CAPITULO 2

Martin estaba sentado en su despacho de Director, en Langley, con la mirada perdida en la lejanía, sobre las múltiples y agitadas copas de áridos y grises árboles. Pero no era en el paisaje donde se concentraba su atención. Mientras tamborileaba con los dedos sobre la pesada mesa, cavilaba acerca del problema que le había planteado la anunciada retirada de Esker Anderson.

Cogió un bloc amarillo de rayas, y a continuación una pluma del estante de ónice. Aquel asunto podía desbordarle, si no lograba dominarse. Empezó a tomar algunas notas para ordenar sus dispersas ideas.

1. Habría un nuevo Presidente.

2. Habría, probablemente, un nuevo director de la CIA.

3. Por consiguiente, habría un nuevo lector del Informe Primula.

Dejó la pluma. Las consecuencias eran incalculables. A su mente acudieron en tropel mil posibilidades imaginables: investigación del Congreso, revelaciones de secretos a la prensa, insinuaciones, y posteriormente ataques y acusaciones políticas. No era probable que hubiera acusaciones criminales; pero la cárcel podría parecer un tranquilo puerto en la tempestad política que, con seguridad, se desencadenaría en cuanto Río de Muerte volviera a ser el tema principal de las noticias vespertinas.

«Si el vicepresidente Gilley llegara a ser Presidente — pensaba Martin —, tal vez Anderson podría obligarle a conservarme en el cargo.» Y aunque el precio consistiera en ser esclavo perpetuo de Esker Anderson, éste podría considerarse un mal menor.

Pero, ¿no podría alguien derrotar a Gilley? ¿Un republicano continuaría manteniendo a William Martin como Director? ¿A Martin, amigo y protegido de Esker Scott Anderson, admirador de William Arthur Curry y defensor de la República de Santo Domingo Libre?» ¡Cielo santo, si ni siquiera sé quién es el republicano más destacado en este momento!» —se dijo Martin.

Cogió el auricular del teléfono y oprimió un botón de color. Cappell contestó la llamada al primer timbrazo.

—Simon, ¿qué hay de ese estudio de la política nacional? ¿No puedes dármelo pronto?

—Se lo mandé con los papeles de esta mañana, señor Martin. Tiene que estar ahí.

Martin buscó entre el montón de documentos y cartas que había sobre la mesa de nogal, y encontró un memorándum.

—Es verdad: está aquí. Debí haber mirado primero. Gracias.

Levantó la tapa — en la que no había nada escrito —, se acomodó en su asiento, y empezó a leer con gran interés.

AGENCIA CENTRAL DEL SERVICIO SECRETO

Y DE CONTRAESPIONAJE (CIA)

Despacho del Director

Destino: DCIA — FYINODIS

Procedencia: S. Cappell

Apreciación solicitada de la situación política interior nacional (EE. UU.) en los dos partidos más destacados.

La retirada del Presidente Anderson, demócrata, requiere un nuevo estudio de los probables candidatos de los dos partidos principales. Los republicanos consideran al vicepresidente Gilley un candidato menos apto que Anderson, de ahí que estimen que la carrera está «abierta de par en par». Por este motivo, tal vez desplieguen mayores esfuerzos los candidatos republicanos más potenciales, y puede esperarse del G.O.P. un esfuerzo máximo con miras a ganar en el otoño.

El anunciado retiro del Presidente debe darse por cierto., Hemos comprobado que los médicos del ejército y sus asesores especialistas han diagnosticado su enfermedad como leucemia en su fase final temprana. Se está acondicionando la casa del Presidente en Oregón, con el fin de que sea su residencia permanente y pueda recibir allí las atenciones médicas necesarias. Según todos los indicios de que disponemos, su retirada parece inminente.

A continuación se incluye un análisis de la situación en esta fecha.

Los Demócratas

(1) Vicepresidente Edward Miller Gilley

Entre los comentaristas y expertos en política, está muy extendida la idea, de que el Vicepresidente será el candidato republicano. Si bien, por una parte, encontrará la oposición del ala liberal del partido, por otra, su confirmación por el presidente saliente debe asegurar su nominación en la primera votación, cuando se combine con su delegación, cuya base local está en Pennsylvania, y reciba el sólido apoyo del AFLCIO en determinadas ciudades industriales. El Presidente Anderson aún no lo ha confirmado abiertamente; pero se cree que lo hará antes de la Convención.

