Capítulo 20
«¡Ay!»
La luz me bombardea los ojos sensibles y vuelvo a cerrarlos de nuevo. Qué horror. Me doy media vuelta y de inmediato soy consciente de que no estoy en mi cama. Abro los ojos de golpe y me siento. ¡Ay! ¡Au!
Me agarro la cabeza para intentar mitigar el dolor. No funciona. Sólo un disparo en el cerebro aliviaría estos pinchazos. No hay nada que cure esta resaca. Lo sé.
Miro a mi alrededor y reconozco la estancia al instante. Estoy en la suite principal del Lusso. Vale, no tengo ni idea de cómo he llegado aquí. Nunca había estado tan borracha como para no acordarme de las cosas. Pienso en lo que pasó anoche y recuerdo la escena que montó Jesse con el pobre Petulante. Después estuve bailando. Y también recuerdo que discutí con él en los baños. Y que luego volví a bailar. Ah, y que Tom se cabreó, pero… nada más.
Me preguntaría cómo he acabado aquí, pero si Jesse estaba en el bar no hace falta que me lo plantee. Cojo las sábanas y las levanto para mirar debajo. Tengo las bragas y el sujetador puestos, así que no creo que follásemos. Sonrío para mis adentros.
Madre mía, necesito un cepillo de dientes y un poco de agua urgentemente. Me incorporo con cautela y me quito las sábanas de encima. El delicioso olor corporal de Jesse alcanza mis orificios nasales. Cada movimiento que hago me provoca un terrible dolor de cabeza y, cuando consigo levantarme, vestida sólo con la ropa interior, me tambaleo. Todavía estoy borracha.
—¿Cómo está mi borrachita esta mañana? —pregunta con aires de superioridad. ¿Por qué no impidió que siguiera bebiendo?
Se acerca a mí. Está tremendo con esos bóxeres blancos y con pelo de recién levantado. Yo debo de estar horrible con el pelo suelto y el maquillaje corrido.
—Fatal —confieso malhumorada. ¿Ésa es mi voz? Estoy afónica.
Él se echa a reír. Si pudiera coordinar mis movimientos, le daría un bofetón. Me rodea con los brazos, y yo agradezco el apoyo y hundo la cabeza en su pecho. Podría volver a dormirme perfectamente.
—¿Quieres desayunar? —Comienza a acariciarme el pelo.
Incluso sus suaves caricias me resultan insoportablemente estridentes, y sólo pensar en comida me dan ganas de vomitar. Debe de sentir mis arcadas y mis convulsiones, porque se echa a reír otra vez.
—¿Un poco de agua, entonces?
—Sí, por favor —musito contra su pecho.
—Ven aquí. —Me coge en brazos, me lleva al piso de abajo, a la cocina, y me coloca sobre la encimera con suavidad.
—¡Joder! ¡Qué fría está!
Se echa a reír y me suelta poco a poco, como si temiera que fuese a caerme. Quizá lo haga. Me encuentro fatal. Me agarro al borde de la encimera para sujetarme y me fijo, con los ojos entrecerrados, en que Jesse tiene que abrir casi todos los armarios antes de dar con el que contiene los vasos.
—¿No sabes dónde tienes los vasos?
Rebusca en un cajón y saca un sobrecito blanco.
—Estoy aprendiendo. Mi asistenta me lo explicó, pero estaba algo distraído.
Rasga el sobre y vierte su contenido en un vaso. Se le mueven los músculos de la espalda cuando coge una botella de agua de la nevera; llena el vaso rápidamente y vuelve a mi lado.
—Es Alka-Seltzer. Te encontrarás mejor dentro de media hora. Bébetelo.
Intento cogerlo, pero mis brazos no se coordinan con mi cerebro. Sin que le diga nada, se cuela entre mis muslos y me pone el vaso en los labios. Me lo bebo todo.
—¿Más?
Niego con la cabeza.
—No pienso volver a beber en la vida —farfullo, y me dejo caer contra su pecho.
—Me harías muy feliz. Te vuelves muy beligerante cuando estás borracha. —Me acaricia la espalda.
—¿Sí? —No me acuerdo.
—Sí. Prométeme que no llegarás a ese estado cuando yo no esté para cuidarte.
—¿Discutimos? —pregunto. Recuerdo la disputa en el baño, pero hicimos las paces después de eso.
Él suspira.
—No, renuncié al poder temporalmente.
—Tuvo que costarte mucho esfuerzo —respondo con sequedad.
Alarga el brazo y me tira del tirante del sujetador.
—Pues sí, pero tú mereces la pena. —Me besa el pelo, se aparta y observa mi cuerpo semidesnudo—. Me gusta verte con encaje —comenta en voz baja al tiempo que pasa el dedo por la parte superior de mis bragas—. ¿Te apetece una ducha?
Yo asiento y le rodeo el cuerpo con los brazos y las piernas cuando me baja de la encimera.
Me lleva nuevamente en brazos a la planta superior del ático, al baño, y me deja en el suelo al lado de la ducha. Me suelta durante un instante y abre el agua. Me siento floja. Cuando lo tengo delante otra vez, vuelvo a dejarme caer sobre su pecho.
—Te arrepientes de haber bebido tanto, ¿no? —Me coge y me coloca sobre el mueble del lavabo—. Tengo bonitos recuerdos de ti sentada justo aquí.
Frunzo el ceño, pero entonces me doy cuenta de que nuestro primer encuentro sexual tuvo lugar aquí, la noche de la inauguración del Lusso. Alzo la vista y veo que me está mirando con sus ojos verdes.
