Capítulo 31
Entro descalza en el dormitorio y veo el vestido entallado de color crema sobre la cama, al lado de mis tacones nude y un conjunto de ropa interior de encaje que no me suena de nada. Frunzo el ceño y cojo la lencería desconocida. Me ha comprado ropa interior ¿y me la ha comprado de mi talla? De verdad cree que puede decirme cómo vestir.
Paso los dedos por el delicado encaje de color crema claro. Es precioso, pero un pelín excesivo para la oficina. Busco para ver si tengo otra cosa en la bolsa del gimnasio, pero no hay nada. Ni bragas y sujetador ni tampoco otro vestido. No hay ropa. Es un capullo astuto.
Me resigno y acepto mi destino. Me preparo para ponerme la ropa interior y el vestido que Jesse ha decidido que voy a llevar hoy. Supongo que debería estarle agradecida por no haber elegido un jersey grande y grueso. La verdad, es un gran alivio que haya tenido la iniciativa de dejarme un secador. Me maquillo, me seco el pelo —que me queda un poco enmarañado—, me lo recojo y voy al piso de abajo.
Jesse está en la isla de la cocina hablando por el móvil y metiendo el dedo en un bote de mantequilla de cacahuete. Me mira y casi me caigo de culo por culpa de su arrebatadora sonrisa. Sí, está supersatisfecho consigo mismo.
Le recorro el cuerpo con la mirada: va vestido con traje gris y camisa negra. Suspiro de admiración. Se ha puesto gel fijador en el pelo rubio ceniza y lo lleva peinado a un lado, un poco alborotado. Me encanta que no se haya afeitado. Tiene un aspecto muy masculino y está guapo a rabiar. ¿Por qué habré insistido tanto en ir a trabajar?
—Iré en cuanto deje a Ava en el trabajo. —Se vuelve en el taburete y ladea la cabeza—. Sí, dile a Sarah que lo quiero en mi mesa cuando llegue.
Se da unas palmaditas en el regazo y me acerco intentando no poner mala cara tras haber oído el nombre de esa arpía.
—Anulamos su carnet de socio, así de sencillo. —Me siento en sus rodillas y sonrío cuando hunde la cara en mi cuello y me huele—. Puede protestar todo lo que quiera, queda expulsado. Punto —espeta con brusquedad—. ¿De qué habla? —Que Sarah lo cancele… sí… muy bien… te veo pronto.
Cuelga, tira el teléfono sobre la encimera y serpentea con las manos debajo de mis rodillas para sentarme mejor en su regazo. Me recibe con un beso glotón y generoso. Gime en mi boca de pura satisfacción.
—Me gusta tu vestido —musita contra mis labios. Huele mucho a menta, mezclada con un poco de mantequilla de cacahuete. No soporto la mantequilla de cacahuete, pero a él lo adoro y me encanta que sea tan atento, así que me olvido de la mantequilla.
—Claro que te gusta, ¡lo has elegido tú! ¿Y la ropa interior?
Me da un pico y me suelta.
—Ya te lo he dicho: siempre encaje. —Me recorre con la mirada.
No discuto, no tiene ningún sentido, si es que alguna vez lo tiene, y además ya la llevo puesta.
—¿Quieres desayunar? —pregunta.
Miro el reloj de la cocina.
—Me tomaré algo en la oficina. —No puedo llegar tarde.
Cojo el bolso para sacar mis píldoras.
—¿Puedo servirme un vaso de agua?
—Toda la que quieras, nena.
Vuelve a su bote de mantequilla de cacahuete.
Voy al gigantesco frigorífico y rebusco en las profundidades de mi bolso. ¿Dónde están? Suelto el bolso en la encimera, junto a la nevera, y lo vacío. Mis píldoras anticonceptivas no están. Otra vez no, por favor. No tengo remedio.
—¿Qué ocurre? —me pregunta.
—Nada —farfullo mientras lo meto todo de nuevo en el bolso—. Joder —maldigo en voz baja. Pero entonces me dedico un aplauso mental por haber guardado por separado los blísteres y haber dejado algunos en mi cajón de la ropa interior.
—Vigila esa boca, Ava —me regaña—. Venga, vas a llegar tarde.