E. M. Gilley tiene 60 años, y fue, en su día, seis veces consecutivas diputado del Distrito 11 de Pennsylvania, a la vez que presidente del Comité de Trabajo y Educación de la Casa.

Está casado con Alice Mae Brown, de Denton (Texas), ama de casa; el matrimonio tiene una hija — cuyo marido es profesor — y tres nietos. Un hermano está colocado en el Comité de Agricultura de la Casa.

Gilley fue elegido Vicepresidente por el Presidente Anderson en la última convención demócrata; durante su período electoral, se le han asignado pocas misiones en la Rama Ejecutiva.

No hay nada desfavorable en los archivos. Buenos antecedentes de votación de la CIA mientras ha estado en la Casa. (Archivo Ref. R. 73710.616.001.)

(2) Tom Dobbins, alcalde de Indianápolis

Considerado como candidato desconocido. Cuarenta y ocho años, y primer mandato como alcalde. Fue presidente de la Legislatura de Indiana. Casado y con dos hijos. Aunque de orientación populista, se le podría manejar bien. A menos que el Presidente Anderson rehúse confirmar a Gilley, Dobbins, probablemente, no podrá contar ni tan siquiera con la delegación de Indiana. El Presidente Anderson podría oponerse a su nominación.

Se le menciona también como posible candidato a la VIcepresidencia.

Contactos con el comunismo internacional hace diez años. (R. 23113.606.011.)

(3) Senador Harry Lee Rollins, Virginia Occidental

Cincuenta y seis, casado, sin hijos. Conservador; tercer mandato como senador; oficial disciplinario del partido demócrata. Abogado de población pequeña. Familia opulenta. Posible contendiente, si, por alguna razón, Gilley llega a retirarse; pero depende del apoyo de los mismos grupos de volantes que Gilley. Buenos antecedentes de votación de la CIA (R. 19730.606.001.)

Los Republicanos

(1) Richard Monckton

Entre moderado y conservador. Cincuenta y seis años, casado con Amy Curtis. Sin hijos.

Senador de EE. UU. por Illinois durante 18 años. Fue presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado durante cuatro años, y miembro destacado durante dos. Se retiró del Senado para participar en las elecciones, como candidato a la Vicepresidencia, con James Dudley, que fue el candidato republicano a la Presidencia que compitió con William Arthur Curry. Cuando este último fue elegido Presidente, Monckton se retiró de la vida pública, y se estableció como socio principal de una de las mayores compañías de abogados de Chicago: Monckton, Carr, Goldwein, Pzzi y Hall.

Se le cree acaudalado; pero en su juventud pertenecía a una familia de campesinos pobres. Es director de siete importantes sociedades anónimas estadounidenses, de las cuales tan sólo tres no son sus clientes. Entre los clientes principales, figuran varias sociedades anónimas multinacionales, un fondo común de inversiones, una compañía tenedora bancaria, y una editorial de periódicos.

Desde que se retiró del Senado, ha viajado innumerables veces al extranjero, en especial por motivos profesionales. Ha conservado los contactos que inició con altos funcionarios extranjeros cuando era presidente del Comité de Relaciones Exteriores. Se adjunta una ficha de sus contactos recientes como Tab A (Ref. R. 02110.613.110).

Monckton ha hecho campaña por su partido regularmente, desde su retirada del Senado, actuando en nombre de candidatos en casi todos los Estados. Se sabe que ha recibido importante apoyo económico por estas actividades, gracias a la solicitación organizada a su favor por un pequeño comité de hombres de negocios de Chicago y Nueva York. Se sabe igualmente que ha recibido algunos fondos extranjeros. (Véase R. 91139.613.011) de súbditos de pases adictos a los intereses de EE. UU.

En la actualidad, Monckton es el elemento más destacado para la nominación. Encabeza listas de probables delegados de convención que abarcan de un siete a un quince por ciento.

Se orienta hacia una defensa nacional fuerte; es internacionalista; cuando estaba en el Senado, sus antecedentes de votación solían ser favorables a la CIA. (R. 71891.613.211.)

No hay constancia de ningún dato personal desfavorable. Se cree que lleva una existencia conservadora y circunspecta, e incluso rancia.

(2) Thomas J. Forville, Gobernador de Nueva Jersey

Ostenta el cargo desde hace 10 años; se encuentra en su tercer mandato. Sesenta y un años, casado con Glenna Forbes. (Tercer matrimonio; dos divorcios. Cinco hijos en total. Véanse notas personales más abajo.)