—Por fin has conseguido justo lo que querías, ¿verdad?
Me coge la cara entre las manos.
—Iba a pasar antes o después, Ava.
Coge su cepillo de dientes, pone un poco de pasta en él y lo pasa por debajo del grifo.
—Abre la boca —me ordena.
Empieza a cepillarme los dientes con suavidad mientras me sostiene la barbilla con la otra mano. Observo que se concentra en trazar leves movimientos circulares por toda mi boca, y de repente me viene a la cabeza ese instante en la pista de baile en el que me di cuenta de que estoy enamorada de este hombre. No estaba tan borracha cuando me vino a la mente aquella revelación. Mi objetivo de evitar precisamente esto se ha visto frustrado. Me he enamorado de este ser arrogante, persistente y divino.
«¡Mierda!» Cojo sus mejillas, cubiertas por una barba incipiente, entre las manos, y me mira. Tiene los labios ligeramente abiertos. Deja de cepillar, vuelve la cara hacia mi palma y la besa con ternura. Sí. Lo amo. Joder, ¿qué voy a hacer ahora?
—Escupe —dice con su cara todavía en mi mano.
La aparto y me inclino sobre el lavabo. Me vacío la boca de pasta de dientes y me vuelvo de nuevo hacia él. Me pasa el pulgar por el labio y me quita un poco de pasta que me había dejado. Después se lo chupa para limpiársela del dedo.
—Gracias —digo con voz cascada.
En sus labios se dibuja una media sonrisa.
—Lo hago tanto por mí como por ti. —Sonríe y se inclina y me da un beso suave y lento. Su lengua penetra en mi boca con ternura. Yo me derrito con un suspiro—. Uno no vale para nada cuando tiene resaca. ¿Puedo hacer algo para que te sientas mejor? —Me baja del mueble y me deja de pie delante de él. Me coge del culo y me sostiene.
—¿Tienes una pistola? —le pregunto en serio. Así desaparecería mi dolor de cabeza.
Él se ríe con ganas.
—¿Tanto te duele?
—Sí, ¿por qué te hace tanta gracia?
—Tienes razón, perdona. —Se pone serio y me acaricia la mejilla con el dedo corazón—. Ahora voy a hacer que te sientas mejor.
¡Vaya! Parece ser que el alcohol no ha acabado por completo con mi libido, porque todas y cada una de mis deshidratadas terminaciones nerviosas acaban de volver a la vida. Debo de estar horrible, ¿y aun así él empieza a tontear conmigo? No estamos en las mismas condiciones. Él está apetecible y delicioso con ese pelo enmarañado de recién levantado y un olor almizclado mezclado con el aroma a agua fresca. Yo, en cambio, tengo una resaca de caballo y debo de parecer un espantapájaros, aunque a él no parece importarle.
Me acerca las manos a la espalda, me desabrocha el sujetador y me lo quita. Se inclina y le da un beso a cada pezón. Se me ponen duros al instante con el breve contacto de sus labios; mis pechos se transforman en pesadas cargas sobre mi torso. Ha conseguido que mi cuerpo olvide los efectos secundarios del alcohol y que ansíe, agitado, su tacto.
Cuando levanta la cabeza y me besa, subo las manos por sus brazos hasta que se hunden en su suave mata de cabello rubio. Dios, cuánto he echado esto de menos. Sólo han sido cuatro días, y me aterroriza el hecho de haberlo echado tantísimo en falta.
—Eres adictiva —musita contra mi boca—. Ahora vamos a hacer las paces como es debido.
—¿No las hemos hecho ya? —pregunto. Mi voz es un susurro ansioso.
—No oficialmente, pero vamos a solucionarlo, nena.
Una oleada de temblores me recorre el cuerpo cuando me besa la nariz con suavidad y se postra de rodillas delante de mí. Me sujeta las caderas con sus enormes manos y desliza el pulgar por debajo de mis bragas.
Me pongo tensa y espero, pero no hace ademán de quitármelas. Bajo la mirada y lo veo ahí, arrodillado, con la frente apoyada en mi regazo, y sumerjo los dedos en su cabello rubio oscuro. Nos quedamos así una eternidad, atrapados en nuestro pequeño ensueño. Me limito a mirarlo mientras me acaricia el vientre con la frente una y otra vez.
Finalmente inspira hondo y se acerca más. Me besa el ombligo y permanece ahí unos segundos hasta que empieza a deslizarme las bragas por las piernas. Me da unos golpecitos en el tobillo para ordenarme sin hablar que levante el pie, y hace lo mismo con el otro.
Sigue arrodillado delante de mí, con la cerviz inclinada, y sé que algo le ronda por la cabeza. Le tiro un poco del pelo para sacarlo del estado de ensoñación y alza la cara para mirarme. Empieza a levantarse con las arrugas de la frente muy marcadas. Abre las manos sobre mi trasero y vuelve a hundir la cabeza en mi estómago para besarlo de nuevo. Está actuando de una manera extraña.
—¿Qué pasa? —No puedo seguir guardándome la preocupación para mí.
Él me mira y sonríe, pero la sonrisa no le alcanza los ojos.
—Nada —dice de manera poco convincente—. No pasa nada.
Justo cuando estoy a punto de replicarle, entierra el rostro entre mis muslos y se me doblan las piernas.
—¡Hummm…! —Echo la cabeza hacia atrás y me agarro con más fuerza a su pelo. Con un inesperado lametón, bloquea todos mis sentidos y abandono las intenciones de insistirle.
