Capítulo 16
Entro prácticamente a rastras por la puerta principal, agotada y exhausta. Kate está en la cocina fumándose un cigarrillo en la ventana.
—Tienes que dejar esa mierda —le digo con desprecio.
No fuma mucho, sólo un par de vez en cuando, pero es un mal hábito de todas formas.
Le da una última calada y lo tira por la ventana antes de bajarse rápidamente de la encimera.
—Me ayuda a pensar —se defiende.
Sí, siempre que la pillo fumándose un cigarro a escondidas me viene con el mismo cuento. Ahora se supone que debería preguntarle en qué está pensando, pero ya sé la respuesta a la pregunta.
—¿Y el vino?
Me quita el bolso de las manos, lo abre del todo y me mira con disgusto. He cometido un pecado capital: se me ha olvidado el vino.
Me encojo de hombros. Tenía la cabeza en otras cosas.
—Lo siento.
—Voy a la tienda, tú cámbiate. ¿Te apetece cenar fish and chips?
Coge el monedero de la mesa mientras mete los pies en las chanclas.
—Sólo patatas.
Recorro el pasillo hasta mi habitación. Estoy completamente desanimada.
Me siento con Kate en el sofá y picoteo patatas fritas de mi plato. No tengo nada de hambre y apenas presto atención a la reposición de «Friends». Tengo la cabeza hecha un lío y estoy furiosa conmigo misma por permitirlo.
—Venga, escúpelo —me exige Kate.
Vuelvo la cabeza hacia mi temperamental amiga con una patata frita a medio camino de la boca. Soy una idiota por pensar que iba a poder disfrutar en paz de mi taciturno estado de ánimo. Me encojo de hombros para indicarle que no estoy de humor para hablar, me meto la patata en la boca y la mastico sin ganas. Hablar de ello sería como admitir que estoy así por eso, y por «eso» me refiero a un hombre.
—Él te gusta.
Pues sí. Me gusta. Y no quiero que me guste, pero así es.
—Sólo me traerá problemas. Ya lo has visto hoy —refunfuño.
En un alarde de dramatismo, pone los ojos en blanco y se deja caer sobre el respaldo del sofá.
—Lo has dejado plantado por tu ex novio. —Deposita el plato en la mesita de café que tenemos delante del sofá—. Ava, ¿qué esperabas?
La miro con el ceño fruncido.
—Él no sabe por qué lo he dejado plantado. Sólo sabe que no he aparecido.
—Bueno, entonces está claro que no le gusta que lo dejen plantado —ríe—. Por cierto, estoy muy cabreada contigo.
De repente se pone muy seria.
¿Qué he hecho? Ah, ya. Debe de referirse a mi pequeña bomba sobre Dan.
—¿Preferías que no te dijera nada? —le pregunto.
—¡No me has avisado con bastante tiempo para que pueda irme de la ciudad! —gime.
¡Ay, madre, cuánto drama!
—¡Estás haciendo una montaña de un grano de arena! No tienes por qué verlo.
—No, claro que no. ¡Y no pienso hacerlo!
—Pues entonces perfecto, ¿no?
Intento cambiar de tema.
—¿Qué tal con Sam? —Arqueo las cejas.
—¿A que está buenísimo? Jesse volvió al bar, con cara de pocos amigos por cierto, así que los dejé allí. Me ha pedido el teléfono.
—¡Eres un putón, Kate Matthews!
—¡Ya lo sé! —chilla—. ¿Y cómo ha quedado la cosa con el señor?
Me observa con prudencia, evaluando mi reacción a su pregunta.
—Seguía enfadado conmigo y se largó cabreadísimo —contesto al tiempo que me encojo de hombros.
Kate sonríe.
—Es un poquito intenso.
Me echo a reír.
—¿Un poquito? ¡Soy incapaz de pensar con claridad cuando lo tengo cerca! Cuando me toca es como si se hiciera con el control de mi mente y mi cuerpo. Da miedo.