Único heredero de su difunta madre, Jeannette Dougherty Forville, a quien se creía multimillonaria. El gobernador, por su parte, cuenta con unos ingresos netos de más de 300 millones de dólares.

Es uno de los tres administradores de la Fundación Forville, y el único albacea testamentario de las propiedades de su madre.

De tendencia liberal, se le considera internacionalista.

La Fundación Forville constituye una parte, de suma importancia y especial interés, del activo político del gobernador. Radicaba principalmente en la Universidad de Princeton, la fundación es independiente de la entidad académica. Emplea a casi trescientos especialistas, desde economistas y licenciados en ciencias sociales a geógrafos y licenciados en ciencias físicas. Además del personal de plantilla, hay otros estudiosos que disfrutan de importantes becas. Estos especialistas externos aceptan misiones de los administradores de la Fundación para trabajar en cuestiones y problemas tanto nacionales como extranjeros.

El gobernador Forville viene utilizando libremente el producto de dicho trabajo para promover los intereses económicos y políticos de la familia Forville (incluido él mismo) y sus empresas.

Sus amplias operaciones en el extranjero reciben el apoyo de una organización para la información privada (llamada Foretel), que dirige su atención a las actividades gubernamentales tanto nacionales como extranjeros, y a los competidores del negocio Forville en el sector privado. (Puede verse un estudio reciente de Foretel, efectuado por la Agencia de Información Militar; en A. 10142.469.227.)

La candidatura Forville está montada con el fin de allegar fondos para la Fundación, al parecer dentro de los límites legales. Se reciben documentos impresos e informes valiosos de un impresionante equipo de trabajo, que incluye los siguientes miembros:

Dunlop Graham

Catedrático de Economía, Univ. de Princeton. Presidió el Consejo de Asesores Económicos del Presidente bajo el mandato de William Arthur Curry.

(R. 36792.613.110.)

Almon Dressler

Fue presidente y oficial ejecutivo de la Compañía de Crédito Neoyorkino y Oriental; director, en su día, del Presupuesto en el Despacho del Presidente de EE.UU. (R. 20012.613.110.)

Carl A. Tessler

Catedrático de Relaciones Internacionales, Univ. de Harvard. Asesor Especial en Asuntos de Seguridad Nacional con los presidentes Curry y Anderson (consultas ocasionales).

(Véase R. 91933.676.001 al 007.)

J. Brode Stanley

Premio Nobel en investigación agronómica. Fue Subsecretario de Agricultura.

(R. 49136.613.110.)

La participación de Forville en negocios nacionales y extranjeros incluye minerales y petróleo, bienes raíces urbanos, explotaciones agrícolas, transportes por carretera y maderas de construcción.

El gobernador de Nueva Jersey es miembro de la Junta Asesora de Información Extranjera (FIAB) del Presidente desde hace cuatro años. Gran parte de la labor del doctor Carl Tessler para la Fundación viene siendo en apoyo del trabajo del gobernador en la FIAB. (Véase un memorándum reciente, en el que se resume el trabajo de Tessler y sus recientes contactos con la CIA, en N. 91934.676.010.) Se sabe que tanto Forville como Tessler son útiles a la CIA.

Según consta en fichas anteriores, la conducta personal de Forville en el extranjero, antes de entrar en la política, fue indiscreta. (R. 99919.613.111 y 112.)

Aunque cuenta con buenos medios económicos y numeroso personal competente, su política liberal y sus divorcios le restan posibilidades para la nominación.

(3) Comentarios y encuestas

Lou Harris, en una encuesta de preferencias efectuada hace seis semanas, preguntó:

«Si las elecciones presidenciales tuvieran lugar hoy mismo, y éstos fueran los candidatos demócratas y republicanos, ¿por cual votaría usted?»

Y la respuesta fue — distribuyendo por igual las abstenciones:

Vicepresidente Gilley...47%

Gobernador Thomas Forville...47%

Vicepresidente Gilley...49%

Richard Monckton...46%

Debe tenerse en cuenta que ésta es una encuesta de la población en general, y no de delegados de asamblea. Hace doce días, el columnista Robinson dijo en el New York Times que la opinión de los delegados republicanos era extremadamente conservadora; según él, si los votos se emitieran hoy en una asamblea, Monckton ganaría la nominación apenas iniciadas las votaciones.

La semana anterior, Collyer había expresado una opinión semejante en el Washington Post.