—Lo siento —murmuro—. Es culpa tuya, Ward.
Me cuelgo la bandolera del hombro.
—¿Mía? —pregunta con los ojos muy abiertos—. ¿Qué es culpa mía?
—Nada, pero me retraso porque me estás distrayendo —lo acuso.
Me mira y tuerce el gesto.
—Te encanta que te distraiga.
Pues sí. No puedo negarlo.
Me deja en Berkeley Square en un tiempo récord. Son un peligro sobre ruedas, él y su estúpido cochecito de gama alta. Lo aparca en una zona prohibida en la esquina y se vuelve para mirarme. Se está mordiendo el labio inferior, lleva haciéndolo casi todo el trayecto. ¿Qué estará pensando?
—Me encanta despertarme a tu lado —dice con dulzura, y se acerca para acariciarme el labio con el pulgar.
Yo también me vuelvo para mirarlo a la cara.
—Y a mí. Pero no me gusta que me dejen hecha polvo por llevarme a correr a las cinco de la mañana.
Mis piernas ya están resentidas, y van a ir a peor. No estiré después de correr porque don Difícil y su manía de llevarme la contraria me distrajeron. Voy a estar muy incómoda todo el día, sólo me faltaban los tacones para rematarlo.
—¿Preferirías que te follara hasta dejarte hecha polvo? —Me dedica su sonrisa arrebatadora y me pasa la mano por la parte delantera del vestido.
«Ah, no, ¡de eso nada!»
—No. Prefiero el sexo soñoliento —lo corrijo. Me acerco, le planto un beso casto en los labios, me bajo del coche y lo dejo solo con su ceño fruncido. Vuelvo a entrar—. Te veo mañana. Gracias por dejarme exhausta antes de ir a trabajar.
Cierro la puerta y empiezo a caminar con mis piernas maltratadas y el par zapatos más incómodo que tengo. Gracias a Dios que me toca pasar el día en la oficina, porque no podría patearme Londres con estos taconcitos. El teléfono me grita desde el bolso. Lo saco.
Estás increíble con ese vestido. Buena elección. De nada. Bss, J.
Me vuelvo y veo que me está mirando. Doy una vueltecita sobre mí misma y diviso su deslumbrante sonrisa antes de captar el rugido gutural de su coche, que desaparece a toda pastilla. Sonrío para mis adentros. Ha sido bastante razonable esta mañana.
Entro en la oficina y me encuentro a Tom consolando a Victoria, que está sentada a su escritorio. Pongo los ojos en blanco disimuladamente. ¿Qué drama se ha montado a las ocho y media de un viernes por la mañana?
—Ve a que te la arreglen —le dice Tom con cariño pasándole la mano por la espalda para calmarla. Me fijo y veo que Victoria se está mirando la uña del pulgar. Vuelvo a poner los ojos en blanco.
—¡Hoy no tengo tiempo! —lloriquea—. ¡Esto es un desastre!
¿Se ha roto una puñetera uña? Esta chica debería haber estudiado arte dramático. Entonces me acuerdo… Tiene una cita con Drew esta noche. Sí, esto es un verdadero desastre para Victoria. Voy hacia mi mesa y me planta delante la uña rota. Tom sigue pasándole la mano por la espalda. Mi compañero me mira con dramatismo y cara de «Señor, dame fuerzas» antes de venir corriendo a mi lado de la oficina. Sé lo que toca ahora.
Apoya las palmas de las manos en mi mesa y se inclina hacia adelante.
—Quiero saberlo todo.
—Chitón. —Lo miro con el ceño fruncido y echo la vista atrás para ver si Patrick está en su despacho. No está, pero puede que se encuentre en la cocina o en la sala de reuniones. Debería haber sabido que mi amigo, gay y muy curioso, querría interrogarme sobre la visita sorpresa que Jesse hizo ayer a la oficina. De hecho, lo que no sé es cómo ha podido esperar a esta mañana.
Tom hace un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No está. ¡Desembucha!