Me agarra de las caderas y me hace dar un fuerte respingo. Él es lo único que me sostiene. Siento que su lengua caliente y entrenada traza círculos alrededor de mi hipersensible cúmulo de nervios y que lo rodea con movimientos precisos y lentos antes de hundirse en mi sexo. No se deja ni un milímetro por explorar.
—Necesito ducharme —protesto.
—Y yo te necesito a ti —gruñe pegado a mí.
Me derrito cuando aumenta la presión y me clava los dedos en las caderas. Me aprieto contra su boca. Es sólo cuestión de segundos que estalle en mil pedazos. La presión que se concentra en mi entrepierna me obliga a contener la respiración; el corazón se me sale por la garganta.
—Tienes un sabor delicioso. Dime que estás cerca.
—¡Estoy cerca! —jadeo sin aliento. Joder, ¡estoy muy cerca!
—Parece que te has levantado muy obediente.
Retira una mano de mi cadera y hunde dos de sus dedos en mi sexo. Acaba de ponerme en órbita.
—¡Joder! —grito—. ¡Por favor! —Debo de estar arrancándole el pelo.
—Esa… puta… boca —me reprende entre intensas y constantes caricias. No puede reñirme por decir tacos en estos momentos. Es culpa suya por ponerme en este estado.
Ensancha mi abertura con los dedos trazando círculos y empujando, mientras me masajea el clítoris y me lame los labios sensibles con la lengua. Es una placentera tortura a la que estaría sometida toda la vida, de no ser por esa creciente presión que exige liberarse.
—¡Jesse! —grito con desesperación.
Con unas cuantas caricias más de sus dedos, de su pulgar y de su lengua, me lanza por el borde de un precipicio y desciendo en caída libre hacia la nada. El dolor que sentía en el cerebro deshidratado ha sido sustituido por chispas de placer. Estoy curada.
Me lame y me chupa lenta y suavemente, hasta que mi cuerpo se relaja y mis latidos empiezan a estabilizarse. Yo dejo las palmas de las manos sobre su cabeza y dibujo pequeños círculos sobre su pelo.
—Eres el mejor remedio para la resaca que existe —exhalo con un suspiro de satisfacción.
—Y tú eres el mejor remedio para todo —responde. Su lengua se desliza hacia mi estómago y asciende entre mis pechos mientras se pone de pie. Continúa trepando por mi cuello y me echa la cabeza hacia atrás con un gruñido para lamerme la garganta—. Hummm…, y ahora —dice, y me besa la barbilla suavemente—, voy a follarte en la ducha. —Me baja el mentón para que mi cara quede frente a la suya y me besa en los labios—. ¿Vale?
—Vale —accedo. Qué pregunta más tonta. Llevo cuatro días sin él. ¿Dónde estaba? Prefiero no preguntar. De todos modos, tampoco creo que me diera una respuesta. En lugar de eso, recorro despacio su maravilloso pecho con las manos y me fijo en la horrible cicatriz. Otra cosa que no creo que quiera contarme.
—Ni se te ocurra preguntar. ¿Qué tal va tu cabeza?
Aparto la mirada de la cicatriz y la elevo hacia él. Me observa con aire de advertencia. Será mejor que no me enfrente a ese tono o a esa cara.
—Mejor —contesto. Y es verdad. Su expresión se relaja y mira hacia sus bóxeres.
Capto la indirecta y le deslizo la mano por la cintura. Le acaricio el vello con el dorso de la mano y la paso por encima de su erección matutina. Lo miro a los ojos y veo que me estudia detenidamente. Cuando me acerco más a él, aprovecha la oportunidad para apoyar la frente en la mía y me regala ese aliento fresco que lo caracteriza.
El vapor de la ducha nos rodea y la condensación nos cubre; me doy cuenta de que su pecho empieza a humedecerse. Me aferro a su piel, le paso las manos por la parte trasera de los calzoncillos y acaricio con las palmas su extraordinario culo prieto.
—Me encanta esto —susurro mientras le masajeo las nalgas.
Él mueve la frente contra la mía.
—Es todo tuyo, nena.
Sonrío, arrastro las manos hacia la parte delantera de su cuerpo y le agarro la gruesa y palpitante excitación por la base.
—Y me encanta esto.
Él gruñe agradecido y me reclama los labios. Me toma la boca con posesión y me obliga a soltar su erección y a volver a agarrarme de su trasero. Me aprieta contra su pecho y siento el fuerte impacto de su dureza contra mi ingle. Empiezo a excitarme de nuevo. La necesidad de tenerlo dentro me obliga a interrumpir nuestro beso y a tirar de sus calzoncillos hasta que caen por sus piernas largas y esbeltas. Aparta una mano de mi culo para ayudarse y pronto sus bóxeres revelan una tremenda erección que me señala. Ansiosa, no para de dar sacudidas. La gota de humedad que le moja la punta me indica que se aproxima un momento de conmoción. Y así es. Pronto me agarra de la cintura y me aprieta contra su cuerpo agitado.
—Rodéame la cintura con los muslos —gruñe contra mi cuello mientras lo chupa y lo muerde. Yo obedezco sin vacilar y envuelvo su cuerpo ansioso con las piernas cuando me levanta y su excitación roza mi entrada hinchada obligándome a lanzar un grito de desesperación.
—Dios —jadeo.
Pega sus labios contra los míos y gime cuando nuestras lenguas se funden en una danza ceremonial. Le acaricio con la mano la barba incipiente mientras me sujeta con un brazo alrededor de la cintura y nos conduce a ambos hacia la ducha. Inmediatamente, me empotra contra las baldosas. Pega una mano contra la pared por encima de mi cabeza mientras me devora la boca y el agua cae a nuestro alrededor.