Consideraciones de la CIA

Como queda dicho, ninguno de los tres candidatos principales — el Vicepresidente, Richard Monckton o el gobernador Forville — es considerado hostil a la CIA en sí misma.

Ahora bien, Richard Monckton ha sido, durante más de diez años, el implacable adversario político del fallecido Presidente William Arthur Curry, actuando como punta de lanza en la campaña lanzada contra él hace siete años; no obstante, el odio entre ambos era ya proverbial antes de aquel incidente. Como senadores menos antiguos, eran rivales políticos, y continuaron siendo adversarios hasta la muerte de Curry.

Según se afirma, Monckton ha declarado que, si es elegido, se encargará, de manera muy especial, de borrar los vestigios de la administración Curry que aún quedan en el Gobierno Federal. Según fuentes allegadas a Monckton, éste considera dicha administración excesivamente izquierdista y privativa de una minoría selecta.

Este vehemente político está dispuesto a recompensar a sus amigos y castigar a sus enemigos.

Si se tiene en cuenta que ve a la CIA, o su dirección, como un vestigio de la administración Curry, e incluso orientada por el fallecido Presidente, su elección podría resultar inconveniente para nuestro organismo.

William Martin dejó el memorándum a un lado, y se arrellanó en el asiento de su mesa de trabajo. Así pues, en orden de preferencia: Gilley, Forville y Monckton. Pero, bien mirado, desde el punto de vista de la CIA, Monckton no podía resultar elegido.

Simon Cappell entró sin hacer ruido, y carraspeó.

—¿Ha olvidado usted su almuerzo con el diputado señor Atherton?

—¿Está aquí?

—Sí, en el salón de fuera.

Martin guardó el memorándum político en el cajón superior de su mesa, y lo cerró con llave.

—Dile que salgo en seguida.

El despacho de trabajo del Director estaba separado de una sala de estar tan sólo por unas puertas correderas de papel de paja de arroz, cuya misión consistía en impedir que las visitas que estuvieran sentadas en las bajas butacas, frente a la chimenea de mármol, beige, vieran lo que hacía Martin. Había, además, otra sala parecida, contigua a la sala de visitas del Director. En ésta última era precisamente donde se encontraba el diputado Jack Atherton, sentado con un vaso en la mano y mirando la primera página del New York Times, que tenía sobre las rodillas.

Como en las demás habitaciones de Martin, las paredes estaban forradas de tela de color marrón claro, y decoradas con colgaduras orientales, pinturas de colores apagados y aguafuertes de marcos sencillos. Los techos parecían más bajos que los de las habitaciones ordinarias de los edificios gubernamentales. La iluminación indirecta producía cálidos resplandores en las gruesas alfombras doradas, y en los picaportes antiguos de latón. El diseño de los muebles de teca y caoba oscura tenía una reminiscencia vagamente oriental.

Bill Martin cruzó un vestíbulo privado, que conducía al pequeño comedor del Director, y, una vez allí, inspeccionó la mesa, dispuesta para dos personas, así como la colocación, a la usanza oriental, de unos lirios en un florero de porcelana, situado en el centro. A continuación, abrió la puerta del otro lado de la habitación, pasó al salón y saludó a Atherton.

—Chico, perdona que te haya hecho esperar.

—No tiene importancia, Bill. Así he tenido ocasión de ver el Times de hoy.

Atherton se puso en pie, y el periódico resbaló de sus rodillas al suelo.

—¿Cómo estás de tiempo, Jack?

—He de estar de vuelta a las tres, para una reunión del subcomité.

—Si puedes llevarme en tu coche, me vendrá de perlas.

Martin oprimió un pequeño panel de latón que había en la pared, y un camarero alto, con chaqueta blanca, corbata negra, pantalones del mismo color que ésta y zapatos de charol negro, abrió silenciosamente la puerta. Martin le señaló el vaso casi vacío del diputado, y éste asintió con la cabeza. El camarero desapareció tan pronto como Martin le dijo lo que deseaba beber.

Atherton aludió inmediatamente al asunto que aquel día se discutía en todos los corrillos de Washington.

—¿Qué hay de verdad en lo de la retirada? La mayoría de los diputados no creen que Esker Anderson se encuentre gravemente enfermo. Suponen que se ve forzado a hacerlo debido a su fracaso en la guerra.

—No, amigo mío. Está, efectivamente, enfermo; muy enfermo. Creo que, si no fuera así, sólo un cataclismo podría hacerle dejar el puesto. A Esker Anderson le gusta demasiado el Reino, el Poder y la Gloria.

