31

Claudia y yo nos quedamos embobados mirando el libro cerrado sobre la mesa.

Hay algo másdijo Mona. Lucifer maldijo el féretro. Si alguien lo abría, dejando escapar a Áxelus, empezaría un plazo de seis días para que esa misma persona volviera a encerrar al demonio. De pasarse el plazo sin lograr devolver al demonio a su prisión, su liberador sería condenado por la eternidad, ocupando el puesto de Áxelus.

¿Quieres decir que acabaré yo encerrado en esa maldita caja?pregunté casi en un grito.

Mona asintió.

Pero yo no abrí la cajarecordé de pronto.

Mona y Claudia me miraron confusas.

Fue mi padreexpliqué. Mi padre la abrió.

No puede serdijo Mona, consultando nuevamente el libro. Esperad un momento. Aquí está, síempezó a leer lo que ponía: “En el caso de que el poseedor de la maldición fuese ejecutado antes del cumplimiento del plazo, esta pasaría a su primogénito de forma inmediata, aplicándosele así mismo todos los términos de la susodicha maldición”.

¿Tu padre está…?empezó a preguntar Mona.

Asentí.

Eso creomis ojos brillaron anunciando la proximidad de las lágrimas. Y mi madre también.

Pues la cosa está asísiguió explicando Mona, adivinando que no quería que se apiadara de mí. Cosa que le agradecí sinceramente. ¿Cuándo fue abierto el féretro?

Hice cuentas mentalmente.

Fue en la madrugada de hace tres días.

Entonces te quedan otros tres días. Si a la medianoche del sexto día no has devuelto a Áxelus al féretro, tú ocuparás su lugar.

¿Y cómo hacemos eso?preguntó Claudia.

Mona volvió a consultar el libro. Comenzó a recitar:

 

“Dico esse ex tenebris.

Quia nomen tuum: Áxelus.

Sunt praecipio obedientia et subiectione.

Revertere ad conclusionem in saecula saeculorum.

Donec daret Dominus umbrarum dicunt animam.

Et mandavero et implebo.” 1

 

 

Claudia estuvo a punto de preguntar algo, pero su abuela la interrumpió:

El conjuro es muy simple, basta con sujetar la tapa del féretro tras abrirlo,al tiempo que se recita el hechizome miró. Álex, te recomiendo que lo memorices. Dime, ¿dónde está el féretro?

No lo séadmití.

Entonces alguien llamó a la puerta. Nos miramos asustados. Mona nos hizo un gesto con la mano para que guardáramos silencio y fue a ver quién llamaba.

Tengo un mal presentimientodijo Claudia levantándose rápidamente.

¿Qué pasa?pregunté asustado.

No lo sé, pero no es nada buenoClaudia se asomó por el borde de la cortina para ver que hacía su abuela. De pronto, la cortina se abrió y Mona entró corriendo empujando a su nieta hacía el interior de la trastienda.

Tenéis que irosnos dijo. Cogió el enorme libro que aún permanecía abierto sobre la mesa y lo guardó en una mochila, que descansaba en una esquina, tirada en el sueloCoge un par de mudasle ordenó a Claudia. La niña atravesó corriendo una pequeña puerta de madera, que hasta ese momento yo no había visto. Desde la entrada se empezaron a oír unos pequeños golpes metálicos. Quien fuese que estuviera allí fuera, estaba intentando entrar.

Escúchame, ÁlexMona me sujetó firmemente la cara consus rugosas manos para que centrara mi atención en sus palabras. Están aquí, tenéis que iros ahora. Encontrad el féretro y acaba con la maldición.

¿No vienes con nosotros?mi voz tembló. Mona pasó su mano por mi mejilla, secándome las lágrimas.

Mi destino no es esedijo mirando de reojo hacía la gruesa cortina que separaba la trastienda del consultorio. Al otro lado retumbó el ruido de la madera al astillarse. No tenemos mucho tiempo. Están a punto de entrar.

Claudia llegó en ese momento. Metió la ropa que llevaba en la mochila, junto al libro y se la colgó a la espalda.

Ya estoy listaanunció.