—¡Joder!
—Eso digo yo, ¡joder!
Se vuelve de nuevo hacia el televisor.
—Me gusta —dice en voz baja como si le diera miedo admitirlo, como si fuera malo que le gustase—. Sólo lo comento para que lo sepas. —Se encoge de hombros pero no me mira—. Es rico, está superbueno y es evidente que le gustas mucho. Un hombre no se comporta así si lo único que busca es un polvo, Ava.
Puede que tengas razón, pero eso no cambia el hecho de que se ha esfumado y no ha vuelto a llamarme desde entonces. Y quizá sea lo mejor.
—¿Te apetece que salgamos de fiesta el sábado? —le pregunto.
Es una pregunta estúpida porque conozco perfectamente la respuesta.
Me mira con cara de pilla y yo le sonrío.
Al día siguiente, llego tranquilamente al hotel Royal Park a las doce y cuarto lista para reunirme con Mikael Van Der Haus. Me acompañan hasta una sala de espera acogedora con unos sillones muy caros. Los cuadros que decoran las paredes tienen los marcos dorados y una chimenea tallada preside la habitación. Es majestuosa. Me ofrecen té, pero prefiero beber agua. Hace muchísimo calor y el vestido negro de tubo se me está pegando al cuerpo.
Veinte minutos después, el señor Van Der Haus hace su aparición con un aspecto impecable. Es muy atractivo. Me sonríe sin reparos con su perfecta dentadura blanca. ¿Qué me pasa últimamente con los hombres mayores? Bloqueo a toda prisa esos pensamientos.
—Ava, por favor, acepta mis disculpas. Detesto hacer esperar a una dama.
Su suave acento danés es casi imperceptible pero muy sexy.
«¡Para!» Me levanto cuando se acerca a mí y le tiendo la mano con una sonrisa. Él la estrecha, pero me deja estupefacta cuando se inclina y me besa en la mejilla. Vale, ha estado un poco fuera de lugar, pero voy a pasarlo por alto. Puede que sea algo normal en Dinamarca. ¡Ja! Será mejor que no me olvide de lo que pasó la última vez que un cliente varón me besó en nuestra primera reunión.
—No se preocupe, señor Van Der Haus. He llegado hace poco —lo tranquilizo.
—Ava, éste es nuestro segundo proyecto juntos. Sé que has tratado con mi socio en el Lusso, pero yo voy a involucrarme mucho más en la Torre Vida, así que, por favor, llámame Mikael. Detesto las formalidades. —Toma asiento en el sofá que tengo delante y cruza las largas piernas—. Estoy deseando contrastar ideas contigo pronto.
¿Eh? ¿Es que acaso no he venido para eso?
—Sí, la verdad es que no he tenido ocasión de estudiar el proyecto todavía. Esperaba que me dieras la información y una semana para poder exponerte algunas ideas.
—¡Por supuesto! —Ríe—. He sido muy descortés al hacerte venir avisándote con tan poco tiempo, pero vuelvo a Dinamarca el viernes. Tengo tu dirección de correo electrónico. Te enviaré los detalles. Has hecho un trabajo fantástico en el Lusso. Es muy tranquilizador colaborar con gente competente.
Me sonríe.
¿No va a darme ninguna especificación ahora? Pero si he venido a eso, ¿no?
—Si te parece, podemos hablarlo ahora un poco —le propongo.
Me observa en silencio durante un momento antes de inclinarse hacia adelante.
—Ava, espero que no pienses que soy demasiado atrevido, pero, verás… ¿Cómo expresarlo? —Se da golpecitos con los dedos en la barbilla. Estoy un poco preocupada—. Me temo que te he traído hasta aquí con falsos pretextos.
Ríe nerviosamente y se revuelve en su asiento.
—¿Qué quieres decir? —pregunto confundida.
Y de repente lo entiendo todo. «¡Ay, no! ¡No, no, no!» Me echo hacia atrás en mi asiento, con el cuerpo tenso de los pies a la cabeza, y ruego al Todopoderoso que le infunda un poco de cordura antes de que diga lo que creo que va a decir.