—Esto va a ser intenso, Ava —me advierte—. Puedes gritar.
Que Dios me ayude. Estoy ardiendo y no tiene nada que ver con el agua caliente que llueve sobre nosotros. Me agarro a su espalda y noto que retrocede, preparado para penetrarme. Relajo los muslos para darle espacio. Aparta la mano de la pared y se guía hacia mi abertura. Me mira a los ojos cuando la cabeza de su erección entra en mí, y tiemblo.
—Tú y yo —dice, y me busca los labios y me besa con ansia—. No nos peleemos más. —Y con un fuerte movimiento de caderas, embiste hacia arriba y me llena hasta el fondo. Con un rugido, apoya la mano de nuevo en la pared junto a mi cabeza.
—¡Dios! —grito.
—No, nena, soy yo —masculla entre potentes arremetidas que me empotran más y más contra las baldosas de la pared—. Te gusta, ¿verdad?
Le clavo las uñas en la piel para intentar agarrarme, pero el agua, que no deja de caer sobre su espalda, lo hace imposible.
—Ava…
—¿Qué? —Dejo caer la cabeza hacia atrás, jadeando y loca de placer, mientras cada embestida me empuja más hacia un éxtasis absoluto. Siento sus labios sobre mi garganta expuesta, que se deslizan en llamas sobre mi piel mojada.
—Me encanta follarte —gruñe contra mi cuello sin interrumpir su ritmo intenso y voraz—. ¿Lo recuerdas ya? —Ah, ¡se trata de un polvo recordatorio! No tiene de qué preocuparse. Es imposible que me olvide de algo así—. ¿Te has acordado ya, Ava? —ruge acompañando cada palabra con un empujón.
—¡No lo había olvidado! —grito indefensa ante sus arremetidas de castigo contra mi cuerpo.
Le suelto la espalda sabiendo que él me sostendrá y acerco su rostro al mío. Aparto con las manos el agua que corre por su cara. Levanta la vista para mirarme.
—No se me había olvidado —grito mientras me percute con fuerza.
Sentir cómo se mueve dentro de mí, y sentir cómo tiembla con la intensidad del movimiento de nuestros cuerpos unidos, hace que tenga las emociones a flor de piel. Jadea e inclina la cabeza para reclamar mis labios. Es un beso con significado, y me derrito en él. Esto no ayuda en mi intento de dominar mis sentimientos. Gime en mi boca mientras le sujeto la cara y absorbo la pasión que emana de cada uno de los poros de su piel. Él sigue embistiendo con rapidez e insistencia.
Nuestra ansia mutua se apodera de nosotros y alcanzo el punto de no retorno. Cierro con fuerza los muslos alrededor de sus caderas estrechas y todos los músculos de mi cuerpo se contraen esperando la descarga que se avecina. Él vibra y farfulla palabras sin sentido contra mi boca.
«¡Joder!»
Echa la cabeza hacia atrás.
—¡Joder!
—¡Jesse, por favor! —exclamo.
Esto comienza a rozar lo insoportable. No sé qué hacer. Es demasiado. Entonces levanta la cabeza y me mira, con las pupilas dilatadas y los párpados caídos. Me preocupa un poco.
—¿Más fuerte, Ava?
¿Qué? Joder, va a partirme por la mitad.
—Contéstame —me exige.
—¡Sí! —chillo. ¿Es posible hacerlo más fuerte?
Emite un gruñido gutural y acelera sus embestidas con determinación, a un ritmo que no creía posible. Aprieto los muslos hasta sentir dolor, pero al hacerlo aumenta la fricción y, en consecuencia, el placer.
—¡Jesse! —Supero el umbral, estallo a su alrededor con un alarido.
El intenso gruñido que escapa de sus labios indica que él me acompaña; se mantiene dentro de mí, hasta el fondo, y su cuerpo enorme tiembla contra el mío. Brama mi nombre y siento su cálida eyección dentro de mí. Apoyo la cabeza sobre su hombro. Mi corazón late a un ritmo frenético.
«¡Madre mía!» Me sostiene con un brazo, con la cara enterrada en mi cuello y apoyando el antebrazo en la pared. Se ha quedado sin aliento, y mis músculos envuelven de manera natural su miembro palpitante mientras se sacude suavemente dentro de mí. El agua sigue cayendo sobre nosotros, pero nuestra respiración entrecortada amortigua su sonido.
—Joder —resuella.
Suspiro. Sí, yo no lo habría dicho mejor. Ha sido más que intenso. Me tiembla hasta el cerebro, y sé que no seré capaz de ponerme de pie si me suelta.
Como si me leyera la mente, se vuelve, apoya la espalda en las baldosas y se deja caer resbalando por la pared. Me arrastra con él de manera que acabo sentada a horcajadas sobre su regazo en el suelo de la ducha. Tengo la cara pegada a su pecho y aún siento sus palpitaciones dentro de mí.
Estoy exhausta. La resaca ha desaparecido, pero se ha visto reemplazada por un agotamiento absoluto. Espero que no tenga prisa, porque no pienso moverme de aquí en un rato. Cierro los ojos y me relajo pegada a su magnífico cuerpo.
—Eres mía para siempre, señorita —dice con dulzura mientras me acaricia la espalda mojada con las dos manos.
Abro los ojos y un torrente de pensamientos invade mi cerebro convaleciente, pero hay uno que grita más fuerte: «Quiero serlo». Pero no lo digo. Soy consciente de que el sexo es increíble y de que me quiere precisamente por eso, cosa que no me importaría si no estuviera tan convencida de que se acabará antes o después. El sexo a este nivel es algo demasiado intenso. No puede durar eternamente. Acabará enfriándose y eso será todo. Pero ahora, al darme cuenta de ello, me aterra pensar que terminará por romperme el corazón. Mi fuerza de voluntad es nula. No puedo resistirme a él.