Centro la atención en el ordenador, lo enciendo y muevo el ratón sin ningún propósito concreto. ¿Qué le digo? ¿Que me he enamorado de un hombre mandón, exigente, neurótico, irracional, que pasa por encima de quien haga falta, que casualmente es un cliente y que me folla hasta hacerme perder el sentido? Ah, y que también me amenaza con iniciar la cuenta atrás si lo desobedezco. Sí, con eso lo tiene todo. Levanto la vista y veo que Victoria se ha unido al interrogatorio.
—Está como un queso, el h. de p. —canturrea.
—¿H. de p.?
—Hijo de perra —responden al unísono.
Ah. Sí, eso también. Sonrío para mis adentros y estiro las piernas bajo la mesa con un suspiro. Qué gusto.
—¡Queremos saberlo todo!
—Me acuesto con él. —Me encojo de hombros. «¡Estoy enamorada de él!»
Me miran como si me hubieran salido cuernos. Luego se miran el uno a la otra y ponen los ojos en blanco. Se cruzan de brazos y se quedan de pie, delante de mí. Tom me estudia a través de sus gafas de moderno y yo bajo la vista para ver si también están dando golpecitos en el suelo con el pie.
—Ava, eso ya lo sabemos —bufa Tom, impaciente—. Lo que queremos saber es si el sexo de recuperación se ha convertido en algo más interesante.
Acerca aún más la cabeza a mí y me siento observada en un microscopio. Eso están haciendo. Dejo de tocarme el pelo con los dedos.
—Podría preguntárselo a Drew —interviene Victoria con voz chillona.
—¿Qué? —Le lanzo una mirada furiosa al darme cuenta de lo que quiere decir—. Victoria, no estamos en el instituto. No necesito que preguntes a sus amigos. ¡Mantén la boca cerrada! —He sido muy borde, pero es que realmente me cuesta creer que haya sugerido algo tan patético e inmaduro.
Me mira con expresión dolida, lo deja estar y vuelve a su mesa y a su uña rota. Tom me observa con cara de desaprobación. Sacudo la cabeza. Esta chica a veces es tonta de remate.
—Es sexo, nada más —lo informo—. ¡Ahora, déjame en paz!
Cojo el ratón y lo muevo sin rumbo por la pantalla.
—Ajá —farfulla antes de irse y dejarme tranquila—. Y una mierda es sólo sexo —lo oigo murmurar.
Paso la mañana llamando a mis clientes y revisando plazos. Estoy satisfecha. Todo va como la seda. No hay dramas de los que ocuparme ni contratistas perezosos a los que despedir. Anoto unas cuantas citas para la semana que viene y sonrío al escribir entre las diagonales trazadas con rotulador permanente. Tengo que cambiar de agenda antes de que Patrick vea la infinidad de citas diarias con el señor de La Mansión.
Acepto gustosa el capuchino y la magdalena que aterrizan en mi mesa, cortesía de Sally, y frunzo el ceño al oír un caos de bocinas en la puerta de la oficina. Miro y veo una furgoneta rosa aparcada en doble fila y a Kate saludando con la mano como una loca en mi dirección. Intenta llamar mi atención. Salto de la silla y gruño ante el grito de protesta de mis músculos. Resoplo con cada paso que doy hasta llegar a Margo Junior y sonrío con afecto al ver el rostro emocionado de mi amiga.
—¿Verdad que es una belleza? —Kate acaricia con amor el volante de Margo Junior.
—Es preciosa —le digo, pero entonces me acuerdo de otra cosa—. ¿A qué juegas dejando que Sam escarbe en mi cajón de la ropa interior?
—¡No pude impedírselo! —dice con una voz dos tonos más aguda de lo habitual y a la defensiva. Como debe de ser—. Es un cabroncete picarón —sonríe.
No me cabe la menor duda. Lo que me recuerda la tontería esa de tener a Kate atada a la cama. Me siento tentada a preguntarle, pero en seguida decido que prefiero no saberlo.
—¿Qué tal está Jesse? —La sonrisa le va ahora de oreja a oreja.
—Bien. —La miro recelosa.
—Has dormido con él —dice en tono sugerente—. ¿Lo has pasado bien?
Me atraganto.
—Bueno, me llevó de paquete en una supermoto Ducati 1098, hizo que Sarah me lanzara miradas como cuchillos y me ha obligado a correr catorce kilómetros esta mañana. —Me agacho para masajearme los muslos doloridos.