—Quería pedirte que cenaras conmigo. —Me mira expectante y seguro que advierte mi cara de horror. Estoy más roja que un tomate—. Mañana por la noche, si te parece bien, claro —añade.
«¡Mierda!» ¿Qué le digo? Si le digo que no, es posible que cancele su acuerdo con Rococo Union y que Patrick pierda el trabajo. Pero ¿por qué últimamente todos los hombres caen rendidos a mis pies? Los hombres maduros, para ser más exactos. Es bastante mayor que Jesse. O al menos eso parece. Es muy guapo, pero, por Dios, debe de sacarme unos veinte años. Me río para mis adentros. Al menos éste no me ha encerrado en una suite. ¿Qué hago?
—Señor Van Der Haus…
—Mikael, por favor —me interrumpe con una sonrisa.
—Mikael, no creo que mezclar los negocios con el placer sea buena idea. Es mi política, aunque me siento muy halagada.
Me río de mi propia osadía. ¿Desde cuándo me ha supuesto eso un problema últimamente? ¿Y por qué he hablado de placer? He dado por hecho, y sugerido a la vez, que sería placentero cenar con él. Tal vez no lo habría sido; o quizá sí, y mucho. ¡Ay, Dios! Me lanzo mentalmente contra la preciosa chimenea.
—Vaya, es una lástima, Ava —suspira.
—Sí, sí que lo es —coincido, y regreso a la realidad cuando levanta la cabeza con expresión de sorpresa.
Vuelve a inclinarse hacia adelante.
—Admiro tu profesionalidad.
—Gracias. —De nuevo estoy completamente roja.
—Espero que esto no afecte nuestra relación profesional, Ava. Tengo muchas ganas de trabajar contigo.
—Yo también tengo muchas ganas de trabajar contigo, Mikael.
Se levanta del sillón y se acerca a mí con la mano extendida. ¡Gracias a Dios! Yo le ofrezco la mía y dejo que me la estreche con suavidad. En serio, ¿me ha hecho venir sólo para pedirme que cene con él? Podría haberme llamado.
—Te enviaré lo acordado en cuanto tenga la oportunidad. Y cuando vuelva de Dinamarca me gustaría enseñarte el edificio. Hasta entonces, puedes ir preparando unos cuantos bocetos. Te he mandado los planos a la oficina y te enviaré las especificaciones por correo electrónico.
—Gracias, Mikael. Que tengas buen viaje.
—Adiós, Ava.
Sale de la estancia caminando sobre sus largas piernas.
Vaya, qué situación tan incómoda. Continúo sentada y apuro el vaso de agua mientras doy vueltas al caos emocional en el que estoy sumida. Si Jesse fuera tan cortés como Mikael, ahora no me sentiría tan mal. Lo de no mezclar los negocios con el placer nunca ha sido mi política pero, básicamente, porque nunca había necesitado tener una al respecto. En tan sólo dos semanas se me han declarado dos clientes ricos y atractivos. A uno lo he rechazado, pero con el otro he caído de pleno. Y como resultado estoy hecha un lío. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva norma, y pienso cumplirla. Aunque en realidad tampoco creo que vaya a hacerme mucha falta, porque Mikael ha aceptado mi negativa con amabilidad y Jesse no ha vuelto a llamarme desde que me abandonó. ¿Me abandonó?
Sobre las dos y media estoy de vuelta en la oficina. No le comento nada a Patrick de lo rara que ha sido la reunión con Mikael Van Der Haus, sobre todo porque me preocupa que, por el bien del negocio, me obligue a ir a cenar con él. Patrick daría por sentado que sería una cena de negocios, pero Mikael ha dejado perfectamente claro que no tenía nada que ver con eso. Me limito a decirle lo de los correos electrónicos, los bocetos y sus intenciones de mostrarme el edificio a su regreso de Dinamarca. Eso parece contentarlo.