—¿Amigos? —pregunto, y apoyo los labios sobre su pecho y le beso alrededor del pezón.
—Amigos, nena.
Sonrío contra su torso.
—Me alegro.
—Yo también —dice con suavidad—. Mucho.
—¿Dónde te habías metido?
—Eso no importa, Ava.
—A mí sí —replico sin agitarme.
—He vuelto. Eso es lo único que importa. —Me coge del culo y me acerca más a él. Sí, es verdad. Pero no por ello siento menos curiosidad. Y el hecho de que no me lo quiera decir la aviva todavía más. ¿Dónde estaba?
—Dímelo —insisto.
—Ava, olvídalo —dice con voz severa.
Suspiro, me despego de su pecho y lo miro apesadumbrada.
—Vale. Tengo que lavarme el pelo.
Me aparta los mechones mojados de la cara y me besa los labios.
—¿Tienes hambre ya?
La verdad es que sí. El polvo resacoso me ha abierto un apetito voraz.
—Muchísima. —Me levanto y cojo el champú—. ¿Esto es todo? —Observo la botella, y después a Jesse—. ¿No tienes acondicionador?
—No, lo siento. —Se levanta también del suelo de la ducha, me quita el champú de las manos y me echa un poco en el pelo—. Yo te lo lavo.
Cedo a sus deseos y dejo que me lave el pelo. Me masajea la cabeza con suavidad. Tendré que lavármelo otra vez al llegar a casa porque necesito usar acondicionador, pero este champú huele a él, así que no me importa. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás para deleitarme en los rítmicos movimientos de sus manos.
Antes de lo que me gustaría, me coloca debajo de la ducha para enjuagarme la espuma.
—¿Qué coño es esto? —farfulla.
—¿El qué? —Me vuelvo para ver a qué se refiere. Me agarra conmocionado y vuelve a colocarme de espaldas a él.
—¡Esto!
Miro por encima de mi hombro y lo veo contemplándome el trasero con la boca abierta. Se refiere a los restos de los moratones que me hice en mi pequeña aventura en la parte trasera de Margo. Por la expresión de horror de su rostro, cualquiera diría que tengo una enfermedad de la piel. Pongo los ojos en blanco.
—Me caí en la parte de atrás de la furgoneta.
—¿Qué? —inquiere con impaciencia.
—Estaba sujetando la tarta en la parte de atrás —le recuerdo—. Me di un par de golpes.
—¿Un par? —exclama mientras me pasa la palma por el culo—. Ava, parece que te hayan usado como balón de rugby.
Me echo a reír.
—No me duele.
—Se acabó lo de sujetar tartas —sentencia—. Lo digo en serio.
—No seas exagerado.
Gruñe unas palabras ininteligibles, se arrodilla y me da un beso en cada nalga. Yo cierro los ojos y suspiro.
—Ya hablaré yo con Kate —añade, y sospecho que lo hará de verdad.
Se levanta otra vez, me vuelve para ponerme frente a él y me aparta el agua de la cara. Abro los ojos y lo veo mirándome. Su rostro no delata ninguna expresión, pero sus ojos son otra historia. ¿Se ha cabreado porque tengo unos cuantos moratones? La última vez que se enfadó por algo así desapareció cuatro días.
Se inclina, me besa la clavícula, asciende por el cuello acariciándomelo con la lengua y me muerde el lóbulo de la oreja con suavidad. Me estremezco al sentir su aliento cálido. Joder, ¡podría empezar otra vez!
—Después —susurra, y yo gimo de decepción. Con él nunca tengo suficiente—. Fuera —ordena. Me da la vuelta, me agarra de la cintura por detrás y me guía al exterior de la ducha.
Permanezco callada mientras dejo que me pase la toalla por todo el cuerpo y por el pelo para absorber el exceso de humedad. Está siendo muy dulce y atento. Me gusta. De hecho, me gusta demasiado.
—Ya está. —Se enrosca la toalla alrededor de la cintura sin secarse.
Quiero ponerme de puntillas y lamerle las gotas de agua que le empapan los hombros, pero me agarra de la mano y me conduce al dormitorio antes de que pueda llevar a cabo mis intenciones.
Observo la habitación. ¿Dónde está mi vestido? No puedo creer que tenga que pasar la vergüenza de salir de aquí con ese traje negro y corto. Tras inspeccionar el cuarto, miro a Jesse. Me quedo atontada contemplando cómo se pone los pantalones.
—¿No te pones calzoncillos? —pregunto.
Se coloca bien sus partes y se sube la cremallera con una sonrisa pícara.
—No, no quiero obstrucciones innecesarias —dice con tono sugerente y seguro de sí mismo.
Frunzo el ceño.
—¿Obstrucciones?
Se mete una camiseta blanca e impoluta por la cabeza mojada y se cubre los magníficos abdominales. Sé que tengo la boca abierta.
—Sí, obstrucciones —confirma sin añadir más. Se acerca a mi figura desnuda, me agarra del cuello y acerca mi rostro al suyo—. Vístete —susurra, y me besa en los labios con fuerza.
Tiene que dejar de hacer esto si no quiere que me ponga cachonda otra vez.
—¿Y mi vestido? —pregunto contra sus labios.
Me suelta.
—No lo sé —dice con desdén, y sale como si tal cosa de la habitación.