Mona asintió y se arrodilló junto a ella para abrazar a su nieta.

Iros yadijo besándola en la mejilla. Tened mucho cuidado.

Claudia se enjugó las lágrimas y le devolvió.

Te quiero abuela.

El edificio pareció temblar de pronto. Oímos el ruido que hizo la puerta de la entrada al derrumbarse, seguido de unos fuertes pasos que se aproximaban rápidamente.

¡Iros! ¡Rápido!gritó Mona, atravesando la cortina para hacer frente a los intrusos. Enseguida nos llegó el sonido del enfrentamiento: gritos, golpes, el ruido que hacían las cosas al romperse.

¡Vámonos!me gritó Claudia desapareciendo nuevamente por la pequeña puerta de madera.

Entonces se escuchó un fuerte golpe desde el consultorio. Me giré sobresaltado hacia allí. La gruesa cortina, que me impedía ver lo que estaba pasando al otro lado, se balanceaba lentamente. Mona gritó. Me quedé inmóvil, esperando ver como en cualquier momento, los intrusos atravesaban la cortina para acabar conmigo.

¡Álex!me llamó Claudia, seguramente salvándome la vida, pues oírla me hizo reaccionar. Corrí pasando por la pequeña puerta, hacía la voz de la que yo ya consideraba mi nueva amiga y la encontré esperando junto a otra puerta más grande. Cuando la abrió nos deslumbró la brillante luz del atardecer.

Salimos corriendo a un estrecho callejón. Todo el edificio a nuestras espaldas sufría fuertes temblores. Poco a poco fueron apareciendo pequeñas grietas que se ampliaban a medida que recorrían la fachada. Una lluvia de escombros comenzó a caer sobre el asfalto.

¡Corre!gritó Claudia agarrándome del brazo y tirando de mí, para obligarme a seguirla, alejándonos del consultorio de su abuela.

Apenas habíamos recorrido unos pocos metros, cuando el edificio explotó a nuestras espaldas. La onda expansiva nos lanzó volando por el aire. Caímos rodando por la calzada. El mundo se sumió en una falsa neblina causada por el polvo, aderezada por un agudo silbido que sonaba incesante en nuestros oídos.

Antes de darme cuenta, vi como Claudia se levantaba, gritando algo que no pude oír y salió corriendo de vuelta al, ahora derruido, consultorio. La detuve, sujetándola por la espalda, gritándole que ya nada podíamos hacer por su abuela. Yo mismo no oía mi propia voz. Ella se revolvió entre mis brazos, intentando escapar. De un tirón, le di la vuelta para obligarla a mirarme a la cara.

¡Tenemos que irnos!le grité vocalizando exageradamente mis palabras para hacerme entender por encima del molesto silbido, que, por fortuna, poco a poco iba disminuyendo de intensidad.

Claudia me miró fijamente con sus ojos turbios por las lágrimas. Pensé que iba a gritarme e intentar librarse nuevamente de mis manos, que aún la sujetaban con toda la firmeza de la que yo era capaz.

En lugar de eso, se estrechó contra mi cuerpo haciendo que nos fundiéramos en un profundo abrazo. Sentí en mi propia piel, la vibración de su llanto. En mi hombro noté la humedad de sus lágrimas.

El polvo fue desapareciendo lentamente.

Al mirar hacia donde, hacía tan sólo unos minutos, estaba el consultorio, vi dos sombras saliendo de entre los enormes trozos de escombros. Venían caminando con calma, directamente hacía nosotros. En sus rostros, sus ojos resaltaban como los de los animales nocturnos en medio de la oscuridad, emitiendo lo que parecía un leve fulgor amarillento.

Aparté a Claudia a un lado, rompiendo así el abrazo y señalé hacia las sombras.

¡Vámonos!grité.

Claudia tembló visiblemente al ver lo que le señalaba. Asintió en silencio y juntos corrimos, saliendo del callejón y mezclándonos con la gente que ya empezaba a asomarse para enterarse de lo que había pasado. A lo lejos se oían las sirenas de los equipos de emergencias, acercándose para hacerse cargo de la situación.

Los últimos 6 días
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