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Llegamos al C.I.D.E. un par de horas después. Habíamos decidido aplazar lo de localizar a Gonzalo hasta que supiéramos como actuar tras recuperar el féretro.
Ocultos detrás de un coche aparcado, observábamos la entrada principal del colegio.
Aún había algún que otro policía merodeando por allí.
¿Crees que el director estará ahí dentro?preguntó Claudia.
Asentí.
Estoy seguro. Debe estar en su despacho atendiendo a la policía.
¿Y qué hacemos? ¿Entramos sin más?
No, la policía no nos dejará ni acercarnos a la puerta.
Entonces, ¿qué propones?
Esperaremos.
¿Esperaremos?
Miré a Claudia. No pude evitar la sonrisa que apareció en mi rostro.
Debe ser casi mediodía. Vigilaremos hasta que le veamos salir para ir a comer.
Claudia asintió.
¿Estás seguro que ese hombre sabrá algo de todo esto?
Seguro.
¿Pero que tiene que ver el director de un colegio con un féretro maldito?Claudia se esforzaba por entenderlo así que decidí ser claro con ella.
El féretro era suyo. Yo…
¿Si?
Yo se lo robé.
Claudia se quedó en silencio, pensando.
¿Crees que debe hacer él el ritual?preguntó.
Lo pensé un momento y negué con la cabeza.
No, mi padre abrió la caja. La maldición es mía y sólo yo puedo acabar con ella, según lo que nos explicó tu abuela. El ritual ha fallado por algún otro motivo.
¿Es ese?dijo de pronto Claudia.
Miré hacia la entrada y vi salir un hombre bastante gordo con bigote. En su cabeza, su calva brillaba con los reflejos del sol de mediodía.
Síafirmé. Ese es Emilio Mendoza, el director.
Tuvimos suerte, pues se disponía a comer en algún bar por la zona, ya que se alejó caminando calle abajo.
Le seguimos a distancia, con mucho cuidado de que no nos viera.
No tardó mucho en detenerse frente a un bar. Estudió brevemente la pizarra que había en la puerta donde habían escrito el menú del día. Después entró sentándose, completamente solo, en una de las mesas.
Vamosle dije a Claudia antes de salir corriendo hacia el bar.
¡Espera!me gritó ella.
No me detuve, entré en el bar y caminé decidido hasta la mesa donde el director esperaba la comida.
Holale saludé.
Emilio me miró sorprendido.
Hola, muchachome saludó.
Puedo sentarme, ¿verdad?dije tomando asiento frente a él sin esperar su consentimiento.
En la puerta, Claudia nos observaba sin atreverse a reunirse con nosotros.
¡Oye!protestó Emilio. ¿Quién eres tú, muchacho? ¿Quién te ha dado permiso para sentarte?
Le interesa lo que tengo que decirledije intentando parecer misterioso. Quería intrigarlo para ganarme su atención.
No voy a tolerar que me interrumpan durante mi hora de…
Se trata del féretrole interrumpí.
Emilio se puso visiblemente tenso.
¿Qué has dicho?su voz tembló un poco al hablar.
El féretrorepetí.
¿Qué sabes tú del féretro, muchacho?
Yo…, mi padre lo abrió.
¡No puede ser!exclamó. ¿Es cierto eso?
Asentí con la cabeza.
¡Oh, no! Esto es un desastre, pero es imposible. El féretro…, no puede ser. Es imposiblerió nerviosamente. Muy gracioso, muchacho. Casi me lo creo.
Es ciertodije.
Emilio balanceó exageradamente la cabeza.
Mira, muchacho. No sé cómo sabes lo del féretro ni que pretendes con todo esto, pero se acabó. No quiero oír ni una palabra más. ¿Me entiendes?
Pero…
Ni una palabra. Y ahora, muchacho, si me dejas comer tranquilo te lo agradecería.
Me levanté furioso y salí del bar, donde me reuní con Claudia.
¿Qué ha pasado?me preguntó enseguida.
Cree que le estoy gastando una especie de broma o algo así.
Habrá que convencerlopropuso Claudia.
¿Pero cómo?
Desde donde estábamos veíamos como el gordo director empezaba a comer un enorme plato de espaguetis.
Las tripas rugieron sonoramente.
Yo también tengo hambrecomentó Claudia al oír el ruido de mi estomago. Me muero de hambre.
No habíamos comido nada desde el día anterior.
Vamosdije caminando nuevamente hacia el bar.
Esta vez Claudia me siguió.
Entramos y nos acercamos con paso decidido a la mesa donde comía el director.
Holadije alegremente. Esta es mi amiga Claudia.
Holasaludó Claudia sonriendo.
Nos sentamos frente a él. Emilio tragó forzadamente y nos miró furioso.
¿Qué creéis que estáis haciendo?rugió.