—¿Crees entonces que durará todo el mandato?

—Sí, pero la cuestión estriba en saber por qué se empeña en terminarlo. Pues, si está tan enfermo, ¿por qué no dimite y se marcha ahora?

Atherton hizo crujir un pedazo de hielo.

—Yo diría que lo que quiere es tener fuerza en la próxima convención demócrata. Si se retirase ahora, estando en activo, Gilley sería el titular que iría a la convención, mientras Anderson tendría que contentarse con quedarse en su casa de Oregón, viendo la televisión. Si logra aguantar, la gente hará conjeturas. Así puede negociar su confirmación mediante un trato, para facilitar la transición.

Atherton sonrió, y añadió

—Después de todo, tendrá que enfrentarse ahora con la realidad de verse como un simple mortal.

—¿Cómo se llama eso, política final?— preguntó Martin, intentando dar un sesgo humorístico al tema, mientras el camarero volvía silenciosamente con las bebidas en una bandeja redonda de plata.

—Las llevamos dentro, al comedor, ¿no?

Se levantó y avanzó delante de Atherton, mostrándole el camino. En una de las paredes del comedor había ventanas, que daban a una estrecha terraza con un bajo parapeto; más allá, hasta donde la vista podía alcanzar, se divisaban los desnudos y grises árboles de los bosques de la Virginia invernal. Se sentaron, y otro camarero les sirvió un aperitivo de camarones.

Habían concertado la entrevista para hablar del presupuesto. El diputado era el republicano más destacado del Subcomité de Asignaciones de la Casa para la Información, y una de las funciones de Martin, como director, consistía en cultivar sus relaciones con los hombres del Congreso. Trataba de tener lazos cordiales tanto con el miembro destacado de la minoría como con el demócrata que ostentaba la presidencia. Jack Atherton carecía del poder del Presidente, pero ejercía una considerable influencia sobre los otros republicanos del comité, y, si su partido volvía al poder, él sería presidente.

Martin tenía un problema económico. Todos los años, la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) recibía un presupuesto que, a su vez, contenía, ocultamente, dinero de la CIA. Aquella temporada, el florecimiento político había iniciado su declive, y la NASA corría el riesgo de experimentar fuertes reducciones. Mientras daban cuenta del filete a la plancha y de la ensalada verde, Martin explicó al diputado el porqué la CIA tenía un especial interés en las aplicaciones de la nave espacial propuesta como información secreta.

Le explicó detalladamente que las puertas, del tamaño de las de un granero, situadas en la parte superior de aquel vehículo espacial manejado por el hombre, podían abrirse para engullir algunos de los innumerables satélites del espacio colocados en órbita por los rusos, con el fin de fotografiar los Estados Unidos y otros países. Los pilotos de la nave podrían regresar a su base con ellos, y ofrecerlos, como valiosos trofeos, a los analistas de la Compañía.

Martin alargó la mano hasta el alféizar de la ventana, y dio a Atherton una maqueta, en plástico, del artefacto, montada sobre un pedestal; abrió las puertas de la parte superior, dejó caer dentro otra maqueta menor del mismo material, que representaba un satélite ruso, cerró las puertas, y regaló el conjunto, como recuerdo, al complacido diputado.

—Ahora, eso sí, te agradecería que no dijeras ni pío de esto.

—¡Demonio! Pues sí, me alegra estar enterado ahora. ¿Y cuánto dinero vuestro has dicho que hay en el programa de ese artefacto?

—Unos novecientos millones. Espera, te enseñaré un estudio detallado.

Martin estiró de nuevo la mano, y oprimió uno de los botones de un panel. Un instante después, Simon Cappell abría la puerta del corredor.

—Ya conoces a mi ayudante, Simon Cappell, ¿no?

Atherton saludó cordialmente al joven. Cuando supo lo que su jefe quería, Simon se ausentó un momento, y no tardó en regresar con un cuaderno de hojas cambiables, de tapas de plástico, abierto por una gráfica; lo dejó sobre la mesa, junto a Atherton, y señaló en él una barra roja y el número 935.

—Disponemos exactamente de 935 millones para el artefacto en el próximo presupuesto.

Martin asintió con la cabeza.

—Sigue mirando, Jack. Es un extracto de nuestra participación secreta en programas de los restantes sectores.

Atherton lo hojeó.

—¡Hombre, hasta tenéis algo del presupuesto interior! Si mis compañeros supieran que «el Oso Smokey» es un espía...

Martin sonrió.

