Capítulo 8
Kate no tiene ni idea de hasta qué punto es así.
No le he contado nada de lo que ha ocurrido desde que lo conoció. Y aquí está otra vez, hablando con el agente inmobiliario al cargo, vestido con un traje azul marino y camisa azul claro, con una mano metida en el bolsillo y la otra sosteniendo un archivador. Parece, como siempre, un puñetero dios. Y, como si sintiese mi presencia, levanta la vista y nuestras miradas se cruzan.
—¡Mierda! —maldigo, y me vuelvo hacia Kate.
Ella aparta la mirada de Ward y la dirige hacia mí, con los ojos llenos de satisfacción.
—¿Sabes qué? Me iba a ir a casa a llorar con un Häagen-Dazs, al estilo Bridget Jones, pero creo que voy a quedarme un ratito. ¿Te importa? —Da un trago a su bebida con una sonrisa burlona mientras yo le dedico un gruñido—. Ése no es el comportamiento de alguien a quien supuestamente no le importa nada otra persona, Ava —me provoca.
—Fui a La Mansión el martes y casi me acuesto con él —le suelto.
—¡¿Qué?! —exclama Kate, y coge una servilleta para secarse el chorro de prosecco que le cae por la barbilla.
—Se disculpó por el mensaje que me había mandado. Yo volví a La Mansión e hizo que el grandullón me encerrase en una habitación. ¡Él me estaba esperando medio en pelotas!
—¡Venga ya! Madre mía. ¿Quién es el grandullón?
—Bueno, no es un mayordomo. No tengo ni idea de cuál es su función exactamente. Quizá se dedique a atrapar mujeres para Ward.
—¿Por qué no me lo habías contado?
—Fue un desastre. Me largué corriendo cuando oí que su novia lo llamaba. A Ward se le fue la pinza y apareció anoche en casa con exigencias.
Las prisas por poner a Kate al día hacen que le dispare los datos básicos a toda velocidad.
—¡Joder! ¿Qué clase de exigencias? —Está pasmada. Y es normal. Es para estarlo.
—No lo sé. Es un capullo arrogante. Me preguntó cuánto creía que gritaría cuando me follase.
Ella escupe otra vez.
—¿Que te preguntó qué? ¡Joder, Ava, viene hacia aquí! ¡Viene hacia aquí! —Me mira nerviosa, con los ojos todavía chispeantes de diversión.
¿Para qué ha venido? Empiezo a planear mi huida, pero antes de que mi cerebro ordene a mis piernas que se muevan, siento su presencia detrás de mí; percibo su olor.
—Me alegro de volver a verte, Kate —dice con voz pausada—. ¿Ava?
Sigo de espaldas a él. Sé perfectamente que si me vuelvo para saludarlo quedaré de nuevo atrapada en el peligroso reino de Jesse Ward, un lugar en el que soy incapaz de pensar de manera racional. Ya agoté mis reservas de fuerza anoche, y no he tenido tiempo de volver a recargarlas. Esto es horrible. Prometió que no volvería a verlo. Que si le decía lo que no quería oír jamás tendría que volver a verlo. Hice lo que me exigía, así que ¿por qué no cumple con su parte del trato?
Kate nos observa a ambos esperando que uno de los dos diga algo. Desde luego no voy a ser yo.
—Jesse —lo saluda—. Discúlpame. Tengo que ir a empolvarme la nariz.
Deja su copa vacía en la encimera y pone pies en polvorosa. La maldigo para mis adentros.
Él me rodea hasta situarse delante de mí.
—Estás fantástica —murmura.
—Dijiste que no volvería a verte —le recrimino ignorando su cumplido.
—No sabía que estarías aquí.
Lo miro con aire cansado.
—Me has mandado flores.
—Huy, es verdad. —Una sonrisa empieza a dibujarse en sus labios.
No tengo tiempo para estos jueguecitos. Conmigo pincha en hueso.
—Si me disculpas —digo, y me dispongo a marcharme, pero él da un paso y se interpone en mi camino.
—Esperaba que me enseñases el edificio.
—Avisaré a Victoria. Te lo mostrará encantada.
—Prefiero que lo hagas tú.
—La visita no incluye un polvo —le espeto.
Él frunce el ceño.
—¿Quieres hacer el favor de cuidar ese vocabulario?
—Usted disculpe —mascullo indignada—. Y haz el favor de volver a colocar el asiento en su sitio cuando conduzcas mi coche. —Él esboza una sonrisa totalmente infantil y yo me enfado todavía más conmigo misma al sentir que mi corazón se acelera. No debo permitir que vea el efecto que provoca en mí—. ¡Y no toques mi música!