¿Qué? Tuvo que quitármelo él, porque yo habría sido incapaz de coordinar mis movimientos para desnudarme. Vuelvo al cuarto de baño a por mi ropa interior, al menos eso sí que sé dónde está. No. No lo sé. Mi sujetador y mis bragas han desaparecido.
Vale, le gustan los jueguecitos. Me acerco a su vestidor y cojo lo que espero que sea la camisa más cara de todo el perchero. Me la planto y bajo la escalera. Está en la cocina, sentado en la isla, metiendo los dedos en un tarro de mantequilla de cacahuete.
Me deslumbra con su sonrisa cuando me mira con los labios cerrados alrededor de un dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
—Ven aquí —me ordena.
Estoy en el umbral de la puerta, desnuda excepto por una larga camisa blanca, y lo miro con el ceño fruncido.
—No —respondo, y veo que su sonrisa desaparece y sus labios forman una línea recta.
—Ven… aquí —repite subrayando cada palabra con intensidad.
—Dime dónde está el vestido —exijo.
Me observa con los ojos entreabiertos y deja el tarro de mantequilla de cacahuete con firmeza sobre la encimera. Aprieta la mandíbula y empieza a golpetear con ímpetu la isla mientras me fulmina con la mirada.
—Te doy tres segundos —declara con voz sombría y cara seria.
Enarco las cejas.
—¿Tres segundos para qué?
—Para mover el culo hasta aquí —contesta con tono feroz—. Tres.
Abro los ojos de par en par. ¿Va en serio?
—¿Qué pasa si llegas al cero?
—¿Quieres descubrirlo? —Sigue completamente impasible—. Dos.
¿Qué? ¿Que si quiero descubrirlo? Joder, no me está dando mucho tiempo para pensármelo.
—Uno.
«¡Mierda!» Corro como un rayo hacia sus brazos abiertos y me estrello contra su duro torso. La expresión de satisfacción que advierto en su rostro antes de enterrar la cabeza en su cuello no engaña. No sé qué habría pasado si hubiera llegado al cero, pero sé lo mucho que me gusta que me rodee con los brazos, así que no tenía mucho que pensar. Joder, qué sensación tan maravillosa. Restriego la nariz y la boca por sus pectorales y le acaricio la espalda con los dedos. Oigo sus lentos latidos. Exhala y se pone de pie. Me coloca sobre la encimera de la isla y se coloca entre mis muslos con las manos apoyadas sobre ellos.
—Me gusta tu camisa —dice al tiempo que me frota las piernas.
—¿Es cara? —pregunto con sorna.
—Mucho —sonríe. Ha captado mis intenciones—. ¿Qué recuerdas de anoche?
Vaya. Pues que estaba como una cuba y más caliente que una mona sobre la pista de baile y que creo que me di cuenta de que estaba enamorada de él. Pero no es necesario que sepa esto último.
—Que bailas muy bien —decido responder.
—No puedo evitarlo. Me encanta Justin Timberlake —dice restándole importancia—. ¿Qué más recuerdas?
—¿Por? —pregunto extrañada.
Suspira.
—¿Hasta cuándo recuerdas?
¿Adónde quiere ir a parar?
—No recuerdo llegar a casa, si es eso lo que quieres saber. Sé que estaba muy borracha y que fui una estúpida bebiéndome esa última copa.
—¿No recuerdas nada después de salir del bar?
—No —admito. Nunca me había pasado algo así.
—Es una lástima. —Sus ojos apesadumbrados observan los míos y parecen buscar algo en ellos, pero no sé qué.
—¿El qué?
—Nada. —Se inclina, me besa con ternura en los labios y me acaricia la cara con las palmas de las manos.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto mirándolo directamente a los ojos.
Vuelve a pegar sus labios a los míos y me obliga a abrirlos pasando la lengua alrededor de mi boca lentamente antes de morderme el labio inferior y de introducirla con suavidad.
—Veintiséis —susurra, y empieza a darme besitos por toda la boca.
—Te has saltado el veinticinco —farfullo, y cierro los ojos con satisfacción.
—No. Anoche me lo preguntaste, pero no te acuerdas.
—Ah. ¿Después del bar?
Frota la nariz contra la mía.
—Sí, después del bar. —Se aparta y me acaricia el labio inferior con el pulgar—. ¿Te encuentras mejor?
—Sí, pero tienes que darme de comer.
Se echa a reír y me propina un beso casto en los labios.
—¿Ordena algo más su Señoría?
—Sí —respondo con altivez—. Devuélveme mi ropa.
Me mira con recelo y desliza la mano en dirección a mi cadera. La aprieta con fuerza y me obliga a dar un brinco sobre el banco al tiempo que lanzo un chillido.
—¿Quién manda aquí, Ava?
—No sé a qué te refieres —digo entre risas mientras sigue haciéndome cosquillas en mi punto débil.
—Me refiero a lo bien que nos llevaríamos si aceptases quién manda aquí.
No puedo soportarlo más.
—¡Tú! ¡Tú mandas!
Me suelta inmediatamente.
—Buena chica. —Me agarra del pelo, tira de mí hacia su cara y me besa con pasión—. Espero que no se te olvide.
Me derrito en sus labios y acepto su supuesto poder con un largo suspiro. Se aparta de mí demasiado pronto para mi gusto y me deja sobre la encimera para regresar unos minutos después con mi ropa interior, mi vestido, mis zapatos y mi bolso. Le lanzo una mirada asesina mientras me lo entrega todo.