—Bueno, tenemos alguna que otra persona que organiza conferencias internacionales que versan sobre asuntos clasificables también dentro de la esfera de la política interior, tales como los mares, las focas árticas, el medio ambiente, y similares. Es un procedimiento, tan bueno como cualquier otro, para que nuestra gente controle países que no nos gustaría perder de vista.

Cappell salió de la habitación, y Martin decidió cambiar de tema.

—Y ahora, volvamos, si te parece, a la política de partidos. ¿Puedes darme algún detalle del panorama republicano? Yo ando en eso un poco despistado.

Atherton bufó sarcásticamente.

—Amigo mío, sé bienvenido al gremio. Cuando entiendas a los republicanos, harás el favor de explicarme a mí qué es lo que pasa.

—¿Pero cómo puede un tipo tan austero e insípido como Monckton aventajar en nada a un hombre competente y atractivo como Forville?— preguntó Martin.

—Se trata de algo así como la liebre y la tortuga de la fábula. Desde que dejó el Senado para participar, con Dudley, en las elecciones, Richard Monckton no ha cesado de hacer campaña para la nominación. ¿Y cuánto tiempo lleva así? Cinco o seis años, ¿no? Pues, en todo ese período, calcula tú la cantidad de comidas organizadas por todo el país para allegar fondos: digamos un millón de millas, diez millones de apretones de manos, y mil agradecidos presidentes republicanos de condado, que llegarán todos a ser delegados de asamblea.

—Pero ¿no piensa esa gente en la atracción de los independientes y los demócratas hacia Forville, cuando llegue el mes de noviembre?

—Sin duda, pero cuando sea el momento de votar en Filadelfia el verano próximo, la gente de Monckton irá agarrando, uno a uno, a los delegados por el brazo, diciéndoles: «¿Se acuerda del año pasado, cuando no encontraban ustedes un buen orador para la fiesta benéfica? ¿y quién vino entonces a Ashtabula, desde muy lejos, para ayudarles a ustedes, Richard Monckton o ese aficionado multimillonario llamado Forville? Recuerde, señor Presidente, que el gran Dick Monckton se desmelenó por ustedes». No fallará, te lo aseguro.

—Puede que sea así, Jack; pero, ¿no representa nada la capacidad de Forville? También él cuenta con personal competente.

—Eso sí que es verdad. En habilidad extraordinaria y capacidad intelectual vienen a estar igualados. Pero el apoyo con que cuenta Forville es formidable. La primavera pasada pronunció un discurso en mi distrito, en el San Diego College; trató de la política exterior, y fue muy brillante.

Martin sonrió, divertido, frotándose el mentón con la mano.

—Como que era un discurso que olía a Carl Tessler desde una legua. Así cualquiera puede parecer brillante.

Atherton asintió con la cabeza.

—¿Sabías que Tessler fue profesor mío en la Universidad de Harvard? Fue una gran oportunidad.

—¿Le ves con frecuencia ahora?

—De cuando en cuando. Forville me lo cedió por unos cuantos días, y le pagó un magnífico estipendio por venir a explicarme lo que yo necesitaba saber sobre el Oriente Medio. Tessler es un tipo raro. Fíjate que insistió en alojarse, a toda costa, en el Madison, a pesar de que estaba hasta los topes. Tuvimos que recurrir al dueño para conseguirle una habitación. Si no hubiera podido hospedarse allí, no habría venido.

Martin movió afirmativamente la cabeza.

—¿Cuál es su actitud hacia Israel? A veces he pensado si no pesarán sobre él sus antecedentes judíos.

—Pues yo diría que arremete contra los israelíes tal vez demasiado, ya ves tú. Podría ser una compensación, pero no lo creo. Su mujer es la sionista de la familia; pero ya hace casi diez que viven separados, y ella no tiene prácticamente ninguna influencia sobre él. Quizás radique en ella la clave de su escepticismo respecto a otros judíos. Los hijos son todos mayores; pero ellos no se divorcian. La mujer es ahora toda una catedrática de economía en Harvard.

—¡Ah, sí! Había olvidado que Tessler tiene hijos — dijo Martin, pensativo —. Y es que no es exactamente el tipo de padre de familia.

—Tienes razón. Está totalmente dedicado a su trabajo; supongo que ese es un modo de librarse de todos ellos. El y su esposa nunca se dirigen la palabra. El hijo mayor está haciendo el doctorado en la especialidad del padre; pero está en Yale, y se dice que no puede ver al viejo. Su tesis es un ataque a la filosofía geopolítica de Tessler. Según tengo entendido, la Foreign Affairs Quarterly está publicando parte de ella en varios números.