—Perdona. —Sus ojos centellean con picardía. Es tan jodidamente sexy…—. ¿Te encuentras bien? Parece que estás temblando. —Alarga la mano y me acaricia el brazo suavemente con el dedo—. ¿Estás nerviosa por algo?
Me aparto.
—En absoluto. —No puedo permitir que la conversación siga ese curso—. ¿No querías ver el apartamento?
—Me encantaría. —Parece satisfecho.
Enfurruñada, lo guío desde la cocina hasta la enorme sala de estar.
—Salón. —Hago un gesto con la mano hacia el espacio general que nos rodea—. La cocina ya la has visto —digo por encima del hombro mientras atravieso la habitación hacia la terraza—. Vistas. —Mantengo el tono de desidia y oigo cómo ríe levemente detrás de mí.
Volvemos por el salón hasta el gimnasio, y no digo ni una palabra más mientras recorremos el ático. Jesse estrecha la mano a varias personas que nos vamos encontrando por el camino, pero yo no me detengo para darle tiempo a pararse a charlar. Continúo con la intención de terminar con esta situación lo antes posible. Maldito sea este lugar por ser tan grande.
—Gimnasio —anuncio.
Entro y salgo rápidamente de nuevo cuando entra él. Me dirijo a la escalera y lo oigo reírse a mis espaldas. Subo los escalones de ónice retroiluminado y abro y cierro las puertas de una en una mientras anuncio lo que hay al otro lado. Llegamos al plato fuerte, la suite principal, y le indico el vestidor y el baño privado. Lo cierto es que el lugar merece más pasión y más tiempo del que le estoy dedicando.
—Eres una guía fantástica, Ava —me provoca mientras observa una de mis obras de arte preferidas—. ¿Te importaría explicarme de quién es esto?
—De Giuseppe Cavalli —contesto secamente, y me cruzo de brazos.
—Es muy buena. ¿Has escogido a este artista por alguna razón en particular? —Está tratando descaradamente de enredarme en una conversación.
Me fijo en su espalda ancha, cubierta por la chaqueta del traje, en sus manos, que descansan de manera desenfadada en los bolsillos del pantalón, y en sus piernas esbeltas y ligeramente separadas. Me alegra la vista, pero tengo la cabeza hecha un lío. Suspiro y decido ceder, aunque no sé si es muy inteligente por mi parte. A Giuseppe Cavalli no puedo negarle mi tiempo y mi entusiasmo. Dejo caer los brazos y me uno a él frente a la obra.
—Se lo conoce como «el maestro de la luz» —explico, y él me mira con auténtico interés—. Consideraba que el tema carecía de importancia. Daba igual lo que fotografiase. Para él, el tema siempre era la luz. Se centraba en controlarla. ¿Ves? —digo mientras señalo los reflejos en el agua—. Estos botes de remos, por muy bonitos que sean, son sólo botes. A él lo que le interesaba era la luz que los rodeaba. Dota de interés a objetos inanimados, hace que veas la fotografía con una perspectiva… Bueno, con una luz diferente, supongo.
Inclino la cabeza para ver bien la imagen. Nunca me canso de ella. Es muy sencilla, pero cuanto más la miras, más la entiendes.
Tras unos instantes de silencio, aparto la vista del lienzo y veo que Jesse me está observando.
Nuestras miradas se cruzan. Se está mordiendo el labio inferior. Sé que seré incapaz de negarme de nuevo si fuerza la situación. He agotado toda mi fuerza de voluntad. Nunca me había sentido tan deseada como cuando estoy con él, y sigo intentando convencerme a mí misma de que no me gusta esa sensación.
—Por favor, no lo hagas —digo con un hilo de voz.
—¿Que no haga qué?
—Ya lo sabes. Dijiste que no volvería a verte.
—Mentí. —No se avergüenza de ello—. No puedo estar lejos de ti, así que vas a tener que verme una… y otra… y otra vez. —Termina la frase de forma lenta y clara para no dar cabida a la confusión. Ahogo un grito y me aparto de él por instinto—. Tu insistencia al oponerte a esto sólo alimenta mis ganas de demostrar que me deseas —dice, y empieza a perseguirme avanzando hacia mí con pasos pausados y decididos mientras mantiene la mirada clavada en mis ojos—. Se ha convertido en mi misión principal. Haré lo que haga falta.