Saco el móvil del bolso y veo que no tengo ninguna llamada perdida. Hago caso omiso de la puñalada de decepción que siento y empiezo a anotar algunos comentarios sobre diseño escandinavo. Sé que el mío se basará en la vida fácil, blanca y pura, pero me reconforta el hecho de que sea algo tranquilo y cálido, y no vacío y frío.
Suena el teléfono y lo cojo con demasiada rapidez. Es Kate.
—Hola —digo con una voz exageradamente alegre. No sé por qué me molesto. Ella lo nota de inmediato.
—¿Fingiendo indiferencia, tal vez? —pregunta.
—Sí.
—Ya me imaginaba. ¿No sabes nada de él?
—No.
—Día de monosílabos, ¿eh?
—Sí.
Ella suspira profundamente al otro lado de la línea.
—Bueno. ¿Les has preguntado a Victoria y al Gran Gay si van a salir el sábado por la noche?
—No, pero lo haré. Acabo de volver de una reunión muy extraña. —Abro el primer cajón de mi mesa para coger un clip y veo la cala aplastada bajo mi grapadora.
—¿Extraña por qué? —pregunta intrigada.
—He ido a ver al promotor del Lusso, bueno, a uno de ellos. Me ha preguntado si quería cenar con él. Ha sido muy incómodo. —Cojo la cala y la tiro a la papelera de inmediato.
Ella se echa a reír.
—¿Cuántos años tiene éste?
Su insinuación me irrita.
Es mucho mayor que Jesse. Cuánto, no lo sé, pero no hay duda de que es más viejo. Es probable que jamás lo sepa con exactitud.
—Unos cuarenta y pico, creo, pero es muy atractivo, del tipo escandinavo. —Me encojo de hombros y muevo el ratón por la pantalla sin ningún objetivo en concreto. Está claro que no está a la altura de Jesse, pero es atractivo.
—Te has convertido en un imán para maduritos. ¿Vas a ir?
—¡No! —chillo—. ¿Para qué?
—¿Y por qué no? —No la veo, pero sé que tiene una ceja enarcada.
—No, no puedo porque tengo una nueva política: no mezclar los negocios con el placer.
—¡APARTA! —grita, y me hace dar un brinco en la silla—. Perdona, un capullo estaba cortándome el paso. Así que nada de mezclar los negocios con el placer, ¿eh?
—Exacto. ¿Estás hablando por teléfono mientras conduces, señorita Matthews? —la reprendo. Sé que Margo no tiene manos libres.
—Sí, será mejor que cuelgue. Nos vemos en casa. Y no olvides comentarles al Gran Gay y a Victoria los planes del sábado.
—¿Qué planes? —pregunto antes de que cuelgue.
—Pillarnos un pedo, en el Baroque, a las ocho en punto.
Pillarnos un pedo. Sí, es un buen plan.
Salgo de la oficina a las seis con Tom y Victoria.
—¿Os apetece salir el sábado, chicos?
Tom se detiene súbitamente y levanta las palmas de las manos con una expresión de absoluta sorpresa en su cara de niño.
—¡Dios mío, sí! A mediodía me he comprado una camisa de color coral maravillosa. ¡Es divina!
Victoria ríe, le da una palmada en el culo y lo empuja hacia adelante.
—¿Adónde vamos? —pregunta.
—Al Baroque, a las ocho —contesto—. Y ya veremos qué nos depara la noche.
—¡Me apunto! —canturrea Victoria—. Pero nada de ligues gays, Tom. Me toca follar a mí —gruñe.
Tom frunce el ceño.
—¿Y yo qué?
—Tú ya has tenido bastante. Es mi turno —le espeta—. Además, ¿qué ha sido del científico?
—Lo cierto es que la ciencia es muuuy aburrida —refunfuña.
Nos despedimos en el metro de Green Park. Cojo la línea Jubilee hacia la Central. Victoria y Tom cogen la de Piccadilly.