40

Llegamos al C.I.D.E. un par de horas después. Habíamos decidido aplazar lo de localizar a Gonzalo hasta que supiéramos como actuar tras recuperar el féretro.

Ocultos detrás de un coche aparcado, observábamos la entrada principal del colegio.

Aún había algún que otro policía merodeando por allí.

¿Crees que el director estará ahí dentro?preguntó Claudia.

Asentí.

Estoy seguro. Debe estar en su despacho atendiendo a la policía.

¿Y qué hacemos? ¿Entramos sin más?

No, la policía no nos dejará ni acercarnos a la puerta.

Entonces, ¿qué propones?

Esperaremos.

¿Esperaremos?

Miré a Claudia. No pude evitar la sonrisa que apareció en mi rostro.

Debe ser casi mediodía. Vigilaremos hasta que le veamos salir para ir a comer.

Claudia asintió.

¿Estás seguro que ese hombre sabrá algo de todo esto?

Seguro.

¿Pero que tiene que ver el director de un colegio con un féretro maldito?Claudia se esforzaba por entenderlo así que decidí ser claro con ella.

El féretro era suyo. Yo…

¿Si?

Yo se lo robé.

Claudia se quedó en silencio, pensando.

¿Crees que debe hacer él el ritual?preguntó.

Lo pensé un momento y negué con la cabeza.

No, mi padre abrió la caja. La maldición es mía y sólo yo puedo acabar con ella, según lo que nos explicó tu abuela. El ritual ha fallado por algún otro motivo.

¿Es ese?dijo de pronto Claudia.

Miré hacia la entrada y vi salir un hombre bastante gordo con bigote. En su cabeza, su calva brillaba con los reflejos del sol de mediodía.

Síafirmé. Ese es Emilio Mendoza, el director.

Tuvimos suerte, pues se disponía a comer en algún bar por la zona, ya que se alejó caminando calle abajo.

Le seguimos a distancia, con mucho cuidado de que no nos viera.

No tardó mucho en detenerse frente a un bar. Estudió brevemente la pizarra que había en la puerta donde habían escrito el menú del día. Después entró sentándose, completamente solo, en una de las mesas.

Vamosle dije a Claudia antes de salir corriendo hacia el bar.

¡Espera!me gritó ella.

No me detuve, entré en el bar y caminé decidido hasta la mesa donde el director esperaba la comida.

Holale saludé.

Emilio me miró sorprendido.

Hola, muchachome saludó.

Puedo sentarme, ¿verdad?dije tomando asiento frente a él sin esperar su consentimiento.

En la puerta, Claudia nos observaba sin atreverse a reunirse con nosotros.

¡Oye!protestó Emilio. ¿Quién eres tú, muchacho? ¿Quién te ha dado permiso para sentarte?

Le interesa lo que tengo que decirledije intentando parecer misterioso. Quería intrigarlo para ganarme su atención.

No voy a tolerar que me interrumpan durante mi hora de…

Se trata del féretrole interrumpí.

Emilio se puso visiblemente tenso.

¿Qué has dicho?su voz tembló un poco al hablar.

El féretrorepetí.

¿Qué sabes tú del féretro, muchacho?

Yo…, mi padre lo abrió.

¡No puede ser!exclamó. ¿Es cierto eso?

Asentí con la cabeza.

¡Oh, no! Esto es un desastre, pero es imposible. El féretro…, no puede ser. Es imposiblerió nerviosamente. Muy gracioso, muchacho. Casi me lo creo.

Es ciertodije.

Emilio balanceó exageradamente la cabeza.

Mira, muchacho. No sé cómo sabes lo del féretro ni que pretendes con todo esto, pero se acabó. No quiero oír ni una palabra más. ¿Me entiendes?

Pero…

Ni una palabra. Y ahora, muchacho, si me dejas comer tranquilo te lo agradecería.

Me levanté furioso y salí del bar, donde me reuní con Claudia.

¿Qué ha pasado?me preguntó enseguida.

Cree que le estoy gastando una especie de broma o algo así.

Habrá que convencerlopropuso Claudia.

¿Pero cómo?

Desde donde estábamos veíamos como el gordo director empezaba a comer un enorme plato de espaguetis.

Las tripas rugieron sonoramente.

Yo también tengo hambrecomentó Claudia al oír el ruido de mi estomago. Me muero de hambre.

No habíamos comido nada desde el día anterior.

Vamosdije caminando nuevamente hacia el bar.

Esta vez Claudia me siguió.

Entramos y nos acercamos con paso decidido a la mesa donde comía el director.

Holadije alegremente. Esta es mi amiga Claudia.

Holasaludó Claudia sonriendo.

Nos sentamos frente a él. Emilio tragó forzadamente y nos miró furioso.

¿Qué creéis que estáis haciendo?rugió.

Mire, señor Mendozadije cogiendo dos pedazos de pan de la cestilla de mimbre sobre la mesa. Le pasé uno a Claudia que lo devoró rápidamente. Sé que no me cree, pero le juro que estoy diciendo la verdad. Mi padre abrió el féretro de Áxelus y ahora estoy maldito.