Dejo de retroceder al notar la cama en la parte posterior de las rodillas. Dos pasos más y estará encima de mí; la idea del inminente contacto es suficiente para sacarme del estado de trance en el que me sume.
—Para —le ordeno levantando la mano. Mi imperativo hace que se detenga en seco—. Ni siquiera me conoces —balbuceo en un desesperado intento de hacerle entender lo absurdo que es todo esto.
—Sé que eres tremendamente hermosa. —Empieza a avanzar de nuevo hacia mí—. Sé lo que siento, y sé que tú también lo sientes. —Ahora nuestros cuerpos están pegados, y el corazón se me sale por la boca—. Así que dime, Ava, ¿qué más tengo que saber?
Intento controlar mi respiración agitada, pero me tiembla todo el cuerpo y fracaso. Agacho la cabeza, avergonzada por las lágrimas que se acumulan en mis ojos. ¿Por qué estoy llorando? ¿Está disfrutando haciéndome derramar lágrimas? Esto es horrible. Está tan desesperado por llevarme a la cama que ha decidido acosarme, y yo lloro porque soy débil. Hace que me sienta débil, y no tiene ningún derecho.
Desliza la mano bajo mi barbilla, y su calidez me resultaría agradable si no pensara que es un capullo. Me levanta la cabeza y, cuando nuestras miradas se encuentran, mis lágrimas lo pillan desprevenido.
—Lo siento —susurra suavemente, y mueve la mano para cubrirme la mejilla al tiempo que me limpia las lágrimas con el pulgar.
Su expresión es de puro tormento. Me alegro. Se lo merece.
Por fin recupero la voz.
—Dijiste que me dejarías en paz.
Lo miro de manera inquisitiva mientras él continúa pasándome el pulgar por la cara. ¿Por qué me persigue de esta forma? Es evidente que es infeliz en su relación, pero eso no es excusa.
—Mentí, lo siento. Ya te lo he dicho. No puedo estar lejos de ti.
—Ya me dijiste una vez que lo sentías, y aquí estás de nuevo. ¿Vas a mandarme flores también mañana? —digo sin ocultar el sarcasmo.
Su dedo deja de acariciarme y Jesse agacha la cabeza. Ahora sí que está avergonzado. Pero entonces vuelve a levantarla, nuestras miradas se cruzan y la suya desciende hasta mis labios. Ay, no. No, por favor. No seré capaz de pararlo. Empieza a estudiar mi expresión, a buscar alguna señal de que voy a detenerlo. ¿Voy a hacerlo? Sé que debería, pero no creo que pueda. Sus labios se separan y empiezan a bajar lentamente hacia los míos. Contengo la respiración. Cuando nuestros labios se rozan, muy ligeramente, mi cuerpo cede y mis manos ascienden y lo agarran de la chaqueta. Él gruñe para expresar su aprobación, traslada las manos al extremo inferior de mi columna y aprieta mi cuerpo contra el suyo. Nuestros labios apenas siguen rozándose, nuestros alientos se funden. Ambos temblamos de manera incontrolada.
—¿Has sentido esto alguna vez? —exhala, y me recorre la mejilla con los labios en dirección a la oreja.
—Nunca —respondo con honestidad.
A duras penas reconozco mi propia voz en esa respuesta ahogada.
Él me atrapa el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira ligeramente de él, dejando que la carne se deslice entre ellos.
—¿Vas a dejar de resistirte ya? —susurra, y su lengua asciende por el borde de mi oreja para volver a descender acariciándome con los labios la piel sensible que hay detrás de ella.
Su aliento cálido provoca una oleada de calor entre mis muslos. Soy incapaz de luchar más.
—Dios… —jadeo, y sus labios vuelven a posarse sobre los míos para hacerme callar.
Los toma suavemente, y yo lo acepto y dejo que nuestras lenguas se acaricien y se entrelacen a un ritmo suave y constante. Es un placer demasiado intenso. Todo mi cuerpo está en llamas. Me duelen las manos de agarrarme a su chaqueta con tanta fuerza, de modo que me relajo y las deslizo hasta su cuello para acariciarle el cabello rubio oscuro que le cubre la nuca.
Él gime y aparta la boca de la mía.
—¿Eso es un sí? —pregunta mirándome fijamente con sus ojos verdes.
Sé lo que se supone que tengo que contestar.
—Sí.
Asintiendo muy levemente con la cabeza, me besa la nariz, la mejilla, la frente y regresa a mi boca.