—No me mires así, señorita. No vas a ponerte ese vestido otra vez, eso te lo garantizo. Ponte la camisa por encima. —Contempla el vestido con desaprobación antes de marcharse a la cocina para hacer una llamada.
Me echo a reír. ¿Quién manda aquí? ¡Yo! ¡Yo mando! «¡Maníaco controlador!» Me pongo la ropa y registro el bolso para sacar las píldoras anticonceptivas, pero no las encuentro. Vacío todo el contenido sobre la isla y busco entre todos los trastos que llevo, pero no las cogí.
—¿Estás lista?
Me vuelvo hacia Jesse, que está en la entrada de la cocina tendiéndome la mano.
—Un momento. —Vuelvo a meterlo todo en el bolso y doy un salto para tomar su mano.
—¿Has perdido algo? —pregunta, y me guía por el ático.
—No, me las habré dejado en casa. —Me mira con curiosidad—. Las píldoras.
Levanta las cejas.
—Menos mal que no está Cathy. Le daría un infarto si te viera con ese vestido.
—¿Quién es Cathy?
—Mi asistenta. —Vuelve a mirar mi vestido con desaprobación y empieza a abrocharme los botones de la camisa—. Mejor —concluye con una sonrisita de satisfacción.
Salimos del ascensor y me arrastra por el vestíbulo del Lusso. Clive nos mira perplejo.
—Buenos días, señor Ward —lo saluda alegremente—. Ya tienes mejor aspecto, Ava.
Jesse saluda a Clive con la cabeza pero no se detiene. Yo me pongo como un tomate y sonrío con dulzura mientras corro para seguirle el ritmo a Jesse. Qué vergüenza. Dudo mucho que tenga mejor aspecto que anoche. Tengo el pelo mojado, no me he maquillado y llevo la misma ropa que anoche con una camisa de Jesse encima.
Me mete en el Aston Martin y me lleva a casa a la misma velocidad vertiginosa de siempre mientras Ian Brown acaricia mis oídos.
Una vez delante de casa de Kate, bajo del coche y él sale para despedirse en la acera. Me sigue con la mirada hasta que me tiene delante y me contempla con esos maravillosos ojos verdes. No quiero que se vaya. Quiero que me lleve de vuelta a su castillo de ensueño y que me retenga allí para siempre, en su cama, con él dentro. Soy esclava de este hombre. Me ha absorbido por completo.
Doy un paso hacia adelante, me aprieto contra su pecho e inclino la cabeza para mirarlo. Él está como si tal cosa, con las manos en los bolsillos y mirándome con los ojos brillantes cuando me pongo de puntillas y le rozo los labios con los míos. Al instante, se saca las manos de los bolsillos, me estrecha contra su pecho y me hunde la lengua en la boca, reclamando la mía con vehemencia. Y yo se la entrego sin rechistar. Le rodeo el cuello con los brazos y me dejo llevar mientras me aprieta y me lame la boca, devorándome por completo.
Perdida… estoy perdida.
Una vez satisfecho, se aparta con un gran suspiro que me deja sin respiración y deseando mucho más. Me vuelvo sobre las piernas tambaleantes y avanzo hasta el portal de Kate. Debería sonreír. Estoy muy contenta y satisfecha con todo el sexo que he tenido, pero siento una punzada difícil de ignorar en el estómago.
Me doy la vuelta para ver cómo se aleja con el coche, pero me lo encuentro detrás de mí, mirándome. Arrugo el ceño. ¿Qué hace? Como venga a por otro beso de despedida ya no lo suelto.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Te esperaré dentro.
—¿Adónde voy a ir?
—Te vienes conmigo al trabajo —contesta como si ya debiera saberlo.
¿Se va a trabajar? Pues claro, los hoteles no cierran los fines de semana, pero ¿qué voy a hacer yo mientras él trabaja? Aunque, bien pensado, ¿qué más da mientras esté junto a él?
—Acabas de darme un beso de despedida.
Esboza una sonrisa.
—No, Ava. Sólo te he besado —dice, y me aparta un mechón de pelo mojado de la cara—. Arréglate.
Ah, vale. No para de darme órdenes y yo las acato sin rechistar. Soy su esclava de verdad.
Entro en el salón, con Jesse detrás, y veo a Kate y a Sam tirados en el sofá, convertidos en un amasijo de brazos y piernas, semidesnudos y comiendo cereales. Ninguno de los dos hace el más mínimo esfuerzo por intentar taparse.
—¡Eh, colega! —exclama Sam al levantar la vista y ver a Jesse, quien, al comprobar que está medio desnudo, lo mira con desaprobación—. ¿Cómo te encuentras, Ava? —me pregunta.
Pongo los ojos en blanco. «Pues… estaba fatal, pero después de que Jesse me haya follado hasta perder el sentido me encuentro mucho mejor, gracias».
—Bien —contesto. Miro a Kate y le indico con la mirada que se reúna conmigo en mi cuarto inmediatamente—. Me daré toda la prisa que pueda.
Dejo a Jesse en el salón y me retiro a mi habitación, donde me paseo de un lado a otro mientras espero a Kate. Las palabras de Victoria me vuelven a la mente, y ahora no sé qué hacer.
Entra en mi dormitorio; tiene un aspecto horrible.
—¡Parece que alguien ha estado follando! —dice entre risas.
La miro con recelo. Hay algo que tengo que aclarar primero.
—¿Por qué le dijiste a Sam dónde estaba? —le reprocho.
Se queda perpleja.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Sí… no… un poco. —Bueno, no estoy enfadada en absoluto. Anoche sí lo estaba un poco, pero ya no. Me sonríe con sorna—. No me mires así, Kate Matthews. ¿Qué ha pasado entre Sam y tú?