Emilio se dispuso a decir algo, pero le interrumpí, dejándole con la boca abierta:

Hoy es el quinto día desde que empezó la maldición. El tiempo se me acaba y necesito ayuda.

Emilio cerró la boca y me miró en silencio.

Por favorempecé a llorar. Si no me ayuda usted, no creo que salga de esta.

Muchachodijo Emilio. Pongamos, por ejemplo, que te creo.

Le miré atentamente, mientras cogía dos nuevos pedazos de pan.

¿Sí?dije para animarle a que continuara.

Si todo lo que cuentas es cierto, seguramente tú abras visto el féretro.

Asentí.

¿Puedes decirme cómo es?

Sonreí, ¿así que se trataba de eso? Sólo quería una prueba de que mi historia era real.

Es una caja de este tamaño, más o menosdije separando las manos unos veinte centímetros. Se ve que es muy vieja, aunque no está nada estropeada. Tiene relieves que representan muchos hombres, todos desnudos, gritando, sufriendo.

El director palideció.

No puede sermurmuró.

Le dice la verdadintervino Claudia.

Emilio recorrió detenidamente nuestros rostros con su mirada.

No puede serrepitió. Es imposible.

Pero, ¿por qué no me cree?pregunté a punto de empezar a llorar de nuevo.

Porque tu padre no puede haber abierto el féretro. Porque lo tengo yo, guardado en un lugar seguro. Esta misma mañana lo he tenido entre mis manos. Nadie se lo ha llevado.

Claudia me miró sorprendida. Yo lo medité un momento.

Claroexclamé. En esta dimensión aún no he robado el féretro.

Claudia comprendió lo que mi deducción conllevaba. Soltó una carcajada, a la que me uní sin reparos.

Emilio nos miraba sin comprender nada.

¿Se puede saber que os hace tanta gracia?

El féretrodije riendo. Aún está en su despacho. En el armario.

¿Cómo sabes tú eso?preguntó el director asustado.

Porque de ahí es de donde lo robé.

No entiendo nadase pasó una mano por la amplia calva de su cabeza.

Tranquilodijo Claudia. Ahora se lo explicamos.

Y si nos invita a comerdije yo, le prometo que lo entenderá todo perfectamente.

Una sonrisa espontanea apareció en el rostro de aquel hombre obeso. Asintió y levantó una mano para llamar al camarero.

Dos menús de la casa más para aquípidió cuando logró captar su atención. Después se inclinó levemente sobre la mesa para no perderse ninguna de nuestras palabras. Bien, muchacho. Estoy deseando escuchar tu historia.

Se lo conté todo, sin ocultarle ni el más mínimo detalle. Claudia y yo comimos sendos platos de espaguetis, con abundante salsa de tomate.

Cuando acabé de relatar mi historia, ambos sentíamos que si comíamos un solo bocado más estallaríamos.

Emilio se quedó muy pensativo al terminar mi narración. Claudia y yo le miramos, sin atrevernos a romper el espontaneo silencio que se había instaurado de repente, pero por otro lado nos ponía nerviosos no saber que pensaba aquel hombre.

¿Qué piensa?me atreví, por fin, a preguntar.

El director se estremeció y por un momento pareció sorprendido al verme.

¿Está bien?le preguntó Claudia.

Emilio asintió.

Sí, estaba intentando asimilar todo lo que me habéis contado. Y creo que dices la verdad, muchacho.

Yo sonreí.

He llegado a la conclusión de que nadie podría inventarse una historia como esa, tan fantasiosa.

Yo no me la creeríadije. Si no la hubiera vivido.

Emilio asintió.

¿Y dices que hace cinco días desde que se abrió el féretro?

Si, mañana se me acaba el tiempo.

Entonces debemos darnos prisadijo Emilio poniéndose en pie. Dejó un billete de 20 euros sobre la mesa. Os voy a presentar a alguien, es la única persona aparte de mí mismo que sabe que poseo el féretro de Áxelus.

Me acordé de la imperiosa voz que dejaba un mensaje de advertencia en el contestador automático del despacho del director, mientras yo me llevaba aquella maldita caja.

Emilio sacó un teléfono móvil del bolsillo de su americana y buscó en el menú.

¿Augusto?preguntó cuándo alguien descolgó al otro lado de la línea. Sí, me alegro de oírte. Ha pasado algo, necesito verte. No. En mi despacho. Sí. Sí. Sí. En media hora, perfecto. Hasta ahora, Augusto.

Colgó y devolvió el móvil a su bolsillo.

Vamosdijo. Esperaremos en mi despacho.

Asentimos al unísono y le seguimos de vuelta al colegio.

Los últimos 6 días
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_032.html
part0000_split_033.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_039.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html
part0000_split_044.html
part0000_split_045.html
part0000_split_046.html
part0000_split_047.html
part0000_split_048.html
part0000_split_049.html
part0000_split_050.html
part0000_split_051.html
part0000_split_052.html
part0000_split_053.html
part0000_split_054.html
part0000_split_055.html
part0000_split_056.html
part0000_split_057.html
part0000_split_058.html
part0000_split_059.html
part0000_split_060.html
part0000_split_061.html
part0000_split_062.html
part0000_split_063.html
part0000_split_064.html
part0000_split_065.html
part0000_split_066.html