—Joder, ¿sigue dándote el coñazo? Dile que se vaya a paseo. —Frunce el ceño—. ¿Has corrido catorce kilómetros? Qué putada. ¿Y qué diablos es eso de una Ducati?
—Una supermoto. —Me encojo de hombros. Yo tampoco habría sabido lo que era hace unos días—. Ha ingresado cien mil libras en la cuenta de Rococo Union.
—¿Qué? —chilla.
—Lo que oyes.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Para que Patrick esté tranquilo mientras él dispone de mí. No quiere compartirme.
—¡Guau! Ese hombre está loco.
Me río. Sí, es un loco; un loco que alucina; un loco rico; un loco difícil; un loco adorable…
—¿Salimos esta noche? —pregunto. He rechazado al loco porque daba por sentando que Kate estaría disponible. Es él quien no puede dar por sentado que yo estaré disponible para que me folle siempre que le apetezca. Aunque resulta tentador.
—¡Desde luego! ¡Avisa a Victoria y al gay!
Me relajo, aliviada.
—Victoria tiene una cita con Drew, pero avisaré a Tom. ¿No vas a ver a Sam esta noche? Empieza a formar parte del mobiliario de tu piso. —Arqueo una ceja. En realidad, es una pieza de mobiliario medio en cueros, pero eso me lo callo.
Va a decirme que sólo está pasando un buen rato.
—Sólo estamos pasando un buen rato —responde altanera.
Me río de su indiferencia. Sé que es pura fachada. Estamos hablando de la chica que no ha tenido una segunda cita desde hace años. Sam es muy mono. Entiendo que le guste.
Alguien empieza a tocar la bocina detrás de Margo Junior.
—¡Que te den! —grita Kate—. Me voy. Te veo luego en casa. Te toca a ti comprar el vino.
Sube la ventanilla con una amplia sonrisa dibujada en la cara. No puedo creerme que le haya comprado una furgoneta.
De repente, recuerdo el trato que he hecho a cambio de mi ropa… No puedo beber esta noche. Bueno, a la porra. Estoy deseando tomarme una o dos copas. No se enterará nunca. Kate desaparece por la calzada y yo regreso a la oficina.
—Ha llamado Patrick —me dice Sally cuando paso junto a su mesa—. No va a venir en todo el día. Está jugando al golf.
—Gracias, Sal.
Me siento en mi silla y estiro las piernas. Sí, ahora sí que me duelen. Me levanto y me llevo el talón al culo. Respiro con gusto cuando los músculos de mis muslos se estiran como es debido. Mi móvil empieza a saltar sobre la mesa y Placebo canta Running up that Hill. No tengo ni que mirar la pantalla para saber quién es. Tiene un gusto musical exquisito.
—Me gusta —lo saludo.
—A mí también. Luego la pondremos para hacer el amor.
—No vas a verme luego. —Se lo recuerdo de nuevo. Lo está haciendo a propósito.
—Te echo de menos.
No puedo verlo, pero sé que está poniendo un mohín. En cuanto a lo de hacer el amor… Bueno, es mucho mejor que follar. Sonrío, el corazón me da saltitos en el pecho.
—¿Me echas de menos?
—Mucho —refunfuña. Miro el ordenador. Es la una. No han pasado ni cinco horas desde que nos despedimos—. No salgas esta noche —me dice. No es una súplica, es una orden.
Vuelvo a sentarme. Sabía que esto iba a pasar.
—No te atrevas —le advierto con toda la asertividad que soy capaz de reunir—. He hecho planes.
—¿Sabes?, puede que estés en la oficina, pero no creas que no voy a ir allí a follarte hasta que entres en razón. —Lo dice muy en serio, incluso un poco enfadado.
No será capaz. ¿O sí? Maldita sea, ni siquiera estoy segura.
—Sírvete tú mismo —respondo sin tomármelo en serio.
Se ríe.
—Lo decía en serio, señorita.
—Lo sé. —No me cabe la menor duda, pero tendrá que esperar hasta mañana para follarme como prefiera.
