICÍA, SUELTE AL NIÑO Y SALGA CON LAS MANOS EN ALTO.
No puede ser, no puede serrepetía Pepe nervioso. Miraba a todos lados a la vez, yendo de una ventana a otra.
SUELTE AL NIÑO Y SALGA CON LAS MANOS EN ALTO, ESTE ES EL ÚLTIMO AVISO.
Esa zorra de tu abuela ha llamado a la policíagruñó Pepe agarrándome fuertemente de los brazos. ¿Pero como me ha encontrado?, le dije que nos veríamos en la plaza España, no le di esta dirección. No se la di.
¡Suéltame!grité pegándole un puntapié en la espinilla.
Funcionó, Pepe me soltó, al tiempo que gritaba de dolor. Sin perder tiempo salí corriendo escondiéndome entre las enormes máquinas industriales.
Pepe me siguió.
VAMOS A ENTRAR, LE HABLA LA POLICÍA. SI NO SUELTA AL NIÑO AHORA MISMO ESTO ACABARÁ MAL. MUY MAL.
¡Maldición!oí que exclamaba Pepe y escuché sus pasos alejándose rápidamente. Estaba huyendo.
Escapé en dirección contraria y salí a la calle. El sol del atardecer me deslumbró.
¿Álex?oí una voz femenina a mi espalda.
Me di la vuelta lentamente, asustado. Era Claudia. Me lancé a sus brazos, fundiéndome con ella en un fuerte abrazo y me quedé ahí un rato, llorando en su hombro.
¿Este es el causante de tanto jaleo?preguntó alguien acercándose.
Despacio, Claudia y yo, desunimos nuestros cuerpos, para encontrarnos frente a una mujer robusta, de pelo cano cubierto con un enorme pañuelo multicolor. Iba vestida con una larga túnica rosa, adornada con muchos brillantes. En la mano llevaba un enorme megáfono de color negro.
Álex, te presento a mi abueladijo Claudia. Mona Vérnel.