—No me extraña que Carl no tenga uñas.

—Es verdad, eso puede ser significativo. Se las come hasta las raíces, ¿verdad?

—¿Y cómo se las arregla para sobrevivir en esa selva que es la facultad en Harvard?

—A base de talento, creo yo. Estoy seguro de que sus opiniones personales tienen que ser contrarias a las de todos los miembros de su departamento; pero ya es tan célebre, que, si quiere, puede escribir su propio programa político. Algunos de sus colegas me han dicho que casi nadie le puede ver. Ello es, en parte, porque creen que no aborda los problemas como debiera; pero también es causa de la envidia. Es un hombre que ingresa grandes sumas con las conferencias, y todo ese dinero de Forville sirve para ayudar a los diputados torpes, como yo.

—Si Forville resultase elegido — dijo Martin —, ¿crees que Tessler sería Secretario de Estado?

—Tal vez. Pero no es ese el puesto que yo le daría, si fuese presidente. Le colocaría precisamente abajo, en el vestíbulo, como Asesor de Seguridad Nacional, para teneros vigilados a vosotros y a los de Defensa, y a todos esos cobistas de la Secretaría de Estado.

—¿Te parece a ti que Forville tiene posibilidades?

—Yo desde luego votaré por él. Si logramos que sea nombrado candidato, creo que puede ganarle a Gilley. Forville puede contar con Nueva York y Nueva Jersey, y probablemente también Ohio. Tendría más posibilidades contra Gilley en Pennsylvania que Monckton.

Atherton sonrió.

—Con un californiano en la lista de candidatos — continuó Atherton —, Forville podría triunfar asimismo en el oeste. Tejas e Illinois serían difíciles; pero creo que ganaría.

—No obstante, ¿qué pasará en la convención?— insistió Martin.

—Es aún demasiado pronto para poder predecirlo. Sin embargo, si yo tuviera que apostarme la pasta ahora mismo, lo haría por Monckton en la segunda o tercera votación.

—Y el candidato demócrata será indudablemente Gilley,

—Casi seguro, a menos que pierda terreno por algún motivo.

Mientras tomaban el postre de melón y pastelitos, Martin llevó la conversación hacia Monckton.

—Y al senador, ¿le conoces?

—Estuvimos juntos en el Congreso algún tiempo, y le veo alguna vez que otra en las fiestas republicanas; pero no puedo decir que le conozca a fondo. Un condiscípulo mío de Harvard, que es uno de los socios de la empresa de Monckton en Chicago, me ha dicho que allí nadie cree conocerle bien. Es una especie de recluso. Difícil de tratar, no tiene muchas simpatías; se considera una inteligencia superior, y no vive más que para su trabajo. Lo que se dice un empollón, como acostumbrábamos a motejar en la escuela.

Martin se rascó la cabeza.

—Y si es así, ¿cómo demonios le eligieron para el Senado? No parece hacer gala de la tradición política de Illinois.

El diputado se recostó hacia atrás en su silla, sosteniéndola en dos patas y guardando el equilibrio apoyando sólo una mano en el borde de la mesa.

—Lo que se dice tesón, puro tesón. Tomó la decisión de entrar en el Senado, y aprendió todo lo necesario para conseguirlo. Estoy convencido de que logra todo lo que se propone, y que lo hace, además, tal vez mejor que la inmensa mayoría de las personas. Es un sinvergüenza frío y calculador; pero al propio tiempo puede ser muy vehemente para algunas cosas. Su encono hacia Curry, por ejemplo, era proverbial. Incluso hoy mismo sería capaz de atravesar el Sahara a gatas con tal de aprovechar la ocasión de arrojar una piedra a uno de los partidarios de Curry.

—Pero, ¿cómo empezó eso?— preguntó Martin.

—Se trata de una de las anécdotas típicas que se cuentan sobre Monckton. Data de cuando él y Curry estaban en el Senado. Monckton, de familia pobre, hizo sus estudios a pulso en la Universidad de Illinois. Quiero decir que salió adelante económicamente gracias a su trabajo. En cuanto a notas, tuvo sobresaliente sin interrupción durante siete años, es decir, en toda la carrera de derecho. En lo que se refiere a Bill Curry, sabido es que procede de muy buena cuna; ni siquiera estoy seguro de que terminara la carrera en Yale.