—¿Tienes agujetas en las piernas? —pregunta justo cuando las estoy estirando bajo la mesa otra vez.
—Más o menos. —No voy a darle el gusto de confesar que me duelen un montón. Me daré un baño con sales Radox antes de salir. Un momento… ¿Habrá intentado lisiarme para que no pueda salir esta noche?
—Más o menos —repite, y su voz áspera está cargada de burla—. ¿Recuerdas nuestro trato?
Me cabreo conmigo misma. Me he estado engañando al pensar que iba a olvidarse de su trato. Y ahora estoy segura de que me ha hecho correr una maratón al amanecer con la intención de dejarme inmovilizada.
«¡Don Controlador!»
—No hace falta que me eches un polvo de recordatorio —mascullo. Nunca se enterará. No voy a emborracharme hasta el punto de tener una resaca espantosa, tengo la última aún demasiado reciente.
—Cuidado con esa boca, Ava —suspira con cansancio—. Y yo decidiré cuándo y si es necesario un polvo de recordatorio.
¿Lo dice en serio? Me quedo un poco boquiabierta al teléfono. ¿Acaso no tiene sentido del humor? Me levanto y estiro el muslo con un gemido satisfecho. Malditos sean él y su carrerita al amanecer.
—Recibido —confirmo con todo el sarcasmo que se merece.
—¿Te veo esta noche? —suspira.
—¿Mañana? —La verdad es que quiero verlo, a pesar de que es un hombre difícil.
—Te recojo a las ocho.
¿A las ocho? Es sábado y quiero dormir hasta tarde. ¿A las ocho? Así no voy a emborracharme, no con Jesse dando la lata a las ocho.
—Al mediodía —contraataco.
—A las ocho.
—A las once.
—A las ocho —ladra.
—¡Se supone que tienes que ceder un poco! —Este hombre es imposible.
—Te veo a las ocho. —Cuelga y me deja a la pata coja con el teléfono en la oreja. Miro mi móvil sin poder creérmelo. Que aparezca a las ocho si quiere, no estaré despierta para abrirle, y dudo mucho que Kate lo esté. Dejo caer mi cuerpo dolorido en la silla con un par de resoplidos. No pienso volver a ir a correr.
—Tom —lo llamo—, vamos a salir esta noche. ¿Te vienes?
Me mira con una sonrisa pícara y enorme en su cara de bebé.
—Debo rechazar la invitación con elegancia. —Me hace una pequeña reverencia, como el buen caballero que sé que no es—. ¡Tengo una cita!
—¿Otra?
—Yo no puedo ir. Imagino que ibas a invitarme —suelta Victoria sin levantar la vista de sus dibujos. No voy a dignificar su sarcasmo con una respuesta, así que opto por hacerle una mueca a sus espaldas.
—¡Sí! Éste es el hombre de mi vida —asiente Tom con la sonrisa de satisfacción más grande del mundo.
Dejo a Tom con su sonrisa y vuelvo a mi ordenador. Todos son el hombre de su vida.
Salgo de trabajar a las seis y voy directa a la tienda a comprar Radox y una botella de vino. Luego me meto en el metro. Tengo que resistir la tentación de descorchar la botella aquí y ahora. Es viernes, voy a ponerme al día con Kate esta noche y a pasar el día siguiente con mi controlador de carácter difícil. Perfecto.
Cruzo la puerta principal y me encuentro a Sam, medio desnudo, saliendo del taller de Kate. Ella lo sigue con una enorme sonrisa de satisfacción en la cara.
—¿Estáis de coña? —les suelto, e intento mirar a cualquier parte menos al cuerpazo de Sam.
Me ciega con su sonrisa más picarona y se vuelve para mirar a Kate, lo cual me deja con un primer plano de su espalda desnuda y su culo embutido en unos vaqueros bombacho. Es entonces cuando veo que lleva masa para tartas en la nuca.
—Te has dejado un poco. —Señalo con el dedo el goterón delator.
Kate vuelve a Sam para que quede encarado a mí y le lame la parte central de la espalda hasta llegar al cuello. Me sonríe, orgullosa, y yo me echo a reír. Vaya par de exhibicionistas.
