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…en el mundo de la divinidad, donde viven los ángeles, sólo existía una cosa que estaba completamente prohibida para sus habitantes: “descender e interactuar con los humanos”.
Vivía en ese mundo, un joven ángel llamado Áxelus. Era un ser inquieto, con un poder muy superior al de sus compañeros. Era un buen ángel. Ayudaba a todo el que lo necesitaba de manera desinteresada y disfrutaba haciendo feliz a sus congéneres.
Todo iba bien hasta que un día descubrió lo que le condenó para toda la eternidad: “el mundo de los humanos”. Lo descubrió por accidente, nunca mejor dicho, pues fue al tropezar con una extraña piedra cristalina que le hizo caer al suelo cuan largo era. Se levantó pensando que debería recoger esa piedra, no fuera a tropezar otro ángel con ella y se hiciera daño. Pero al cogerla entre sus manos, la piedra se iluminó mostrándole la vida tal cual era en la Tierra, donde vivían los humanos.
Se quedó embelesado al momento. Pasó el tiempo, mucho tiempo y Áxelus era incapaz de retirar su mirada de aquella piedra que le mostraba tantas cosas desconocidas e increíbles. Sólo tuvo valor de dejar de mirar la piedra cuando una idea se forjó a fuego en su mente: “tenía que visitar aquel lugar”.
Solicitó audiencia con el Señor Supremo, aquél que conocéis como Dios y le pidió permiso para una visita, aunque fuera corta, a los humanos.
Dios se puso furioso y se lo prohibió rotundamente. Áxelus abandonó la cámara sagrada verdaderamente disgustado, jurando que la cosa no quedaría así.
Algo después cumplió su promesa. Escapó y descendió a la Tierra.
Fue una temporada muy alegre para Áxelus. Consiguió adaptarse perfectamente a la vida rutinaria de los humanos. Encontró trabajo e incluso un día se enamoró.
Ella se llamaba Rebeca, era una chica muy hermosa, con una larga cabellera rubia y una enorme inteligencia que la hacía aún más atractiva. Fue un romance como no hubo igual, el tiempo pasó muy rápido, quizás demasiado, sin darse cuenta. Pero había una cosa que Áxelus no se podía quitar de la cabeza: “nunca podría darle un hijo a Rebeca”.
¿Por qué no?pregunté interrumpiéndola.
Pues porque los ángeles no pueden tener hijosme respondió Claudia.
Niños, las preguntas despuésdijo firmemente Mona. Ahora silencio y escuchad atentamente.
¿Pero por qué no puede tener hijos un ángel?insistí.
Porque no son humanoscontestó Mona. Ahora, ¿sigo o no con la historia?
Claudia y yo asentimos con la cabeza.
La angustia invadió pronto el corazón de Áxelussiguió leyendo Mona. Tras mucho meditarlo decidió que debería contarle la verdad a Rebeca. Y así lo hizo. Aparentemente, la chica se lo tomó bastante bien, pero Áxelus sabía, por sus poderes sobrenaturales, que en la intimidad Rebeca se pasaba el tiempo llorando. No podía soportar verla sufrir así que tomó una decisión: “volvió al cielo”.
Dios lo recibió rápidamente tras su regreso y hablaron largo y tendido. Áxelus le contó toda su historia. Dios, bondad absoluta, no pudo reprimir su compasión ante aquel, su ángel, que sufría de amor. Y al pedirle Áxelus que lo convirtiera en mortal, Dios accedió.
Áxelus regresó a la Tierra. Fue inmediatamente a buscar a Rebeca, no podía esperar ver su cara cuando le dijera que ahora era mortal. Que podrían vivir el resto de sus caducas vidas juntos e incluso le podría dar un descendiente. O varios.
Llegó a la casa de Rebeca y enseguida intuyó que algo andaba mal. La puerta estaba destrozada y al entrar encontró algunos muebles volcados. Había cristales por todos lados. Llamó a Rebeca, entrando en cada una de las estancias de la casa, desanimándose un poco más con cada habitación vacía que iba dejando atrás.
Al entrar en el dormitorio de la chica, la vio allí, tumbada sobre la cama. Tenía el pelo alborotado y la piel levemente más pálida de lo normal. Sonriendo, pensando que dormía, se sentó junto a ella y la zarandeó suavemente para despertarla. Al ver que no reaccionaba se empezó a poner nervioso. Cuando vio el mango del cuchillo sobresaliéndole del pecho, se sintió morir el mismo. Rebeca, su amada, por la que había dejado la inmortalidad, estaba muerta.
Rezó a Dios pidiéndole ayuda. Pero sus súplicas fueron ignoradas. Entonces acudió al único ser que podría ayudarle aparte de Dios: “Lucifer, el ángel caído”.
Rogó al señor oscuro y esta vez su llamada fue escuchada. Le pidió ayuda a Lucifer, que le contestó: “Lo que más desee tu corazón te será concedido, Áxelus, por un precio muy pequeño: Tu alma”.
Áxelus accedió. Su alma era un precio ridículo a cambio de recuperar a su amada. Pero las cosas no salieron como pensaba, pues el odio había anidado en su corazón y pese a que deseaba fervientemente recuperar a Rebeca, la sed de venganza era aún más potente. Y eso es lo que se le concedió: “a cambio de su alma recibió poderes demoníacos para consumar su venganza”.
Mató al asesino sin demostrar piedad alguna y se negó a entregar su alma cuando fue requerida por Lucifer. Luchó contra él; sus poderes demoníacos no tenían nada que envidiar a los del señor oscuro.
Finalmente, Lucifer venció, encerrando a Áxelus en un pequeño féretro mágico. Estaría allí cautivo hasta que desistiera de su rebeldía y entregara su alma tal y como estaba acordado.
Desgraciadamente, el féretro fue robado y su rastro se perdió en el tiempo.
Hasta el día de hoyMona cerró el libro.