—Es un encanto, ¿verdad? —Me guiña un ojo—. Sólo nos estamos divirtiendo un poco.
Bueno, sea sólo eso o no, tiene que saberlo.
—Tienes que saber que Victoria vio que una tía enfurecida le tiraba un frappuccino por encima en Starbucks. —Me quito la camisa de Jesse y el vestido por la cabeza y los tiro al suelo.
Kate pone los ojos en blanco, recoge las prendas y las coloca sobre mi cama antes de dejarse caer sobre el edredón con la melena pelirroja rodeándole el pálido rostro.
—Ya lo sé. Es la loca de su ex novia.
—¿Te lo ha contado? —digo incapaz de ocultar mi sorpresa.
—Sí, no pasa nada.
—Ah. —No puedo creer lo tranquila que está. Todo le parece bien siempre, nada la irrita nunca.
Me mira.
—Tú no eres la única que se está llevando lo suyo —dice muy en serio. Me quedo boquiabierta—. Lo llevas escrito en la cara, Ava.
—Me voy con Jesse a su trabajo. —Cojo el secador e intento hacer algo con mi pelo desastroso.
—Diviértete —canturrea cuando sale de mi cuarto. Pongo la cabeza boca abajo y me seco del todo la mata de pelo negro mientras intento ignorar el hecho de que tengo prisa por volver con Jesse.
Cuando vuelvo a levantar la cabeza frente al espejo, me lo encuentro apoyado en el cabezal de mi cama. Tiene los brazos cruzados por detrás de la cabeza. Ocupa prácticamente la totalidad de mi cama doble. Apago el secador y me vuelvo hacia sus ardientes ojos verdes. Quiero saltar sobre esa cama y sobre él.
—Hola, nena —dice mirándome de arriba abajo.
—Hola —respondo sonriendo y con voz insinuante—. ¿Estás cómodo?
Cambia de postura.
—No, últimamente sólo estoy cómodo con una cosa debajo de mí. —Mueve las cejas de forma sugerente.
Esa mirada y esas palabras hacen que me tiemblen las rodillas; remolinos de necesidad recorren cada milímetro de mi cuerpo. Lo miro mientras se levanta de mi cama y se aproxima lentamente. Una vez delante de mí, me da la vuelta y me pone de cara al armario. Estira el brazo por encima de mi hombro, rebusca entre mi ropa colgada y saca mi vestido camisero de color crema.
—Ponte esto —me susurra al oído—. Y ponte ropa interior de encaje.
Cierro los ojos con fuerza. Había pensado en ponerme unos vaqueros y una camiseta, pero no me importa en absoluto ponerme lo que sugiere. Estiro el brazo, le cojo la percha de las manos y gimo un poco cuando, al bajar el brazo, me roza un pecho al tiempo que adelanta las caderas contra mi trasero.
«¡Para, por Dios!»
—Date prisa —dice. Me da una palmadita en el culo, se marcha y me deja allí plantada, toda temblorosa, con la única posibilidad de aferrarme al vestido de color crema. Me obligo a volver a la realidad, sacudo el cuerpo y la cabeza ligeramente y acabo de arreglarme.
Saco todos mis bolsos y empiezo a buscar las píldoras, pero no las encuentro por ninguna parte. Kate está preparando té en la cocina, vestida sólo con una camiseta.
—¿Has visto mis pastillas? —pregunto mientras busco en un cajón donde guardamos todo tipo de trastos, desde pilas y cargadores de teléfono hasta pintalabios y laca de uñas.
—¿No están en tu bolso?
—No. —Cierro el cajón de golpe con el ceño fruncido.
—¿Has mirado ya en todos tus bolsos? —pregunta Kate, que sale de la cocina con dos tazas de té.
—Sí —contesto, y empiezo a buscar en los demás cajones de la cocina, aunque sé que es imposible que estén con los cubiertos o los utensilios.
—¿Qué pasa?
Alzo la vista y veo a Jesse en la puerta.
—No encuentro las píldoras.
Pruebo, en vano, a buscarlas en el bolso otra vez, pero no están.
—Luego las buscas, vamos. —Me tiende la mano—. Me gusta tu vestido —comenta, y me mira de arriba abajo mientras camino hacia él. Claro que sí… lo ha elegido él.
Mete la mano por debajo del dobladillo y me acaricia entre los muslos con el dedo índice mientras contempla cómo cierro los labios de golpe y pego las manos a su pecho. Sonríe con satisfacción, desliza el dedo por debajo de la goma de mis bragas y me acaricia el sexo con suavidad. Lanzo un suspiro.
—Estás mojada —susurra, y traza círculos con el dedo lentamente. Tengo ganas de llorar de placer—. Después. —Retira el dedo y se lo lame.
Lo miro mal.
—Tienes que dejar de hacer eso.
—Jamás. —Se ríe y me saca de un tirón de la cocina—. Despídete de tu amiga.
—¡Adiós! —grito—. También es amiga tuya, ¿verdad? —Todavía no hemos hablado sobre la pequeña conversación que tuvieron Kate y él anoche en el bar. Me mira con cara de no entender a qué me refiero—: Anoche, en el bar, le susurraste algo al oído —digo como si tal cosa.
Abre la puerta de la calle y me insta a salir.
—Me echó la bronca por haber desaparecido y me disculpé. No suelo disculparme muy a menudo, así que no te acostumbres.
Me echo a reír. La verdad es que no le pega mucho lo de pedir perdón. Pero conmigo lo ha hecho. Aunque todavía no me ha explicado dónde se metió durante esos días.