Subo al apartamento resoplando por las punzadas de dolor que me recorren las piernas a cada paso. Voy directa al cuarto de baño para llenar la bañera y añado la mitad del relajante muscular en forma de sales. A continuación, me dirijo a la cocina para encargarme del requisito especial número dos: lleno una copa de vino para mí y otra para Kate. Hago un gesto de apreciación con el primer sorbo.
A los cinco minutos, estoy lanzando por encima de mi hombro todas las prendas de mi cajón de la ropa interior, presa del pánico.
—¡Kate! —Sé que las puse aquí, así que ¿dónde coño están?
¡Si es una broma de Sam, voy a partirle el cuello!
Kate aparece al instante en mi cuarto.
—He cerrado el grifo de la bañera. ¿Qué pasa?
—Mis píldoras.
—¿Qué les pasa?
—Han desaparecido. —La acuso con la mirada—. No puedo creerme que dejaras a Sam entrar en mi habitación.
Me mira con los ojos como platos.
—Yo no lo dejé entrar. Además, si tus píldoras hubieran estado ahí, yo las habría visto.
Dejo escapar un grito de frustración y procedo a rebuscar en los demás cajones, por dentro y por fuera. Sé que las guardé aquí.
—¡Mierda!
—Relájate, puedes comprar más. ¿Se vienen Tom y Victoria?
Hago una bola con los contenidos del cajón de la ropa interior y la meto en el cajón.
—Ya lo hice. Y no, los dos tienen citas.
—Te organizas fatal —protesta, cansada del tema. Tiene razón, soy un desastre, pero me las apaño bien en el trabajo. Es mi vida privada la que se resiente—. ¡Anda! ¿Es esta noche cuando Victoria sale con Drew? —Kate me mira con sus dos enormes ojos azules.
—¡Sí! —Los míos le devuelven la mirada.
—No saldrá bien. Date prisa con el baño. Necesito ducharme.
Cojo mi vino y me voy al baño.
El agua me sienta fenomenal, y me lavo el pelo con champú y acondicionador. Me rasuro entera y me obligo a salir de la bañera antes de beberme el vino y cepillarme los dientes.
Una hora después, me he secado y rizado el pelo, me he puesto crema por todo el cuerpo y estoy a medio maquillar. Se abre la puerta de mi habitación y aparece Kate.
—¿Cuánto te queda?
—Media hora —confirmo al tiempo que abro mi cajón de la ropa interior.
—Guay. —Cierra la puerta.
La vuelve a abrir.
—¿Qué? —pregunto sin levantar la vista. Estoy buscando el conjunto adecuado.
Dos segundos después, me cogen, me quitan la toalla de un tirón y me encuentro en la cama con un hombre gigantesco encima de mí.
¡Un momento! Estoy totalmente desorientada y todavía llevo en la mano las bragas que pensaba ponerme. No me da ocasión ni de verle bien la cara. Sus labios chocan con los míos y empieza a comerme la boca con ansia. Pero ¿qué coño pasa? No puedo ni intentar soltarme ni preguntarle qué hace aquí. Me pone a cuatro patas y desliza los dedos por mi entrada —sin duda para ver si estoy lista— antes de desabrocharse la bragueta y empotrarse en mí con un grito entrecortado.
Chillo y, como premio, una mano me tapa la boca.
—Silencio —masculla entre una y otra arremetida.
¡Joder! Estoy indefensa mientras él entra y sale de mí con energía y decisión. La profundidad a la que llega hace que la vista se me nuble de inmediato, la cabeza me da vueltas de desesperación y de placer. Me aparta la mano de la boca, la lleva hacia mis caderas y tira de mí hacia él para que reciba cada uno de sus duros avances.
—¡Jesse! —grito desesperada. No tiene piedad.
—¡Silencio he dicho! —ruge.
Mi placer aumenta sin parar y al final soy yo la que sale al encuentro de sus embestidas. Gime con cada envite y se adentra en mí a un ritmo trepidante. Choca contra mi útero y me envía a una neblina de euforia inesperada. Intento agarrarme a una almohada, pero estoy tan desorientada que sólo acierto a aferrarme a las sábanas. No logro reunir las fuerzas necesarias para levantar la cabeza y mirar. Estoy totalmente indefensa.