Mire, señor Mendozadije cogiendo dos pedazos de pan de la cestilla de mimbre sobre la mesa. Le pasé uno a Claudia que lo devoró rápidamente. Sé que no me cree, pero le juro que estoy diciendo la verdad. Mi padre abrió el féretro de Áxelus y ahora estoy maldito.
Emilio se dispuso a decir algo, pero le interrumpí, dejándole con la boca abierta:
Hoy es el quinto día desde que empezó la maldición. El tiempo se me acaba y necesito ayuda.
Emilio cerró la boca y me miró en silencio.
Por favorempecé a llorar. Si no me ayuda usted, no creo que salga de esta.
Muchachodijo Emilio. Pongamos, por ejemplo, que te creo.
Le miré atentamente, mientras cogía dos nuevos pedazos de pan.
¿Sí?dije para animarle a que continuara.
Si todo lo que cuentas es cierto, seguramente tú abras visto el féretro.
Asentí.
¿Puedes decirme cómo es?
Sonreí, ¿así que se trataba de eso? Sólo quería una prueba de que mi historia era real.
Es una caja de este tamaño, más o menosdije separando las manos unos veinte centímetros. Se ve que es muy vieja, aunque no está nada estropeada. Tiene relieves que representan muchos hombres, todos desnudos, gritando, sufriendo.
El director palideció.
No puede sermurmuró.
Le dice la verdadintervino Claudia.
Emilio recorrió detenidamente nuestros rostros con su mirada.
No puede serrepitió. Es imposible.
Pero, ¿por qué no me cree?pregunté a punto de empezar a llorar de nuevo.
Porque tu padre no puede haber abierto el féretro. Porque lo tengo yo, guardado en un lugar seguro. Esta misma mañana lo he tenido entre mis manos. Nadie se lo ha llevado.
Claudia me miró sorprendida. Yo lo medité un momento.
Claroexclamé. En esta dimensión aún no he robado el féretro.
Claudia comprendió lo que mi deducción conllevaba. Soltó una carcajada, a la que me uní sin reparos.
Emilio nos miraba sin comprender nada.
¿Se puede saber que os hace tanta gracia?
El féretrodije riendo. Aún está en su despacho. En el armario.
¿Cómo sabes tú eso?preguntó el director asustado.
Porque de ahí es de donde lo robé.
No entiendo nadase pasó una mano por la amplia calva de su cabeza.
Tranquilodijo Claudia. Ahora se lo explicamos.
Y si nos invita a comerdije yo, le prometo que lo entenderá todo perfectamente.
Una sonrisa espontanea apareció en el rostro de aquel hombre obeso. Asintió y levantó una mano para llamar al camarero.
Dos menús de la casa más para aquípidió cuando logró captar su atención. Después se inclinó levemente sobre la mesa para no perderse ninguna de nuestras palabras. Bien, muchacho. Estoy deseando escuchar tu historia.
Se lo conté todo, sin ocultarle ni el más mínimo detalle. Claudia y yo comimos sendos platos de espaguetis, con abundante salsa de tomate.
Cuando acabé de relatar mi historia, ambos sentíamos que si comíamos un solo bocado más estallaríamos.
Emilio se quedó muy pensativo al terminar mi narración. Claudia y yo le miramos, sin atrevernos a romper el espontaneo silencio que se había instaurado de repente, pero por otro lado nos ponía nerviosos no saber que pensaba aquel hombre.
¿Qué piensa?me atreví, por fin, a preguntar.
El director se estremeció y por un momento pareció sorprendido al verme.
¿Está bien?le preguntó Claudia.
Emilio asintió.
Sí, estaba intentando asimilar todo lo que me habéis contado. Y creo que dices la verdad, muchacho.
Yo sonreí.
He llegado a la conclusión de que nadie podría inventarse una historia como esa, tan fantasiosa.
Yo no me la creeríadije. Si no la hubiera vivido.
Emilio asintió.
¿Y dices que hace cinco días desde que se abrió el féretro?
Si, mañana se me acaba el tiempo.
Entonces debemos darnos prisadijo Emilio poniéndose en pie. Dejó un billete de 20 euros sobre la mesa. Os voy a presentar a alguien, es la única persona aparte de mí mismo que sabe que poseo el féretro de Áxelus.
Me acordé de la imperiosa voz que dejaba un mensaje de advertencia en el contestador automático del despacho del director, mientras yo me llevaba aquella maldita caja.
Emilio sacó un teléfono móvil del bolsillo de su americana y buscó en el menú.
¿Augusto?preguntó cuándo alguien descolgó al otro lado de la línea. Sí, me alegro de oírte. Ha pasado algo, necesito verte. No. En mi despacho. Sí. Sí. Sí. En media hora, perfecto. Hasta ahora, Augusto.
Colgó y devolvió el móvil a su bolsillo.
Vamosdijo. Esperaremos en mi despacho.
Asentimos al unísono y le seguimos de vuelta al colegio.