—Necesito tenerte entera, Ava. Dime que puedo tenerte entera.
¿Entera? ¿Qué quiere decir con entera? ¿Mi mente? ¿Mi alma? Pero no se refiere a eso, ¿verdad? No, lo que quiere es todo mi cuerpo. Y, en estos momentos, la conciencia me ha abandonado por completo. Tengo que eliminar a este hombre de mi organismo. Y él, a mí del suyo.
—Tómame —susurro contra sus labios.
—Lo haré.
Sin romper el beso, me rodea la cintura con un brazo y me coloca la otra detrás de la nuca. Me levanta en el aire y, besándome aún con más intensidad, me lleva hacia el otro lado de la habitación, hasta que apoya mi espalda contra una pared. Nuestras lenguas danzan frenéticamente, mis manos descienden por su espalda. Quiero sentirlo más cerca. Agarro la parte delantera de su chaqueta y empiezo a quitársela de los hombros, lo que lo obliga a soltarme. Sin separar los labios de los míos, retrocede ligeramente para permitirme despojarlo del obstáculo que me separa de su cuerpo. La dejo caer al suelo, lo agarro de la camisa y tiro de él hacia mí. Olvido por completo mi conflicto moral. Necesito poseerlo.
Nuestros cuerpos chocan y él me empuja contra la pared mientras me devora la boca.
—Joder, Ava —jadea entre respiraciones ahogadas—. Me vuelves loco.
Mueve la cadera y me clava su erección. Un pequeño grito escapa de mis labios. Lo agarro del pelo con un gemido incitante. Ya no hay vuelta atrás. Mi cuerpo ha puesto el piloto automático. El pedal del freno se ha perdido en algún lugar del país del deseo. Siento que posa las palmas de las manos sobre la parte delantera de mis muslos. Agarra mi vestido entre sus puños y me lo levanta por encima de la cintura de un tirón rápido. Vuelve a mover la cadera y yo emito un gemido. Ansío más. Joder, no sé cómo he podido resistirme a esto. Me muerde el labio inferior y se aparta para mirarme directamente a los ojos. Vuelve a mover la cadera y la presiona con fuerza contra mi entrepierna. Dejo caer la cabeza hacia atrás con un profundo gemido y le ofrezsco mi garganta. Él saca buen partido de ella lamiendo y chupando cada milímetro de piel. Estoy a punto de echarme a llorar de placer. Pero entonces oigo voces fuera de la habitación y la realidad vuelve a azotarme. ¿Qué coño estoy haciendo? En la suite principal del ático con la falda del vestido por la cintura y Jesse en la garganta. Hay cientos de personas en el piso inferior. Alguien podría entrar en cualquier momento. Alguien va a entrar en cualquier momento.
—Jesse —jadeo intentando atraer su atención—. Jesse, viene alguien, tienes que parar.
Me retuerzo un poco y su erección me golpea justo en el lugar correcto. Me doy con la cabeza contra la pared para intentar detener la puñalada de placer que me provoca.
Él lanza un gemido largo y pausado.
—No voy a dejarte marchar ahora.
—Tenemos que parar.
—¡No! —ruge.
Joder. Cualquiera podría entrar por esa puerta.
—Ya seguiremos después —intento apaciguarlo. Tengo que quitármelo de encima.
—Eso te deja demasiado tiempo para cambiar de idea —protesta mientras me mordisquea el cuello.
—No lo haré. —Lo agarro del mentón, levanto su rostro hacia el mío hasta que quedamos nariz con nariz y lo miro directamente a los ojos—. No cambiaré de idea.
Escruta mi mirada en busca de la seguridad que necesita, pero yo estoy totalmente decidida. Es lo que deseo. Sí, es posible que me dé tiempo a replantearme la situación, pero ahora mismo estoy segura de que es lo que quiero. Es demasiado tentador como para resistirlo, aunque lo he intentado con todas mis fuerzas.
Me da un fuerte beso en los labios y se aparta.
—Lo siento, pero no voy a arriesgarme.
Me levanta de nuevo en el aire y me lleva hasta el cuarto de baño.
—¿Qué haces? También querrán ver esto.
No puede decirlo en serio.
—Cerraré con pestillo. Nada de gritar. —Me mira con una leve sonrisa malévola.
Estoy atónita, pero me echo a reír.
—No tienes vergüenza.
—No. Me duele la polla desde el viernes pasado, y ahora que te tengo entre mis brazos y que has entrado en razón, no pienso moverme de aquí, y tú tampoco.