Siento que me agarra con más fuerza, que se tensa y se hincha en mi interior penetrándome más allá de lo imaginable. Es un polvo posesivo. Eso es lo que es. No es que me moleste. Estaré indefensa y a merced de su voluntad, pero aun así voy a tener un orgasmo atronador.
La velocidad a la que entra y sale de mí aumenta. Me la clava una vez más, profunda y lentamente, y me parto por la mitad, acometida por un orgasmo explosivo que me obliga a enterrar la cara en el colchón para ahogar un grito de alivio. Su rugido de semental retumba en la habitación cuando se me une en este delirio maravilloso. Se desmorona sobre mí, jadeando con fuerza en mi oído. Tiembla y da sacudidas dentro de mí, y por todo mi ser.
Ha sido toda una sorpresa. Estoy agotada e intento inhalar todo el aire posible para darles un descanso a mis pulmones. Hoy han trabajado duro.
—Por favor, dime que eres tú —jadeo con los ojos cerrados y absorbiendo el calor de su cuerpo a través de su traje. No se ha quitado ni la chaqueta.
—Soy yo —dice sin aliento, y me aparta el pelo de la espalda y me lame la piel desnuda con la lengua.
Suspiro feliz y lo dejo morderme y lamerme a gusto.
—No te duches —me ordena entre lametones.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño entre las sábanas. No iba a hacerlo de todas formas, no tengo tiempo.
Se aparta, me da la vuelta, me agarra de las muñecas y las aplasta una a cada lado de mi cabeza. Me mira desde arriba. Su pelo repeinado de esta mañana ahora es un caos, pero no lo afea ni una pizca.
—Porque quiero que me lleves encima cuando salgas. —Deja caer los labios sobre los míos.
Ah, se trataba de pasarme por encima. Yo tenía razón. Debería haberlo sabido. Es un loco.
Me aplica una táctica nueva en la boca, hace remolinos con la lengua, gime dentro de mí y me mordisquea los labios. Es algo completamente distinto del feroz ataque que acabo de sufrir.
—¿Los hombres se sienten atraídos por las mujeres que acaban de follar? —pregunto con sus labios entre los míos.
—Esa boca. —Se aparta y me mira con desaprobación—. Has bebido.
«¡Mierda!»
—No. —Mi tono es de culpabilidad.
Me mira las muñecas cuando nota la tensión de mi reflejo natural. Luego me mira a mí con una ceja arqueada.
—Ni una más —me ordena con dulzura, y me da otro beso espléndido—. Esperaba encontrarte cubierta de encaje de color crema —susurra en nuestras bocas unidas.
Me alegro de que no haya sido así. Ahora estaría hecho pedazos en el suelo y es un conjunto precioso. Quizá me compre más de ésos, puede que en varios colores. Me libera una de las muñecas y me pasa el dedo por el costado, por la parte sensible de mis caderas y allá donde se unen mis muslos.
—Lo habrías destrozado —jadeo cuando me mete dos dedos. Aún no me he recuperado del último clímax de locura y ya está en marcha el siguiente. Este hombre tiene mucho talento.
—Es probable —confirma mientras mueve los dedos en círculo, muy adentro, todo lo lejos que le permiten los dedos.
—Hummm —suspiro totalmente satisfecha y tensando las piernas debajo de él.
—Tampoco te pases con el modelito de esta noche.
Estiro el brazo para cogerlo del hombro y atraerlo a mi boca pero no me deja. Me mira expectante y me doy cuenta… de que está esperando que le confirme que he entendido sus órdenes.
—¡No lo haré! —grito desesperadamente cuando me ataca con una deliciosa pasada del pulgar por mi clítoris.
—Ava, ¿vas a correrte?
—¡Sí! —le grito en la cara. En cualquier momento, voy a tener un bis de mi orgasmo anterior y va a ser igual de satisfactorio y de alucinante—. ¡Por favor!
Se aproxima, sus labios están todo lo cerca que pueden estar de los míos sin tocarlos.
—Hummm, ¿te gusta, nena? —Los mete más y empuja hacia arriba para acariciarme la pared frontal.