—Creo que tienes razón — dijo Martin, asintiendo levemente con la cabeza.

—Pues bien — continuó Atherton —, los dos estaban en Banca y Finanzas del Senado, antes de que Monckton pasara a Relaciones Exteriores. Un día, Curry descubrió que Monckton recibía grandes honorarios de los banqueros; algo así como dos o tres mil dólares por discurso. En vez de airearlo por medio de la prensa, Curry fue a ver a Monckton, y le dijo que estaba al corriente de lo que ocurría, y que podía revelarlo. A mi entender, el hombre únicamente trataba de advertírselo amablemente; pero a Monckton le pareció que le estaban reconviniendo de una manera humillante. Lo cierto es que necesitaba dinero. Supongo que sabía lo arriesgado que era aceptar dinero de los banqueros, precisamente cuando el comité se estaba ocupando de su legislación; sin embargo, no podía, en modo alguno, tomar la actitud edificante de Curry como un modelo de moral para las gentes humildes del Midwest, establecido precisamente por la minoría selecta de los económicamente fuertes. Así que Monckton montó en cólera, y echó a Curry de su despacho. Desde entonces fueron enemigos. Monckton, creo yo, no podía perdonar a Curry su firmeza de carácter; mientras que éste debía de considerar a su enemigo como un ser tan inferior, que no valía la pena preocuparse por él; y esta actitud precisamente enfurecía a Monckton todavía más.

Posteriormente empezó a hablarse de ellos como posibles Presidentes. La familia de Curry gastó carretadas de dinero en las elecciones primarias, y consiguió que obtuviera la candidatura democrática. Monckton, por su parte, jugó sus cartas en la convención republicana; pero tuvo que conformarse con quedar en un segundo lugar en la lista, cuando Dudley logró sumar las nutridas delegaciones del Este a California y Tejas. Estoy seguro de que Monckton aprendió lo suyo de la derrota. Arde en deseos de ser Presidente, ¿sabes? Y no debemos menospreciar su energía y tenacidad.

—Pero, ¿qué es lo que mueve a ese hombre?— preguntó Martin.

—No lo sé con certeza; pero da la sensación de que intenta demostrar que un campesino pobre vale más que la crema de la sociedad, aparte de que la motivación revanchista salta a la vista.

—¿Crees que sería un buen Presidente?

—¡Hombre! Supongo que sí. ¿Tú no crees en el viejo refrán que dice que un hombre elegido para ese puesto se eleva en el momento en que se sienta en la butaca de Presidente? Pues sí, creo que no lo haría mal. Pero espero que no tengamos ocasión de saberlo.

—¡Demonio! ¿Has visto la hora que es?— dijo Martin, mirando su reloj y retirando la taza vacía de café —. Tengo que llevarte a la Cuesta. Además, tengo que ir a la Casa Blanca.

Oprimió tres veces el timbre.

—De camino, pasaremos por mi despacho — añadió.

Cuando Martin y el diputado entraron en el despacho, Simon Cappell se encontraba de pie, junto a la mesa de trabajo, en la que dejó, precisamente encima de una cartera, una tarjeta de color crema, escrita a máquina.

—Señor Director, su entrevista ha sido trasladada al despacho del Secretario, señor Donnally, que está en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Ha llamado su secretaria para comunicar el cambio de hora: tiene usted que ver al Presidente a las tres.

—¿A qué demonios vendrá ahora todo esto?— se preguntó Martin para sus adentros —. Vámonos, Jack. Si no te importa, puedes dejarme allí, y seguir tú con el coche.

—¡Cómo! ¿Importarme? Un pobre diputado como yo no puede más que estar agradecido por cualquier favor de las clases privilegiadas de la Rama Ejecutiva. Cuando vuelva a nacer, seré burócrata, y así me asignarán un coche para mí solito. ¿Quién sino los diputados estamos enriqueciendo a los taxistas de esta ciudad?

Mientras su limousine avanzaba suavemente por el bulevar George Washington, Martin iba mirando por la ventanilla. Su entrevista de las tres treinta en la Casa Blanca había sido acordada, en un principio, para estudiar el desarrollo de los acontecimientos de Sudamérica con el suplente de Carl Tessler; pero ahora había sido modificada. El Secretario Donnally y el Presidente: una combinación que significaba política demócrata; y también alguna de las dotes de persuasión, tan conocidas, de Esker Anderson. Todo hacía suponer que iba a ser una tarde muy larga.