—¡Dios! —grito—. Por favor, Jesse.
Levanto la cabeza para intentar capturar sus labios pero los aparta.
—¿Me deseas?
Empiezo a arder, se me tensan las piernas cuando me acaricia entre los labios hinchados.
—Sí.
—¿Quieres complacerme, Ava?
—Sí. ¡Jesse, por favor! —gimoteo.
Me quedo de piedra cuando extrae los dedos y se levanta de la cama.
«¿Qué? ¡No!»
Estoy a punto de caer del precipicio y, así, de repente, mi gran orgasmo inminente desaparece. Ha hecho que me sienta como una bomba sin explotar.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto; sigo de piedra.
—¿Quieres que termine? —Echa la cabeza a un lado y se abrocha los pantalones.
—¡Sí!
Su mirada se clava en la mía.
—No salgas esta noche.
—¡No!
Se encoge de hombros.
—Mi trabajo aquí está hecho. —Me lanza un beso mientras me mira con sus estanques verdes de párpados pesados, y luego da media vuelta y se marcha.
Me quedo tumbada de espaldas, desnuda. Me siento como si me hubieran marcado y necesito alivio desesperadamente. No puedo creerme lo que acaba de hacer. Sé lo que ha sido eso. Ha sido un polvo para hacerme entrar en razón fallido, seguido de una masturbación fallida. Es una táctica de manipulación absoluta.
—¡Ya lo terminaré yo! —grito cuando la puerta se cierra detrás de él. No lo haré. No será ni la mitad de satisfactorio si lo hago yo.
Lanzo un bufido y llevo mi cuerpo desnudo hasta el cajón de la ropa interior para buscar mi conjunto más atrevido. El de encaje rosa servirá. Me lo pongo y saco la bolsa de la tienda pija. Sonrío al apartar el papel de seda que envuelve el vestido de quinientas libras, el vestido tabú por excelencia. «El que ríe el último, señor Ward…»
Me peleo otra vez con la cremallera, me arreglo el maquillaje a medio terminar y me miro al espejo. Me gusta lo que veo. El vestido tabú de seda de color crema me queda muy bien. Tengo la piel un poco bronceada, los ojos oscuros y ahumados y mi pelo es una masa de ondas chocolate. Me calzo los tacones de aguja de color crema de Carvella y me echo unas gotas de Eternity de Calvin Klein.
—¡Me cago en la leche! —chilla Kate. Me vuelvo y la veo mirando de arriba abajo mi cuerpo embutido en seda—. ¡Va a volverse loco!
—El señor de La Mansión puede irse a tomar por el culo.
Kate se ríe.
—Vaya, esta noche quieres guerra. ¡Me encanta! —Entra, tan despampanante como siempre, con un vestido verde brillante y tacones azul marino—. ¿Qué ha hecho para merecerse esto?
—Me ha dejado a punto de correrme justo después de follarme para que entrara en razón. —Lo digo tan pancha. No puedo creerme lo que acabo de admitir.
Kate se deja caer en la cama, presa de un ataque de risa. No puedo evitar reírme con ella. Supongo que tiene gracia.
—Dios, me encanta —farfulla entre carcajadas—. Me alegro de no ser la única que está disfrutando del mejor sexo de su vida.
Se seca las lágrimas de risa de los ojos.
No me sorprende nada lo que dice. En absoluto. Sam no se pasea por el apartamento medio en pelotas y con esa sonrisa lasciva en la cara porque Kate le esté haciendo muchas tartas.
—Me tiene hecha un lío. —Sacudo la cabeza y vuelvo a mirarme en el espejo para ponerme el pintalabios nude.
—¿Ya sabemos cuántos años tiene? —Kate coge mis polvos bronceadores para dar una pasada extra a sus mejillas pálidas.
—Ni idea. Es un tema tabú, igual que la cicatriz del estómago.
Se pellizca las mejillas.
—¿Es importante? ¿Qué cicatriz?
—No, no lo es. La cicatriz es una cosa muy fea, de aquí a aquí. —Me paso el dedo desde la parte baja del estómago hasta la cadera.
Mira mi reflejo en el espejo.
—Estás enamorada de él.
—Con locura —admito.